Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 13: Estoy embarazada
La luz del amanecer se filtraba suavemente entre las cortinas de la suite presidencial.
Alfonso no necesitaba alarma: su disciplina lo había acostumbrado a despertar siempre a las seis, aunque hubiera trasnochado.
Sintiendo el calor del cuerpo de Abril acurrucado contra él. Su respiración era tranquila, casi infantil, y un mechón de su cabello caía sobre su rostro.
Por un instante, Alfonso solo la observó en silencio. La noche había sido intensa, un torbellino de emociones y descubrimientos, pero ahora lo que sentía era distinto: no solo deseo, sino una extraña necesidad de protegerla de todo y de todos.
Con delicadeza apartó el mechón de su rostro y acarició su mejilla con el dorso de la mano.
Abril se movió un poco, murmurando su nombre entre sueños, lo que arrancó una sonrisa orgullosa de Alfonso.
Abril estaba enredada en él como un pulpo
—Será difícil dormir así toda mi vida, pequeña… —murmuró antes de empezar a llenarla de besos.
Ella, medio dormida, se aferró más a él.
—Solo un ratito más… —balbuceó con voz somnolienta.
Alfonso sonrió, pero no tardó en amenazarla con tono juguetón:
—Abril Arias, si no te levantas ahora mismo, el lobo malo te comerá otra vez.
Abril abrió un ojo y se incorporó lentamente, con una mueca pícara y un gesto de dolor en su cuerpo.
—Eres como el cerdito del cuento, solo piensas en trabajar y trabajar —rezongó—. Jefe, anoche fui explotada… así que su mejor elemento empresarial se tomará el día libre. Y exijo que me cargues en tus fuertes brazos para llevarme a la ducha.
Se cruzó de brazos, desnuda, con un puchero caprichoso que a Alfonso le desarmó el autocontrol. No pudo resistirse: como un león hambriento se abalanzó sobre ella.
—Te lo advertí, pequeña —susurró antes de devorarle los labios y hundirse en su cuerpo otra vez.
Después de una nueva y ardiente entrega, Alfonso cumplió su “orden” y la llevó a la ducha, para luego dejarla descansando en la cama recién tendida por el personal de limpieza.
La cubrió con las sábanas, acariciándole la mejilla con una ternura que lo sorprendía a sí mismo.
Unos golpes en la puerta interrumpieron el momento. Al abrir, encontró a Boris cargando varias bolsas de ropa, con una sonrisa burlona.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó Alfonso, entornando los ojos. Conocía muy bien esa expresión en su asistente.
Boris, con calma fingida, metió las manos en los bolsillos y respondió:
—Pues… los medios ya anunciaron el regreso triunfal del playboy más amado de la ciudad.
Alfonso se quedó inmóvil. Cerró de golpe la puerta en su cara y corrió a buscar su teléfono. Lo encendió y en cuestión de segundos, una avalancha de notificaciones inundó la pantalla: llamadas de su abuela, de su madre… y también de Paula.
En redes sociales, los titulares lo exponían sin piedad:
“El regreso del CEO Playboy”
“¿Quién es la nueva conquista de Alfonso Brescia?”
“¿Se acabó la época dorada de Paula Navarro?”
Con rabia, cerró sus redes y llamó a su abuela, dispuesto a recibir un sermón. Pero, para sorpresa suya, María estaba feliz: ella sabía perfectamente quién era la mujer que su nieto había cargado en brazos.
Mientras tanto, en la mansión Brescia, Aurora lanzaba la revista que acababa de leer contra la mesa.
—Esto es inaceptable. El heredero de la mejor familia no puede rebajarse con cualquier ramera que se cruce en su camino. Catalina es la indicada para ser su esposa —dijo con el ceño fruncido.
Néstor, sereno, sorbía su café sin alterarse. No estaba de acuerdo con los comentarios de su esposa, pero no quería discutir. Hablaría con su hijo en privado. Sabía que Alfonso debía casarse por amor, no por imposición.
