—¿Me esperas afuera? —le digo a Damián.
—Tú no te mueves —dice Fabián—. En esta casa mando yo.
Asiento, tomo mi mochila y salgo de la casa. Damián me alcanza corriendo.
—Es un pendejo —me dice, y asiento—. A veces lo comprendo, mira que muchas quisieran estar en tu lugar, y tu hermana dejó el puesto sin problema. No entiendo... si de aquí no quería salir...
Se tapa la boca, como si hubiera hablado de más.
—¿Pero qué dices? ¿Tania ya había venido? —le pregunto.
—No sé si deba decirte —responde. Lo miro cruzándome de brazos, deteniéndome frente a él.
Levanta las manos en señal de rendición.
—Tania venía... y ellos salían.
—¿Qué? —le digo, sorprendida.
—Sí, Tania venía a buscarlo y se perdían por horas.
Asiento mientras seguimos caminando.
—Cuando supe que se casarían, me alegré por él. Creí que quizás Tania le quitaría la seriedad con la que siempre se le ve.
—Mi hermana nunca me dijo nada —le digo.
—Nunca se termina de conocer a las personas.
Para un taxi y lo abordamos juntos. No hablamos en el camino. Llegamos a la universidad y cada quien se va a sus clases por separado. Al salir noto una llamada perdida de mi padre. Detengo otro taxi, pero antes le aviso a Damián.
—¿Me puedes explicar qué fue lo que firmaste? —le digo a mi papá por teléfono.
—Apenas me acabo de enterar —me responde—. ¡Esto es una completa mierda! —grita.
—Lo es —le digo con rabia.
Llego al departamento, me siento en el comedor y me llevo una manzana a la boca. Tocan la puerta: es Damián. Mi padre lo hace pasar, mi madre nos sirve de comer y la noto extraña.
Al terminar, Damián me muestra su celular: su padre lo está llamando. Me despido de mis padres y regreso con Damián. Me deja en el departamento, pero no entro; me quedo afuera. Veo cómo se estacionan varios camiones, y de uno de ellos baja Fabián, acomodándose el cuello de la camisa. Me mira... y pasa de largo, ignorándome.
Cansada de estar parada, decido entrar. Subo directo a la habitación. Escucho la regadera y abro mi laptop. Estoy estudiando para apoyar a mi papá en el negocio familiar. Avanzo en mi tesis, cuando veo salir a Fabián del baño, solo con pantalones, sin camisa, el agua escurriendo por su piel.
Vuelvo la vista a la laptop, ignorándolo. Él sale al balcón con su celular. Regresa y yo ya me estoy acomodando para dormir.
Lo veo caminar hacia el clóset, ponerse ropa y los zapatos. ¿A dónde irá tan noche?, me pregunto.
Sale de la habitación y me estiro en la cama. Para mí, mejor que no esté, me digo.
Me acomodo para dormir, y a la mañana siguiente estoy lista para salir, pero no me lo permiten.
—Son órdenes del señor —me dice el guardia.
—¿Pueden llevarme a la empresa para que pueda hablar con él?
Marca en su celular y, al colgar, asiente.
—El señor está ocupado, no puede atenderla. Encuentre qué hacer —me dice.
Regreso al interior. Saco mi celular y le mando un mensaje a Damián. No tarda en llamarme.
—Estoy en clases, pero mi madre va para allá —me dice.
—Oye... lo que menos quiero es que se enteren de que me tienen secuestrada —le digo.
—Nadie cree eso. Te dejo porque ya llegó el maestro —responde y cuelga.
Doy vueltas en la habitación. Me acerco a la estantería y me llama la atención un libro que vi una vez en la habitación de mi hermana. Ya sé que hay muchos, pero ese tiene una dedicatoria que me convence de que era suyo. Lo abro:
Para: el hombre de mi vida.
De: Tania.
Leo el primer párrafo. Habla de una plebeya que se enamoró de un rey. Él cambió muchas leyes por ella.
Se abre la puerta y, por los nervios, se me cae el libro al ver entrar a Fabián. Mira el libro en el suelo y me ve como si quisiera ahorcarme. A grandes pasos llega hacia mí y me agarra fuerte del brazo.
—¿Quién te crees para tocar mis cosas? —me dice.
