Dalia comenza a trabajar como ama de llaves para un pariente /no pariente lejano de su padre, quien era un pintor famoso de pintura erótica; para ayudarse en sus gastos personales mientras termina la universidad. Pero termina en las manos seductoras y perversas de este pintor, confundiendo sus prioridades en la vida.
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Capítulo 14
Lisa Tan es una chica china-americana, quien nació con una cuchara de plata; vivía entre almohadas y lujos, todo derivado del cuidado de sus padres y hermano, nada le era negado y no conocía la malicia extrema. Este excesivo cuidado, la llevó a su perdición.
De niña siempre soñó conocer y casarse con su príncipe azul, un hombre que la tratara como una princesa, que le susurrara palabras de amor y la prodigara como un tesoro. Su padre le aseguraba que llegaría y su hermano intentado prevenirla, le dijo que el príncipe azul no existía pero sí hombres decentes que la tratarían con respeto y cariño.
Pero Lisa, cegada por sus sueños e ilusiones, cayó bajo el hechizo del asistente del maestro de artes en la universidad de Italia.
Lisa había conocido muchos chicos guapos y también había sido perseguida, pero nadie le había hecho sentir a su corazón vibrar ni sentir mariposas en el estómago, así que, cuando conoció a Luciano Portinari, y sus ademanes y palabras elegantes, quedó totalmente prendada. Era un hombre romántico, y de palabras dulces; era guapo, con cabello castaño y ojos aceitunados, sonrisa traviesa y mirada hechizante. Muchas chicas de la universidad que estudiaban arte, suspiraban por él, pero él nunca se mostró interesado con ninguna de ellas, y tampoco hizo caso a confesiones, se portaba como un caballero y eso solo lo hacía más deseable. Incluso la misma Lisa se sintió tentada a confesarse, pero temiendo su rechazo se había quedado mirando desde lejos.
Hasta que una noche, en una fiesta en un hotel, ella terminó durmiendo con ese apuesto hombre. No había sido su idea, ni tampoco lo planeó, había sido un accidente y un terrible malentendido.
Una de las chicas que estaba enamorada de Luciano, lo había invitado a su fiesta de cumpleaños. El hombre, muy educado había rechazado, pero ella insistió que solo sería una pequeña fiesta en el hotel, en donde estarían varias personas de la alta sociedad. Luciano aceptó, sin saber que esa chica lo quería amarrar, hacerlo suyo, y no dejarlo escapar. Sin embargo, y para fortuna de Luciano, Lisa vio el justo momento en que drogaron su bebida.
Habiendo escuchado el plan de esa chica en el baño, se apresuró en sacar a Luciano y llevarlo a una habitación de hotel y llamar un médico, pero no contó que el afrodisiaco fuera tan fuerte, que apenas habiendo llegado en la habitación, el hombre se le abalanzó, rasgando su ropa, asustándola en el proceso, intentando evitar que cometieran una locura.
Pero, estando tan enamorada de él, no estaba en contra que fuese él quien tomara su virginidad, así que terminó entregándose sin resistencia, aceptando sus caricias y besos, sus marcas y su rudeza.
Desafortunadamente, no recibió un gracias sino desprecio.
Le contó todo lo que sabía, pero él se mostró escéptico. Aun así, y por cuestiones que nunca se preguntó Lisa, Luciano terminaba aceptando su cercanía en privado, e incluso en su cama. Lisa creyó que tenían una relación, algo especial, hasta que vio el lado más feo de él.
Un hombre enterrado en el alcohol, amargado y desconsiderado; al principio la había aceptado de mala gana, pero aún era amable, comedido y amable en la cama. Cada vez que hacían el amor, él besaba todo su cuerpo como si la adorara, como si la amara. Trágicamente, todo estaba en la cabeza de Lisa.
Él no amaba a nadie, solo a sí mismo.
Sus insultos, sus desplantes, el desprecio, la hicieron sentir por primera vez, que no cumplía expectativas. Lo peor de todo no fue su cinismo y su carácter podrido, sino el hecho que le pidiera que abortara el bebé que accidentalmente esperaba con él.
Lo amaba a pesar de todo, y creyó estúpidamente, que él podría ver una nueva luz por la llegada de un ser que era producto de su unión.
-Hay… hay algo que tengo que decirte – lo miró y él estaba tomando su café – Es… es muy importante.
-Qué cosa, mi cabeza aun duele así que date prisa.
Lisa apretó los labios. No podía alargar las cosas o todo podría ponerse muy mal.
-Luciano, yo – suspiró, con agallas se acercó a él, tomó su mano y la depositó en su estómago – Estoy embarazada.
-¿Qué?
Luciano parecía perdido.
