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EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

Status: En proceso
Genre:Arrogante / Mafia / Embarazada fugitiva / Malentendidos / Amor-odio / Matrimonio entre clanes
Popularitas:5.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Genesis YEPES

Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?

La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.

Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.

NovelToon tiene autorización de Genesis YEPES para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

LA SOMBRA DE LA AMENAZA

El sonido del tacón de Nicolaok resonaba en el mármol como un disparo seco.

Cada paso que daba parecía anticipar una sentencia.

Era como si la casa entera contuviera el aliento, como si hasta las paredes supieran

que algo estaba por ocurrir. La mansión estaba más silenciosa de lo habitual, y eso

no era buena señal.

No en esa casa.

No con ese hombre.

Fernanda lo sabía. Había aprendido a leer los silencios como otros leen relojes.

Aprendió que el silencio, en el mundo de los Bianchini, nunca era un respiro: era una amenaza.

Era la antesala de algo oscuro. De una decisión ya tomada. De un castigo.

Y esta vez… el silencio era denso. Peligroso. Preludio de algo peor.

Desde el pasillo superior, se asomó entre los barrotes de la baranda de hierro forjado.

Observó su figura avanzar por el recibidor con ese porte frío y dominante

que podía helar la sangre.

Su andar era recto, impecable, casi mecánico, pero no había nada de humano en él.

Nicolaok era una sombra con cuerpo, un huracán vestido de hombre.

Hablaba en voz baja con uno de sus hombres de confianza.

Un tipo grande, de nariz rota, tatuajes en el cuello y unos ojos sin alma. Su expresión era inmutable.

No necesitaba escuchar para entender de qué se trataba la conversación. Sabía leer los gestos, los labios, los rostros. Sabía leer a Nicolaok.

Isabella.

La pequeña. Su amiga de la infancia. Aquella que

siempre había protegido desde niñas,

cuando compartían pan con chocolate y escapaban

de los gritos y de las manos pesadas de los adultos.

La única persona que seguía siendo, incluso ahora,

un motivo para resistir. Para no rendirse del todo.

Nicolaok no sabía todavía su verdadero nombre.

Ni la relación real que las unía. Para él, solo era “la fugitiva”.

La protegida de su esposa. La sombra que se le escapaba entre los dedos.

Pero Fernanda temía que no por mucho tiempo. Y cuando él supiera…

cuando descubriera quién era realmente Isabella… entonces la cacería sería implacable.

Y Nicolaok no dejaba cabos sueltos.

—Nicolaok: Fernanda

dijo su nombre sin siquiera mirarla.

El tono seco, neutro, sin necesidad de elevar la voz. Fernanda se irguió de golpe,

como si un resorte la hubiera empujado. Bajó la vista de inmediato y descendió las escaleras.

Sus pies apenas tocaban los escalones, pero su corazón retumbaba como un tambor.

Su cuerpo respondía antes que su mente. El condicionamiento era profundo.

Como un animal amaestrado que obedece por instinto de supervivencia.

—Fernanda: Sí

respondió con voz baja, sumisa.

—Nicolaok: Voy a salir —

formó mientras tomaba su chaqueta de cuero negro del perchero junto a la puerta

—. No me esperes despierta.

No era una sugerencia. Era una orden disfrazada de cortesía.

Fernanda asintió en silencio, pero algo en ella se rebeló. Algo pequeño, torpe, peligroso.

—Fernanda: ¿Vas solo?

La pregunta cayó como una gota de gasolina sobre una llama.

Nicolaok se detuvo al instante, sin girarse.

El silencio que se hizo fue tan tenso que podría haberse cortado con una navaja.

A él no le gustaban las preguntas. Nunca. Las preguntas eran desafíos. Eran insolencias.

—Nicolaok: ¿Desde cuándo te interesa con quién voy?

El tono fue más gélido que de costumbre. Fernanda tragó saliva.

Retroceder ahora no la salvaría, pero no preguntar también habría sido sospechoso.

—Fernanda: No me interesa

corrigió rápido

—Solo pregunté. en un tono de sarcasmo y sin importancia.

Él giró el rostro, despacio. La miró por un segundo, solo uno, pero fue suficiente.

Su mirada era como una cuchilla: cortaba sin tocar.

Luego sonrió. Esa sonrisa suya, venenosa, que nunca significaba felicidad.

Solo advertencia. Sólo poder.

—Nicolaok: ¿Te preocupa que me maten, o que no vuelva a tiempo para darte lo que mereces?

Ella no respondió. ¿Qué podía decir? Sabía que cualquier cosa que dijera sería usada en su contra.

Él la conocía demasiado bien. Sabía dónde apretarla.

