Minutos más tarde estaba en otra habitación, era hermosa. En otro contexto, habría dicho que era un sueño.
Aunque un poco tétrico.
Tenía cortinas de terciopelo negro, ventanales cubiertos con vitrales de tonos oscuros que filtraban la luz de una luna perpetua. Alfombras gruesas, un tocador con cepillos de marfil, una cama enorme con sábanas bordadas en hilo de plata. Todo olía a lavanda, incienso y decadencia.
Pero no era libertad. Era una jaula. Lujosa, limpia… y cerrada.
No podía abrir las ventanas. La puerta solo se abría desde afuera. Dos de esos hombres montaban guardia en el pasillo: uno mudo, el otro con una sonrisa que helaba la sangre. El segundo parecía disfrutar verme encerrada, como un niño frente a un insecto bajo un vaso de cristal.
Esa noche dormí poco, y supongo que ya de mañana, vinieron por mí. Me llevaron nuevamente a la habitación dónde estuve antes y volvieron a cortar mis antes brazos para extraer sangre. Sintiéndome débil me volvieron a dejar en "mí habitación"
Ese día no hablé. El segundo, tampoco. Cuando me sentía recuperada luego después de que me sacaran sangre me limitaba a caminar de un extremo a otro del cuarto, contando los pasos. El tercero intenté mover uno de los vitrales. No se rompía.
Uno de los guardias me había advertido que los cristales estaban encantados, no lo creí. Pero después de mí intento...
El cuarto día llegaron ellas.
Entraron sin llamar. Cuatro mujeres altas, etéreas, bellas como si hubieran sido talladas por escultores celestiales… pero con ojos que no conocían la piedad. Sus vestidos eran negros, ceñidos, con detalles de encaje. Una de ellas, la que parecía la mayor, tenía el cabello blanco como la sal. Me miró como si oliera algo podrido.
—Así que tú eres la humana —dijo con desdén —La nueva mascota del conde.
No respondí.
Otra, de ojos ámbar, rió por lo bajo.
—Es más delgada de lo que imaginaba. No entiendo que le vio él.
La tercera se acercó, caminando con la gracia de un felino y me olió el cabello.
—Huele… diferente. No como las otras. Hay algo más.
—Claro que hay algo más —dijo la cuarta —Por eso Vaelric la eligió. Pero eso no la hace especial. Solo… peligrosa.
—¿Y qué pasa cuando algo es peligroso? —preguntó la del cabello blanco.
—Se rompe —respondieron las otras al unísono.
Fingí que no me afectaba. No les mostraría debilidad. No a ellas.
—¿Ya terminamos? —pregunté con la voz seca, sin levantar la mirada.
Hubo un silencio tenso. Luego, risas.
—Vaelric se va a aburrir de ti. Siempre lo hace. Solo que esta vez… tardará un poco más.
Se fueron sin decir adiós. Dejaron la puerta abierta solo para que los guardias me vieran temblar.
Pero no lo hice.
Los días pasaban como en un bucle.
Me buscaban para extraer mí sangre, yo no lloraba, no mostraba lo que sentía, me traían comida —extrañamente buena, aunque sin alma—, libros extraños, y ropas que no pedía. Todo era hermoso, pero impuesto. Como una ofrenda a una cautiva que no sabe su valor… o un sacrificio disfrazado de princesa.
El conde no apareció en los primeros tres días. Pero su presencia estaba en todo. En las flores negras de los jarrones. En los espejos que no devolvían su imagen. En las sombras que se alargaban con cada noche.
Y cuando al fin vino, no fue con violencia.
Entró como si todo fuera un cuento de hadas y él, su dueño absoluto. Vestía de negro, con una capa larga que se arrastraba tras sus pasos.
Me encontró sentada junto al fuego, mirando las llamas sin verlas.
—¿Estás cómoda? —preguntó, como si yo fuera una invitada.
—Estoy encerrada —respondí sin mirarlo.
