Embarazado Del Padre De Mi Ex-novio

𝐸𝑀𝐼𝐿

Todo. Absolutamente todo. Me molesta.

¿El sol? Me molesta. ¿El ruido de los pájaros? Odio sus cantos. ¿El aire? ¿Por qué tiene que tocarme la cara? ¡Aire inútil!

Esta mañana desperté de pésimo humor. Dormí mal, con calor, con frío, con escalofríos. Mi cuerpo no se decide. Ni yo me decido. Y eso ya es suficiente para que me quiera lanzar por la ventana.

Cuando bajé a desayunar, ya estaba con cara de pocos amigos. Me preparé una tostada. ¿Y adiviná qué? Se quemó. Obviamente lancé la tostadora contra el piso.

— ¿Estás bien? —preguntó mi padre desde el comedor.

— ¡¿Parezco bien?! —grité con la tostadora todavía en la mano.

Nicol me miró como si estuviera viendo a un delincuente.

— Este chico está raro. Se está drogando, lo sé —dijo bajito, pero no tanto como para que no la escuche.

— ¡Estoy cansado, no drogado, maldita cucaracha con peluca! —espeté sin filtro.

Subí a mi cuarto a los gritos, pateando todo. Me vestí con la primera cosa que encontré y salí sin decir ni chau.

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En el pasillo de la universidad, Paul y Alex me esperaban. Alex tenía esa estúpida sonrisa que me saca de quicio.

— ¡Hey! Llegó la princesa... hormonal —canturreó burlón.

— Te juro por Dios, Alex, si abres la boca otra vez te meto la mochila en el trasero —le gruñí. Me miró con ojos grandes y retrocedió medio paso.

— Okay, wow... Alguien se levantó con el diablo pegado al culo —murmuró, levantando las manos en son de paz.

Entramos al aula de Literatura. Apenas me senté, una beta con perfume barato se ubicó a mi lado y me empujó sin querer. Le lancé una mirada que haría llorar a un mafioso.

— ¿Puedess no ocupar todo el banco con tu trasero, por favor? —le espeté en voz alta. Todos se callaron.

— Emil... —susurró Paul, nervioso.

— ¡¿Qué pasa ahora?! ¡Solo quiero un poco de espacio y silencio, carajo! —exploté de nuevo.

La profesora me lanzó una advertencia verbal. No me importó. Literalmente me levanté y me cambié de fila, mascullando insultos que ni yo entendía. Estaba insoportable. Y yo lo sabía. Pero no podía evitarlo.

Después de clases, fuimos a nuestro lugar habitual para almorzar algo. Yo seguía malhumorado. El pan de mi sándwich estaba seco. Obvio que lancé el pan por la ventana.

— A ver, a ver... —dijo Alex, señalándome con un dedo como si descubriera América

— Estás sensible, explosivo, lloraste ayer con un comercial de shampoo, tienes antojos raros desde el lunes... Emil, estás hormonal. —Su voz sonaba como si fuera un maldito virus descubierto.

— ¡No estoy hormonal, idiota! —le grité y me puse de pie.

— Estás hormonal. —repitió Paul, ahora con tono más serio. Me miró como si fuera un médico a punto de dar un diagnóstico—. Y estás muy cansado todo el tiempo. Tenés cambios de humor, náuseas matutinas... Emil...

Se hizo un silencio raro. Paul me observaba como si fuera una bomba a punto de estallar. Luego lo dijo:

— Capaz no estás enfermo. Capaz… estás embarazado.

Por un segundo, se me nubló la vista. Mi cerebro tardó dos segundos en procesarlo. ¿Qué?

Y entonces... me reí. Me reí con fuerza. Tan fuerte que me agarré la panza. Paul y Alex me miraban como si me estuviera volviendo loco.

— ¿Embarazado? ¿Yo? Por favor... —dije entre carcajadas histéricas—. ¿Por qué no mejor decís que tengo un parásito alienígena adentro? Suena más creíble.

Paul no sonrió. Tampoco Alex.

— Emil… —insistió Paul—. Estás marcado. Por un alfa. Fuiste penetrado. No sabés quién fue. Sos un omega joven, fértil. Y llevás una semana... con estos síntomas.

Me callé. Y eso me asustó. Porque yo nunca me callo. Pero mi cuerpo tembló un poco. Y ahí entendí que, por más gracioso que pareciera… no era tan imposible.

— No puede ser… —susurré, más para mí mismo que para ellos.

— Puede —dijo Paul—. Y lo vamos a averiguar.

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Esa noche no pude dormir. Daba vueltas en la cama. Sentía calor, frío, ardor en el pecho. Estaba tan cansado… pero con los ojos bien abiertos. Hasta que, sin querer, me quedé dormido.

Y entonces lo vi. Otra vez.

Unos brazos fuertes me alzaban con facilidad. Como si no pesara nada. Como si yo fuera un objeto frágil, precioso. No podía ver su cara. Solo sentía su olor. Algo cálido, amaderado, salvaje. Me aferraba a su cuello. Sus labios tocaban mi frente.

— Mío —susurró una voz grave, ronca. Me estremecí.

Desperté de golpe. Mi corazón latía desbocado. Me toqué el cuello. Esa voz… ese calor… era el mismo del sueño anterior.

Y aún así, seguía sin recordar quién era.

Pero algo dentro de mí me decía que ese alguien… ya no estaba tan lejos.