una historia llena de Romance, amor a primera vista con mucha complicidad emocional
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¡¿Confiar en Usted?!
CAPÍTULO TRECE: ¡CONFIAR EN USTED!
Emiliano Ferrer
Llegamos a la sala y ahí están los padres de mi hermosa novia. Me encuentro un poco ansioso y quizás algo nervioso, pero seguro de lo que quiero y de lo que estoy dispuesto a hacer para que nuestra relación sea formal, principalmente ante ellos, o el resto del mundo si es necesario. Quiero demostrarles que deseo una relación con su hija, que la quiero, que la amo.
Antonella se mueve a mi lado, sigue agarrada de mi mano, aprieta un poco. La siento nerviosa también; su mano la siento un poco mojada, producto del sudor que genera por sus nervios.
—Buenas tardes, señor y señora Salvatore. Un placer conocerles, gracias por la invitación y por aceptar que entre a su hogar —digo, tomando la iniciativa.
Me suelto de Antonella y voy hasta donde está el señor Salvatore. Extiendo mi mano en forma de saludo y presentación.
—Emiliano Alexandro Ferrer Sposti —digo.
El señor me ve y no sé cómo descifrar su rostro. No está serio, pero tampoco sonríe. Es como si estuviera analizando mis actos, y me parece bien que lo haga. Quizás en su posición no sabría qué hacer si mi hija me presenta a su novio; en fin, ese es otro tema.
—El gusto es mío, señor Ferrer. Pase, tome asiento —responde.
A un lado está la señora Salvatore, también le extiendo mi mano.
—Un gusto volver a ver, señora. Nuevamente, gracias por la invitación.
—Bienvenido —dice ella.
Me señala el sofá y tomo asiento donde me indican. Junto a mí se sienta Antonella; agarro su mano y entrelazo nuestros dedos.
Miro al frente y carraspeo un poco.
—Antes que todo, quiero decirles que Antonella y yo tenemos una relación. Somos novios y llevamos poco tiempo de serlo. Deseo que me den la oportunidad de conocerme y demostrarles que quiero lo mejor para ella y que mis intenciones son buenas. No pretendo aprovecharme de ella; quiero demostrarle cuánto la amo y lo que estoy dispuesto a dar por ella, por su amor incondicional.
Solo espero que disculpen mi sinceridad y honestidad. La verdad es que soy una persona que no se anda con tantos rodeos y me gusta ir al grano.
Antonella está en silencio, pero no deja de mirar de un lado a otro, esperando una respuesta del señor o la señora Salvatore.
—Agradezco tu sinceridad y honestidad. Nuestra hija ya nos adelantó y no me queda más que apoyarla en su decisión. Confío en ella y en sus capacidades; si ella lo aceptó, que entre a su vida, por algo será.
Con la misma sinceridad, le digo que espero que haga feliz a mi niña. No porque sea mi hija, sino porque ella es una buena mujer, con un corazón enorme. Les hemos enseñado respeto, valores y responsabilidades. Merece un hombre que la quiera, la ame y, si es posible, que dé la vida por ella. Le daré un voto de confianza, señor Ferrer; no me decepcione, no la decepcione.
—Agradezco su sinceridad. No lo decepcionaré; estoy dispuesto a todo —respondo, sintiendo que la presión aumenta.
Me doy cuenta de que Antonella y su madre no han dicho una sola palabra.
—Gracias, papá, es muy importante para mí tu aceptación —dice Antonella, con una voz temblorosa.
—Pasemos al comedor, por favor; el almuerzo se enfría —anuncia el señor Salvatore.
Todos nos levantamos. Dejo que el señor y la señora Salvatore sigan hacia donde parece el comedor. Me detengo; Antonella me mira.
—¿Qué pasa? ¿Sucede algo? —pregunta, preocupada.
Ahora me doy cuenta de que dejé la botella de vino en el auto, y algo más.
—Sí, dejé algo en el auto. Salgo de regreso de inmediato —esbozo una sonrisa—. No suelo ser olvidadizo, pero quizás los nervios me traicionaron.
—¿Nervioso? ¡Tú! Estás bien, amor. Ve, ¿o quieres que vaya contigo? —me pregunta, con una mirada comprensiva.
—¡Sí! Lo estoy. Vamos. Salimos de casa y, en el momento en que llegamos al auto, antes de sacar lo que tengo allí, giro su rostro con ambas manos y le doy un beso ferviente y necesitado. Andaba en cómo su boca movía mi cabeza de un lado a otro; Antonella sigue los movimientos. Ambos soltamos gemidos. Suelto sus labios; tenemos la respiración agitada por falta de aire en nuestros pulmones.
—Necesitaba hacer esto. Allá adentro, delante de tus padres, no lo podía hacer —le digo, sonriendo.
—También lo quería —responde ella, sonriendo—. Vamos, apúrate, no lo hagamos esperar.
Saco la botella de vino, tomo una rosa y una caja de chocolates.
—Una bella flor para mi mujer más hermosa. Espero que te gusten los chocolates preciosos —digo, entregándole los regalos.
