Un Salto Al Futuro

Punto de vista de Katherine

Soy Katherina De Borgon. Nací en una época donde las mujeres no teníamos ni voz ni voto, pero yo me abrí camino a la fuerza en una era gobernada por hombres. Mi nombre era sinónimo de arrogancia; los súbditos, al escuchar mi mención, temblaban de miedo, un pánico que yo forjé con esmero.

Yo era la princesa heredera, y la crueldad era mi pasatiempo favorito. No me importaba la gestión o la política; solo el poder que me permitía humillar a cualquiera. Fui la razón por la que la gente se moría de hambre, pues veía el tesoro del reino como mi monedero personal para financiar joyas y extravagancias. Me gané el odio de cada habitante, y lo consideraba, sin un ápice de duda, mi mayor logro.

Mi padre, el rey de Borgon, preocupado por la falta de un heredero varón, decidió a mis quince años que debía casarme con el príncipe del reino vecino. Su objetivo era asegurar que su legado no se perdiera. Lo que él no sabía era que esa decisión sería la más catastrófica de su vida.

Cuando me casé con Esteban, él me odió. Y con razón. Yo era una criatura detestable. En lugar de ganarme su respeto, me dediqué a hacer de su vida y la de todos a mi alrededor un infierno predecible.

Los cinco años que pasé como su esposa fueron una batalla campal diaria. Cuando descubrí a su amante, una plebeya, mi furia no fue por celos, sino por la humillación de que alguien no me prefiriera. Mi orgullo fue pisoteado. Me dediqué a destruir a esa mujer, a hostigarla públicamente hasta que Esteban tuvo que esconderla. Yo no solo era la villana de la historia; yo escribía el guion de la miseria.

Durante todo ese tiempo, Esteban y su amante conspiraron contra mí. Él no era un enemigo fácil de doblegar. Las decisiones políticas que tomaron, aunque llevaban a la destrucción total de su propio reino, pasaron inadvertidas para mí. En mi afán de sentirme superior a todos, fui incapaz de ver lo que se avecinaba. Ellos se encargaron de que la gente creyera que yo era la única culpable del deterioro. Para el mundo exterior, yo era la tirana, título ganado por mérito propio, la causante de la debacle total.

La crisis explotó, y la sentencia llegó a manos de mi esposo.

—Eres la princesa más estúpida que nunca existió —me espetó, con una satisfacción cruel—. Por eso tu padre, el inútil rey, te entregó a mí.

Esas fueron las últimas palabras que mi mente registró antes de perderme en un agujero negro.

—Ahora que mi reino está arruinado —continuó su voz, resonando mientras la oscuridad me tragaba—, reclamaré el derecho a gobernar el tuyo.

El siguiente recuerdo no fue el infierno, ni el cielo, sino el olor a rancio y a humedad. Desperté con un gemido que no reconocí, sintiendo un dolor punzante en la mejilla.

Al abrir los ojos, una nueva realidad me golpeó con la fuerza de un puño. No estaba en mi ejecución, ni en mi palacio, ni en las mazmorras. Estaba aturdida, aunque tardé un instante en comprender la nueva realidad: el agujero negro que me había tragado era, en efecto, el "otro mundo". Pero yo no era un espectro, ni estaba siendo juzgada; simplemente me habían trasplantado.

—¡Eres una inútil, Katerine! ¡Mala fue la hora en la que decidí hacerme cargo de ti!

La mujer mayor frente a mí continuó su parloteo, insultándome como si fuera la dueña del mundo. Estaba en una habitación con techo de tablones mugrientos, y en el aire flotaba la prueba de mi nueva existencia: una mujer de mediana edad, con el rostro torcido por la ira y la mano levantada, lista para un segundo golpe.

Una bofetada.

¡Yo, Katherina De Borgon, la heredera de un imperio, acababa de recibir una bofetada!

El cuerpo en el que estaba era débil, el lienzo en blanco de una chica que no sabía defenderse, cuyo rostro ya llevaba viejas marcas de maltrato. Una tonta que no sabía devolver un golpe.

La nueva realidad era tan real como el golpe que recibí de la mujer. Me habían enviado de vuelta para vivir una vida de miseria. No tenía poder, no tenía reino, y lo único que me quedaba era mi odio inquebrantable hacia Esteban.

Miré a la mujer, que se preparaba para atacarme de nuevo. En ese momento, juré que no importa qué tan bajo hubiera caído, no me quedaría quieta. Si el destino quería que viviera una vida insignificante, yo haría lo necesario para que mi nombre (o el de esta chica) fuera temido.

Si no podía ser su reina, sería su peor pesadilla. Conseguiría que todos me odiaran tal cual lo hice en mi vida pasada.

Antes de que la mujer me volviera a tocar, levanté mi brazo deteniendo un poco el golpe que a duras penas llegó a rozar mi nievo rostro. Los ojos de esta arpía se abrieron mostrando una irá incontenible. Sabía que en este momento no era rival para ella, sin embargo, tampoco permitiría que me siguiera lastimando, porque si, este no era mi cuerpo, pero los golpes los estaba sintiendo yo, aunque nada se comparaba con el hecho de haber perdido la vida de manera tan desagradable como en mi vida pasada.

—¿Te atreves a desafiarme? — espeto la mujer furiosa.

—¡Ya basta de golpes! Usted no es nadie para tocar un solo cabello mío. —Grite con ímpetu perdiendo el miedo que podía sentir la dueña de este frágil cuerpo.

—Pagarás caro tu osadía, sabes bien que yo soy quien manda en esta casa y tú solo obedeces mis órdenes.

—Eso era antes, ahora no tengo por qué obedecer a una mujer resentida como tú y si me disculpas tengo un mundo que explotar.

Intenté salir de aquel lugar tan lúgubre, pero la mujer me tomo por el brazo obligándome a detener.

—No me toques con tus sucias manos...

Con las pocas fuerzas que le quedaban a este débil cuerpo empuje a mi carcelera y logré librarme de aquel tétrico encierro.