Romina Bruce, hija del conde de Bruce, siempre estuvo enamorada del marqués Hugo Miller. Pero a los 18 años sus padres la obligaron a casarse con Alexander Walker, el tímido y robusto heredero del ducado Walker. Aun así, Romina logró llevar una convivencia tranquila con su esposo… hasta que la guerra lo llamó a la frontera.
Un año después, Alexander fue dado por muerto, dejándola viuda y sin heredero. Los duques, destrozados, decidieron protegerla como a una hija.
Cuatro años más tarde, Romina se reencuentra con Hugo, ahora viudo y con un pequeño hijo. Los antiguos sentimientos resurgen, y él le pide matrimonio. Todos aceptan felizmente… hasta el día de la boda.
Cuando el sacerdote está a punto de darles la bendición, Alexander aparece. Vivo. Transformado. Frío. Misterioso. Ya no es el muchacho tímido que Romina conoció.
La boda se cancela y Romina vuelve al ducado. Pero su esposo no es el mismo: desaparece por las noches, regresa cubierto de sangre, posee reflejos inhumanos… y una nueva y peligrosa obsesión por ella.
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Ilusiones
. Cinco Años atrás
En la gran mansión de los Bruce, la joven Romina, de 18 años, bailaba con su padre en el centro del salón durante su fiesta de cumpleaños. Su vestido rojo resaltaba bajo las luces cálidas, llevaba el cabello recogido y una hermosa tiara coronaba su peinado. Cuando la música se detuvo, todos aplaudieron.
En ese momento, el marqués Miller se acercó.
—Felicidades, conde. Su hija es la más hermosa de esta noche.
—De todo el reino —interrumpió el conde.
—Claro, claro —respondió el marqués—. Además, tiene muchos pretendientes. Es una lástima que el rey haya prohibido que las jóvenes se casen a los dieciséis, y haya alargado la edad hasta los dieciocho.
—Bueno, a mí no me parece tan mal —comentó el conde—. Es mejor que sean un poco mayores; el matrimonio es una gran responsabilidad, y la maternidad aún más. Escuché que el príncipe sigue en la frontera. ¿Qué sabe acerca de eso? —preguntó con preocupación.
—No mucho. Sé que han ido varios caballeros del palacio. El comercio continúa, pero hay una tensión fría. Los nobles están preocupados… solo tenemos un príncipe, y la princesa apenas tiene diez años, no puede casarse aún. Si el príncipe muere… bueno, la reina ya no es tan joven —dijo bajando la mirada.
—Esperemos que todo salga bien. Además, sé que el propio duque Walker viajó a la frontera hace unos días con varios de sus hombres. Su hijo está a cargo del ducado.
El marqués frunció el ceño.
—No sabía nada de esto.
En ese momento, la música se detuvo y el presentador anunció la llegada de una de las invitadas más importantes:
—¡La duquesa Ariana Walker!
Una mujer de cabello rubio y ojos azules entró al salón. Su vestido verde oscuro brillaba con las esmeraldas que adornaban su cuello, combinando con unos hermosos zarcillos. Tenía cuarenta años, era hermosa y aparentaba menos. Caminó con elegancia hasta llegar a Romina y a la condesa. Ambas hicieron una reverencia.
—Romina, estás más hermosa que nunca. Felicidades —dijo con una sonrisa.
—Gracias por estar aquí, duquesa. Es un honor para mí y mi familia —respondió Romina, mirando a su madre, quien asintió.
—Duquesa, somos afortunadas de tenerla aquí —expresó la condesa.
—Mi esposo te envía un presente. No está aquí por asuntos de trabajo. Y mi hijo, que está haciéndose cargo del ducado, también te envía un obsequio.
La duquesa hizo una señal a sus sirvientes, quienes se acercaron con pequeños cofres. Al abrirlos, hermosas joyas brillaron, dejando a todos sorprendidos. La madre de Romina las tomó y se las entregó a las damas para que las guardaran.
En ese momento, el conde se acercó e hizo una reverencia.
—Duquesa, es un gusto y un honor tenerla en la fiesta de mi hija.
La duquesa sonrió.
—El gusto y el honor son míos. ¿Dónde está el pequeño César?
El conde sonrió.
—Debe andar por ahí con sus amigos. Ya sabe cómo son los jóvenes. Y por cierto, ¿dónde está su hijo? ¿No vino?
—Se quedó en el ducado. Está encargándose de los negocios ahora que su padre no está.
—Entiendo, duquesa —dijo el marqués.
