La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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Ambiciosa ejecutiva...
La caleña regresó a la mesa con las cervezas bien frías y, como aperitivo de bienvenida, les trajo un pasabocas típico de la ciudad: chontaduro con sal y miel, acompañado de trocitos de empanada valluna.
—Señores, aquí están sus cervezas. ¡Disfruten su bebida y las delicias de mi bella ciudad, la sucursal del cielo! —dijo Susana, con esa sonrisa amplia que mostraba los hoyuelos irresistibles en sus mejillas.
El joven italiano no podía apartar la vista de ella. La observaba atentamente, analizando cada movimiento de sus labios, ese gesto coqueto y natural, y cómo se le marcaban esos sexys huequitos cuando sonreía. El acento caleño, cargado de picardía y dulzura, sonaba para él extremadamente excitante y encantador.
De pronto, Susana consultó la hora en su reloj y con un ligero tono de apuro anunció:
—Señores, me tengo que ir. Los espero en la empresa más tarde, como acordamos.
Pero Alessandro, que no desaprovechaba ninguna oportunidad para bromear y, de paso, hacerle pasar un mal rato a su indomable hijo, sonrió con picardía.
—Espere, señorita Montero… ¿qué le parece si nos sirve de guía turística? De paso, nos enseña un poco más de su hermosa ciudad.
Susana rió con frescura y asintió, aunque pensativa.
—¡Bueno, me encanta la idea! Solo tengo un inconveniente… debo ir a mi casa a ponerme a tono para la reunión. Si no tienen problema en esperarme un ratico, con gusto les hago el tour camino a la empresa.
Emilio, cruzándose de brazos y con un gesto de arrogancia, soltó con voz fría:
—Las mujeres se demoran un siglo… creo que mejor nos vamos por nuestra cuenta.
—En eso tienes razón, hijo. Pero un buen caballero siempre sabe esperar —intervino Alessandro, mirándolo por encima de su copa con esa expresión astuta de quien sabe lo que está haciendo.
Susana, algo incómoda pero manteniendo su sonrisa profesional, respondió de inmediato:
—No, señor, ni más faltaba. No quiero incomodar al CEO de la compañía automotriz Moretti. Los espero en la empresa a la hora acordada.
Sin más, se giró sobre sus talones, dejando tras de sí su aroma cálido y dulce, y se dirigió a atender unas mesas más antes de marcharse.
Alessandro, con tono firme pero tranquilo, reprendió a su hijo mientras se recostaba en la silla y tomaba un sorbo de cerveza.
—No tenías por qué ser descortés con la señorita Montero.
Emilio bufó, mirando a su padre con desdén.
—Padre, te conozco… eres un viejo zorro y sé para dónde vas con esto. No te voy a negar que es guapa, tiene un acento excitante y esa boquita… bueno, es bastante apetecible. Pero tampoco es la gran cosa. Además, es demasiado parlanchina. Espero que para los negocios sea seria, porque detesto cuando juegan con mi tiempo laboral.
Alessandro soltó una carcajada profunda y le dio un ligero codazo.
—Cuidado, mi galán seductor… no te vayas a estrellar con pared. Se me hace que esta colombiana te va a dar mucha lata… —se burló con una sonrisa socarrona, disfrutando cada segundo del descoloque evidente en su hijo.
Emilio se limitó a sonreír de medio lado, mirando fijamente hacia donde Susana se movía con soltura entre las mesas, sin saber que ese encuentro casual sería solo el comienzo de un juego mucho más peligroso de lo que imaginaba.
—Lo sé, jefe. Le aseguro que no volverá a ocurrir —se disculpó la caleña, algo avergonzada mientras bajaba un poco la mirada. Había llegado varios minutos después de lo estipulado a la empresa por estar ayudando a su hermano Andres en el gastro bar.
—No te preocupes —respondió él con una sonrisa generosa—. De hecho, ya no será a mí a quien debas cumplirle… estoy seguro de que los italianos van a querer llevarse hoy mismo a su país a mi talentosa diseñadora gráfica… y a mi excepcional financiera.
Los ojos de Susana se iluminaron ante la posibilidad. Una sonrisa amplia se dibujó en su rostro.
—¡Eso sería maravilloso! Finalmente podría hacer mi sueño realidad… trabajar con los grandes.
—Ah, ¿sí? ¿O sea que yo no soy un grande? —bromeó fingiendo indignación, llevándose una mano al pecho con dramatismo.
Ella rió con soltura, haciendo sonar esas carcajadas que tenían ritmo de maracas y alegría de feria.
—¡Claro que lo eres! Pero ya sabes a lo que me refiero…
—Sí, sí, lo sé. Date prisa. Ve con Andrea y revisa que todo esté en orden. Según mi reloj, faltan veinte minutos para la llegada de Alessandro Moretti y su hijo, Emilio Moretti.
Susana simplemente asintió, omitiendo mencionar que ya conocía personalmente a los italianos.
Junto a Andrea, la eficiente secretaria de Thiago, Susana se encargó de preparar la sala de juntas. Se aseguraron de que cada carpeta estuviera en su lugar, las botellas de agua dispuestas, el proyector listo y la presentación cargada. No había margen para errores.
El reloj marcó la hora. Los italianos llegaron con una puntualidad impecable, esta vez vestidos con atuendos ejecutivos que reflejaban el poder que representaban.
Alessandro Moretti vestía un traje gris a la medida, con camisa blanca y corbata sobria, irradiando autoridad con cada paso. Emilio, por su parte, llevaba un traje azul marino ajustado a su atlético cuerpo, la camisa ligeramente entallada dejaba entrever su físico tonificado. Su cabello negro estaba perfectamente peinado hacia atrás, dejando al descubierto su frente y acentuando sus intensos ojos gris-verde. Su expresión era seria, con esa rigidez que reservaba para los negocios, contrastando con el joven encantador y seductor que era fuera de los negocios.