Siento su enojo en la forma en que me aprieta. Trato de zafarme y, en el forcejeo, pierdo el equilibrio y caigo. Él se agacha, recoge el libro y se va llevándoselo.
No sé qué fue lo que acaba de pasar.
Me levanto, y la puerta vuelve a abrirse.
—Hola —entra su mamá, observándome—. Vamos a mi casa —me dice.
Salgo con ella. Subimos al carro y noto su vestimenta: una mujer con mucha clase. Entramos a su casa, donde veo a mucha gente movilizada.
—Haré una cena —me dice.
Asiento y me quedo de pie.
—Querida, siéntate —me dice.
—¿Usted convivió con mi hermana? —le pregunto.
—Cuando una es madre, hace todo por agradar a la pareja de su hijo.
La veo subir las escaleras.
—¡Yo dije que te tenían encadenada! —dice Damián, riendo.
—¿Tu madre quería a mi hermana?
—Tania le agradaba a todos. Era una mujer que caía bien. A mí no tanto, pero bueno... voy a dejar mis cosas —dice, alejándose.
—Señorita Tania —me dice una muchacha de limpieza—. Qué gusto verla.
—Tania es mi hermana. Yo me llamo Diana —le digo.
Ella se va apenada. Maldigo el parecido que tenemos. A pesar de ser medias hermanas, parecemos gemelas. Sacamos mucho de mi madre.
—Vendrán unos socios de mi hijo, y me dice que estés lista para la ocasión. Ya te mandaron a traer un vestido. Está en el cuarto donde mi hijo se queda cada que viene.
Asiento y subo. Me baño, me maquillan. Cuando quedo sola, veo el vestido que me dejaron: es muy bonito. Me miro en el espejo y noto mi brazo rojo por lo de esta mañana. Busco entre los clósets y encuentro muchos vestidos. Tomo uno que cubre esa área. Me queda un poco grande. Tocan la puerta.
—Señora, que ya baje —me dicen.
Salgo. La vista queda en mí. Varios disimulan la sonrisa, otros muestran sorpresa... no sé por qué, pero no me importa. Sigo bajando y mi suegra se acerca.
—Entiendo que estés enojada con mi hijo. Sabes que la impresión que causes se verá reflejada en él —me dice.
Mira el vestido que llevo y se aleja rápido.
Soy tomada del brazo por Fabián, quien me lleva a un pasillo alejado. Las personas nos ven, escucho los murmullos.
—¿Con qué derecho te pones esa ropa? —me grita.
—Solo la tomé.
—Ni siquiera te queda —dice con desprecio—. ¿Tantas son tus ganas de parecerte a Tania que tienes que usar su ropa? —me grita.
Quedo paralizada por sus palabras. Él se va, y yo quedo ahí, inmóvil.
¿Esos vestidos eran de mi hermana?
Salgo al jardín. Ni cuenta me doy de que empecé a llorar. Me seco las lágrimas y me siento en una banca.
—Siempre lo he dicho... es un idiota.
—Sí, lo es —le digo.
Damián se ríe, se acerca y se sienta a mi lado. Pasa su brazo por mis hombros y me abraza. Siento ese abrazo como el de un hermano, un amigo. Reposo mi cabeza en su hombro, y así nos quedamos..
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Comments
Carmen Balbuena
Fandango esta enamorado de Tania, al parecer ya convivian, entonces que paso? porque lo dejo plantado? Diana mostraba tener carácter, y ahora que le pasa? ya la samarreo un par de veces, le grita, la quiere manejar a su antojo y ella no se defiende. Pobre chica tener que soportar a semejante estúpido por culpa de su hermana y sus padres, que la han vendido ! Lo lamentable es que como todas las historias ella terminara enamorada, cumpliendo todos los deseos , de este estúpido, prepotente que la compro.
2025-07-12
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Guadalupe Aviles
bueno si tan poderoso se siente o es el patán por que no busca ala indicada y deja de molestar ala niña digo esta clarisimo que no la tolera y que asco de persona querer meterse con la hermana de su amor digo verdad
2025-06-18
10
Cinzia Cantú
No me gusta para nada esa situación, está pagando por sus padres y por su hermana, esa no es vida
2025-07-11
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