Lecciones De Amor

A Gabriela nunca le había parecido tan sexy un hombre en la cocina, Roberto si apenas se servía agua; Omar y los de los programas de televisión no contaban pero Leonardo se movía con una naturalidad que con tan solo calentar agua podía tenerla observando maravillada por horas. 

—¿Así te parece bien? —dijo mostrándole cómo había batido las claras de huevo. 

—Así están perfectas. 

Leonardo había propuesto ayudarle a preparar un nuevo pastel ya que el anterior se había quemado. Omar habla salido de casa y de alguna manera Gabriela había logrado sentirse más relajada junto a Leonardo, claro que sus miradas la seguían poniendo como una gelatina pero era una sensación agradable. 

—Bueno y como fue que supiste dónde vivo.

—No es nada que no pueda hacer un hombre con contactos —respondió contagiando a Gabriela con su risa. 

—No me digas que fue Andrea.

—Algo así. 

Mientras terminaban con la mezcla y se preparaban para llevarla al horno Gabriela se planteó la posibilidad de que Andrea tuviera razón, quizás Leonardo si estaba interesado en ella. Fue interesante definir sin éxito si estaba contenta ante la tentativa de un romance con él o asustada preguntándose qué podía ver un joven como él en una mujer como ella. 

—Sabes —dijo Leonardo introduciendo el recipiente con la mezcla en el horno —hace un rato mientras me preguntaba qué tan imbécil se tiene que ser para divorciarse de una mujer hermosa e inteligente como tú, me encontré esto. 

Leonardo sacó de su bolsillo el pendiente que Gabriela había estado buscando por días, ese que tenía pequeñas piedras blancas brillantes y en el medio una piedra un poco más grande de color verde, no eran sus favoritos pero si unos que usaba mucho. 

—¿Dónde lo… encontraste?

Gabriela se sintió tonta por preguntar y cayó en cuenta que lo había perdido aquella noche mientras se entregaba a la pasión de un desconocido que ya no era tan desconocido para ella. 

—No creí que fuera buena idea entregártelo mañana en la escuela. 

—Gracias, Leonardo. 

—Creo que Leonardo es un nombre muy largo —dijo él acercándose un poco más hasta quedar frente a ella, Gabriela pudo notar que de verdad era alto pero él no parecía tener la intención de intimidarla —puedes llamarme solo Leo. 

Gabriela sonrió ante la propuesta, su corazón se calentó ante la idea de que él estaba haciendo a un lado los límites porque en realidad estaba interesado en ella aunque eso también la asustó. 

—En ese caso, tú puedes llamarme solo Gaby. 

—Me parece muy bien. 

Su voz grave, aterciopelada y profunda le llamaba la atención además de su manera de hablar, le hacía parecer un hombre maduro, no un jovencito de… veintitrés, veinticuatro, Gabriela no sabía cuántos años tenía en realidad, no podía ser tan joven si ya había estado viviendo años solo en el extranjero. 

—Gaby, se que lo que te voy a decir sonará algo no sé, precipitado quizás pero desde la otra noche que tú y yo…he estado inquieto, bueno más bien desde esa mañana que me dejaste —. Gabriela comenzó a removerse nerviosa y a frotar sus manos una con otra quería alejarse y respirar aire fresco pero su cuerpo no respondía, era como si su cuerpo anhelara más de esa cercanía —No sé bien cómo decirte esto y quizás sea demasiado pronto pero… —Leonardo dió un paso más cruzando cualquier límite que aún pudiera haber entre ellos y tomando las inquietas manos de Gabriela entre las suyas se acercó lentamente hasta sus labios —yo estoy enamorado de ti. 

….........

—¡Mi hermosa maestra Gaby! ¡Buenos días!

La efusividad de aquel saludo le hizo dar un salto en su asiento tras su escritorio, estaba tan sumida en el recuerdo de aquel beso perfecto que no se dió cuenta de lo que pasaba a su alrededor, afortunadamente era temprano y los dos alumnos que habían llegado estaban afuera del salón. 

—Disculpame, te asusté —era vergonzoso admitirlo pero sí. 

—No, Rubén. Claro que no, solo estaba un poco distraída. Buenos días. 

—Bueno, qué te parece si para disculparme te invitó el desayuno de hoy. 

Rubén era un sujeto agradable, a Gabriela no le disgustaba, era un hombre maduro y bien parecido, aunque no era precisamente su tipo de hombre. Llevaba meses invitándole a salir y ella había aceptado algunas comidas o desayunos e incluso su compañía mientras esperaba a que comenzarán las clases pero solo por cortesía.

—No es necesario Rubén, no te preocupes. 

—Claro que no es molestia, preciosa. Para mí es un honor y un placer disfrutar de tu compañía.

En realidad si, tenía que reconocer que a veces si le disgustaba esas miradas que le daba, como si ella fuera solo un pedazo de carne y él un lobo hambriento. Claro que, Gabriela siempre tenía alguna excusa para negarse a aceptar sus avances. 

—Lo que pasa es que ya quedé de desayunar con Andrea. 

—Vamos Gaby, no creo que sea problema que le digas a Andy que irás conmigo a desayunar. 

—Bueno es qué yo…

La actitud de ese hombre se estaba tornando un poco demasiado insistente. Gabriela no era una persona del todo acertiva, y quizás Rubén ya lo había visto por eso sabía que solo era cuestión de insistir hasta doblegar su voluntad. 

—Es más, si quieres yo mismo hablo con ella y le explico, estoy seguro que no se negaría.

La sonrisa de Rubén era la clara muestra de que estaba a punto de lograr su objetivo, Gabriela lo noto y aunque se sintió incómoda y molesta por esa soberbia, no encontraba las palabras para deshacerse de él, estaba a muy poco de ceder. 

—¡Buenos días! 

Gabriela sintió un alivio acompañado de todas esas sensaciones que él le provocaba. Leonardo pasó por un lado de Rubén colocándose al lado de Gabriela interponiéndose justo en el medio. 

—Gaby, podrías ayudarme con las notas que te mencioné ayer. 

—Disculpa, ella está ocupada —dijo Rubén visiblemente molesto. Era la segunda vez que Leonardo se interponía. 

—No, de hecho tenemos quince minutos antes de comenzar con las clases —se apresuró a responder Gabriela.

Rubén abrió la boca para protestar pero Leonardo lo miró de una forma que dejaba en claro que él no se movería del lado de Gabriela. 

—Podría disculparnos, profesor. 

A pesar de ser más joven podía ser intimidante cuando se lo proponía, de forma inevitable, Gabriela se sintió tan atraída hacia él que si Rubén no hubiera estado ahí se habría pegado a su cuerpo y lo habría besado justo como el día anterior en su cocina mientras esperaban que el pastel saliera del horno. No tenía caso negarlo, ella también estaba enamorada de él.