Ella ensancha más su sonrisa al ver lo que le traje. Amo verla sonreír; de hecho, amo todo de ella. Me da las gracias con un beso corto.
Entramos a casa directamente al comedor, y ahí están sus padres sentados. Tomamos asiento.
—Ya estamos aquí, papá, mamá. Emiliano nos trajo vino —anuncia Antonella.
Ellos asienten y sirven. Se trata de uno de los platos míticos de la comida italiana: lasaña. Percibo el olor delicioso que emana la lasaña. Cuando cortan un trozo, se ve deliciosa; instantáneamente, siento que tengo hambre.
—Buen provecho para todos —dice el señor Salvatore.
Llevo el tenedor a mi boca y, al sentir el sabor en mi paladar, es placentero y emito un sonido.
—Mmm… delicioso. Disculpen, pero está muy bueno. Nunca antes había probado una lasaña tan deliciosa.
—Qué gusto saber que le ha gustado, señor Ferrer. Antonella y yo lo hicimos con mucha dedicación; nos encanta cocinar —responde la señora Salvatore.
—Solo díganme Emiliano, por favor —aclaro.
Todos comemos en un silencio cómodo y tomamos el vino. Veo que les ha gustado; es uno de los mejores.
—Dígame, ¿está usted consciente de dónde pertenecemos nosotros? Aparte, ¿usted es el jefe? ¿Están de acuerdo sus padres? ¿Qué opinan sus papás de eso? —pregunta el señor Salvatore, con un tono serio.
—¡Mamá! —interrumpe Antonella.
Lo sabía; tanto silencio no era bueno. Pero bueno, entiendo y comprendo su posición.
—Eh… sí, lo sé. La diferencia social no me impide amarla, tampoco me importa. Si tiene su estatus social, rico, pobre, millonario, sé que soy hijo único y pertenezco a una familia reconocida de Roma. Amo a Antonella con todo lo que tengo.
Sé que como jefe debo dar el ejemplo, porque las políticas de la empresa no permiten relacionarse entre empleados. Dentro de la empresa, nadie sabe de nuestra relación todavía; no la oculto ni la quiero ocultar. Al llegar el momento de hacerlo saber, seremos profesionales. Voy a buscar una solución porque no estoy dispuesto a perderla por nada del mundo.
La miro, le sonrío y devuelvo la vista a ellos.
Con respecto a mis padres, todavía no la conocen; ellos están al tanto de mi relación. Les conté de ella, solo falta que la lleve a que la conozcan. De hecho, los invito, así puedo presentarlos a todos. Ustedes digan el día.
Espero que ellos queden conformes con mi extensa explicación.
—Veo que usted está claro y decidido. Voy a creer en su palabra. Deseo de todo corazón que no me decepcione y, sobre todo, que no le rompa el corazón.
Las conversaciones fueron más amenas después del almuerzo. Nos dirigimos a la sala y tomamos café. Seguimos hablando de trivialidades.
—Fue un placer compartir con ustedes —digo, sintiéndome más relajado.
—El placer fue todo mío. Gracias por permitirme estar aquí —responde el señor Salvatore.
—Igualmente, bienvenido a la familia —dice la señora Salvatore.
—Gracias, papá, mamá. Los amo —dice Antonella, abrazándolos.
Mi principessa los abraza y les dice cuánto los quiere; se ve que son muy unidos.
Ellos se van, dejándonos solos.
—Quedamos solo nosotros, amor —digo, acercándome a ella.
Rodeo su cuerpo con mis brazos, meto mi cara en el hueco de su cuello y respiro su aroma, soltando varios besos en el mismo.
—Sí, al fin —le digo entre susurros.
—Ven, vamos a sentarnos —me invita Antonella.
—Disculpas a mi mamá, por favor. Ella no suele ser así.
—No te preocupes, hermosa. Comprendo que quieran protegerte y cuidar de ti. Me alegra saber que tienes unos padres protectores; se ve que te aman.
—Sí, soy única hija; me sobreprotegen.
—Eso está bien. Cuando yo no esté, estarán ellos por mí, o viceversa.
—Quiero salir e ir a mi casa al cine esta noche —dice Antonella.
—Eh, amor, tengo una invitación esta noche. Mi amiga Mónica dijo que van a inaugurar un club nuevo. ¿Qué crees? Acepta, pero tengo una idea: ¿qué tal si nos acompañas?
Ella me mira atentamente; ya había puesto una cara de decepción, pero al escuchar la invitación, sus ojos brillaron de felicidad.
—¿Estás segura de que quieres que vaya? No quiero ser inoportuno en tus planes.
—Claro, ¿por qué dices eso? Jamás me molestaría, menos si estoy contigo. Así no me aburro; no suelo ir a esos lugares.
No quise hacerle un desaire a Mónica; también es un buen momento para que se conozcan.
—Está bien, ¿paso por ti?
—No, Mónica viene por mí. Nos vemos en el club, que se llama “NIGHT CLUB”.
—Antes de las nueve estamos allá.
—Perfecto, sé cuál es; he escuchado de él. Voy a comunicarme con Marcos.