Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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LA VERDAD OCULTA
05:00 AM
EL INICIO de la mañana caía sobre la costa italiana, tiñendo de oro
las paredes de la mansión Bianchini.
El aire olía a mar y a secretos antiguos.
Fernanda estaba en su habitación, sentada junto a la ventana, acariciando
el borde de un libro viejo que había pertenecido a su madre.
Era uno de los pocos objetos que había logrado conservar desde su infancia.
Aquel día, sin embargo, no se trataba de recuerdos, sino de verdades.
Algo dentro de ella ardía, una necesidad de entender el mundo que la había
atrapado, de saber por qué todo lo que amaba parecía desmoronarse ante sus ojos.
En su búsqueda silenciosa por encontrar sentido a todo lo que estaba viviendo, Fernanda
decidió irrumpir en el viejo estudio privado de Nicolaok.
Años atrás, ese lugar había sido un santuario de secretos para él.
Pero ahora, en medio del vacío y la tensión creciente, ella se atrevió a buscar respuestas.
Con pasos silenciosos, cruzó el pasillo y empujó la puerta del estudio.
Una tenue luz se filtraba por la ventana, iluminando apenas los muebles oscuros
y las estanterías repletas de libros.
El escritorio estaba cubierto de polvo, como si nadie lo hubiera tocado en semanas.
Abrió uno de los compartimentos inferiores del escritorio y halló una
carpeta marcada con un símbolo antiguo: el escudo de los Bianchini.
Dentro, no encontró lo que esperaba. Ni pruebas de traición, ni información de guerra.
Lo que encontró fue un conjunto de cartas, registros de cuentas
fotografías antiguas que hablaban de alianzas,
de pactos rotos y de nombres que ella no reconocía.
Una carta en particular, sin firmar, llamaba la atención. Hablaba de una herencia peligrosa, de
una mujer marcada desde su nacimiento y de enemigos ocultos
que no venían ni de Italia ni de Rusia, sino de otra parte de Europa.
Un juego más grande del que Fernanda había imaginado.
—¿Qué significa esto?
susurró, con el papel temblando entre sus dedos.
Se sentó en el suelo, rodeada por los documentos.
Uno de los nombres que se repetía era "Abramovich". Y no era una sorpresa.
Alexander y Dmitry, los viejos amigos de su madre, siempre habían insistido en llevarla a Rusia.
Siempre le hablaban de la herencia de su madre, del legado Romanov, y de la necesidad de
reclamar su lugar. Pero nunca le habían dicho exactamente qué implicaba eso.
Ahora, leyendo aquellas palabras, entendía que el legado Romanov no era solo un título simbólico.
Era una amenaza. Una deuda. Un blanco en la espalda.
Fernanda sintió un escalofrío recorrerle la columna.
¿Era posible que la estuvieran usando?
¿Que incluso aquellos en quienes más confiaba tuvieran agendas ocultas?
Pero se obligó a sí misma a frenar esa línea de pensamiento
Habían arriesgado mucho por ella, incluso sus propias vidas
Habían enfrentado al poder de los Bianchini para intentar rescatarla, para
protegerla cuando nadie más lo haría. Dudarlos sería traicionar lo que su
madre le enseñó: la lealtad se reconoce en los actos, no en los documentos.
Su mente regresó a una conversación con Dmitry, semanas atrás, cuando él le
dijo: "Tu madre confiaba en nosotros.
Moriríamos por ti, como por ella".
Aquella frase resonó ahora con más fuerza, mientras
sostenía papeles llenos de nombres que no conocía.
El peligro no venía de Rusia, no venía de su herencia, sino
de los enemigos ocultos que querían esa herencia, que querían
manipular el poder del legado Romanov para su propio beneficio.
Quienes fueran, estaban moviéndose desde las sombras. Estaban cerca. Demasiado cerca.
Se puso de pie lentamente. Su mente repasaba cada
conversación, cada gesto de Alexander, cada mirada de Dmitry.
No había señales evidentes… pero tampoco había garantías.
Aun así, ellos eran los únicos que nunca habían buscado atarla, ni dominarla.
Le ofrecían la libertad de decidir, de ser ella misma. Le ofrecían una vida fuera
de las jaulas de mármol y los silencios obligados. Eso valía más que cualquier papel.
