A la mañana siguiente, el sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Alexandra abrió los ojos. El aire estaba frío y seco, con un aroma a ceniza y tierra húmeda. La fogata se había apagado durante la noche, dejando solo brasas y humo gris elevándose suavemente.
Se incorporó con lentitud, revisando los alrededores con la mirada afilada de quien ha vivido demasiado tiempo en guardia. A unos pasos, Elios seguía dormido, abrazado a los tres huevos dorados como si fueran su mayor tesoro.
Se acercó en silencio, se agachó junto a él y lo observó unos segundos. La fragilidad del niño contrastaba con la magnitud de la misión que habían aceptado sin comprender del todo. Suspiró con resignación.
—Despierta, pequeño príncipe. Ya no estamos en tiempos de cuentos.
El niño se removió entre sueños, aferrándose con más fuerza a los huevos. Ella lo tocó suavemente en el hombro y repitió con voz firme:
—Despierta.
Parpadeó, confundido, hasta que la realidad lo golpeó de nuevo. Se incorporó al instante, frotándose los ojos.
—¿Ya es de día?
—Sí. Debemos movernos antes de que nos encuentren. Las criaturas nocturnas no son las únicas que merodean por estas tierras.
—¿A dónde vamos?
—Al norte. Anoche me visitó la diosa; allí encontraremos respuestas. Y si no, al menos estaremos más lejos de quienes quieren matarnos.
Sin entender mucho sus palabras, asintió, abrazando con más fuerza los huevos.
—¿Crees que saldrán pronto?
—No lo sé. Pero si quieres que sobrevivan, será mejor que mantengas el paso.
—Haré lo mejor que pueda.
—Eso espero.
Guardó los huevos con cuidado en una bolsa acolchada que había improvisado con la manta, y cuando estuvieron listos, se subieron al caballo y comenzaron a andar por un estrecho sendero que serpenteaba entre montañas grises y árboles retorcidos. No había caminos trazados, ni señales, solo la intuición de una guerrera y la esperanza de un niño.
Horas después, cuando el sol estaba en lo alto, una figura encapuchada los observaba desde lo alto de una colina. El viento agitaba su capa azul oscuro, revelando una armadura reluciente debajo.
—Así que comenzó… Que los cielos tengan piedad de ellos… porque los hombres no la tendrán.
Giró sobre sus talones y desapareció entre los árboles, dejando atrás solo el susurro de una advertencia que el viento pareció arrastrar hasta el corazón de Alexandra:
*No todos los aliados llegarán como amigos. Y no todos los enemigos mostrarán su rostro.*
Tanto Neftalí como Elios oyeron la voz susurrada de ese hombre. Acostumbrada a estar en alerta, detuvo el caballo, escudriñó en todas direcciones y dijo con voz tensa:
—Estate atento. Si ves algo extraño, dímelo de inmediato.
Elios asintió y, aferrándose más a su cintura, continuaron su camino por los senderos.
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A tan solo un día de distancia, en el castillo de Zenda, las tres princesas de Atenea y Zenda practicaban su magia como solían hacerlo todas las tardes.
La mayor, Isabela, dominaba la magia con naturalidad y poseía un carácter firme, casi guerrero.
La segunda, Lyanna, era diplomática, astuta y parecida a su padre, maestra en estrategia sin necesidad de poderes, aunque eso no significaba que no los tuviera.
La menor, Selene, era la más reservada, pero también la más poderosa. La magia fluía en ella de formas que nadie entendía del todo.
Mientras entrenaban en el patio del castillo, una sombra cruzó el cielo. Un cuervo negro, con los ojos rojos como carbones encendidos, cayó a sus pies. Traía un mensaje.
*"El sello se ha roto. El exiliado regresa. Y vendrá por lo que siempre debió ser suyo."*
Isabela alzó la mirada hacia el horizonte, frunciendo el ceño.
—Esto… no es una amenaza común.
Lyanna desenrolló el pergamino y lo leyó de nuevo.
—Esto es una advertencia.
Selene apretó los labios.
—O una profecía.
Isabela volvió a tomar el pergamino y, mirando seria a sus hermanas, sentenció:
—Deberíamos mostrárselo a madre.
Las tres asintieron y, al llegar al palacio, pidieron audiencia con la emperatriz. Minutos después, ingresaron a su oficina. Leonor revisaba algunos documentos, pero los dejó de lado al verlas entrar.
—Vaya… qué sorpresa.
—Madre, lamentamos interrumpir tu trabajo, pero…
—Sucedió algo muy extraño.
Selene le entregó el pergamino. Al ver cómo el rostro de su madre se endurecía, Isabela no tardó en preguntar:
—¿Sabes a qué se refiere?
Leonor, al notar la preocupación en los rostros de sus hijas, negó con la cabeza.
—Estoy segura de que no es nada importante…
Dobló el papel con cuidado y lo guardó en uno de sus cajones. Les sonrió con dulzura.
—¿Necesitaban algo más, mis niñas?
Isabela frunció el ceño. Con una simple mirada a sus hermanas, dejó claro que su madre les ocultaba algo.
Lyanna alzó una ceja y, notando su nerviosismo, esbozó una sonrisa irónica.
—Tranquila, madre… no es necesario que nos corras. Mis hermanas y yo tenemos una práctica con la que continuar.
—Jaja… Lyanna, nadie las está echando. Es solo que no me parece importante esa nota… debe de ser alguien aburrido que quiere jugarles una broma.
Selene, que ya había deducido lo que su madre intentaba ocultar, indicó a sus hermanas que se marcharan. Las tres se despidieron y, al llegar al campo de batalla, dijo en voz baja:
—¿Aún tienen sus cristales?
Isabela y Lyanna asintieron.
—Muy bien, porque los vamos a necesitar. Nos vemos en la biblioteca real en una hora.
Asintieron en silencio y cada una marchó hacia su habitación para buscar el dije que les había dejado el mago supremo.
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Comments
Arya Aldaba
Oh, ya veo que la mega batalla no fue la de Lu en villana a semi diosa, pero esa tampoco estuvo tan mal, pero me falta un poquito más de las ocurrencias de Lu
2025-05-07
3
yinnere
y yo pensando que era el loco que se había escapado 🥴🥴🥴😒
2025-05-08
3
Alberto Herrera Gómez
ohh y ojalá hubiera más tiempo nomás para leer. 🧐🧐🧐🫢🫢🫤😁👻🆗👍💯🤔☯️🤗
2025-05-12
0