CAPÍTULO 4

...𝐴𝑙 𝑑𝑖́𝑎 𝑠𝑖𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒 8:35 𝑎. 𝑚....

...——— ☆ • ♧ • ♤ • ♧ • ☆ ———...

Dormía tan cómodamente, cuando un suave golpe en la puerta me despertó me sentí desubicada. La luz del sol entraba por el ventanal, llenando la habitación de colores dorados. No sé en qué momento me quedé dormida anoche, pero lo hice aunque no creí que podría hacerlo. Al recibir mi respuesta , Amanda entro a la habitación, vestía con un traje impecable y sonriendo como siempre.

—Aurora —dijo suavemente, acercándose a la cama— Es hora de despertar. El desayuno está listo y el señor Salvatore te espera abajo.

Me incorporé en la cama, estirándome mientras un bostezo se me escapaba. —Está bien, Amanda. Bajo enseguida —respondí, con la voz aún ronca por el sueño. Ella asintió y se fue, dejando la puerta entreabierta.

Me quedé sentada un momento, reconociendo la realidad. Aparte las sábanas, me levanté y me puse las pantuflas que estaban al lado de la cama. Luego fui al baño y me di una ducha rápida; dejando que el agua caliente me despertara por completo. Al salir envuelta en una toalla, fui al armario. Mis ojos se detuvieron en un vestido blanco sencillo y elegante que me llamó mucho la atención. Lo saqué, me lo puse y me quedaba perfecto. Luego me acerqué al tocador solté la trenza que me hice anoche para poder dormir y, dejé que mi cabello cayera en ondas naturales. Decidí dejarlo suelto y solo saqué dos mechones para enmarcar mi cara, tomé un listón blanco y lo até detrás de mi cabeza para darle un toque sencillo, encontré un hidratante labial y lo apliqué. El brillo era suave y rosado cosa que realzó mis labios de manera natural justo como me gusta. No necesitaba más, prefería sentirme yo misma.

Baje escaleras Mirando a mi alrededor a todo en esta mansión era enorme techos altos, paredes de cristal, lámparas que brillaban como joyas. No tenía idea de dónde estaba el comedor, y el tamaño del lugar me abruma. Justo cuando empecé a sentirme perdida, Amanda apareció por un pasillo, sonriendo de manera tranquilizadora.

—Por aquí, Aurora —dijo, guiándome a través de un corredor hasta una puerta doble.

El comedor era inmenso, con una larga mesa cubierta con un mantel blanco. Salvatore estaba sentado al final, concentrado en su móvil, vistiendo un traje oscuro y perfecto. Cuando me vio, levantó la mirada y sonrió levemente.

—Buenos días —dijo con voz profunda.

—...Buenos días —respondí, sentándome frente a él, con un tono neutral pero firme. Amanda tocó una pequeña campanita sobre la mesa, y varias personas entraron con bandejas de comida: croissants, frutas frescas, café caliente y huevos revueltos. El aroma llenó el aire, pero mi atención estaba en Salvatore, que me miraba intensamente.

—¿Dormiste bien? —preguntó, dejando su móvil a un lado y manteniendo su mirada en la mía.

Asentí, sin entrar en detalles. Luego miré la mesa y dije—Por cierto, gracias por la ropa. Todo es muy bonito.

Él inclinó la cabeza, sonriendo, mostrando esa posesividad que me hizo sentir nerviosa. —No me agradezcas, recuerda esto: eres mi mujer, y todo lo mío ahora es tuyo. No tienes que agradecerme por nada.

— Claro que debo hacerlo. Para mí es importante, apenas cumplí los dieciocho años, y para mi edad ya cargo con bastantes problemas. Lo último que quiero es sentirme en deuda contigo, ya es suficiente que viva aquí y sin costo alguno. No busco aprovecharme de ti ni sacar beneficio de esta situación, así que en cuanto consiga un trabajo mejor te lo pagaré todo.

No sé porque , pero justo cuando terminé de hablar, su cara se quedó sin expresión. Fue como si alguien hubiera tirado de una cuerda invisible y borrado todo sentimiento de su rostro. Noté que apretó la mandíbula y con un movimiento lento y, casi ensayado, dejó el tenedor sobre el plato. La fruta que estaba comiendo quedó allí, sin tocar.

—Como prefieras —dijo, y su voz sonaba suave, casi imperceptible, pero estaba ahí. Era un tono despectivo, aunque educado, como si mi sinceridad le resultara incómoda.