Cerró la carpeta y la guardó de nuevo donde la había encontrado.
Por ahora, no podía dejar que Nicolaok supiera que había estado allí.
El equilibrio era frágil, y cualquier movimiento en falso podía costarle la vida.
Regresó a su habitación y encendió la lámpara de su escritorio.
Esa noche, antes de dormir, escribió en su diario personal:
"He descubierto fragmentos de un rompecabezas más grande.
Nada apunta a los Bianchini como asesinos de mi madre, pero
tampoco puedo ignorar que hay fuerzas ocultas intentando usarme.
Alexander y Dmitry siguen siendo mi único refugio en este mar de fuego.
Isabella es la única persona que tengo cerca en quien realmente puedo confiar.
Pero si esto crece, si esta verdad se filtra… ninguno de nosotros estará a salvo."
Dejó caer la pluma sobre el escritorio, respirando con dificultad.
Sus pensamientos eran un remolino de emociones, de sospechas contenidas,
de amor enterrado en dolor y miedo. El viento soplaba contra la ventana,
como si el mundo también murmurara advertencias. Cerró el diario y apagó la luz.
Los fantasmas del pasado ya no eran solo memorias: eran piezas activas en el tablero.
Y ella estaba en el centro del juego. Ya no se trataba solo de sobrevivir, sino de entender,
de anticipar, de tomar control. Era hora de prepararse. Porque pronto, el pasado llamaría a la puerta…
y Fernanda no pensaba abrirla con las manos vacías. Esta vez, respondería con fuego.
Cuando Nicolaok volvió 3 horas después, con olor a humo y pólvora, no notó nada distinto en ella.
Niicolaok: ¿Dormiste?
preguntó.
—Fernanda: No
espondió Fernanda, sin mentir.
—Nicolaok: Ven
ordenó.
Ella lo siguió hasta el comedor. EL desayuno estaba servida, la mesa decorada
Él le sirvió vino. Ella lo bebió sin dudar.
—Nicolaok: Hay traidores cerca
dijo él mientras cortaba un pedazo de carne
—. Ya encontré al informante que ayudó a tu amiga Isabella.
Lo atraparé pronto. No podrá huir para siempre.
Fernanda no respondió.
Cuando terminaron de desayunar, él la llevó de la mano a la habitación.
La desnudó lentamente. Fue suave esa noche. Pero la confundía
La luz de la mañana se colaba por las cortinas blancas, bañando la
habitación en un dorado
suave que contrastaba con el caos de la noche anterior.
Fernanda descansaba sobre el pecho de Nicolaok, aún sin decir palabra, con
el cuerpo adolorido y la mente más agotada que nunca.
Él acariciaba su espalda lentamente, con esa calma cruel que tanto la desquiciaba.
—Nicolaok: ¿Por qué no apretaste el gatillo?
La pregunta la hizo parpadear, rígida.
—Fernanda: ¿Qué dijiste?
susurró, sin mirarlo, como si no hubiera oído bien.
Nicolaok soltó una leve risa ronca.
—Nicolaok: Anoche. Ante de yo recibir la llamda... Te levantate de la cama, volviste …
me apuntaste mientras creías que dormía. Yo me moví. Quería ver hasta dónde llegarías.
El corazón de Fernanda se disparó.
—Nicolaok: Pude sentirte… el frío del cañón, tu respiración temblorosa.
Ella apretó la mandíbula, clavando la mirada en un punto invisible de la pared.
—Fernanda: No fue miedo
dijo, seca.
—Nicolaok: Entonces, ¿qué fue?
Hubo un silencio tenso. El único sonido era el
suave golpeteo del corazón de Nicolaok bajo ella.
—Nicolaok: Dime, Fernanda… ¿fue lástima?...
¿O amor?
Ella se incorporó un poco, mirándolo a los ojos con furia contenida.
—Fernanda: Fue odio. Y todavía lo siento.
Nicolaok sonrió, satisfecho.
—Nicolaok: El odio es bueno. Significa que sigues viva.
Y mientras volvía a rodearla con sus brazos, Fernanda entendió
que ese hombre no solo la poseía físicamente, sino que también
comenzaba a envenenar cada rincón de su alma.