La muerte llega para darte una segunda oportunidad
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En apuros
—Bien, dejemos de discutir — habló la madre de Manuel, con un tono que trataba de imponer calma.
Aquella noche era importante para los Carrasco. La gran señora, aunque contrariada, se esforzó por disimular su cambio de opinión hacia Regina. Y Regina, astuta, supo que no debía seguir alterando el ambiente.
—Cariño, dejemos que la gran señora reciba sus regalos a gusto. Voy al tocador… tú puedes ir a ver a los distinguidos invitados — dijo con una sonrisa estratégica, suave pero cargada de intención.
Manuel la entendió al instante. Ella estaba planeando algo, y claro que él cooperaría.
—Claro, querida. No tardes. Quiero que seas mi acompañante durante los negocios. Vas a ser mi esposa y mi mano derecha en el futuro — respondió con afecto, y un dejo de orgullo en la voz.
Desde una esquina, la madre de Manuel los observaba en silencio. Sus ojos se clavaron con reproche en su hija menor. Y Mar, al captar ese gesto, torció la boca con rabia y comenzó a guardar un poco de odio… hacia Eylin.
El trío se dispersó. Pero Eylin, decidida a no dejar escapar su presa, siguió a Regina hasta el tocador.
Regina se lavaba las manos, respiraba agitada. En su mente, ardían las ganas de despellejar —literalmente— a Óscar y a Estela. Pero debía mantener las apariencias.
—¡Regina! ¿Por qué lo haces? — reclamó Eylin, irrumpiendo como un trueno.
—¿Eylin? No entiendo — respondió Regina, con una descarada dulzura que sabía que iba a encenderla.
—Sabes que yo siempre quise estar con Manuel… pero tú… tú aceptaste su amor. ¿Nuestra amistad no significa nada para ti? — dijo, dejando caer unas lágrimas cuidadosamente planeadas.
Regina ya no iba a andar con rodeos.
—La que debería reclamar soy yo, ¿no crees? Sé lo que hiciste en la fiesta de compromiso.
—Así que ya lo sabes — Eylin sonrió con maldad venenosa.
—Sí, te drogué. Pero no esperaba que fueras tan fuerte como para resistir.
Y antes de que Regina pudiera moverse, ¡zas! Eylin sacó una jeringa de su bolso y se la clavó en el cuello. Regina logró empujarla… pero ya era tarde.
El líquido ya corría por sus venas. Efecto rápido. Fulminante.
De uno de los cubículos del baño… emergió Horacio Cabello.
—¡Sácala rápido! Esta droga es más efectiva que la pasada — rugió Eylin.
Regina apenas logró murmurar:
—Tú…
Y todo se oscureció.
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Mientras tanto, en el banquete, todo seguía su curso. Pero Manuel notó que su esposa aún no regresaba. Demasiado tiempo. Algo no cuadraba.
Le envió una señal sutil a su asistente, José.
José se movió como una sombra. Entró a la sala de control. Y entonces, lo vio.
—Señor… la señora está en peligro. Ya contacté al equipo de rastreo. Solo espero las coordenadas — susurró con tensión en el auricular.
—Bien. Ya salgo. Te veo en el estacionamiento — respondió Manuel, con la voz convertida en hielo.
Presionó una secuencia en el ascensor. Se abrió un compartimiento secreto. Dentro, un traje de motociclista de élite. José ya lo esperaba con el casco y las llaves.
—Lleva el auto. Sabes qué hacer.
Manuel arrancó. En el casco, las coordenadas. Su esposa estaba en peligro, y él iba por ella.
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En otro lado de la ciudad, en un auto, Horacio llevaba a Regina inconsciente en sus brazos.
—Date prisa. No dudo que ya se hayan dado cuenta — dijo nervioso.
Llegaron a un hotel de clase media. Soborno. Puerta cerrada. Habitación preparada.
Horacio comenzó a desnudar a Regina, pero no contaba con lo que venía…
¡PUM!
La puerta se abrió de golpe. Y una patada lo lanzó contra la pared.
Era Manuel.
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Abajo, José lidiaba con el recepcionista tembloroso. La policía ya estaba allí. Horacio fue arrestado entre gritos y resistencia.
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Y lejos de todo eso… Eylin buscaba a Manuel. Pero no lo encontraba por ninguna parte.
—Mar, no he visto a Manuel por ningún lado… ¿sabes dónde está? — preguntó, fingiendo naturalidad.
—Ya se fue. La cuñada se sintió mal y se marchó temprano — mintió Mar, todavía dolida.
Eylin, ahora más inquieta, se apartó a una esquina. Intentó llamar a Horacio… pero nada. No contestaba.
Ansiosa, le escribió:
> \= Manuel se ha ido. Más vale que te escondas. Hoy debes hacer tuya a esa perra de Regina. \=
José, al ver el mensaje, se lo entregó a las autoridades.
Y los agentes con rostro serio, prometieron:
—Este asunto será tratado con toda la seriedad que merece.