Sin embargo, el verdadero hallazgo no era el pañuelo en sí, sino un pequeño papelito de color salmón que estaba adherido a él. Este papelito, a diferencia del pañuelo, revelaba un contenido intrigante. Su superficie estaba cubierta con una caligrafía elegante, marcada por líneas angulosas y precisas. A primera vista, no parecía contener información que resultara útil, ya que no era una dirección ni un número de teléfono. En lugar de eso, contenía una simple nota: Jueves. Cuatro de la tarde. Sala 3. Entregárselo al Sr. F.
La nota era clara y contundente; su mensaje parecía resonar con un eco casi ensordecedor que evocaba el ambiente corporativo.
Fernando había dejado en claro que no quería que ella pisara la empresa, el ámbito que él consideraba exclusivamente suyo, al que se refería como mi mundo. Si la amante de Fernando era, de hecho, una colega del trabajo, la restricción que había impuesto tomaba forma y razón. Él deseaba evitar cualquier cruce entre sus dos realidades, el hogar y lo que sucedía entre las paredes de la oficina. Así que la orden de mantenerse alejada de ese entorno era una manera de mantener la distancia entre su vida personal y profesional, preservando así el orden que a él le era tan importante.
Alana tomó su teléfono con una mezcla de anticipación y nerviosismo, sintiendo un escalofrío que le recorría la columna vertebral, una emoción peligrosa que la impulsaba hacia adelante. Con determinación, marcó el número de su universidad, sabiendo que lo que estaba a punto de hacer cambiaría el rumbo de su día.
“Necesito cancelar mi clase de las 4 de la tarde,” declaró con firmeza, tratando de que su voz no temblara. “Tengo una emergencia familiar.” La resolución en su tono no dejaba lugar a dudas.
Tras colgar el teléfono, se dirigió rápidamente hacia su vestidor, con pasos decididos. En su mente, el perro abandonado, esa parte de ella que había sido sumisa y temerosa, se había esfumado por completo. Ahora, solo quedaba Alana, una mujer dispuesta a arriesgar su única fuente de seguridad por algo mucho más valioso: la búsqueda de la verdad. Estaba lista para enfrentar lo que venía, sin mirar atrás.
Esa tarde, Alana decidió no utilizar el automóvil blanco que Fernando le había obsequiado. En su lugar, optó por tomar un taxi y solicitó al conductor que la dejara a tres cuadras de la imponente edificación de Fuente Corporation.
Se había vestido con un sobrio y elegante vestido de negocios en tono gris, el cual resaltaba su figura. Su cabello estaba recogido en una coleta alta, lo que le confería un aire profesional y pulcro. Además, portaba unas gafas de sol que cubrían casi la totalidad de su rostro, añadiendo un toque de misterio a su apariencia. Se veía como una ejecutiva más en la ciudad, lo que la ayudaba a pasar desapercibida. Si Fernando la viera en ese momento, podría pensar que estaba acatando sus instrucciones al pie de la letra, percibiendo que no había hecho su entrada en el edificio.
Sin embargo, Alana estaba a punto de cruzar el umbral.
Se deslizó con sigilo por la entrada principal justo cuando un grupo de pasantes regresaba de su pausa para el almuerzo. Nadie le exigió que mostrara su identificación; su apellido, Fuente, era como un billete dorado que abría todas las puertas.
Dentro del vestíbulo, se encontraba un mapa digital que indicaba la distribución de las instalaciones. Se dirigió directamente a la sección donde podía encontrar el plano de la planta donde estaba Fernando, el piso exclusivo para ejecutivos.
Al examinar el mapa, se dio cuenta de que no había una Sala 3 en la planta. En su lugar, solo reconoció la existencia de una Sala de Conferencias B, la Oficina 3 del departamento de Recursos Humanos y la Suite Ejecutiva 3.
Se encaminó hacia el ascensor. El miedo era una capa helada sobre su piel. Subió. La batalla de Alana apenas comenzaba, y el terreno de juego era el territorio de Fernando.
Alana salió del ascensor en el piso ejecutivo de la Fuente Corporation. Al pisar la moqueta gris que cubría el suelo, el sonido de sus pasos se atenuaba, contribuyendo a una atmósfera de misterio y tranquilidad superficial. La decoración del lugar era de un estilo minimalista y austero, caracterizada por elementos fríos y distantes: obras de arte moderno que fácilmente podrían haber costado el equivalente a la matrícula de toda su carrera universitaria. A su alrededor, grandes ventanales se alzaban, ofreciendo impresionantes vistas de la ciudad, como si quisieran conectar el ambiente de trabajo con el bullicio urbano que se extendía más allá.
Alana caminaba con paso decidido hacia el pasillo que conducía a la Suite Ejecutiva 3, teniendo cuidado de mantener la cabeza inclinada hacia abajo. Su corazón latía con una intensidad comparable al redoble de un tambor, resonando en su pecho con cada pulso. La preocupación la envolvía; si la descubrieran en ese momento, no solo perdería la invaluable protección que le ofrecían los Fuente, sino que también daría validez a las terribles acusaciones que Fernando había hecho sobre ella.
Cuando estaba a punto de girar la esquina que la llevaría a las oficinas privadas, Alana se detuvo de golpe. En ese instante, una voz ajena a la de Fernando reverberó en el aire, seguida por una risa suave y melodiosa que flotaba como una suave brisa. El inesperado sonido la llenó de inquietud y curiosidad, obligándola a quedarse quieta, paralizada por la sorpresa.
Alana se presionó contra la pared, tratando de contener su respiración, que se volvió inusualmente superficial. Provenía de una sala de descanso cercana la voz que la hizo estremecerse.
—No, Fernando fue realmente ridículo ayer —decía alguien—. Comentó que su esposa, la niña del orfanato, estaba intentando inmiscuirse en sus asuntos. ¡Como si la pobre tuviera la capacidad mental para hacerlo!
Alana sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Aquella conversación confirmaba sus peores temores: la amante estaba al tanto de su matrimonio y no solo eso, sino que también la despreciaba. La vulnerabilidad de su situación se volvía cada vez más palpable, y la sensación de traición se instalaba profundamente en su corazón.
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