-Estoy embarazada – repitió Lisa, sonrió con ternura – Es nuestro Luciano.
Pero él despegó su mano de su barriga como si ésta quemara.
-No digas estupideces, en todo caso ese bastardo debe ser de otro.
Lisa sintió un dolor horrible corromper en su pecho, y sin poder contenerse, las lágrimas cayeron.
-No digas eso – se limpió las lágrimas con el dorso de su mano – De verdad estoy embarazada de ti. Si… si quieres, podemos hacer una prueba de paternidad. Cuando crezca lo suficiente se puede hacer aun cuando no haya nacido, solo – sollozó – Solo no digas que no es tuyo.
-Debes estar loca – la miró con dureza, haciendo que Lisa sintiera que el suelo se abría bajos sus pies – ¿Qué quieres? ¿Amarrarme? ¿Es eso?
Lisa sacudió su cabeza.
Yo te amo Luciano y lo sabes, por favor – intentó abrazarlo pero él la empujó y se alejó de ella como si fuera un insecto horrible.
-Bótalo.
-¿Qué?
-¡Abórtalo! ¡No lo quiero!
Lisa lloró de nuevo, sintiendo su corazón partirse en mil pedazos, abrazó su barriga con angustia por el rechazo de él hacia el bebé no nato.
-Ya no puedo – seguía sollozando, ya estaba de catorce semanas, el tiempo para poder quitarlo pasó.
-¿Lo planeaste? – la miró furioso – ¿Todo fue una trampa? ¡Cuando fue!
Ella negó desesperada.
-No, no lo planeé – se limpiaba las lágrimas pero estas no paraban de caer – Y… fue un accidente. Yo ya tomaba anticonceptivos – lo miró angustiada – ¡Lo juro! De verdad, y creo… creo que fue esa vez de lo del hotel, yo había tomado antibióticos por una leve infección de los pulmones – sus manos temblaban, recordando lo sucedido – Estabas muy tomado, luego de haber hecho una apuesta con ese pintor, no recuerdo su nombre, en todo caso, cuando estuvimos solos… fue que pasó… creo… creo que la pastilla falló…
Lo vio cerrar sus ojos, parecía enojado, desesperado y cuando la miró de nuevo, le escupió las palabras más venenosas, si es que aún no las había dicho ya.
-En todo caso, no lo reconozco. Eres demasiado manipulable – sonrió con burla – No puedo decir que la cosa en tu estómago fuese mío, solo un par de frases dulces y caes tan fácilmente. ¡Qué tan estúpida tienes que ser para no saber que no me interesas! ¡No te amo! Fuiste un buen polvo pero hasta ahí, ahora largo.
Tomó un trago de su café.
-Me provoca nauseas tu presencia – la vio aun ahí, aturdida por todas esas crueldades saliendo de su boca – ¡Te dije que te largaras!
La tomó del brazo y con fuerza la arrastró hasta la salida, a pesar de las protestas de Lisa sobre lo rudo que estaba siendo con ella. Abrió la puerta y en un empujón la sacó del departamento, casi cayendo al piso.
-¡No vuelvas zorra mentirosa!
Cerró la puerta de sopetón, haciendo eco no solo en el pasillo del lugar, sino en su corazón ya destruido.
Lisa solo pudo sollozar mientras el mundo se desmoronaba a sus pies. Ya sabía que él era un hombre petulante y mal hablado, pero creyó que podía cambiarlo si le mostraba su amor y cuidado.
Se equivocó.
Regresó a casa, a su país, pero no quiso regresar con sus padres, no quería que la vieran destruida, no quería que se decepcionaran de ella. Al único que pudo pedirle ayuda fue a su hermano.
La incredulidad en los ojos de su hermano al verla, fue una razón más para no ver a sus padres. Su hermano intentó convencerla, pero ella se negó. Al final su hermano accedió hasta que naciera el bebé, en cuyo caso seguirían haciéndole creer a sus padres que continuaba en la universidad de Italia, y se escondió en un apartamento que le habían dado sus padres como regalo por entrar a la universidad de diseño de joyas.
Pero la vida daba sorpresas y giros. Y hoy, después de casi seis meses, ese mal hombre, estaba en la puerta de su apartamento.
Estaba incrédula, y se preguntaba cómo supo dónde vivía, pero lo más sorprendente fue su efusividad al verla de nuevo. Toda la tristeza y amargura en estos meses se desbordaron solo con sus disculpas y promesas vacías.
Debería sacarlo, decirle que vaya al infierno, pero… lo amaba, ahora él la abrazaba y acariciaba su enorme vientre con cariño, desarmándola, aceptando sus elocuencias y promesas, y sus absurdas peticiones.