Era el último y más joven de los descendientes de las familias privilegiadas en llegar, aunque se suponía que su avión sería el primero en despegar.
Una fuerte sensación de Déjà vu se apoderó de él. La familia Sheng declararía un sucesor después de dos años tras la muerte de Sheng Quiang, quien era el favorito para el puesto en aquel momento.
No importa cuánto tiempo estuviera fuera, cuanto hubiera invertido en sus propios asuntos, seguía siendo el hijo de sus padres y ellos eran parte de las tres familias más prestigiosas de la Nación.
Cuando uno de los mayores decidía dejar su lugar al siguiente en la línea de su descendencia, eran momentos turbulentos.
El futuro de los negocios de estas familias cambiaría de manos y eso era de interés internacional, la bolsa de valores fluctuaría de manera abrupta durante unos días, un error y todos estaban acabados, por lo que los jóvenes debían estar presentes para acatar todo lo que se ordenara en esas situaciones.
Incluso el Presidente comenzaba a hacer sus ofrendas a Buda para que la economía nacional no se viera afectada de manera negativa.
Tres años atrás, el heredero del imperio de los Sheng había puesto de cabeza a las tres familias antes de fallecer al comprometer a su hija con los herederos de la familia Gu y Zhang.
Creyó que con el apoyo de los padres de estas dos familias podría asegurar la seguridad de su hija en medio de rumores de conspiraciones que fueron desmentidas, pero que se volvieron un tabú tras su muerte.
Para entonces, su hija también había pagado un alto precio por esa decisión: su prometida había fallecido antes de que pudieran anunciar su matrimonio.
“¿Será que es necesario otro compromiso?”
Sacudió la cabeza con molestia.
Después de despedirse de las conferencias y reuniones que lo mantuvieron ocupado sin pensar en ella y tras vacilar durante cuarenta minutos en la cafetería del aeropuerto, se dispuso a enfrentar su destino mientras bebía lentamente un café con un ligero sabor a nostalgia, seguido de una nota trágica.
Su prometida era el único límite que defendería a muerte, después de todo defender su recuerdo era todo lo que podía hacer ahora.
Había detestado tanto ese compromiso impuesto que jamás se había dado cuenta de cuanto la amaba hasta que había sido demasiado tarde y la suerte Sheng Mei ya estaba echada.
Algún comentario que había soltado de manera casual mientras abrochaba su cinturón para proceder con el despegue, transmitía que la pulcritud de su rostro se debía al fastidio hacía los viajes transcontinentales.
- Los trámites de aduana con los controles fronterizos\, seguidos de horas sentados sin poder adoptar más de dos o tres posturas\, hacen de un viaje una tortura.
Lixue llevaba un año y medio trabajando como su secretaria y observando la luz rebotar en su perfil marcando las delicadas líneas de su recta nariz y su mentón puntiagudo, aún la dejaban sin habla de tanto en tanto. Desde que comenzó la capacitación para llegar a su actual puesto de trabajo, siempre supo que había cosas de su jefe que no sabría ni entendería.
No podría aparentar más de treinta años si no fuera por su seriedad, pero había un detalle curioso en él que la tentaba a preguntarle sobre ello, cada vez entraba a su oficina y veía aquellos cuadros que colgaban en la pared lateral como constancia de su formación profesional y reconocimientos; su cabello era completamente blanco.
Sentado allí, con largas piernas cruzadas, las delgadas gafas sobre los papeles en el asiento a su lado, mientras su cabeza se bañaba de un tinte plateado y sin mirarla, no era ajeno al escrutinio con el que Lixue lo observaba, pero no podría importarle menos.
Con las mejillas rosadas por la calefacción, pensaba en el comentario que su jefe acababa de hacer sobre el viaje.
"Trámites... horas sentado sin moverse... una tortura..."
Pero... hasta el año anterior, estos viajes eran necesarios dos veces al año y jamás tenían que lidiar en persona con el papeleo.
Y era un avión privado con una cabina diseñada y equipada para su exclusivo confort.
Nunca antes lo había escuchado quejarse de algo tan ordinario.
Pensándolo bien, nunca antes lo había escuchado dar ninguna explicación.
"¿Por qué habrá creído que debería explicar algo? Como si no estuviéramos acostumbrados ya a su mal genio..."
Era serio y directo, de una frialdad que jamás te permitiría imaginar cuán calculador podría llegar a ser.
Sus movimientos eran prolijos y seguían su propia agenda sin cambiar siquiera las rutas que ya habrían determinado para sus compromisos de aquella semana.
Sin embargo, ese día tomó un café en una cafetería pública, sin opinar sobre la cantidad de gente que habría ocupado su lugar o si la higiene de la vajilla era merecedora de ser llevada a sus finos labios.
Tomo más agua de la normal, con sorbos cortos y seguidos.
Retraso su vuelo más de media hora y a bordo del avión, tomaba su teléfono para luego tirarlo a un costado, ahora hablaba con ella y ¿Su frente sudaba? Como si... ¿Estuviese nervioso?
Claro que su secretaria no se animaría a cuestionarlo, menos aún a cien metros de altura.
El vapor del asfalto y la concentración de todo tipo de olores lo recibieron en cuanto camino hacia el auto al bajar del avión.
- Buenos días - el chofer saludaba de manera cordial sin esperar respuesta mientras el auto se movía lentamente hacia la ruta.
- Señor Gu\, ¿Irá a la casona o a la empresa? - Lixue se animó a preguntar.
Gu Shen Yu deslizó el dedo por la pantalla de su celular.
Quería verla.
Había vuelto después de años para ser aterrorizado por la cruda realidad que había evitado día tras día, durante setecientos treinta días
Debía verla.
¿Podría ir al cementerio?
La extrañaba.
Pero no atrevía a enfrentarla.
Por otra parte, ella...
Levanto la frente decidida.
- No\, ve hacia el Nuit Shopping\, en cuánto consiga una dirección específica se la informaré.
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