Los días dejan de tener sentido.
El despertador suena, pero no me arranca de la cama; es mi cuerpo el que, por inercia, se mueve. Me levanto, me visto, tomo el transporte hacia el trabajo. Camino entre la gente como si estuviera hecha de humo, invisible, un fantasma atrapado en una rutina que me pesa más que nunca.
Entro a la oficina y sonrío de manera automática cuando alguien me saluda. Mis dedos vuelan sobre el teclado, cumplen con lo que deben cumplir, pero mi mente no está ahí. Nunca está. Regreso a casa al caer la tarde y, en cuanto cierro la puerta detrás de mí, la máscara se cae.
Me desplomo en el sofá o en la cama y lloro hasta que la garganta me arde y los ojos me laten como si fueran a estallar. Llorar se ha convertido en mi único refugio, en mi único alivio, aunque me deje vacía, con la piel hinchada y cansada.
Mis amigas me escriben, me llaman, me invitan a salir. Les invento excusas una y otra vez. No quiero que me vean así, rota, destruida, convertida en una sombra de lo que era. No quiero escuchar sus palabras de consuelo porque nada puede consolarme. Nadie puede devolverme lo que Stefan me arrancó.
A veces, en medio del silencio, suplico. Me aferro a la almohada y ruego como una niña que todo esto no sea real, que todo haya sido una pesadilla, un mal sueño del que en cualquier momento despertaré. Le imploro a un Dios que ni siquiera sé si me escucha que me devuelva lo que tenía, que me devuelva a Stefan, al hombre que durante tres años juré que me amaba.
Pero nada cambia. La casa permanece vacía, los rincones se sienten más fríos y la mesa en mi pequeño salón sigue recordándome aquella noche, con las velas derretidas y la comida que nunca nadie probó y que terminé tirando por rabia.
Me repito una y otra vez que todo fue un juego cruel, una broma retorcida de parte del hombre en el que confié, y esas palabras me destrozan aún más. Porque si fue un juego, entonces nunca fui amada. Nunca fui suficiente.
Me miro al espejo y apenas me reconozco. Mi reflejo es el de una mujer rota, con el corazón hecho trizas y la vida detenida. Una mujer que aún espera, en lo más profundo de su ser, que él vuelva y diga que todo fue un error.
La cama es lo único que me reconforta luego del trabajo. El pan se pega en mi garganta y la mantequilla de maní me deja la boca pastosa, pero igual me obligo a dar otra mordida. Es el tercer sándwich de la noche y no tengo hambre, solo un vacío que intento llenar de cualquier forma. Estoy recostada en la cama, con el celular en la mano, deslizándome sin ganas por la pantalla. Memes tontos, frases graciosas… me sacan una que otra carcajada breve, pero enseguida desaparece. No me río de verdad, no puedo.
Acomodo la almohada detrás de mi espalda, lamo un poco de mantequilla de mis dedos y sigo deslizando el dedo sobre la pantalla. Entonces, entre las sugerencias de perfiles, aparece uno desconocido. Una chica sonriente, de esas que parecen vivir en una eterna primavera. Por simple curiosidad entro a su perfil.
Hay una publicación fija, reciente. Ella mostrando un anillo de compromiso, los ojos brillantes de emoción, y varias fotos más. Deslizo el dedo… y siento cómo el mundo se me detiene.
Parte de la mantequilla cae sobre mis sabanas cuando quedó absorta por lo que veo.
En la segunda foto, junto a ella, está Stefan.
Mi Stefan.
El celular tiembla en mis manos. Me froto los ojos, pensando que quizá estoy confundida, que es alguien parecido. Pero no. Es él. Su sonrisa amplia, ese hoyuelo en la mejilla derecha, el brazo rodeando la cintura de la chica como si fuera un tesoro.
El corazón me golpea en el pecho con tanta fuerza que casi me deja sin aire.
Leo la descripción, sintiendo cada palabra clavarse en mi traquea.
"Estoy feliz de dar ese gran paso en nuestras vidas después de un maravilloso año juntos."
Un año.
Un maldito año.
Las lágrimas me nublan la vista, pero sigo mirando, incapaz de apartar los ojos de esas imágenes que parecen una burla cruel. Él… él se ve feliz. Radiante. Como alguna vez lo estuvo conmigo.