Cómo hacerla temblar. Y también… cómo hacerla desear.

Esa era su mayor arma. Su crueldad disfrazada de afecto.

La puerta se cerró tras él con un clic seco.

Fernanda respiró como si acabara de salir de un encierro bajo el agua.

Sus hombros se derrumbaron apenas lo perdió de vista.

Caminó hacia la ventana, apartando ligeramente la cortina de terciopelo rojo.

Lo observó mientras subía a su coche blindado. Iba solo. Eso no era común.

Cuando Nicolaok salía sin escoltas, era porque iba a encargarse de algo personalmente.

Algo que merecía su atención. Algo que necesitaba precisión. Y absoluta discreción.

No eran buenos indicios.

La sangre se le heló. Sabía que Isabella estaba en peligro.

Y que lo que Nicolaok fuera a hacer, lo haría rápido, sin remordimientos… sin adverten

Y eso solo podía significar una cosa: Isabella.

—Nicolaok: ¿Sabes quién soy?

preguntó Nicolaok, encendiendo un cigarro

frente al hombre encadenado en la silla del almacén.

El prisionero tenía la cara ensangrentada, un ojo completamente cerrado por los golpes.

—No… no exactamente.

Nicolaok sonrió. Dio una calada al cigarro y se agachó.

—Nicolaok: No necesitas saberlo. Solo necesitas hablar.

¿Dónde está la chica?

La rubia que escapó contigo desde Austria.

La que protegiste en Niza.

Sé que la ayudaste a llegar a Marsella.

El hombre escupió sangre.

—No sé de qué hablas.

Nicolaok lo miró fijamente por dos segundos, luego se incorporó y le

propinó una patada brutal en el pecho que lo lanzó al suelo, aún encadenado.

—Maldito… —gruñó el prisionero.

—Nicolaok: Esto no es personal

dijo Nicolaok

—Solo negocios. Y si sigues mintiéndome, vas a rogar por morir.

Giró su rostro hacia uno de sus hombres.

—Nicolaok: Tráeme la caja.

Un maletín negro fue abierto, revelando herramientas. Algunas quirúrgicas.

Otras improvisadas. Pero todas diseñadas para un solo propósito: romper voluntades.

Mientras tanto, en un sótano escondido bajo una antigua panadería de Marsella

Isabella recibía instrucciones del mismo hombre que le había revelado su legado días atrás.

—No puedes confiar en nadie

le advirtió

—. Ya saben que estás aquí. Pero aún tenemos una ventana de horas.

Tal vez un día. No más.

—Isabell: ¿Dónde está Fernanda?

—No lo sé, puede ser que ya volvio del bosque. Nadie lo sabe.

Ella se sacrificó para distraer a Nicolaok, para darte tiempo.

Y te lo digo claro, niña: si no usas ese tiempo con inteligencia, morirás por nada.

Isabella temblaba. Tenía miedo. Pero también… también comenzaba a hervirle la sangre.

Nicolaok no solo le había arrebatado a Fernanda.

Había arrebatado todo. Su infancia, su paz, su libertad.

—Voy a hacer que pague

dijo, apretando los puños.

—Entonces escucha: hay un punto débil. Pero necesitas llegar a Italia.

A la vieja villa en Toscana. Hay alguien ahí que aún le debe lealtad a Aleksandra Romanov.

—¿Y si me atrapan?

—Si te atrapan, lo que Nicolaok te hará será peor que la muerte.

Pero si logras llegar… podemos empezar a debilitarlo desde adentro.

Isabella tragó saliva. El miedo no se iba. Pero había algo más ahora.

Algo que crecía.

Coraje.

Fernanda observaba desde la ventana, ya de noche, cuando el coche de Nicolaok regresó.

Sus manos temblaban. Quería escapar. Quería huir.

Pero también sabía que Nicolaok ya había olfateado el rastro.

Y si lo descubría…

Si se enteraba de que Fernanda había tenido algo con Francesco, aunque fuera una vez…

aunque fuera en el pasado…

Ella no viviría para contarlo.

Porque en la mafia… la traición no se castiga. Se elimina.

Y Nicolaok no perdona.

No cuando se trata de su nombre.

No cuando se trata de su sangre.

1
Melody Arianny De león reyes
Hermoso
Lety
Me encanta como narras el comienzo
Claudina Reyes
HERMOSO
Luis Chairiel Reyes
hermoso
GENESIS YEPES
intrigante, emocionantes, fuerza, poder, amor retorcido, en definitiva es una historia encantadora.
Mirta Vega
hola autora empezando a leer tu historia ,primer capítulo interesante gracias por tu imaginación
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