Jamás imaginé que la pantalla de mi móvil pudiera cambiar mi vida y mucho menos destruirla.
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La peor noticia
Habían pasado cinco días desde aquella videollamada con María. Desde entonces, no había vuelto a mencionar el viaje con Elías. Apenas nos escribíamos lo básico: “Buenos días”, “¿cómo amaneciste?”, “Te amo”. Nada más. La tensión se sentía, pero yo evitaba el tema. Presentía que algo estaba mal con su mamá y él. Estaba cansada, enferma, sin fuerzas para discutir.
Mariana lo notaba. Llegaba cada tarde a verme al hospital, pero evitaba hablar de él. Me traía dulces, me ayudaba a peinarme, me contaba chismes de la escuela en la que ambas estudiamos, intentaba sacarme una sonrisa.
Pero una parte de mí seguía atada a ese teléfono, esperando que Elías volviera a buscarme como antes. Y lo hizo.
Aunque no como yo imaginaba.
Aquella noche, cuando Mariana se fue y mi mamá dormía en una silla junto a la ventana del hospital, recibí una llamada inesperada. No era de él. Era de María, su madre.
Fruncí el ceño. Nunca me llamaba.
—¿Señora? —contesté en voz baja.
Escuché su voz agitada, entre enojada y preocupada.
—Isabella… discúlpame que te moleste a esta hora, pero no sé qué hacer con Elías.
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué pasó?
Suspiró fuerte.
—Discutimos hace un rato. Por una tontería, como siempre. Le pedí que ayudara a recoger unas cosas en la casa y se puso como loco. Me gritó horrible dijo que no lo haría.Me dijo que está harto, que no quiere seguir estudiando, que ya no le importa nada… que lo único que quería era que tú estuvieras allá, y como no vas, pues que para qué todo. Esta cansado de la situación en la que te encuentras y que no ve una recuperación en tí y el alta ya va para largo.
Sentí un nudo en la garganta.
—¿Dijo eso…?
—Sí. Que no piensa ir a la universidad mañana, que va a dejar todo tirado. Que no le importa nadie. Y tú sabes cómo es él, Isabella. De carácter impulsivo, orgulloso, y cuando se pone así… no hay quien lo detenga. Ni yo que soy su madre me respeta, ni a su papá. Ya hablamos con mis papás para que hablen con Elías a ver si lo convencen.
Me cubrí la boca, cerrando los ojos.
—¿Y qué puedo hacer yo?
—Por eso te llamo, hija —su tono bajó, casi suplicante—. Solo tú puedes tranquilizarlo. Solo a ti te hace caso. Háblale, dile algo. Hazlo entrar en razón. No quiero que se arruine la vida por una rabieta. Menciona que respete a sus padres porque así como el se comporta así lo tratarán sus hijos.
Sentí las lágrimas asomarse.
¿Por qué siempre a mí? ¿Por qué tenía que ser yo la que resolviera los enojos de Elías, la que lo calmara, la que evitara que se tirara al abandono? Pero aun así, por mucho que doliera… una parte de mí seguía pensando que si no lo hacía, si algo malo pasaba, iba a ser culpa mía. Igual creo que soy la única que los puede ayudar porque soy la única persona que le hace caso, porque soy su novia.
—Está bien —susurré.
—Gracias, Isabella. No sabes cuánto te lo agradezco. Lo quiero mucho, pero tú sabes cómo es… por favor.
Colgó.
Respiré hondo. Miré la pantalla de mi teléfono.
Ahí estaba. Un mensaje de él, escrito minutos antes.
“Me largo de esta mierda de universidad. A nadie le importa nada. No veo recuperación en tí. Te necesito a mi lado y no en México.”
Marqué de inmediato. Contestó rápido, su voz cortante.
—¿Qué quieres?
—Elías… —dije, tragando saliva—. Me llamó tu mamá… me contó.
Se hizo un silencio.
—¿Y qué? ¿Vienes a darme otro sermón? Me vas a decir que no abandoné la universidad, que ya viajaras pronto pero no sabes que día.
—No… solo… no quiero que hagas algo de lo que luego te arrepientas, tener estudios es lo que nos dará de comer después sin estudios tú no eres nadie y necesitas terminarla para que no trabajes en un ambiente pesado, como tú papá.
Rió, amargo.
—¿De qué me voy a arrepentir, Isa? ¿De dejar esto? ¿De tirar todo? Si ya da igual. Yo solo quería que estuvieras aquí. ¿Tanto cuesta? ¿Tan poca cosa soy que ni siquiera puedes hacer ese esfuerzo? Estoy empezando a dudar si de verdad me amas pero creo que no, tus promesas sólo son vacías, dices que quieres viajar pero nunca pones fecha. Te necesito como mi mujer en Panamá, no como mi novia a distancia.
Sentí un golpe en el pecho.
—No digas eso…
—Es la verdad. Estoy cansado. De todos. De mi mamá, de la universidad, de esta maldita ciudad, de esperar como un idiota. Tú prometiste venir, Isa… y no has cumplido. Yo quiero casarme contigo ahora y que te conviertas en mi mujer la señora Gonzalez, pero creo que tú no quieres.
Las lágrimas empezaron a correr.
—Quiero ir… pero no me han dado de alta, no puedo todavía. Estoy grave y débil aún así no puedo viajar ojalá y me entiendas, te prometo que cuando me recupere estaré contigo a tu lado y me casare contigo solo ten paciencia, si en verdad me amas
—Siempre es lo mismo —dijo, su voz quebrada—. Siempre hay una excusa. Pero ¿sabes qué? Olvídalo. Ya no voy a estudiar. No quiero nada. Ya no viajes, no te quiero en Panamá.
—Elías… por favor… hazlo por ti, no por nadie más.
—No me interesa. Solo por ti lo hacía. Yo no me importo, me importaba mi mujer y la madre de mis hijos.
Me quedé en silencio.
—Si de verdad me quieres, Isabella… búscate ese vuelo. Porque me estoy cansando. Y si me canso, te juro que no voy a responder. Te bloquere de todos lados y desaparecere de tu vida para siempre, ya no sabrás nada de mí.
Mi corazón se apretó. Sabía que todo era una forma de presionar, de mantenerme en ese hilo del que no podía soltarme. Pero al final… como siempre… yo caía.
—Déjame ver… —murmuré.
Se hizo un silencio. Luego, su tono cambió, más suave.
—Eres lo único que me queda, corazón. No me falles. Sabes que te amo y por eso te necesito a mi lado
Colgó.
Y me dejó, otra vez, rota.
Miré el techo blanco de la habitación y me juré que no iba a buscar vuelos. Que esta vez no. Que no me iba a dejar chantajear. Decidí por primera vez pensar en mí.
Pero sabía que al amanecer… ya estaría buscándolos.
Porque cuando alguien te convence de que su estabilidad depende de ti… terminas creyéndolo.
Y ese era mi peor error.