BUSCANDO A MI LUNA

NARRADOR.

El sonido de la tapa del libro al cerrarse resonó en la sala callada. Las llamas de las velas titilaron, como si el fuego tuviera miedo de lo que acababan de descubrir. Varun permaneció inmóvil durante unos momentos, con los dedos sobre la cubierta de cuero desgastada. Sus ojos, testigos de siglos de historia, se posaron con seriedad en Kael y Elena.

—Cuando Zeus hizo caer su maldición sobre el primer ser humano, no solo lo transformó en un lobo —comenzó a explicar, su voz áspera por la emoción contenida—. También proclamó una profecía. Una maldición… o una esperanza, dependiendo de cómo se mire.

Elena y Kael se miraron mutuamente. El ambiente entre ellos era denso, como si el destino hubiera tomado asiento en el centro de la habitación.

—La profecía menciona: "Cuando la ambición humana ponga en peligro a los hijos de la luna, solo los elegidos, señalados por la diosa, podrán unir lo que se dividió.  Solo ellos impedirán la caída de todos. "

Elena tragó con dificultad. A su lado, Kael frunció el ceño.

—¿Estás diciendo que. . .  nosotros. . .?  —empezó a decir Kael, pero Varun levantó una mano para detenerlo.

—No quiero afirmar nada. Pero es así. —Lo miró con intensidad—. Tú, heredero del trono de la luna. Y tú, Elena, marcada con la sangre de lo divino y lo humano… son los dos polos opuestos destinados a unirse. Humanos y licántropos hallarán la paz… o la ruina, a través de ustedes.

Un silencio incómodo llenó el espacio. Elena sintió que el suelo se movía bajo ella. Su sangre pulsaba en las sienes, pero no era miedo lo que la invadía. Era… determinación. Una chispa que comenzaba a encenderse.

—Tienes que ir con tu abuelo —dijo Varun, dirigiéndose a Kael—. Él necesita saberlo. Llevarás una carta de mi parte.

Kael asintió, aunque su mirada permanecía fija en Elena.

—¿Y qué haremos mientras tanto? —preguntó ella suavemente.

—Esta noche descansarán. Mañana, se dirigirán al castillo del Lobo Supremo. Conocerás a tus suegros —respondió Varun, con una ligera sonrisa enigmática.

Una sacerdotisa los guio a través de los pasillos del templo hasta una amplia sala de piedra cálida, decorada con pieles suaves, una chimenea encendida y una única cama.

Elena se detuvo en seco al verlo.

—¿Vamos a dormir aquí? ¿Juntos? —preguntó, vacilante, con un tono más elevado de lo que había planeado.

Kael no respondió de inmediato. Estaba tenso, como si su cuerpo tuviera una tormenta dentro.

—No te preocupes —dijo al final, apartando la vista con un movimiento controlado—. No sucederá nada. Dormiré en el suelo, o afuera si es necesario.

Sin embargo, Elena, inexplicablemente, sintió un vacío en su pecho ante esa idea.

—No quiero que te vayas —admitió, mirando hacia abajo.

Kael se volvió hacia ella lentamente. La luz del fuego de la chimenea brilló en sus ojos, dándoles un destello casi dorado. Se acercó un paso.

—¿Estás segura?

La habitación de piedra permanecía tranquila, suavemente iluminada por las llamas danzantes de la chimenea. Afuera, la luna llena brillaba en el cielo, observando en silencio. Elena no podía dejar de fijar su mirada en Kael, que estaba junto a la ventana, su figura fuerte y calma destacada por el resplandor plateado.

Él lucía tenso, como un lobo atrapado en su propia carne.

—Kael… —susurró desde la cama, su voz casi inaudible.

Él se volvió. Sus miradas se cruzaron. No hacían falta palabras. Había un torbellino de sentimientos entre ellos: deseo, confusión, anhelo… y una certeza que los consumía por dentro.

Elena se incorporó lentamente, dejando que la manta resbalara por su espalda, descubriendo la forma de sus hombros desnudos. Kael avanzó hacia ella, un paso tras otro, como si no pudiera detenerse.

—Te dije que dormiría afuera —murmuró con la voz ronca, casi un susurro reprimido—. Que no te tocaría…

—Y yo señalé que no quería que te fueras —lo interrumpió ella, sus ojos resplandeciendo de deseo—. Ya no deseo que te detengas, Kael.

Eso fue todo.

Él cruzó la habitación en dos pasos. Sus labios se encontraron con los de ella con avidez, sin más limitaciones. La besó como si estuviera en peligro y solo ella pudiera rescatarlo. Se buscaron con desesperación, y esta vez no hubo dulzura, solo necesidad.

Las manos de Kael exploraron su cuerpo como si quisiera recordar cada lugar. Elena jadeó cuando sus labios descendieron por su cuello, deteniéndose justo sobre la marca. Allí donde la había hecho suya por primera vez. Su piel se erizó al sentirlo, y su cuerpo, que ya lo reconocía, reaccionó de inmediato.

Elena no era la misma de aquella mañana inicial. Esta vez, no existió la timidez, solo entrega. Lo atrajo hacia ella, con sus piernas rodeó su cintura y sintió su gruñido ante el contacto. Sus instintos tomaban el control. Kan rugía en su interior. Pero Kael también estaba presente, guiando el momento, besando cada parte de su cuerpo con devoción y deseo salvaje, Lana quería salir, pero Elena no la dejo.

—Eres mía —susurró él con la voz ahogada mientras la poseía—. Mía, Elena. Siempre lo has sido.

—Y tú… eres mi fuego —jadeó ella, arqueando la espalda, sintiendo cómo cada movimiento de él encendía algo nuevo dentro de ella—. Mi tormenta.

Se unieron sin pensar, sin reservas. El cuerpo de Kael se movía con fuerza, con hambre reprimida, mientras los suspiros de Elena se transformaban en gemidos suaves y temblorosos. El ritmo entre ellos fue salvaje, primitivo, guiado por una pasión que ya no podían ignorar.

Las manos de Elena rasguñaban su espalda, y él sentía que temblaba bajo su toque. Kael la levantaba sin esfuerzo, como si ella fuera parte de él, llevándola más allá de lo que habían experimentado antes. Estaba como si la luna los rodeara, y cada acción, cada suspiro, hiciera que su vínculo se intensificara aún más.

Cuando ambos llegaron al momento más intenso, sus cuerpos se hundieron juntos en la cama. Sus respiraciones eran desiguales, y sus corazones lateaban al mismo ritmo.

Kael la sostuvo con fuerza, con su rostro escondido en su cuello. Ella pasó sus dedos por su cabello con cariño, sintiendo una nueva sensación de tranquilidad.

—No hay vuelta atrás —susurró él—. Ahora estamos unidos.

—Siempre lo estuvimos… solo nos costó verlo —respondió ella, sonriendo suavemente.

De esta manera, bajo la luz lunar, sin máscaras ni falsas promesas, Kael y Elena decidieron aceptar el destino que los había estado uniendo desde el principio.