Muy lejos de allí, Paula también recibía la noticia. Despertó en la habitación de un hotel junto a su manager, con la cabeza adolorida tras una noche de excesos.
El teléfono vibraba sin parar: mensajes, etiquetas en redes, burlas de otras modelos. La humillación era insoportable.
Desde hacía meses se jactaba de ser “la mujer del CEO”, usando ese título para pisotear a las demás.
Ahora esas mismas modelos celebraban su caída.
—Maldita sea… —gruñó, caminando de un lado a otro con el cabello revuelto y la mano en la cintura—. Esa cualquiera no me lo quitará. Yo tengo un as bajo la manga… un hijo es un lazo que nunca se rompe.
El manager, aún adormilado, la miró desde la cama.
—Tranquila, Paula. Alfonso siempre regresa. Todos estos años ha repetido el mismo patrón.
Paula sonrió con frialdad, sus ojos brillando con malicia.
—Alfonso debe saber cuánto antes que vamos a tener un hijo. No permitiré que una cualquiera me lo arrebate. El puesto de señora Brescia es mío. Cancela mi agenda… hoy mismo regresamos.
En su mente, sin embargo, la decisión era oscura: aquel embarazo no era más que un recurso. Un escudo que usaría para retener a Alfonso… y que podía desechar en cuanto ya no lo necesitara.
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El fin de semana había comenzado, hoy solo trabajaban medio día. Abril llegó a la empresa radiante, saludando a todos con simpatía. Dejó sus cosas en el escritorio y, como de costumbre, entró sin tocar en la oficina de Alfonso.
Desde que eran pareja, tenía pase libre a cada rincón del imperio Brescia.
—Buenos días, mi amor. Aquí está la agenda de hoy —dijo con una sonrisa.
Alfonso giró la silla, la tomó de la cintura y la sentó en su regazo.
—Buenos días, mi pequeña… cada día amaneces más hermosa —susurró antes de besarla apasionadamente.
El momento se rompió de golpe cuando la puerta se abrió de par en par. Paula apareció, con los ojos rojos y el rostro desencajado. Su furia se sentía como un látigo en el aire.
—¡Maldita zorra, aléjate de mi novio! —gritó, avanzando como una fiera dispuesta a arrastrar del cabello a Abril.
En un segundo, Alfonso levantó a Abril de su regazo y la colocó detrás de él.
Su mirada helada se clavó en Paula.
—Atrévete a tocarle un solo cabello… y juro que tu cabeza rodará en esta oficina. Tú y yo nunca fuimos nada, Paula. Lo dejamos claro desde el inicio: no soy tu novio ni lo seré. La mujer que ves aquí, ella sí es mi novia… mi futura esposa.
Paula palideció.
—No… no puedes hacerme esto. Esa mocosa te engaña, ¡solo quiere tu dinero! —sollozó, pero al ver la sonrisa burlona de Abril, perdió el control—. ¿Qué le hiciste, maldita? ¡Eres una ramera manipuladora!
Abril, erguida y desafiante, se colocó al lado de Alfonso, alzando el mentón con una sonrisa de triunfo.
—Ay, querida… no te compares conmigo. Tú naciste para ser amante, mujer de unas cuantas noches. Yo nací para ser esposa, dueña de todo lo que él tiene —respondió con veneno en la voz.
Hizo una pausa y añadió con malicia—: Y créeme, lo que le hago yo, lo hago mejor que tú.
—Basta, Paula. Retírate. Mis aventuras se acabaron. Ahora tengo novia… y la respeto —sentenció Alfonso, tomando la mano de Abril.
—¡Alfonso! ¡Tienes que escucharme! —gritaba Paula, con lágrimas calculadas y un tono de víctima que contrastaba con el fuego en sus ojos —¡Estoy embarazada, Alfonso! —soltó de golpe, mirando a Abril de reojo con una sonrisa venenosa—. Y tú eres el padre.