Entre Cadenas Y Videojuegos

Los días se hicieron eternos. Entre el tratamiento, las citas médicas y las insistencias de Elías con sus mensajes, sentía que la cabeza me iba a estallar. Apenas podía dormir y cuando lograba cerrar los ojos, tenía pesadillas. Soñaba con cadenas invisibles que me apretaban el pecho, con gritos que no podía callar y con promesas que se volvían amenazas. Me sentía atrapada en mi propia vida y sentía que yo no era protagonista de mi propia historia.

Esa tarde, Elías me llamó por videollamada. Dudé en contestar, pero la costumbre, el miedo a su enojo y esa estúpida esperanza de que tal vez esta vez sería distinto me hicieron deslizar la pantalla.

Apareció sonriente, como si nada.

—Hola, mi reina hermosa—dijo con esa voz melosa que antes me derretía y ahora solo me ponía tensa.

—Hola —respondí sin ánimo.

Habló de tonterías, de su día, de un partido de fútbol que había visto, de un videojuego nuevo que había instalado en su celular, y por un momento fingí que todo estaba bien. Pero entonces, su expresión cambió. Se puso serio, como cada vez que iba a soltar algo incómodo.

—Mi amor… hay algo que quiero proponerte —empezó.

El corazón se me aceleró. Ya conocía ese tono.

—¿Qué cosa?

Se inclinó hacia la cámara y sonrió de lado.

—Mira… tú sabes que te amo. Que eres todo para mí. Que si te cuido, que si te celo, es porque no quiero perderte. Pero a veces siento que no te entregas por completo. ¿Quisiera sentir tu amor de otra manera más especial?.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo que no?

—Sí, corazón. Me sigues poniendo límites, no te atreves a todo conmigo. Y eso me hace dudar. No sé si de verdad harías cualquier cosa por mí. Me comprarías todo lo que te pido o incluso serías especial conmigo en las noches. 😘

Me quedé en silencio, sin saber qué decir.

—Así que quiero pedirte algo —continuó—. Algo que solo harías si de verdad me amas.

La garganta se me secó.

—¿Qué?

Suspiró, como si estuviera a punto de confiarme un secreto.

—Quiero que tengas s**** con una mujer.

Sentí que el piso se me abría bajo los pies.

—¿Qué? —susurré, creyendo que había escuchado mal.

—Lo que oyes, corazón. Solo una vez. Busca una amiga, alguna conocida, alguien. Me lo grabas, o me lo cuentas después con detalles. Me calienta la idea de verte con otra, y si tú me amas, lo vas a hacer. Quiero ver tu cara de otro ángulo con una mujer.

Me cubrí la boca con la mano, sintiendo ganas de vomitar.

—Elías… estás loco. Yo no puedo… yo no quiero eso —dije con la voz quebrada.

Él se puso serio.

—Ahí está. Te lo dije. Siempre tienes un pero. Siempre hay una excusa. Yo me desvivo por ti, mi mamá te ayudó, te consigo las cosas, te cuido de todos, y tú no eres capaz de hacerme un favor. Yo queriendo que tengas la experiencia con alguien más y tú no quieres.

—¡Pero eso no es un favor! —exploté—. Eso es enfermo. Yo no soy así, Elías.

Su expresión se endureció.

—Entonces no me amas. Porque cuando uno ama, se entrega. Se arriesga. Demuestra. Pero tú no. Y sabes qué, Isabella… ya me cansé de esperar.

Me empezaron a temblar las manos.

—Por favor no me pidas eso… —murmuré.

—Pues si quieres que sigamos, lo haces. Si no, ahí muere. Yo no voy a estar con alguien que no sabe hasta dónde puede llegar por amor. No quiero estar con una niña que no puede cumplir mis fantasías con alguien más.

Colgó sin decir más.

Me quedé mirando la pantalla negra, con el corazón deshecho. Sentí que me faltaba el aire. Lloré como no había llorado en meses. Por todo. Por el dolor físico, por la enfermedad, por las deudas, por las veces que acepté cosas que no quería, por todas las veces que confundí su control con amor. Sentía que me explotaba la cabeza y como mi corazón se partía en mil pedazos. Yo sabía que así no se debería sentir el amor.

Y porque, aunque me aterraba admitirlo, una parte de mí aún lo amaba.

Aún creía en él.

Aún quería que cambiara.

Aun pensaba que era la chica perfecta para él.

Pero esa noche, tirada en mi cama, entendí que ya no se trataba solo de celos, de chantajes, de caprichos. Elías estaba cruzando líneas peligrosas. Me estaba destruyendo.

Y si no hacía algo, yo misma iba a terminar perdiendo. En sus mentiras y lo peor es que yo sufriría todo, no él pero estaba acostumbrado a siempre salirse con las suyas y ganar.