_ Llego a mi casa después de un día agotador, solo quiero un baño y dormir por toda una semana. Todo está oscuro, entro sin fuerzas, camino como zombi hasta que ¡bam! caigo en el piso. ¡Mierda! He tropezado con algo. ¡¿Qué es esto?! Enciendo las luces, !!! Mi casa esta toda revuelta, faltan los muebles, no hay nada todo está vacío. Ni los electrodomésticos, ni mesas, ni sillas, no hay nada. ¿A dónde han ido mis pertenencias?, avanzo por la habitación, ¡me han robado!, ¡¿cómo sucedió esto?!
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Historias escabrosas
Alex: *no me gusta como suena eso, no por lo que dice sino por lo que calla. Parece que no nos dirá claramente que oculta este lugar.*
Verónica: ya basta de de conversaciones tétricas, ¿cuando empezamos a catalogar?
Norton: por que no empezar mañana, hay varios lugareños que pueden tener interés en algunas pertenencias. *Aunque deberán resolver sus misterios antes de venderlas y eso pude ser un tanto problemático*. Sería bueno si contaran con información de las grandes familias de Shadowvale.
Alex: puede que sí. *Miro a Verónica, ese libro decía algo de las familias.*
Norton: perfecto, cuanto más sepan de ellos mejor y por favor sigan las indicaciones de Claus aunque parezcan extrañas.
Verónica: *el desayuno termina entre pláticas incómodas y advertencias.*
Alex: volvamos a la habitación.
Claus: será lo mejor.
Verónica: *retomamos ese pasillo otra vez y ciertamente podríamos perdernos, esta casa es como un laberinto.
Alex: *Claus nos deja en la puerta, mete su mano en su bolsillo y saca una llave.* ¿Volverás a encerrarnos? *Asiente*. ¿Es para que no salgamos o para que algo no entre?
Claus: ambos.
Alex: *no sé su respuesta, pero la seriedad en su rostro lo dice todo y no pienso contradecirlo. Así que cierro la puerta, oigo el click del cerrojo. Esta situación me gusta cada vez menos.*
Verónica: ¿Claus se fue?
Alex: si
Verónica: por que no esperamos un rato, luego nos escabullimos y damos un recorrido por la mansion, asi descubrimos que ocultan.
Alex: no te molestes Claus cerró con llave.
Verónica: ¡qué! ¿volvió a hacerlo?
Alex: si, toma ese libro, vamos a ver que dice de esas familias.
Verónica: eso es lo único que te preocupa
Alex: prometiste hacerme caso
Verónica: lo sé pero...
Alex: sé que no lo crees. *Lo digo mientras miro el gran libro*. Yo tampoco quiero hacerlo, pero puede que haya más verdades en sus páginas de las que estamos dispuestos a admitir. *Tomo el libro y volvemos a la cama. Las espesas cortinas que bloquean la luz, le dan un ambiente nocturno a la habitación, como si acabara de anochecer.*
Verónica: ¿seguiremos leyendo el libro? ¿no tuviste suficiente anoche?
Alex: es mejor que veamos que dice sobre las familias de este pueblo.
Verónica: *al abrir nuevamente las páginas amarillentas del libro, nos encontramos con la primera familia los Reith.*
Alex: *el relato sobre esta familia es amplio, parece un cuento extrañamente familiar.*
La familia Reith no es numerosa, siempre ha habido no más de seis miembros, abuelos, padres, hijos. Por alguna entraña razón su número no crece, se mantiene y son remplazados con el tiempo con sangre nueva, pero la cantidad siempre prevalece. La gran mansión en la que viven es ostentosa, hogareña, llena de opulencia, debido a la posición que ocupan.
