Antonella Bernal creyó en las fábulas románticas cuando contrajo matrimonio con Dreiner Ballesteros, su pareja de la universidad. Provenía de una familia humilde de clase media, mientras que él, aunque de antecedentes similares, tenía un ansia desmedida por el éxito. Esta ansia lo impulsó a trabajar sin cesar, lo que permitió que su pequeño negocio floreciera hasta transformarse en una empresa de renombre.
Todo empeoró el día que Paloma Valencia llegó a sus vidas. Heredera de un consorcio hotelero, Paloma era joven, hermosa y llena de confianza. Durante una reunión para firmar un contrato millonario, Dreiner dedicó la velada a elogiarla, dejando a Antonella en un plano secundario. La humillación la atravesó como un cuchillo.
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CAPITULO 11
CAPITULO 11.
El horizonte empezaba a tornarse rojizo cuando Antonella arribó a la oficina de Camilo. Una suave brisa circulaba entre los edificios del centro, y la metrópoli parecía en calma ante lo que iba a suceder. Una sensación de electricidad llenaba el aire, una tensión que hacía vibrar cada parte de su ser. Ascendió las escaleras del edificio con firme determinación, el sonido de sus tacones retumbando contra el mármol pulido. Al abrir la puerta de la oficina, lo vio a él, de pie junto a la ventana, envuelto en la luz del anochecer, como si perteneciera a otro mundo, quieto y reflexionando.
Camilo giró al oírla entrar, y sus miradas se encontraron en un breve momento suspendido, cargado de palabras no pronunciadas. Su vestimenta era sobria, con una camisa blanca arremangada y una corbata que lucía ligeramente suelta. Aunque vestía de manera elegante, el cansancio era evidente en sus ojos, como si hubiera estado perdido en pensamientos que llevaban su nombre: Antonella.
—Antonella —la saludó con esa voz profunda y pausada que parecía abrazarla.
Ella dejó su bolso sobre el sillón de cuero negro, y se acercó a él en silencio, intentando ignorar cómo su corazón latía con fuerza al acercarse. La oficina tenía un olor a madera pulida y café recién hecho, decorada con austeridad: libros de leyes perfectamente ordenados, cuadros minimalistas, y una lámpara de escritorio encendida a pesar de la caída del sol.
—¿Tienes algo para mí? —preguntó, su voz firme, pero con un leve tono de inquietud.
Camilo asintió. En el escritorio había varias carpetas, sobres de manila, y una laptop abierta. Tomó uno de los sobres y lo abrió con cuidado, como si estuviera tratando una herida delicada.
—Aquí están las primeras fotos —dijo, extendiéndoselas.
Antonella las recibió con manos que temblaban levemente. Su apariencia fuerte apenas podía ocultar la tormenta que le agitaba el pecho. Las imágenes capturaban a Dreiner besando a Paloma en una playa exclusiva, riendo en la piscina, compartiendo copas de vino con la despreocupación de quien siente que todo le pertenece. Cada foto era un clavo hundido en el corazón de una historia que una vez consideró real.
Tragó saliva con dificultad, mientras la ira recorría su cuerpo como un latigazo. No lloró. No se dio el lujo de hacerlo. Su expresión se mantenía serena, aunque sus ojos chisporroteaban como brasas.
Camilo se acercó con esa calma que nunca parecía forzada. Colocó una mano sobre su hombro, firme y cálida.
—No estás sola —susurró.
Ella cerró los ojos por un momento. Sintió la calidez de ese gesto recorrerla como un bálsamo. Pero pronto, su orgullo se erguía nuevamente como una muralla.
—Gracias —respondió, con un tono seco pero sincero. Retrocedió un poco, guardando las fotos en su bolso como si fueran municiones.
Camilo la miró en silencio. Había algo en ella que lo desarmaba y lo hacía admirarla al mismo tiempo. Su fortaleza, su sufrimiento, su dignidad inquebrantable.
—¿Qué sigue? —inquirió Antonella, con un brillo ardiente en su voz.
Camilo esbozó una ligera sonrisa, sutil pero rebosante de propósito.
—Ahora. . . lo desmantelaremos lentamente —respondió, su tono era un murmullo lleno de una promesa inquietante.
Un silencio denso se estableció entre ellos. No resultaba incómodo, sino cargado. Lleno de sentimientos a punto de estallar, de declaraciones que todavía no se atrevían a pronunciar.
Antonella lo observó. En un instante, anheló otra vida. Una sin engaños, sin sufrimiento, una donde pudiera comenzar de nuevo. . . y recibir amor sin condiciones.
Camilo, como si entendiera sus pensamientos, se apartó con consideración. Aún no era el momento.
—Debemos reunirnos a menudo —comentó, su tono insinuaba mucho más de lo que decía.
—Lo comprendo —contestó ella, girándose con gracia.
Cuando la puerta se cerró, dejó un rastro de su perfume floral y una tensión sin resolver. Camilo exhaló un suspiro que había estado reteniendo. La batalla apenas comenzaba… y su corazón ya no le pertenecía solo a él.
En la mañana siguiente, la ciudad amaneció en un torbellino.
Las imágenes de Dreiner Ballesteros y Paloma Valencia abarrotaron las redes sociales, portales de noticias y programas de entretenimiento. No había lugar donde no se pudiera ver a la pareja: en una playa paradisíaca, besándose al borde de una piscina de ensueño, compartiendo gestos íntimos como si el mundo no estuviera mirando.
"El traidor y la joven heredera. "
"¡Adiós al matrimonio perfecto! El escándalo Ballesteros sacude la élite. "
"Antonella Bernal: ¿heroína o villana? "
Algunos titulares convertían a Antonella en la sufrida, la esposa engañada. Otros, más crueles, dudaban de su papel: "Quizás él solo buscaba lo que ella ya no le ofrecía. "
En su oficina, con paredes de vidrio y un estilo contemporáneo, Antonella leía desde su tableta mientras disfrutaba de café con una sonrisa casi sarcástica. La luz del sol penetraba abundantemente, iluminando el mármol blanco y los muebles minimalistas. Su presencia llenaba el espacio.
—Qué sagaces se vuelven cuando les conviene —murmuró al leer un comentario: "Pobre Antonella, levantó esa constructora y ahora la tratan como basura. "
Otro mensaje más ácido decía: "Seguro que la señora es una amargada. ¿Quién puede soportar diez años con una bruja? "
Antonella rió, con un tono seco y elegante. Ya no le causaba dolor. Cada insulto alimentaba su determinación. Su enojo se había transformado en táctica. Dejó la tableta de lado, se ajustó el cabello con firmeza, cruzó las piernas y se levantó con la gracia de una emperatriz.
Se había puesto un vestido negro, ceñido, sencillo pero letal. Sus labios, de un rojo brillante, eran una advertencia. Tomó su bolso de cuero italiano, se miró un momento en el espejo de su oficina y sonrió.
—Prepárate, Dreiner —susurró—. Hoy te enseñaré cómo se juega.
Salió con confianza. Sus zapatos de tacón hacían eco en el suelo brillante como si fueran tambores. La recepcionista la paró un momento:
—Señora Bernal, su marido ya está en su oficina, preguntó por usted.
Antonella asintió, sin detenerse.
—Genial. Es el momento de hacer historia. —Y siguió su camino, con la vista fija en el futuro que estaba a punto de construir con sus propias manos.