—¿Yo te pregunto con quién te largas o si? —le digo a Fabián, que está parado, mirándome con esa frialdad que me hiela la piel. Camina hacia mí y en un segundo me acorrala contra la pared.
—No eres nadie para preguntarme cosas, niña —responde con los dientes apretados, acercándose aún más—. Y más vale que aprendas cuál es tu lugar.
—Ahora puedes salir de mi cuarto —le digo, manteniéndole la mirada, aunque por dentro estoy temblando.
—Vuelves a bofetearme y te voy a educar... ya que tu padre no lo hizo —dice con desprecio, antes de salir y azotar la puerta con tanta fuerza que las paredes tiemblan.
Pongo el seguro con manos temblorosas. Me acuesto tratando de descansar aunque sé que dormir será imposible. Aún así cierro los ojos... hasta que tocan la puerta.
Es la misma señora que me recibió ayer.
—Sus suegros vinieron para desayunar con ustedes —me dice amablemente.
—Ya bajo —respondo con voz apagada.
Me cepillo rápido y me acomodo el cabello con los dedos. Bajo con la bata todavía puesta. Las miradas se posan en mí. Distingo a Fabián sentado, ignorándome por completo.
—Ven, hija, siéntate con nosotros —dice mi suegra, con una sonrisa que no sé si es sincera o simplemente protocolaria.
—Buenos días —respondo, sentándome. Me sirven el desayuno y empiezo a comer en silencio, sintiéndome como una intrusa en mi propia vida.
—¿Tus padres ya se contactaron contigo? —pregunta mi suegro.
Asiento con la cabeza. —Hoy iré a verlos.
—Ponte de acuerdo con Fabián para que te lleve —dice él.
—Para eso está el chófer —responde Fabián sin siquiera mirarme—. Solo recuerda que tus padres no tienen una tercera hija.
—¡Tiana! —exclama mi suegra con emoción—, ¿te gustaría ir conmigo a comprar ropa?
—Diana —la corrijo suavemente—. Mi hermana es Tiana. Y sí, gracias, me gustaría acompañarla.
—Lo siento —se disculpa mi suegra, visiblemente incómoda.
—No se preocupe, es comprensible —le digo con una sonrisa tenue.
Después del desayuno, mi suegro se acerca a su esposa para darle un beso en la mejilla. Fabián se levanta sin decir nada y sale junto con él.
—Hija, ya me voy —dice mi suegra mientras se alista—. Me avisas para salir juntas.
Asiento y me voy a mi cuarto. El vestido de ayer sigue doblado sobre la cama. Me cambio sin entusiasmo y bajo con las maletas preparadas. El chófer está esperándome con una expresión impenetrable.
Me abre la puerta y subo. También sube y pone la ubicación en el GPS sin decir una palabra. Todo el trayecto transcurre en silencio hasta que llegamos.
—Espera aquí —le digo al chófer.
—Tengo órdenes de subir con usted —responde sin mirarme.
—Infórmale a tu jefe que si quiere vigilarme, que lo haga él personalmente —le espeto antes de bajarme y cerrar la puerta tras de mí.
Al entrar a mi casa, mi madre camina hacia mí con el rostro lleno de preocupación.
—Hija... ¿cómo estás?
—Bien. ¿Y mi padre?
—Fue con tu... fue con Fabián. Lo llamó para cerrar un trato.
—Llámalo como quieras, pero no digas que es mi esposo —respondo con dureza.
—¿Diana? —escucho una voz familiar. Me doy la vuelta y corro a abrazar a mi amigo de infancia que está parado en la entrada.
—¿Cuándo llegaste? —pregunto con emoción—. Te extrañé.
—Pasaba por aquí y te vi entrar —dice, devolviéndome el abrazo.
—Qué bonito —se escucha una voz grave detrás de nosotros. Nos separamos, y al mirar, ahí está Fabián, con las manos en los bolsillos y una mirada que quema.
—Mi esposa no tiene ni un día de casada y ya está con otro hombre.
—No señor, él es su amigo de infancia —interviene mi padre rápidamente.
Mi amigo nos mira desconcertado, sin entender nada.
—Me imagino que eso mismo dijo de su otra hija... antes de que huyera con el chófer —dice Fabián con veneno en la voz.
—¿Diana? —me pregunta mi amigo—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué dice que eres su esposa?
—Luego te cuento —respondo bajito. Él asiente, aún confundido.
—Con permiso, señores —dice antes de marcharse. Pero al pasar junto a Fabián, este se le acerca y le susurra:
—Si valoras tu vida, no vuelvas a venir por aquí.