Thiago fue el primero en entrar a la sala, ocupando la cabecera de la mesa como CEO. Detrás de él ingresaron los Moretti y los demás ejecutivos, cada uno tomando su respectivo lugar con fluidez.
Emilio lanzó una mirada panorámica a la sala. Sus ojos recorrieron cada rincón, hasta detenerse, inevitablemente, en Susana.
Y entonces la vio. No era la misma chica alegre, desenfadada y chispeante que los había atendido unas horas antes. Frente a él estaba una mujer completamente diferente: profesional, elegante y deslumbrante.
Susana vestía una blusa blanca ejecutiva de seda, metida en una falda tubo azul rey que moldeaba sus curvas con discreción y clase. La falda tenía una pequeña abertura en la pierna derecha, que dejaba ver apenas un destello de piel al caminar. Llevaba zapatos de tacón de aguja azul rey con detalles en blanco, joyería minimalista a juego y un reloj plateado en la muñeca izquierda.
Su cabello largo y rizado estaba recogido en una coleta alta, con un flequillo de lado que enmarcaba su rostro. Un maquillaje sutil resaltaba la forma de sus ojos y la armonía de sus facciones.
Emilio la escaneó de pies a cabeza. Una sensación desconocida le recorrió el pecho. Allí estaba, imponente, sofisticada… completamente fuera de su control.
Susana se limitó a ofrecer una sonrisa cordial, sin rastro del calor de la tarde. Ya no era la mesera vivaz. Era la ejecutiva lista para negociar.
Emilio se acomodó en su silla, frunciendo apenas el ceño. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía fuera de balance.
Y eso… lo irritaba.
La reunión dio inicio. Como era de esperarse, todas las miradas estaban puestas sobre los empresarios extranjeros. Thiago, el CEO de la empresa de diseño gráfico, se puso de pie para darles la bienvenida.
—Esta reunión tiene un propósito claro —comenzó con tono firme—. Buscamos establecer una alianza con la compañía automotriz Moretti, la más prestigiosa a nivel mundial. Para ello, mi diseñadora y financista más talentosa ha preparado una propuesta que, sin duda, podría marcar un antes y un después en el mercado: la colección Full Sport Cars para el próximo año. Una línea deportiva de alta gama que pueda ser accesible para distintos tipos de bolsillos.
Alessandro se acomodó en su asiento, su expresión denotaba entusiasmo.
—Esto se va a poner interesante —comentó, entrelazando los dedos sobre la mesa con expectación.
—Veamos de qué se trata —dijo Emilio, con voz seca y sin mostrar el más mínimo atisbo de emoción, en contraste con su padre.
Susana se puso de pie, recibiendo el apuntador de manos de Andrea, la secretaria de Thiago. Con paso seguro, se dirigió al frente de la sala, donde una gran pantalla proyectaba la primera diapositiva. Su postura era firme y su mirada se paseaba con seguridad por cada uno de los presentes.
—Señores —inició—, como ya lo explicó mi jefe, Full Sport Cars es una propuesta pensada para un público diverso: desde los millonarios egocéntricos playboys que buscan llamar la atención con autos lujosos y reconocidos, hasta ese joven de clase media que sueña con tener su primer deportivo de lujo sin que eso signifique hipotecar su vida.
Alessandro se inclinó discretamente hacia su hijo y susurró:
—Wow, esto me gusta.
Emilio, en cambio, alzó una ceja con desdén. Luego habló en tono arrogante, lo suficientemente fuerte para que todos lo escucharan.
—En la teoría suena interesante, pero en la práctica es un proyecto demasiado ambicioso, costoso y poco rentable. Nos generaría un gran flujo de gastos en diseño, producción y ejecución. No veo en qué nos beneficiaría un proyecto tan fantasioso como ese.
Susana lo miró con calma. Respiró hondo antes de responder.
—Entiendo que para un empresario acostumbrado a controlar cada gasto y enfocado únicamente en clientes adinerados, este proyecto suene descabellado. Incluso… ridículo.
Las cejas de Emilio se fruncieron ante el tono desafiante de la caleña.
—Entonces explíquese. No me gustan los rodeos —masculló, con evidente irritación.
Susana alzó una ceja, y su voz adquirió un tono sereno pero firme.
—Parece que la paciencia no es una de sus virtudes, señor Emilio.
—No lo es —admitió sin titubeos—. Como tampoco lo es hacer caridad regalando los automóviles de mi compañía solo para complacer a clases sociales conformistas y mediocres.
Thiago tragó saliva y la miró de reojo, temiendo una respuesta impulsiva de su parte. Le suplicó con la mirada que se moderara.
Pero Susana no retrocedió.
Con una sonrisa irónica, cambió la diapositiva. Aparecieron en pantalla gráficos y tablas detalladas: gastos estimados en diseño, ensamble, lanzamiento, así como las proyecciones de ganancias netas tanto por ventas individuales como por contratos mayoristas con concesionarios internacionales.
—No sé, señor Emilio, si esta diapositiva aclara en algo sus dudas respecto al proyecto. Y respondiendo a su comentario primitivo y mezquino, le diré lo siguiente: entiendo que para alguien que nació en cuna de oro, donde todo le ha sido dado sin gran esfuerzo, sea difícil comprender lo que significa luchar por un sueño.
Susana clavó su mirada en él, segura, sin rastro de miedo...
interesa el empresario arrogante, Emilio va a dar todo en esa fiesta que espero y sea ya rl inicio de una nueva relación /Kiss//Pray/