En las calles vibrantes, pero peligrosas de Medellín, Zaira, una joven brillante y luchadora de 25 años, está a tres semestres de alcanzar su sueño de graduarse. Sin embargo, la pobreza amenaza con arrebatarle su futuro. En un intento desesperado, accede a acompañar a su mejor amiga a un club exclusivo, sin imaginar que sería una trampa.
Allí, en medio de luces tenues y promesas vacías, se cruza con Leonardo Santos, un hombre de 49 años, magnate de negocios oscuros, atormentado por el asesinato de su esposa e hijo. Una noche de pasión los une irremediablemente, arrastrándola a un mundo donde el amor es un riesgo y cada caricia puede costar la vida.
Mientras Zaira lucha entre su moral, su deseo y el peligro que representa Leonardo, enemigos del pasado resurgen, dispuestos a acabar con ella para herir al implacable mafioso.
Traiciones, secretos, alianzas prohibidas y un amor que desafía la muerte.
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Capitulo 1
El sol comenzaba a ponerse sobre las montañas, tiñendo el cielo de un naranja cálido que se filtraba por la ventana de la pequeña habitación de Zaira. El aire fresco de la tarde acariciaba su rostro mientras se sentaba frente a la mesa de madera, cubriendo su rostro con las manos. La luz suave iluminaba las hojas dispersas con apuntes, libros de texto y una taza de café frío.
La universidad parecía tan lejana, el sueño de terminar su carrera parecía imposible desde donde ella se encontraba. Sus dedos recorrían las páginas del cuaderno de matemáticas, pero su mente divagaba, perdida en la preocupación por el futuro.
¿Cómo iba a pagar el semestre siguiente? La deuda acumulada ya le ahogaba el corazón, y el dinero que necesitaba para terminar la carrera parecía un sueño inalcanzable.
— ¿Por qué no me puedo enfocar? —susurró Zaira, dejando caer el bolígrafo sobre el cuaderno y pasando una mano por su cabello, despeinándolo aún más.
Había crecido en un barrio pobre, donde el dinero no solo no sobraba, sino que era un bien escaso. En su barrio, los sueños solían morir antes de nacer, o al menos eso sentía ella la mayoría de los días. Las calles polvorientas y las casas de ladrillo a medio construir eran todo lo que conocía. Zaira miró por la ventana, observando a los niños que jugaban al fútbol en la esquina de la calle, con sonrisas llenas de esperanza, ajenos a la lucha constante que vivía.
— ¿Qué hago? —se preguntó en voz baja, mirando sus manos, alzándolas lentamente, como si esperara una respuesta de ellas.
Dejó de pensar por un momento y recogió sus cuadernos, los metió a su mochila desgastada y decidió regresar a la universidad, donde ya sabía que escucharía una advertencia del director.
Zaira suspiró, poniéndose de pie lentamente. Abrió la puerta y salió dispuesta a darle él frente a la vida sus adversidades.
Sus pasos lentos y seguros, le permitía ver un poco más del lugar donde vivía, de las cosas que tenía que hacer su madre para comer algo aunque estaba enferma.
El recuerdo de que ella no tenía un auto, le hizo sacar de sus pensamientos y obligarla a correr o la dejaba el transporte.
Una hora después, ya estaba en la universidad, donde Tatiana la esperaba.
Zaira, tratando de sonreír, aunque su tono revelaba su agotamiento.
Tatiana llevaba una blusa ajustada que dejaba entrever su figura perfectamente esculpida por horas de gimnasio. Su cabello rubio, lacio y bien cuidado caía sobre sus hombros. Zaira la observaba, envidiando en silencio la vida de su amiga, tan diferente a la suya. Mientras Tatiana siempre estaba rodeada de lujos, Zaira apenas se daba el lujo de un café de la tienda.
—No sé cuánto más podré aguantar, Tati —susurró Zaira, apretando los bordes de su mochila gastada como si pudiera extraer de ella una solución mágica.
El bullicio de la cafetería universitaria la envolvía: risas, conversaciones cruzadas, olor a café barato y galletas rancias. Pero en su mesa, el mundo parecía detenido, suspendido entre el cansancio y la angustia.
Tatiana, su mejor amiga desde el primer año, dejó caer el bolígrafo con un suspiro exagerado.
—Zaira, ¡vas a colapsar! —exclamó, cruzando los brazos sobre la mesa—. No puedes seguir matándote en esa tienda de noche por un sueldo miserable y estudiando de día. Te va a dar algo.
Zaira rio sin humor, echando hacia atrás su cabello oscuro.
—¿Y qué otra opción tengo? Cada mes es una batalla. La renta, la universidad, el transporte... —Enumeraba mientras sus ojos se humedecían—. Y ahora, con la enfermedad de mi mamá... —la voz se le quebró.
Tatiana le tomó la mano con firmeza.
—Esta noche no vamos a pensar en deudas ni enfermedades. Esta noche vas a salir conmigo.
—¿Salir? —repitió Zaira, como si la palabra le resultara ajena.
—Sí, salir. Hay un club nuevo en la ciudad. No es como los de mala muerte, te lo prometo. Es elegante, privado... Y tú necesitas distraerte. —Le guiñó un ojo, traviesa.
Zaira dudó. No era su estilo, y lo sabía. Pero algo en la seguridad de Tatiana, en su sonrisa decidida, le hizo asentir finalmente.
—Está bien... pero solo un rato.
La noche cayó como una seda negra sobre la ciudad, manchada de luces y promesas inciertas.
Frente al Club Eclipse, Zaira se sintió diminuta. Una fila de autos lujosos llegaba y partía, mientras hombres trajeados y mujeres vestidas como estrellas de cine desfilaban hacia la entrada.
—¿Tati... estás segura? —susurró, abrazándose a sí misma.
Tatiana, enfundada en un vestido rojo que parecía derretirse sobre su figura, rio divertida.
—Confía en mí. Además —añadió, señalando su propio escote—, vestimos bien, babean, nos invitan tragos y nos vamos. Sin compromisos.
Dentro del club, la música envolvía el aire con un ritmo hipnótico, y las luces tenues creaban un ambiente de misterio y pecado. Zaira se sintió fuera de lugar de inmediato. Su vestido negro sencillo, que para ella era casi un lujo, parecía desentonar entre tanto brillo y tela costosa.
Lo que no sabía era que, en una de las zonas exclusivas del club, alguien la había notado.
Desde un balcón en penumbra, con un whisky en la mano, el dueño del Eclipse la observaba con interés frío.
—¿La ves? —dijo, girándose hacia un hombre vestido de negro junto a él.
El guardaespaldas asintió.
—La chica perfecta para el señor Santos.
El dueño sonrió, un gesto calculador y astuto.
—Asegúrate de que se quede. Leonardo ha estado demasiado huraño últimamente. Es hora de ofrecerle un regalo... uno que no pueda rechazar y menos hoy, que cumple años.
—Ahora mismo hago mi trabajo señor.
Mientras tanto, abajo, Zaira se sentía como Alicia cayendo en el País de las Maravillas, sin imaginar que aquella noche marcaría el comienzo de todo.
—¡Eso es amiga, olvida todo por estar noche! —Exclamo Tatiana moviéndose su cuerpo al ritmo de la música.
Zaira sonrió y se unió a su amiga.
Ella no tenía idea de que esa noche sería el comienzo de su ruina O de su salvación.