Tu Eres Mi Último Aliento

Estaba sentado en esa silla incómoda del consultorio del doctor Velázquez, con las manos frías entrelazadas sobre mis rodillas. El sol de la tarde entraba por la ventana, iluminando motas de polvo que flotaban como partículas de tiempo suspendido. A mi lado, John Vázquez hablaba con esa voz calculadora que siempre usaba en sus negocios.

—La cirugía es la solución más eficiente — decía mientras jugueteaba con su anillo de sello. —Si eliminamos la marca ahora, Damien podrá rehacer su vida sin este... obstáculo.

Sentí cómo la palabra "obstáculo" me atravesaba el pecho, pero mantuve la mirada fija en mis manos. Mis uñas se clavaron levemente en mi propia piel, dejando medias lunas rojas que desaparecerían en minutos.

El doctor Velázquez suspiró, pasando sus dedos arrugados por los informes médicos.

—John, entiendo tu postura, pero debemos ser realistas. El cuerpo de Elian apenas comienza a recuperarse. El riesgo de mortalidad en este estado es...—Hizo una pausa que me heló la sangre. —Extremadamente alto.

El silencio que siguió fue tan denso que podía sentir el peso de las miradas sobre mí.

John se inclinó hacia adelante, sus ojos fríos buscando los del médico.

—¿Qué tan alto exactamente?

Una gota de sudor frío recorrió mi espalda.

El doctor me miró directamente entonces, y en sus ojos vi algo que preferí no descifrar.

—Menos del veinte por ciento de supervivencia. Y si... si no sobrevive...

—Damien morirá con él—, terminó John con una frialdad que me hizo estremecer.

Respiré hondo, sintiendo cómo el aire se me atascaba en la garganta.

—Podemos espera—", continué, sintiendo cómo cada palabra me costaba un esfuerzo sobrehumano. —Si me recupero un poco más... si mi cuerpo se fortalece... en unos meses el riesgo sería menor.

John arqueó una ceja, su expresión de impaciencia tan familiar que por un segundo vi a Damien en él.

—¿Y mientras tanto? ¿Seguirás enfermando a mi hijo con tu debilidad?

No respondí. ¿Qué podía decir?

El doctor Velázquez intervino:

—Elian tiene razón. Esperar mejoraría las probabilidades.

El doctor me miró con algo que pudo ser compasión, pero ya había bajado la vista, concentrándome en no desmoronarme allí mismo.

El frío del estetoscopio aún pesaba en mi pecho cuando el doctor Velázquez pronunció esas palabras que cambiarían todo:

—Existe otra forma... Si el vínculo emocional se rompe, si dejan de amarse, la marca podría desvanecerse por sí sola. Sin necesidad de cirugía. Elian ya sabía del procedimiento.

John Vázquez, siempre práctico, se inclinó hacia adelante en su silla, haciendo crujir el cuero.

—Conozco a mi hijo—, dijo mientras jugueteaba con su anillo de graduación. —Solo necesita distracción. Un Omega de buena familia, sin... complicaciones médicas. Eso ayudaría al negocio familiar.

Sus ojos grises me evaluaron de reojo, calculando mi reacción. El sillón crujió bajo mi peso cuando me enderecé, sintiendo cómo la marca en mi nuca palpitaba.

El doctor Velázquez dejó caer su pluma sobre la mesa con un golpe seco.

—¡John, por Dios! Esto no es un negocio. Estamos hablando de emociones, no puedes poner a un Omega esperando que Damien se enamore.

—Está bien.

Mi voz cortó el aire como un bisturí. Ambos hombres giraron hacia mí, sorprendidos por mi firmeza.

El doctor se pasó una mano por su barba canosa.

—Elian, no tienes que...

—Seguiré sus indicaciones al pie de la letra, señor Vázquez — Mis dedos trazaron círculos sobre mis rodillas, siguiendo el patrón de la tela del pantalón. —Seria una ayuda mutua... lo haré.

El reloj de pared marcaba las 3:17 PM. Recuerdo la hora exacta porque fue cuando tomé la decisión que me rompería el alma.

John asintió, satisfecho, mientras sacaba su agenda.

—Tengo varios candidatos perfectamente

—Entiendo— dije, sintiendo cómo la marca ardía en protesta. —... Yo me encargaré de no molestar.

El doctor Velázquez abrió la boca para protestar, pero mi mirada lo detuvo. En ese momento entendió lo que realmente significaba mi decisión: me convertiría en el villano de esta historia. El Omega ingrato que abandonó a su Alfa en la enfermedad.

John estudió mi rostro por un largo momento antes de sonreír, esa sonrisa fría que nunca llegaba a los ojos.

—Entonces, hemos llegado a un acuerdo— dijo, dirigiendo una mirada fría al doctor. —No hay necesidad de mantener a Damien aquí más tiempo. No es justo que mi hijo siga en este lugar por culpa de su Omega.

El doctor Velázquez apretó los labios, sus manos arrugadas sosteniendo mi historial clínico como si pesara más de lo que debía.

—John, Elian todavía necesita reposo. Su cuerpo no está.

—No es necesario — lo interrumpí antes de que pudiera terminar.

Ambos me miraron. John, con esa satisfacción silenciosa de quien sabe que ha ganado; el doctor, con una mezcla de pena y frustración.

—Lo mejor es que nos vayamos —, añadí, manteniendo la voz firme. —Damien ya está bien. No hay razón para seguir aquí.

El doctor suspiró, pasándose una mano por la barba canosa.

—Al menos intenten hacer las paces, de momento — murmuró, casi suplicante. —Sus cuerpos aún se sanan a través del vínculo. Si se reconcilian, la recuperación sería más rápida.

John soltó un bufido, como si la idea le resultara ridícula.

Yo solo asentí, mecánicamente.

—Claro. Haré lo que sea necesario.

No era la primera vez que fingiría.

Llevaba años haciéndolo.

Años sonriendo cuando quería llorar, aguantando cuando quería huir, actuando como el Omega perfecto cuando por dentro me desmoronaba.

¿Qué era un poco más?

El doctor Velázquez me miró como si pudiera ver a través de mí, como si supiera que cada palabra que salía de mi boca era una mentira cuidadosamente construida. Pero no dijo nada.

John, por su parte, ya estaba de pie, listo para marcharse.

—Mañana vendré por los papeles del alta— anunció, como si el asunto ya estuviera decidido.

Y así era.

Hasta que la marca desapareciera.

Hasta que mi corazón dejara de latir por él.