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En otra parte de la fiesta, un joven de dieciséis años, de cabello castaño rojizo y ojos grises, estaba en el jardín. Frente a él se encontraba una jovencita con el rostro sonrojado.
—Entonces ¿qué dices, linda? ¿Me das un besito? —dijo el joven y futuro conde.
La chica, nerviosa, respondió:
—Si quiere que le dé un beso, primero debe ir a mi casa y pedir permiso a mis padres para cortejarme. Después, si todo sale bien, nos comprometemos. Y cuando nos casemos, ahí sí le daré muchos besos.
El chico chasqueó la lengua.
—¿Y si mejor usted le pide permiso a su padre para que yo pueda cortejarla? —dijo burlón.
—No, claro que… así no funciona —respondió la chica ruborizada.
—Si no me das un besito, me busco a otra que sí me lo dé, y a ella cortejaré. Mujeres no me faltan —espetó el joven.
—¡César Bruce! —la voz de la condesa retumbó detrás de ellos.
Ambos voltearon. César tembló al ver a su madre.
—Ma… madre —dijo tartamudeando.
—Señorita Virginia, su madre la está buscando.
—Iré enseguida —respondió la jovencita, saliendo del jardín.
La condesa se acercó a su hijo y le dio un manotazo en la cabeza.
—Compórtate, César. Deja de estar coqueteando con esas jóvenes. No quiero ni imaginar si tu padre te hubiera visto. ¡Qué escándalo! Mi hijo, coqueteando descaradamente… Compórtate, eres el futuro conde.
—Pero, madre, yo…
—Pero nada. Vamos al salón.
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En el salón, la duquesa observaba a la joven Romina bailar con Hugo, el hijo del marqués Miller. Él tenía veinte años, la misma edad que su propio hijo.
El conde se acercó.
—¿Está disfrutando la fiesta, duquesa?
—Sí, mucho. Solo lamento que mi esposo y mi hijo no estén aquí.
—Supe que el duque fue a la frontera. Espero que todo esté bien.
La duquesa sonrió.
—Sí, fue por orden del rey. Como sabe, son familia. Pero todo está bien. Hasta donde sé, fue a ver al príncipe para darle algunos consejos.
—Me alegra —dijo el conde. Entonces la duquesa miró a Romina y luego al conde.
—Conde, su hija ya tiene edad para casarse. Seguramente debe tener muchas propuestas.
—Sí, he recibido algunas, pero debo pensarlo bien. Romina es una joven extraordinaria, quiero un buen candidato… un hombre decente y de buena familia.
La duquesa sonrió.
—Mi hijo Alexander tiene veinte años; pronto cumplirá veintiuno y asumirá las riendas del ducado. Será presentado como futuro duque de Oxford el día de su cumpleaños. Y deseamos, su padre y yo, que para ese momento él ya esté casado. No queremos a cualquier joven, sino a la más hermosa, educada y de buena familia. Su hija es ideal… no solo para ser su esposa, sino para ser la futura duquesa de Oxford.
Los ojos del conde se abrieron y una gran sonrisa iluminó su rostro.
—Oh, duquesa, sería un honor para mi hija… para mi familia… para mí.
—Entonces, conde, por favor rechace las otras propuestas. Mi esposo regresará pronto de la frontera y pediremos formalmente la mano de Romina. Mientras tanto, comencemos el cortejo.
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Por otro lado, Romina y Hugo bailaban un ligero vals.
—Romina, eres hermosa —dijo él.
Romina se sonrojó. El joven de cabello castaño oscuro y ojos negros la miraba con ternura. Era alto y de figura esbelta, y eso la puso nerviosa y feliz a la vez.
—Gracias —susurró.
—Romina, quiero pedirte algo.
—¿Qué es? —respondió ella.
—Quiero pedirle a mi padre que mañana vaya a hablar con el tuyo, para que me dé permiso de cortejarte… claro, si estás de acuerdo.
Romina dio un suspiro.
—Claro que estoy de acuerdo. Quiero que me cortejes, Hugo.
—Después nos casaremos, Romina —dijo él con una sonrisa—. Y tendremos muchos hijos… envejeceremos juntos.
Romina sonrió, ilusionada.
aunque sea feo, la condesa tiene total razón, Romina creció en todo lo bello, pero lo cruel de la sociedad no lo vivió, no lo ha sentido en carne, así que es mejor así.
Y es mejor que Romina se mantenga al margen xq así evitarás que se mal entienda su compadrajo