Sangre valiosa

Después de mi charla con Leroy, volví a cerrar los ojos y me quedé nuevamente dormida.

—Despierta, despierta —escuché que Leroy murmuraba, abrí los ojos —Si te encuentran dormida pueden aprovecharse de tí.

Lo miré sin comprender, pero tuve miedo. Aún estoy procesando la idea de que no estoy en casa, y no tengo la más remota idea de donde estoy.

Es probable que todo esto sea un sueño, pero uno del que ya quisiera despertar.

Al parecer es un nuevo día, aunque no hubo sol que lo anunciara ni canto de aves. Solo el sonido áspero de cerrojos deslizándose, y el crujido seco de la puerta al abrirse.

Dos tipos altos vestidos con ropajes oscuros entraron de repente, sus rostros se veían pálidos como mármol, sus ojos como el hielo: vacíos de compasión.

—La chica —dijo uno de ellos, señalándome.

Retrocedí hasta que la espalda chocó con la pared húmeda. No intenté resistirme. Tenía el cuerpo entumecido, y el alma, más cansada aún. Me arrastraron fuera de la celda, sujetándome con una fuerza cruel, como si temieran que me disolviera entre sus dedos.

—¿Adónde me llevan?

No respondieron. Solo caminaban, sus pasos silenciosos en los pasillos de piedra. La arquitectura era antigua, gótica, con arcos de medio punto, tapices rotos y antorchas encendidas con llamas azules. Parecía un castillo sacado de una pesadilla.

Me condujeron por un corredor estrecho, hasta detenerse frente a una gran puerta de hierro. Uno de ellos la empujó con dificultad. El sonido fue como un lamento metálico.

Dentro, todo olía a muerte. Y a algo peor. Desesperanza.

El cuarto era frío, estéril. Había una especie de camilla en el centro, con grilletes en los extremos. Instrumentos quirúrgicos descansaban sobre una bandeja: cuchillas finas, tubos de cristal, frascos marcados con símbolos que no comprendía. El aire vibraba con una energía densa.

Estaba por preguntar qué era ese lugar, cuando una figura entró por una puerta lateral.

Y el tiempo pareció detenerse.

No porque sintiera alivio, ni esperanza. Fue otra cosa.

El hombre que apareció era joven, guapo, muy guapo. De no más de treinta años. Alto, de hombros amplios y porte principesco. Su cabello era oscuro, lo llevaba peinado hacia atrás, con un mechón rebelde cayendo sobre la frente. Su piel era inmaculada, pálida como el mármol tallado. Y sus ojos... sus ojos eran lo más peligroso de todo. De un gris azulado tan intenso que parecían cortar.

—Retírense —ordenó con voz grave y sedosa.

Los sujetos se inclinaron y salieron.

Quedamos solos.

Él me observó en silencio por unos instantes, como si intentara descifrarme. Como si yo fuera una pieza curiosa en su colección.

—Así que tú eres la hija de Althea —dijo por fin, caminando en círculo a mi alrededor —Ella me prometió algo valioso, pero no pensé que fueras tan… fascinante.

Su mirada se deslizaba por mi cuerpo sin pudor, evaluándome como si midiera una copa de cristal antes de usarla. No era algo sexual. Era algo peor: posesivo. Parecía un cazador que acababa de encontrar su presa perfecta.

—¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? —pregunté. Él sonrió de lado, no respondió por un buen tiempo.

—Stalhome —dijo al cabo de unos minutos. —Ciudad de vampiros.

Mis ojos se ensancharon, y solté una carcajada que retumbó en toda la habitación.

—¡No me jodas! —solté, el tipo me sostuvo la mirada, se me acercó y tocó mi mejilla. Su mano estaba fría como el hielo, de repente comenzó a sentirse más calida. Observé sus ojos y estos cambiaron a un negro profundo.

—¿Cómo te llamas?

—Naia —respondí, firme, aunque sentía las piernas flaquear.

Él sonrió, y esa sonrisa se sintió cómo una hoja afilada.

—Naia... Soy el conde Vaelric. Y desde ahora, tu sangre me pertenece.

