La Emperatriz Bruja.

En la habitación de la princesa, Maribel esperaba a que su hija despertara, puesto que el médico dijo que pronto lo haría. Luego de una larga siesta, Leonor abrió los ojos y, al ver el rostro de sufrimiento de su madre, se reprochó internamente por estar jugando con sus sentimientos. Sin embargo, pronto recordó el objetivo final de todo ese teatro. Sin pensar más en ello, dijo:

—Madre...

Maribel levantó la mirada y, al ver el rostro de su hija, sonrió con lágrimas en los ojos y respondió:

—Leonor... —las lágrimas comenzaron a brotar mientras la abrazaba—. No sabes lo asustada que estaba.

—Lo siento, madre...

—No, cariño, perdóname tú a mí por no haberte cuidado como debía...

—No. Esto no es tu culpa. Pronto sabremos quién es el culpable y, lo juro por la diosa, haré que pague.

—No te preocupes por eso ahora, mi niña. Pronto tu padre se hará responsable de quien intentó acabar con tu vida.

Leonor no dijo nada más, pero pensó que si su padre, aun sabiendo toda la verdad, no actuaba, ella encontraría la manera de que la emperatriz pagara por todos sus delitos. Ese mismo día, su tío le había enviado una carta contándole todo lo que había averiguado sobre la sirvienta y su conexión con la emperatriz. Él estaba buscando pruebas para poder enterrar a Soledad y, así, por fin librarse de esa bruja.

Por otro lado, el príncipe Mauricio también la había visitado y le había contado que su padre se estaba encargando personalmente del caso y que había puesto a la capitana Milton al mando de la investigación. Esto dejó a Leonor algo más tranquila, ya que confiaba plenamente en su maestra.

***

En la oficina del emperador, luego de que Sara le mostrara toda la información, Maximus la miró, completamente enfurecido, y dijo:

—¿Cómo es posible que me haya engañado todos estos años? ¡Voy a acabar ahora mismo con esa mujer...!

De pronto, las puertas de la oficina sonaron, y, tras recibir el pase, un soldado ingresó, tocándose la nuca con nerviosismo.

—Lo siento, majestad, pero he venido a buscar a la capitana.

—¿Qué sucede, soldado?

—Fuimos atacados, y en el proceso se llevaron a la sirvienta...

Sara volteó a mirar al soldado con enojo y espetó, furiosa:

—¿Cómo es esto posible?

—No lo sé. Nos tomaron por sorpresa; de pronto, hombres vestidos de negro surgieron de las sombras. No pudimos hacer nada...

—Lo siento, majestad. Esto fue culpa mía. No debí dejar a la prisionera sola.

—No te preocupes, Sara —dijo el emperador, con tono gélido—. Creo que sé quién puede saber dónde está la prisionera. Vamos. Iremos a visitar a mi esposa...

Sin más, ambos partieron rumbo al palacio de la emperatriz. Al llegar, el emperador Maximus ingresó sin ser anunciado. Al entrar en el salón, se encontró con la emperatriz y su hijo celebrando. Soledad, al ver a su esposo, borró su sonrisa de inmediato y, dejando su copa de vino, dijo:

—¿Esposo? No esperaba tu visita...

—Puedo notarlo... Pero díganme, ¿qué estamos festejando?

David sonrió, algo nervioso, y respondió:

—Padre, ¿cómo se te ocurre pensar que celebramos algo? Solo estábamos tomando una copa de vino para calmar un poco el nerviosismo de madre. Todo lo que pasó con mi hermana la tenía muy triste, y más aún por cómo la echaste de su palacio...

La emperatriz siguió el juego de su hijo y, fingiendo estar afligida, dijo:

—¿Cómo se encuentra la princesa?

La capitana miró a la mujer con burla, y estaba a punto de contestar, cuando escuchó algo que la detuvo.

Maximus tomó asiento y, mostrándose lamentable, dijo:

—El médico imperial afirma que el antídoto no llegó a tiempo y... —bajó el rostro antes de continuar— Es probable que jamás despierte.

Tanto la emperatriz como el príncipe cruzaron miradas. La primera, tratando de controlar su felicidad, dijo:

—Oh... esposo, esta es la peor noticia que me pudiste haber dado... Y ahora, ¿qué pasará...?

—¿A qué te refieres, Soledad?

—Digo... Tal vez no es el momento, pero hay que nombrar a un heredero. Es necesario en estos momentos...

—Tienes razón —dijo Maximus.

La emperatriz miró a su hijo con entusiasmo y, con la mirada, le indicó que hablara. David, obediente, dijo:

—Padre, para mí sería un honor...

Maximus los miró a ambos con aparente dolor y dijo:

—No es el momento. No voy a rendirme. Buscaré al mejor médico o mago que pueda revertir la situación de mi hija.

Soledad arrugó el dobladillo de su vestido, conteniendo su ira, y dijo:

—Tienes razón, esposo. Lamento mi imprudencia. Por cierto, ¿ya encontraron al responsable de todo esto?

—No. Y la única pista que teníamos acaba de escaparse de nuestras manos.

La emperatriz sonrió internamente, pero pronto escuchó algo que la hizo tensarse:

—Creo que esto es obra del príncipe de Zenda. Ese maldito llegó justo cuando todo esto ocurrió. Me parece demasiada casualidad... Y yo permití que se quedara en mi imperio.

La emperatriz se sintió orgullosa de sí misma: todo estaba saliendo mejor de lo que había planeado. Recuperó su compostura y agregó:

—Esposo, no quiero agregar sal a la herida, pero yo te lo advertí y no quisiste escuchar.

—Tienes razón, Soledad, tú me lo advertiste —dijo Maximus.

El emperador, viendo que la alegría de la mujer ya no podía ser contenida, añadió:

—Es por eso que no perderé la esperanza de que mi hija despierte, y cuando eso ocurra, ambos le daremos a ese príncipe su merecido.

—Espero que eso sea pronto, esposo.

—Yo también. Bueno, será mejor que me retire; esto me tiene muy cansado.

—Claro, ve tranquilo, padre.

Tanto la capitana como el emperador se marcharon, dejando solos a la emperatriz y su hijo. Cuando estuvieron a solas, Soledad dijo:

—Tenemos que terminar con lo que empezamos. No podemos permitir que esa bastarda despierte y arruine esta oportunidad.

—¿Qué planeas hacer?

—Bien, lo que haremos será lo siguiente...

***

Mientras el emperador y la capitana regresaban a su palacio, Maximus empezó a lanzar golpes y patadas al aire.

—¡Maldita bruja! ¡No puedo creer que fui tan idiota...!

Sara se adelantó unos pasos y dijo:

—¿Qué planea hacer? Jamás lo vi mentir así.

—Voy a dejar que crea que ganó y, cuando esté saboreando la victoria... la destruiré.

—Tiene que decírselo a su hija y a la reina. La emperatriz no es tonta; enviará a alguien para corroborar el estado de la princesa.

—Ya tengo contemplada esa posibilidad. Y sí, hablaré con mi hija.

—¿Qué hará con el príncipe? Es obvio que él también está implicado en todo esto.

—Eso lo veré después. Un traidor a la vez...

El emperador siguió su camino, mientras la capitana solo sonreía. Por fin su amigo despertaba y se daba cuenta de la clase de víbora que era su esposa...