¿Qué le pasaba a este hombre? ¿Por qué cambió tan de repente? ¿Era acaso bipolar?

Solo lo observé en silencio mientras él se levantaba despacio, como un cazador que sigue a su presa. No tenía prisa, pero se veía frío y distante.

—Tengo que atender unos asuntos en la empresa. Espero que no te moleste desayunar sola —dijo, mientras se arreglaba la camisa con cuidado.

Antes de que pudiera responder, comentó sin mirarme:

—Si necesitas algo, puedes pedírselo a Amanda. Ella se encargará de todo.

Y con eso, se fue. No esperó respuesta ni miró atrás, ni siquiera se despidió. Sus pasos se alejaron por el pasillo, como si se llevaran consigo el aire cálido de la habitación.

Me quedé sentada, sin moverme. No sé cuánto tiempo pasó, tal vez segundos, quizás minutos. ¿Habré dicho algo malo? ¿Por qué se veía tan molesto por una conversación que ni siquiera fue un reclamo?

No tenía respuestas y, la verdad, no sabía si quería tenerlas. Solo sentí esa incomodidad persistente que deja una charla a medias, esa sensación de haber caminado sin querer en un lugar peligroso.

Intenté relajarme y pensé que no había tiempo para atormentarme por lo que no entendía. Sonreí ligeramente, casi para mí misma, y miré la mesa. El desayuno parecía de revista: frutas frescas, panes calentitos, jugo recién exprimido... Para ser honesta, ni siquiera recordaba la última vez que comí así. Si mamá estuviera aquí, seguro lo disfrutaría.

—Si él no quiso —murmuré, recogiendo un pedazo de mango con el tenedor— bueno... más para mí. La comida no se desperdicia.

Llevé el jugo a los labios y tomé un sorbo lento, como si quisiera disfrutar no solo de la bebida, sino también del momento tranquilo de estar sola.

*

*

*

*

Pasé el resto del día explorando el lugar con la ayuda de Amanda. Su compañía me daba calma, casi como la de una madre, y parecía saber todo sobre el sitio. Me enseñó los jardines llenos de buganvilias y un invernadero oculto tras una puerta de cristal que nadie habría visto sin ella. El aire olía a tierra mojada y flores frescas, y aunque el lugar era muy grande, Amanda lo hacía sentir acogedor.

Al final de la tarde, mis piernas estaban cansadas, así que volví a mi habitación. Me cambié de ropa, me lavé la cara y, al sentarme en la cama, vi el libro que había sacado de la biblioteca. Tenía una bonita encuadernación, casi antigua, y el título, escrito en letras oscuras, prometía mucho. Lo abrí sin muchas expectativas… pero después de leer dos páginas, me perdí por completo en la historia.

No escuchaba nada más que el sonido de las páginas de mi libro al pasar y mi respiración tranquila. Estaba tan concentrada que ni siquiera noté el zumbido del teléfono en la mesa de noche.

La pantalla se encendió y vi una notificación del grupo.

Suspiré, dejé el libro en mis piernas y desbloqueé el teléfono con calma. Desde que empecé la universidad, esas dos se habían vuelto muy importantes para mí. Eran hermanas de sangre, pero con ellas sentía un vínculo especial, como si hubiéramos elegido ser familia en medio del desorden.

Estaban hablando de un chico. Me fruncí el ceño, divertida y confundida a la vez. Era un nuevo estudiante… claro, no sabía nada de él porque había faltado a clases por problemas familiares. Y ahora esto se sumaba a mis preocupaciones.

> Chiara: Le ofrecí un tour… por el campus, obvio.

> Halsey: Mentirosa. Más bien le diste un tour visual a todo su cuerpo.—respondió.

Sonreí. Ellas eran como vitamina para el alma. A pesar de no haber dormido bien y de sentirme tensa, sus mensajes me hicieron sentir un poco mejor. Me dejé caer suavemente sobre la almohada, todavía con el teléfono en la mano.

Ya había anochecido por completo. La habitación estaba iluminada con un tono azul oscuro, apenas con la luz de la lámpara junto al espejo. El libro estaba abierto en la cama, olvidado por un momento. El silencio volvió a rodearme, pero esta vez llevaba consigo la risa de mis amigas como una manta ligera.

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Elda Marquez

Elda Marquez

se ha pasado un día tranquilo, sin la presión de las arpías...

2025-07-09

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