Un grito ahogado se me escapa. Aprieto el celular con fuerza. El dolor y la tristeza que me han consumido estos días se transforman de pronto en algo más oscuro, más hirviente. Rabia.
Todo encaja, cada silencio, cada excusa, cada mirada distante. No solo me abandonó. Me engañó. Durante meses, quizá durante todo este tiempo, yo fui la otra.
La vergüenza me quema por dentro, pero sobre todo el odio. No puedo respirar, no puedo pensar con claridad, solo siento la furia crecer y crecer, llenándome de una energía amarga.
Su nerviosismo cuando salíamos juntos a la calle, sus excusas para preferir quedarnos en casa, su reticencia a publicar fotos juntos. Todo concuerda, no quería hacer nada de eso porque podían descubrir sus mentiras.
La furia me quema por dentro, me devora. Siento la sangre martillándome en las sienes mientras sigo deslizando las fotos una tras otra, sin poder detenerme. Cada imagen es un golpe directo a mi pecho: Stefan abrazándola, Stefan besándole la frente, Stefan mirándola como alguna vez me miró a mí… o quizá nunca lo hizo con tanta devoción.
—¡Maldito!— Escupo entre dientes, con la voz rota, mientras aprieto el celular con tanta fuerza que temo partirlo en dos.
Jugó conmigo. Todo este tiempo. Me hizo creer que yo era su futuro, que algún día me convertiría en su esposa. Y mientras yo soñaba con vestidos blancos y promesas, él ya tenía otra vida, otra mujer, otro amor.
No. No lo voy a permitir.
El dolor se convierte en veneno, en una energía oscura que me sacude de pies a cabeza. No quiero llorar más, no quiero suplicar en la soledad de mi cuarto. Quiero que Stefan sufra, que pague cada lágrima que he derramado por él, cada noche que pasé pensando en un futuro inexistente. El tiempo que desperdicié en él.
Sigo deslizando las fotos, con el corazón ardiendo, y entonces algo me detiene. Una imagen captada en una fiesta, llena de risas y copas levantadas. Detrás de la pareja radiante, en segundo plano, un hombre llama mi atención. Alto, elegante, imponente. Con algunos mechones blancos en su cabello, y ojos, tan claros como el acero que miran de frente a la cámara aunque parece no haber posado para ella.
Lo reconozco de inmediato. El padre del malagradecido al que alguna vez llamé novio.
Ya lo había visto antes en varias fotografías en el telefono de Stefan, ademas, un rostro como el suyo sería imposible de olvidar. Tiene 45 años y los mismos le han sentado como el vino.
No puedo evitarlo y me quedo inmóvil, con la respiración contenida. Es él, no hay duda. El hombre que tantas veces escuché nombrar, al que nunca pude conocer porque siempre estaba fuera del país. Y ahora, de pronto, ahí está, en el fondo de una foto, como si el destino me lo estuviera poniendo enfrente.
Una idea se enciende en mi mente, primero como un destello, luego como un fuego imparable. Si Stefan admira a alguien en este mundo, es a su padre. Siempre lo nombraba con respeto, con orgullo, como si fuera un ejemplo a seguir y es por eso que lo tengo claro.
La mejor manera de vengarme de él no será con gritos ni reproches, tampoco con lágrimas. Será dándole justo donde más le duele: en ese orgullo ciego que siente por su padre.
Porque si logro lo que estoy pensando, si logro conquistar al hombre que él más respeta… entonces no solo lo destruiré. Lo humillaré. Y terminaré convertida en algo que jamás imaginó.
Su madrastra.
Sonrío por primera vez en días y está sonrisa me sabe a dulce. Dulce venganza.
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Comments
😍❤️кαяєи🍀🇻🇪
me gustaría que pudieras actualizar y seguir leyendo y ver cómo se desenvuelve la historia.. me gustó mucho éste preámbulo.. quisiera ser fotos así tipo referencias para que vuele más la imaginación jajajaja ☺️☺️
2025-08-31
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Griselda Enrique
la venganza no es buena mata el alma y la envenena
2025-09-01
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Emperatriz Reales
Esperemos q el suegro sea mejor q el hijo, porq su hijo deja mucho q desear como persona, como hombre, como todo, traidor, infiel y desgraciado
2025-08-31
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