Mi amigo se va sin voltear.
—Creo que esos papeles no tendrán validez mientras su hija no se dé a respetar y no manche mi nombre comportándose como una cualquiera —dice Fabián, mirándome con asco.
Aprieto los puños con fuerza.
—Claro que no, señor. Mi hija cumplirá con el año... pero usted me dio su palabra de que ella retomará su vida una vez que ese plazo se cumpla —responde mi padre, firme.
—Ajá... si sabe comportarse —responde Fabián antes de salir.
—Solo un año —repite mi padre con resignación.
Asiento sin decir nada y subo a mi cuarto. Las maletas ya están listas. Mi padre me ayuda a bajarlas. Nos despedimos. Sus ojos están húmedos, cargados de lástima y culpa.
Subo al auto, y Fabián está ahí, sin mirarme.
—Ya sabes lo que pasará la próxima vez que no cumplas lo que ordeno —dice con voz baja, pero amenazante.
—Sí, señor —responde el chófer al volante.
—Déjame en la oficina, y a mi esposa con mi madre —ordena Fabián.
—No soy un trapo para que me anden de aquí para allá. Yo puedo decidir a dónde iré —le grito, harta, pero él me sujeta de la quijada con fuerza.
—Vuelves a alzarme la voz... y no querrás saber lo que pasará —me susurra con los ojos llenos de furia.
—Ve a joder a tu amante —le espeto con desprecio.
—Por lo que veo, no solo eres una niña maleducada, sino también grosera y vulgar.
—Te casaste con la equivocada.
—Eso ya lo sé —dice con frialdad, y me dan ganas de azotarlo contra la ventanilla.
El auto se detiene frente a su empresa: un edificio alto, frío, como él. Fabián baja y cierra la puerta tras él.
Luego el auto continúa hasta la casa de sus padres. En cuanto llegamos, rebusco entre las maletas, saco un pantalón, una blusa ombliguera y mis tenis. Bajo y pido un baño para cambiarme. Cuando bajo de nuevo, mi suegra me mira sorprendida.
—Pareces una niña —dice entre risas.
—¿Cuñada? No te reconocía con esa ropa —dice Damián, apareciendo de repente.
—Vamos —dice mi suegra, y salimos.
En la plaza, Damián me jala de la mano.
—Ven, te mostraré algo.
Me lleva a una máquina de muñecos. Falla dos veces, haciéndome reír. A la tercera consigue un peluche grande y me lo entrega con una sonrisa.
—Gracias —le digo, tomándolo entre mis brazos.
Nos acercamos a una mesa donde mi suegra conversa con unas personas.
—Damián, qué hermosa tu novia —dice una señora.
—No, ella es la esposa de Fabián —corrige mi suegra, cortante.
Todos se disculpan rápidamente. Seguimos caminando, y a lo lejos, veo a Fabián sentado en una mesa con su padre, algunos socios... y ella, la misma mujer de antes, pegada a su lado.
—Hola, hijo —dice su madre, acercándose a saludarlo. La mujer también la saluda.
—Hola, señora —responde la amante, y mi suegra le dedica una sonrisa forzada.
—Nos vamos, que tenemos muchas compras pendientes —dice uno de los hombres.
—No sabía que Damiancito tuviera novia.
—¿No es hermosa? —dice Damián, mirando a Fabián.
—Ella es esposa de Fabián —corrige su padre.
—No se preocupen —dice Damián con una sonrisa falsa—. Mi hermano se consiguió una esposa tan joven también.
—Yo tengo lo que quiero —responde Fabián, sin emoción—. No es mi culpa que no puedas conseguir una así.
—Y si le preguntamos a mi cuñada... —dice Damián, mirándome con picardía.
No puedo sentirme más incómoda. Quisiera que la tierra me tragara.
—Bien, los dejamos trabajar —dice mi suegra, zanjando el momento.
Nos alejamos... y de reojo, veo cómo Fabián apenas reacciona. Ni siquiera me mira. Su amante, en cambio, se acerca más a él. Y yo... yo solo aprieto el peluche con fuerza, deseando estar en cualquier otro lugar.
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Comments
Geraldin Romero
uuuuu que intenso se empieza,a poner esto que,apenas empieza
2025-07-27
2
Ceci del Castillo
por que casarla con un tipo q le dobla la edad y que es una porquería de persona
2025-07-31
0
Martha Sanchez
Fabián eres amargoso, te hubieras casado con tu amante
2025-01-22
1