—El confort no siempre implica libertad —replicó, sentándose frente a mí —A veces la jaula más cómoda es la que menos se percibe.
Lo miré entonces. Él me devolvió la mirada con una intensidad que me incomodaba. Como si intentara leerme por dentro.
—¿Por qué no gritas cuando te sacan sangre? ¿Por qué no lloras como los demás?
—¿Te molesta que no suplique?
—Al contrario. Me intriga.
Se acercó un poco más. Pude sentir el aroma de su piel: madera, tierra húmeda y algo más oscuro.
—Eres diferente, Naia. Lo supe desde el primer momento en el que te vi. Tu madre me vendió una joya sin saber lo que tenía en las manos.
—No soy tu joya —dije en voz baja —No soy de nadie.
—Eso está por verse.
Nos quedamos en silencio por varios segundos. Luego se levantó.
—He dispuesto que te trasladen a otra habitación. Una más… personal.
—¿Por qué?
—Porque quiero verte más de cerca. Y porque si sigues resistiendo, voy a tener que decidir si eso me fascina o me enfurece.
Caminó hacia la puerta y, justo antes de irse, dijo:
—No intentes escapar. No hay lugar donde puedas esconderte que yo no alcance.
La nueva habitación era más pequeña, pero aún más lujosa. Tenía un balcón desde donde podía ver los tejados del castillo, la bruma perpetua del bosque, y un lago oscuro como el aceite. Las paredes estaban cubiertas de libros en lenguas que no conocía. Y había una bañera antigua, tallada en piedra blanca, llena de sales perfumadas.
El vestido que me habían dejado sobre la cama era rojo. Demasiado ajustado. Demasiado transparente. Lo dejé a un lado y me envolví en una manta.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando escuché el ruido suave de la puerta abrirse. Me preparé para otra de esas mujeres arrogantes… pero lo que encontré fue distinto.
Era una chica. Parecía más joven que las otras. Sus ojos eran de un azul pálido, casi gris. Su piel tenía un tono más cálido, menos pálido que el resto. Su cabello rubio estaba trenzado y caía sobre un hombro. Vestía como sirvienta, pero no caminaba como una.
—No tienes que levantarte —dijo en voz baja —Solo vengo a traerte esto.
Depositó una bandeja con comida sobre la mesa. Antes de irse, se detuvo.
—¿Cómo te llamas?
—Naia.
—Te vi el día que llegaste. Pensé que no durarías.
—Yo también.
Ella bajó la mirada.
—Mi nombre es Iriel. Si necesitas algo… algo que no deban saber… espera a la noche y golpea tres veces la pared norte. Solo tres.
Me quedé mirándola, dudando. ¿Sería una trampa?
Pero su voz era distinta.
—¿Por qué me ayudarías?
Ella dudó un segundo. Luego murmuró:
—Porque hace mucho tiempo… yo también era como tú.
—¿Una prisionera?
—Una humana.—respondió y se fue, cerrando la puerta sin hacer ruido.
Aquella noche no dormí, las palabras de Iriel quedaron dando vueltas en mí cabeza. Me senté frente al balcón observando cómo la bruma se deslizaba entre las torres del castillo como un susurro de advertencia.
Los días siguieron pasando.
El conde no me tocaba. Aún. Pero su obsesión crecía, eso era evidente. Lo notaba en la manera en que me observaba, en el modo en que los demás lo miraban hablar de mí. Como si ya no fuera sangre lo que buscaba… sino algo más. Algo que ni siquiera él entendía todavía.
Las mujeres, que Iriel me dijo eran vampiros, me odiaban. Y yo, entre todos, empezaba a trazar un mapa. Un mapa mental de salidas, de gestos, de debilidades.
Iriel era la primera grieta en el muro.
Apreté la manta contra mi cuerpo y me juré que saldría viva de este infierno.
No sabía cómo. No sabía cuándo.
Pero me iría.
Y si tenía suerte… lo haría arder por dentro antes de escapar.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 28 Episodes
Comments