Tú Mi Luna, Yo Tu Tierra
Aveces la vida da giros inesperados. Y para mi ocurrió un miércoles cualquiera.
El cielo se encuentra gris, con un pronostico de lluvia del cien por ciento pero aun no llueve, mi cabello rojizo con rulos cae por mis hombros como una cascada, erizado por la humedad. Llegue al salón unos cinco minutos antes que comience la clase, me senté en mi asiento, apago la musica de mis auriculares y los meto bajo mi mesa, y es ahí cuando siento algo, un papel, no cualquiera, uno grueso y color ambar, como si fuera de épocas antiguas. Un olor a lavanda se levanta cuando lo tomo entre mis manos, como si hubiera sido guardada entre sábanas recién lavadas. tiene un sello con una media luna y lo que parece un planeta tierra. Me tiemblan un poco los dedos mientras rompo la sera y abro la carta. En letras con tinta negra esta escrito elegantemente
"Hola, tierra.
No sé si te pareces al planeta o si simplemente brillaste hoy más de lo normal. Pero te vi. Y no supe cómo no verte.
Quizá estoy loca. Quizá tú creas que esto es una broma.
Pero si no lo es para ti...
Déjame quedarme orbitando a tu alrededor un rato más."
No había firma. Solo un dibujo a lápiz de una luna redonda, con mejillas sonrojadas y una sonrisa torpe.
Me quedé mirando la carta como si fuera un espejo que me devolvía algo que no entendía. ¿Quién era "tu luna"? ¿Cómo sabía de mi? ¿Por qué yo? Si me preguntarán qué me diferencia de las demás chicas de mi edad, creo que no sabría que responder. Tal vez que soy callada. Que me gustan los días nublados — Como hoy — Que suelo leer la última página de los libros antes de empezar el primero. Pero fuera de eso, soy tan ordinaria como cualquiera. ¿Por qué alguien se tomaría el tiempo de escribirme sin conocerme? Y principalmente ¿por qué me pondría un apodo como "tierra"? Es bonito, pero tal vez la carta no sea para mi, de todos modos la guardo en mi carpeta de lengua y literatura y sigo con la clase.
Al día siguiente, "Luna" como se hace llamar el remitente desconocido. Me manda otra carta pero esta vez dentro de mi mochila, dejandome en claro que aquella carta es para mi, esa persona es tan sigilosa.
"A veces imagino que estás hecha de tierra firme, de raíces y de hogar. Que mientras yo floto entre dudas y cielos oscuros, tú me sostienes sin darte cuenta."
Y al día siguiente llego otra.
"Hoy te vi leer. Tenías el ceño levemente fruncido y los labios apretados como si la historia que sostenías entre tus manos te doliera un poco. Me quede mirándote desde lejos, deseando ser la historia que te roba ese gesto.
A veces pienso que no me verías ni aunque me parara frente a ti con un letrero en la frente. Pero otras, como hoy, juro que tus ojos se detuvieron un segundo justo donde yo estaba.
Tal vez, soy solo una sombra en el borde de tu visión.
Tal vez no.
tal vez, un día, decidas buscarme con la misma intensidad con la que yo te observo.
Y si ese día llega, Tierra mía, quiero que sepas que no quiero que me ames rápido, ni siquiera pronto. Solo quiero que lo hagas de verdad.
Siempre orbitando cerca,
tu luna.
Es jodidamente poético, desde ese viernes que recibí esa ultima carta, comencé a crear una lista de chicos que podrían escribir aquellas palabras tan bonitas y poéticas.
1: Willian: Es un musico de mi clase de matemáticas, crea ritmos, y compone canciones románticas.
2: Sergio: Es un escritor típico de wattpad, aunque le gusta escribir romance gay, y al parecer el tambien lo es.
3: Nicolás: Le gusta ser un típico romántico con su novia Celeste, es popular y muy cariñoso, no creo que logre mirarme a mi. Y aunque así lo fuera, no me gustaría salir con el, no me gusta ser el centro de atención, además tiene novia y no es mi tipo de chico.
Esos son todos los chicos que conozco que podrían ser aquel remitente que se hace llamar "Mi luna". Los demás son unos monos que no podrían agarrar un lápiz de tinta tan elegante como lo hace aquella persona.
Llego el esperado lunes que tanto deseaba que llegara. Para recibir otra carta de aquella persona, esta vez llegue lista para encontrar a Mi luna con las manos en la masa. Llegue media hora antes, y cuando me senté en mi mesa y toque en abajo de mi banco, allí estaba otra carta, suspire decepcionada, no iba a encontrar a "Mi luna" hoy.
"Querida tierra,
hoy llovió. Y pensé en ti y en tu cabello esponjado.
