Capítulo 3

Alexandra cabalgaba a toda velocidad por el bosque. Había notado que los hombres del archiduque los seguían de cerca, y no sabía si tenía la fuerza para luchar contra ellos, mucho menos con el niño a su cargo. Entonces recordó el sueño en el que una mujer le decía: "Cuidado con el dragón". Al levantar la vista, divisó la montaña donde, según las leyendas, vivía el último dragón. Cambió de dirección con rapidez, justo cuando el príncipe habló.

— ¿Qué haces? Estás yendo a la montaña prohibida...

— Lo sé, pero vienen tras nosotros y no creo poder pelear contra todos.

— Pero está prohibida por algo… Padre dijo que ahí vive el último dragón.

— Lo sé. Pero cuento con que ellos también lo sepan.

Al tomar el sendero hacia la montaña, los soldados de Jade se detuvieron. Su líder habló.

— Alto… —El capitán de la guardia miró hacia la cima, y con una sonrisa dijo—: Volvamos… ellos ya están muertos.

— Pero, capitán, ¿no deberíamos asegurarnos de que los príncipes no regresen?

— Quédate si quieres, pero estoy seguro de que no lo harán. Nunca he visto a nadie salir con vida de esa montaña. No creo que esos niños lo logren.

El capitán dio la orden de retirada, y aunque el soldado dudó, terminó por unirse al grupo. Si su líder lo aseguraba, debía ser cierto.

 

Al llegar al pie de la montaña, Alexandra desmontó del caballo y ayudó al príncipe a bajar.

— Creo que los perdimos.

— Neftalí, debemos irnos. Este lugar no es seguro.

— Lo sé. Pero, por ahora, es el único sitio donde no nos buscarán —dijo mientras escudriñaba el entorno con atención.

La montaña era fría, cubierta por una niebla espesa que parecía guardar secretos milenarios. Sin embargo, había una extraña paz en el ambiente, como si el bosque mismo les concediera tregua tras la huida.

— Debemos encontrar un lugar donde pasar la noche —añadió, sujetando las riendas y guiando al príncipe hacia una formación rocosa que ofrecía algo de refugio.

— ¿Y si el dragón nos encuentra? —preguntó el niño en voz baja, tembloroso.

Alexandra se agachó frente a él. No sabía qué ocurriría, pero sí tenía algo claro:

— Si el dragón es real… espero que prefiera conversar antes que devorarnos.

El príncipe frunció el ceño, sin saber si hablaba en serio o solo intentaba tranquilizarlo.

— ¿Siempre has sido así de rara? —preguntó finalmente.

Alexandra soltó una risa suave.

— No lo sé… creo que hoy más que nunca.

Se acomodaron dentro de la grieta rocosa, compartiendo la manta que Alexandra había tomado del caballo. El silencio los envolvió, interrumpido solo por el crujido de las ramas, el viento y sus corazones aún agitados por la huida.

Entonces, justo cuando el príncipe cerraba los ojos, una luz tenue comenzó a brillar desde lo profundo de la montaña.

— ¿Viste eso? —preguntó, incorporándose.

Alexandra se levantó de inmediato, daga en mano.

— Quédate aquí.

Pero el niño no obedeció.

— No voy a dejarte sola…

Ambos salieron del refugio, y lo que vieron los dejó sin palabras: una criatura majestuosa, envuelta en escamas que brillaban como cristales al sol, los observaba desde una saliente más arriba, inmóvil.

El dragón.

No emitía rugido alguno. Solo su presencia erizaba la piel. Sus ojos dorados, grandes y sabios, no mostraban hostilidad, pero tampoco compasión. Parecía ver a través de ellos, hasta lo más profundo de sus almas.

Alexandra sujetó con fuerza la daga, aunque sabía que era inútil. Si el dragón decidía atacarlos, nada podría detenerlo. Pero ocurrió lo impensado: la criatura descendió con solemnidad, alas plegadas, el suelo temblando con cada paso.

— No tengas miedo —susurró el príncipe, con una mezcla de asombro y temor—. Tal vez… no quiere hacernos daño.

Neftalí no respondió. Su instinto le decía que huyera, pero algo más fuerte la obligaba a quedarse. El dragón se detuvo a pocos metros y bajó la cabeza, como si los saludara. Entonces, habló.

— Han invadido tierra prohibida… ¿por qué?

Su voz era grave, como un trueno lejano que no anuncia tormenta. Neftalí tragó saliva y, con valor, dio un paso al frente.

— Huimos de hombres que buscan matarnos. No vinimos a desafiarte.

El dragón inclinó la cabeza, observando al niño.

— ¿Y el niño? ¿Es tu hijo?

— Es el príncipe heredero de Bórico —murmuró Alexandra—. Lo juro por mi vida: no busco hacerte daño ni perturbar tu descanso.

El dragón alzó la vista hacia el cielo encapotado y suspiró. Su aliento tibio agitó la niebla como un velo de seda.

— Entonces no han venido por elección, sino por destino.

— ¿Destino?

— Solo quienes han sido llamados pueden ver la luz de esta montaña —explicó el dragón—. Y tú, hija del fuego, has sido llamada.

Alexandra retrocedió un paso.

— ¿Hija del fuego?

El dragón asintió.

— La sangre de las antiguas guardianas corre por tus venas. Y ese niño… lleva el futuro del reino en su pecho.

El príncipe, aún impresionado, susurró:

— ¿Nos vas a ayudar?

El dragón no respondió de inmediato. Giró lentamente y se adentró en la oscuridad de la cueva. Antes de desaparecer, dejó una última frase:

— Si están dispuestos a enfrentar la verdad… entonces síganme.

Alexandra miró al príncipe y, sin decir una palabra, lo tomó de la mano. Ambos cruzaron el umbral hacia lo desconocido.

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Comments

Alberto Herrera Gómez

Alberto Herrera Gómez

sí cómo. es como si el Leon 🦁 te dijera pasa , pero no eres comida jejejeje 👻☯️🤗

2025-05-12

0

Itzel08

Itzel08

esta interesante ☺️

2025-05-07

3

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