Tragué saliva. El nombre era antiguo, como de leyenda. Y en sus labios, sonaba como una sentencia. Me pregunté si quizás el tipo estaba loco, o de verdad esto era lo que él decía.

—Sube a la mesa. —ordenó.

No me moví. Sus ojos se oscurecieron aún más.

—Lo haces tú, o lo harán ellos por tí —añadió, señalando la puerta con la cabeza.

Subí. El frío de la piedra me recorrió la espalda al acostarme. No sabía si estaba temblando por miedo, por rabia no por la incertidumbre de no entender nada. Quizás todas ellas.

Vaelric se acercó y ató las correas de los grilletes con una precisión inquietante. Su rostro, era tan hermoso que parecía hipnotizar, pero no mostraba emoción alguna.

—No voy a usar ningún encantamiento para adormecerte. No te lo merecés aún —murmuró mientras preparaba tubos y unas pequeñas cuchillas.

—¿Qué vas a hacer con eso?

—Ya lo verás...

—Creo que no estoy interesada en averiguarlo —dije —Eso puede doler mucho...

—Seguramente. Pero donde hay sufrimiento, también hay revelación. —Sonrió, como si citara un poema —Quiero ver cuánto puedes soportar.

No lo vi venir, pero de pronto...

El primer corte fue en la parte interna del brazo. No grité. Solo mordí mi labio inferior hasta sentir el sabor metálico de mi propia sangre. Él miró cómo el líquido rojo se deslizaba por un fino canal hacia el frasco de cristal.

—¿No vas a llorar? —preguntó.

Negué con la cabeza, mordiéndome por dentro para no soltar ni un quejido. Si quería verme llorar, no iba a darle ese placer.

Hizo un segundo corte, esta vez en la parte superior de uno de mis muslos. La sangre fluía más abundante, entonces entendí que no estaba dentro de ningún sueño. El dolor era agudo, pero no peor que la traición de mi madre. Nada podría ser peor que eso.

—Curioso… —musitó —No eres como los otros. Ellos suplican y lloran. Tú no.

Me obligué a mirarlo a los ojos.

—No te voy a dar lo que quieres —dije, jadeante —No voy a romperme.

El tipo se quedó inmóvil un instante, como si esa declaración lo hubiese afectado. Su expresión cambió. No sonrió. Pero sus ojos se volvieron más oscuros. Más intensos.

—Quizá tenga otros planes para ti —susurró, y limpió la sangre de mi brazo con una tela blanca.

Sus dedos se movían con una suavidad desconcertante. Casi... cuidadosos. No encajaban con la crueldad que había mostrado un minuto antes.

—Tu sangre es fuerte. Vibrante. Late diferente —continuó —Lo puedo sentir.

—No me importa lo que sientas.

—Mientes muy mal —dijo él con una media sonrisa, mientras pasaba un dedo manchado de sangre por mis labios.

Me estremecí. De asco. De rabia. Pero no lloré. No le di ni una sola lágrima.

Cuando terminó de recolectar lo que parecía ser suficiente para él, soltó los grilletes con una lentitud que me hizo estremecer. Me ayudó a sentarme, y yo me aparté de inmediato.

—Desde ahora vas a quedarte en el Ala Norte. En mi torre personal. Vas a tener una habitación limpia, comida, ropa… y guardias, por supuesto.

—¿Por qué?

—Porque quiero observarte. Quiero entender por qué no te quiebras. —Se inclinó hacia mí — Y porque creo que podrías serme útil...Muy útil.

Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Justo antes de salir, se detuvo.

—¡Ah!, y una cosa más, Naia…

Me obligué a levantar la vista.

—No intentes nada extraño. Me arruinarías una inversión muy prometedora.

Y luego desapareció tras la puerta, dejándome con el cuerpo herido, la dignidad intacta… y una semilla de odio que, en lugar de matarme, empezó a dar raíces.

Los mismo sujetos que me trajeron hasta aquí entraron y uno de ellos intentó cargarme cómo a una princesa, cómo pude se lo impedí y comencé a caminar detrás del otro sujeto.

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