Pensé en tus zapatos manchados de barro, en tu bufanda tejida, en tus mejillas rojas por el frío. Pensé en lo cálida que debes de ser por dentro, si incluso el cielo parece llorar por no poder abrazarte.
Si te preguntas al menos una vez por qué te escribo.
La verdad es simple:
te escribo porque no puedo dejar de hacerlo.
Porque cada palabra que guardo dentro se convierte en una semilla que solo tú puedes hacer crecer.
Porque sin darte cuenta, te has vuelto mi hogar en este universo hecho de silencio.
Y si algún día todo esto deja de tener sentido, prométeme que guardarás al menos una de mis cartas bajo tu almohada, como prueba de que existí,
aunque fuera sólo para amarte en voz baja.
Tu Luna.
No se porque, pero estar sola leyendo esa carta hizo que se me nublaran los ojos, y una lágrima solitaria resbalara por mi mejilla derecha. Arranque una hoja de mi cuaderno decidida a responderle por primera vez, en pedirle mas información de el, quería saber mas de el, de su historia, de quien es, del por que me escribe, por que yo.
Así que con mi lapicero de color azul comencé a escribir.
"Hola... luna,
No sé cómo empezar esto. He borrado las primeras líneas al menos cuatro veces. Pero supongo que es justo, ya que tú llevas tanto tiempo escribiéndome sin esperar respuesta... o quizá sí la esperabas, y yo solo tardé demasiado.
Leí cada palabra tuya como quien encuentra una flor entre el asfalto. No sabía que alguien podía verme así, desde tan lejos y tan cerca a la vez. Me hiciste sentir como si tuviera luz, como si valiera la pena ser mirada. Gracias por eso.
Me cuesta creer que todo esto no sea un sueño, un juego de mi imaginación... pero tus letras tienen algo real, algo que late. Y yo quiero saber más. De ti. De lo que ves. De lo que sientes cuando piensas en mí. Yo también quiero pensarte.
No soy buena escribiendo cartas, y seguramente no seré tan poética como tú, pero tengo algo que decirte: me encontraste.
Y ahora que me encontraste, ¿puedo encontrarte yo tambien?
¿Me darías tu número de teléfono?
No para dejar de escribirnos — me gustan tus cartas, las guardo como si fueran un tesoro —, pero me gustaría escucharte. Saber si tu voz suena como imagino. O si también tiemblas un poco cuando te emocionas.
Si no quieres, lo entenderé.
Pero si te animas... mándamelo como quien lanza una botella al mar.
Yo prometo recogerla.
Con cariño (y un poco de nervios),
Anne.
Estuve inquieta toda la mañana. Cada vez que el profesor se giraba hacia el pizarrón sacaba la carta apenas un centímetro del cuaderno, como si solo verla me diera valor. Pero no era suficiente, no hasta la última clase del día.
La campana sonó como una promesa. La mayoría de los alumnos salieron disparados ansiosos por escapar del aula helada. Yo, en cambio, esperé a que todos salieran. Mis manos estaban frías como decididas. Me agaché junto a mi pupitre, el viejo de siempre, con esa pequeña astilla en la pata derecha que chirriaba cuando alguien se movía. Y entonces, sin pensarlo más, deslicé la carta bajo el escritorio.
No sabía si alguien me miraba. No me importó.
Cuando me levanté, fue como respirar después de estar bajo el agua. Una especie de alivio dulce y mareante.
— ¡Anne! — gritó Zadkiel desde el pasillo — ¡Vamos, que se enfría el mundo y tus cachetes se van a congelar!
Reí. Zadkiel siempre decía cosas así. Era alto, con un abrigo negro que le quedaba enorme y un gorro ridículo con orejas de gato que se negaba a dejar en casa. Junto a él estaba Iven era de los que lo observan todo sin decirlo.
— Ya voy. — dije, echándome el bolso al hombro — . ¿Dónde vamos?
— A donde nos lleve el invierno — respondió Zadkiel, abriendo los brazos como si abrazara el viento —. Pero primero, chocolate caliente. Iven invita.
— No es cierto — dijo Iven con una sonrisa — pero acepto si Anne me hace compañía mientras él se queja del frío.
— Trato hecho.
Salimos del colegio caminando entre charcos congelados y hojas secas que el viento arrastraba como si fuera secretos.
Las calles estaban cubiertas de una capa ligera de nieve, esa que aún no se decide si quedarse o huir. Había algo mágico en los inviernos: los sonidos se volvían suaves, el aire tenía un olor limpio, y los árboles parecían murmurar canciones viejas.