Pero en las noches es fría, sombría
y llena de misterios. Pero a pesar de todo es una familia bastante común, no hay muchas reglas en ese lugar. Solo una, nunca, nunca, sigas al conejo. Pero como todo, las reglas están hechas para ser rotas y ese era el caso de la pequeña Alicia Reith. Una niña risueña, alegre, de unos nueve años. Su cabellera rubia llena de risos añadía un toque alegre a aquel lugar. Su inocencia era algo fresco, algo que los secretos oscuros y sórdidos de aquel sitio no habían manchado, aún.
_ Hija no corras.
Decía su madre tratando de calmar la energía que parecía inagotable en la pequeña.
_ Mamá quiero jugar en el jardín.
_ Cuantas veces te lo he dicho, te he contado la historia de esta familia. Nada es lo que parece, no debes pasar mucho tiempo en el jardín, sé que es hermoso, que te invita a pasar las horas allí. Pero eres muy traviesa, no quiero que te pase nada, sobre todo en ese lugar.
_ Mamá no tiene sentido que un lugar tan lindo sea así de peligroso, quiero jugar.
_ No Alicia, obedece, quédate dentro de la mansión y si alguna vez, ves un conejo no lo sigas. Por favor Alicia recuérdalo siempre.
_ Si mamá lo sé, me lo has dicho como un millón de veces.
Una advertencia dicha por su madre, repetida hasta el cansancio, pero que caería en oídos sordos una vez que una criatura tan esponjosa como el algodón llamara la atención de la niña. Sus padres, sus abuelos, su hermano menor, siempre vigilaban con recelo. La tragedia no debía repetirse y a la vez era inevitable.
_ Papá, ¿qué haremos? Se acerca la fecha.
_ Lo sé hijo, cada malditos 20 años tenemos que pagar con sangre la posición que tenemos en este lugar.
_ Suegro, ¿no podemos hacer nada para romper este ciclo?
_ Si así fuera ya lo habríamos hecho.
_ Mamá, debemos hacer algo.
_ ¿Sabes cuántos de nuestros antepasados lo intentaron?, ninguno tuvo éxito. Solo encontraron la muerte más rápido y de una manera horrible.
_ Tu madre tiene razón, el pacto que hizo el fundador de nuestra familia no es posible romperlo. Nos condenaron a todos, tarde o temprano seremos arrastrados a esa madriguera.
_ No temo por mí, pero nuestros hijos.
_ Lo sé hijo, Alicia es pequeña y no entiende los riesgos. Debemos vigilarla, pero prepárense para lo peor.
_ No diga eso, suegro, es mi hija, mi pequeña.
_ Lo sé, pero puede ser peor acaso, ¿Escogerías cuál de tus dos hijos debes sacrificar?
_ Suegra, ¿cómo puede decir algo así?
_ Este es el destino maldito de esta familia, inevitablemente uno de los dos perecerá. Así como lo hizo mi hijo mayor, el gemelo de tu marido.
Mientras conversaban temas que reabrian viejas heridas, una pequeña muy curiosa se había escabullido en el jardín, incrédula ante las palabras de su madre. En su andar a hurtadillas había descubierto una gran apertura en el árbol que daba sombra a la gran mansión. Un escondite perfecto para hacerlo su nueva casa de juegos o al menos eso creía. Pero los Reith aún no eran conscientes del peligro en que se encontraba la niña. El pesar llenaba la mente de los adultos, se lamentaban por un futuro que no podían cambiar. Un futuro que les robaba la esperanza de envejecer juntos, ya que el fundador de esa familia llegó a Shadowvale con el anhelo de forjarse un futuro lleno de lujos. Miró la tierra abundante, próspera, llena de vida, y la reclamó como suya. Sin darse cuenta qué nada era lo que parecía, la tierra era basta, sí. Pero tenía un sutil hedor a muerte, era fértil, sus frutos exuberantes, apetitosos, pero no había señales de vida. Ni un solo animal en aquellas tierras llenas abundancia, solo montones de huesos corroídos, cubiertos por las raíces de las plantas, como el que barre la churre debajo de la alfombra para que no sea vista.