Insoportablemente guapo

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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—¿Ascenso? —dije en voz baja, como si necesitara confirmar que lo había leído bien.

—Interesante —murmuró Gael, y su sonrisa se torció apenas.

—Eso debería ser mío. Llevo años aquí.

—Entonces tienes ventaja, ¿no? —replicó, levantándose de la silla y caminando hacia mí—. Pero no te confíes, Camila.

El modo en que dijo mi nombre... lento, con esa voz grave...

Tuve que apartar la vista un segundo para no mostrar que me afectaba.

Gael se acercó a la puerta, pero antes de salir, se detuvo.

—Somos rivales ahora.

—Así parece—le respondí, volviendo a la pantalla como si no acabara de sentir un escalofrío entre las piernas.

—Me encanta —susurró, y se fue.

Me quedé sola, sintiendo un calor inexplicable subiéndome por la nuca. Seguí trabajando en la campaña, pero todavía seguía ese intruso en mi mente.

Horas más tarde, guardé los archivos en una carpeta compartida y cerré el portátil. Mis ojos ardían y el café llevaba siglos frío, pero al menos había avanzado.

Cuando salí de la sala, el edificio ya estaba casi vacío. Solo algunas luces quedaban encendidas en los cubículos y el pasillo principal. Crucé el hall con pasos firmes, enfocada en salir de ahí antes de que la obsesión por el pitch me hiciera quedarme hasta el amanecer.

Pero justo al doblar la esquina, me lo encontré otra vez.

Gael estaba frente a la máquina de café, con el saco sobre el hombro y el nudo de la corbata algo flojo. Levantó la vista y sonrió.

—¿Tú también decidiste no dormir? —preguntó.

—Voy camino a casa.

—¿En bus?

Asentí.

No tenía por qué mentir. No tenía nada que demostrar. Tampoco le tenía que explicar que hace semanas mi hermana estrelló mi auto.

—Puedo llevarte —ofreció, como si no acabáramos de firmar una tregua.

Lo miré sin moverme.

—No hace falta.

Gael se encogió de hombros, pero no parecía ofendido.

—Como quieras.

Pasó junto a mí, y por un segundo, pensé que se detendría otra vez. Pero no. Solo caminó hasta la puerta principal y salió sin mirar atrás.

Crucé los brazos, sintiendo una punzada de incomodidad que no quise reconocer.

Estaba esperando el bus.

Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue quitarme los tacones. Luego el blazer, el maquillaje y todo rastro del día.

Encendí la laptop por inercia. La presentación de Spark Energy seguía ahí, esperando. Pero mi cabeza… estaba en otro lado.

En él.

Gael Moretti.

El nombre me latía en la sien como un eco.

Una parte de mí quería enfocarse. Trabajar. Concentrarse.

La otra… seguía reviviendo la forma en que me miró.

Suspiré y tomé una copa de vino. Me envolví en una toalla.

Un mensaje de Lucy llega a mi teléfono:

—¿Quieres cenar algo? Pido sushi —escribió Lucy por chat.

Miré el mensaje, pero no respondí. No tenía hambre.

Lo que necesitaba era silencio. Y un baño caliente.

Fui al baño, abrí la llave de la bañera y mientras se llenaba, me detuve frente al espejo.

Tenía el cabello algo desordenado, el delineador medio corrido… y aun así, me veia Atractiva.

Me imaginé viéndome a través de sus ojos. Y el recuerdo de su voz me golpeó como un susurro malintencionado:

“Apasionada y con imaginación. Qué combinación tan interesante.”

—Idiota —murmuré.

Me quité la ropa, me sumergí en la bañera y Cerré los ojos.

Pero él seguía ahí.

En mi mente. En mi piel.

Y me imaginé algo que no debía.

Me imaginé que entraba sin avisar. Que se inclinaba junto a la bañera, con esa sonrisa arrogante…

Y me decía al oído:

“¿Segura de que no te gusto?”

Me toqué el cuello. Después los labios.

No. No debía pensar en él así.

Al salir del baño, mi celular parpadeaba sobre la mesita de noche.

Un número desconocido.

—Suerte con Spark. Que gane el mejor. – Gael.

Lo leí dos veces

Suerte.

Suerte, mis ovarios.

Respondí:

—No la necesito. Espero que no te frustres cuando pierdas.

Tres segundos después:

—Me encantan las mujeres seguras. ¿Te vas a poner igual de intensa cuando estemos a solas?

Lo leí. Lo releí.

Quise bloquearlo.

O reírme.

O seguirle el juego… ya ni se que quería.

Escribí, borré, volví a escribir.

Al final solo envié:

—Depende. ¿Piensas hacer algo?

Cinco segundos.

Diez.

Quince.

— Si digo que no, miento. Si digo que sí… me esperás después de la jornada.

Y sonreí.

No quería hacerlo. Pero lo hice.

Estúpida… —me dije a mí misma.

Dormí mal esa noche.

No porque tuviera insomnio, sino porque mi cabeza estaba hecha un nudo, y en el centro de ese caos estaba él. Gael.

Me desperté antes de que sonara la alarma, con el corazón agitado como si hubiera corrido una maratón en mis sueños. Revisé el celular. Nada nuevo. Ningún mensaje. Pero la conversación de anoche seguía en el chat, mirándome como un recordatorio de que esta guerra iba a tener más de un campo de batalla.

Cuando llegué a la oficina, él ya estaba ahí.

Camisa negra esta vez. Como siempre arremangadas. Estaba en su escritorio, hablando con un grupo del equipo creativo. Sonreía. Siempre sonreía. Pero cuando se giró y me vio entrar, esa sonrisa cambió.

No era para todos. Era solo para mí.

Le sostuve la mirada sin pestañear.

—¿Por qué llegas tarde? —me lanzó Sophie en cuanto puse un pie en la oficina.

Las puertas aún no se cerraban del todo cuando la vi girarse hacia mí con esa ceja levantada que ya era casi una marca registrada.

—Han sido cinco minutos.

—Para liderar necesitas llegar diez antes.

La pasividad de sus palabras no ocultaba la intención: estaba molesta. Y no solo conmigo.

Mientras me quitaba el abrigo, noté a Gael sentado frente a su escritorio, con su chaqueta colgada prolijamente en la silla y el cabello peinado con una precisión irritante. Los demás se habían esfumado.

—Él llegó hace cuarenta minutos —dijo Sofía, sin que yo preguntara.

Apreté los dientes. El maldito madrugó solo para anotarse el primer punto.

—Lo siento, no volverá a pasar.

—Más te vale. Spark Energy se reúne con nosotros en una semana. Ya saben que ustedes dos están preparando propuestas individuales. Quiero la tuya el viernes.

—¿Y la de él?

—También. Pero confío en que tú darás el primer paso.

Eso me sonó a “demuestra que estás por encima”. Sophie nunca decía las cosas directo, pero tampoco dejaba espacio a dudas.

—Hecho.

Caminé hasta mi escritorio, evitando mirar a Gael. Aunque sabía que sus ojos estaban fijos en mí.

Sentí esa energía rara, esa tensión que no sabía si venía de la competencia o de algo más. Me obligué a ignorarlo y encendí el portátil. El día apenas comenzaba y ya sentía el peso del viernes sobre los hombros.

Él carraspeó con suavidad y, sin levantar la vista de su pantalla, soltó:

—Buenos días, Duval.

—¿Lo es?

—Lo será —respondió, sin dejar de mirarme.

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