Caminamos hasta la cafetería de la esquina, la de siempre. Esa que tenía luces naranjas y ventas empeñadas. Zadkiel empujó la puerta con dramatismo exagerado, como si entrara a una taberna de película. Iven rodó los ojos y yo reí.
Nos sentamos en nuestra mesa habitual junto al ventanal. El calor de la calefacción me hizo olvidar por un momento el frío que traía en los huesos.
— ¿y bien? — preguntó Zadkiel, con una sonrisa ladina — ¿Qué te tiene tan distraída últimamente?
Casi se me cae el vaso de chocolatada
— ¿distraída yo?
— sí — intervino Iven, tranquilo — Hace semanas que escribes algo en tus recesos. Y lo haces con cara de poeta enamorada.
Me ruboricé, claro. Ellos siempre lo notaban todo.
— solo... cartas. Me gusta escribir. — dije tratando de sonar casual.
— ¿A quien le escribes? — preguntó Kadkiel curioso.
Miré mis manos, que jugaban con la servilleta.
— A alguien que no conozco. Pero que me escribe primero.
Ellos se miraron, sorprendidos. Pero no se burlaron. Solo se quedaron en silencio unos segundos, como si intentaran entender qué clase de historia se tejía detrás de eso.
— Eso suena... romántico — dijo Iven al fin.
— O peligroso. — añadió Zadkiel — ¿y si es un psicópata?
— No lo es — dije, sin pensar — Lo se. Y lo sabía. Cada carta tenía algo tan honesto, tan vulnerable, que no podía ser fingido. Me hacían sentir menos sola. Más vista.
— bueno — dijo Kadkiel encogiéndose de hombros — mientras no le des tu dirección o algo así.
Me reí en silencio. Era un poco tarde para eso.
Pasamos la tarde hablando de nada y de todo. De películas viejas, de si la nieve caería fuerte este año, de lo que cada uno pediría. Kadkiel quería calor. Iven, tiempo. Yo... aún no sabía qué pedir, pero sentía que ya lo estaba recibiendo.
Cuando salimos, el cielo comenzaba a oscurecer. Las luces navideñas de los negocios parpadeaban tímidas entre los copos que comenzaban a caer.
Caminamos en silencio por un rato. Yo iba en el medio. A mi izquierda, Kadkiel contaba una historia inventada sobre dragones de hielo. A mi derecha, Iven tarareaba algo bajito, una canción que no reconocí. Y en medio de ellos, yo. Con las mejilla frías y el corazón tibio.
Miré el cielo, a esa luna lejana, blanca y paciente, y pensé en el.
En la carta que dejé bajo mi mesa.
En si la encontraría.
En si respondería.
Y por primera vez, sentí que algo nuevo estaba a punto de comenzar.
Algo distinto.
Algo luminoso, aunque fuera en mitad del invierno.
A la mañana siguiente, entré al aula más temprano que nunca. Mis pasos resonaban solos en los pasillos mientras el cielo afuera aún tenía ese tono azul apagado del amanecer. No esperaba encontrar nada, no tan pronto. Pero algo empujaba a mirar.
Cuando me acerque a mi pupitre, lo vi.
Una carta.
Doblada con precisión.
Envuelta en un listón morado y con una pequeña flor violeta atada en el nudo, aun fresca, como si hubiera sido recogida hace instantes. Mi corazón latió con fuerza. Esa flor... ¿cómo podía estar tan viva en invierno?
Tomé la carta con cuidado, como si pudiera romperse. El papel era ligeramente perfumado, suave. Mis dedos temblaron al desatar el lazo. Deslicé la hoja hacia afuera y leí.
Querida tierra:
nunca creí que dejar una carta pudiera cambiar algo. Pero tú... tú me hiciste querer seguir escribiendo.
Eres tan real, tan honesta, que puedo sentir tus palabras como si caminaras entre mis pensamientos. Nunca imaginé que una desconocida pudiera tocar mi corazón sin siquiera verme. Y sin embargo, aquí estoy, buscando papel a medianoche para responderte como una niña que no quiere dormir porque sueña despierta.
Gracias por querer conocerme.
Gracias por no tener miedo.
Te dejo mi número, como pediste, esperando que el hilo que ya nos une se vuelva más fuerte con cada palabra escrita, hablada o pensaba.
Tu luna.
+34 *** *** ***
P.D.: La flor se llama "pensamiento". La escogí porque eso eres tú: un pensamiento constante que no quiero olvidar.
Me quedé sentada, leyendo una y otra vez.
Pasando mis dedos por el tallo delicado de flor, con los ojos húmedos y el corazón lleno.
El me había respondido.
El quería seguir este hilo invisible.
Y ahora, tenía su número.
La magia no solo estaba en los cuentos. A veces, tambien llegaba en sobres atados con listones morados.
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