Así ella no tendrá que bajar del cielo para conocerme en este infierno ni recordar el que atravesó estando conmigo. Mi nombre es Nathalie Min, tengo veintitrés años y vivo en Tokio, Japón, desde hace un año. Soy abogada y me gradué con honores de la universidad. Mi madre y mi padre estuvieron involucrados en la mafia italiana. Nunca conocí a mi padre, y mi madre... si tuviera que definirla, diría que es el mismísimo demonio vestido de seda.
—¿Hasta cuándo la seguirá, señorita? —preguntó Rian con voz medida, aunque no ocultaba su preocupación.
—No lo sé. Quiero esperar un tiempo más —respondí, tratando de sonar firme.
—No puede seguir así. Ya lleva un año detrás de ella. Esto no puede continuar.
—Esa chica está demasiado cerca de Mina. Tengo que apartarla.
—Si me da la orden, señorita, puedo hacer que desaparezca. Usted sabe que es lo que mejor hago.
—No. No quiero errores, Rian. No puedo permitirme echar a perder todo lo que he construido. Hazlo con cuidado. Tráela a mí primero, pero sé sutil.
—De acuerdo, señorita.
—Vamos a casa. Necesito descansar.
—Sí, señorita Min.
El auto arrancó en silencio. Observé mi reflejo en la ventana. Mi expresión era un caos de emociones: rabia, frustración, culpa. ¿Por qué todo es tan jodido? La ira me ganó antes de darme cuenta, y mi puño se estampó contra el espejo al llegar a casa. El dolor en mi mano llegó antes de que entendiera lo que había hecho. El espejo, ahora en pedazos, reflejaba fragmentos de mi rostro. Ignorando las gotas de sangre que caían al suelo, fui al baño a curarme.
Marie, por su parte, estaba teniendo una noche completamente diferente. Después de dejar a Mina, había salido con Tony a un restaurante elegante.
—De haber sabido que era así, me habría arreglado más —dijo nerviosa, acomodándose el cabello.
—Así te ves bien —respondió él, en su habitual tono serio, con una sonrisa apenas perceptible.
Tony no era un hombre de muchas palabras. Su seriedad a veces hacía difícil leerlo, pero en el fondo había algo en su presencia que la inquietaba y, al mismo tiempo, la atraía.
—Por cierto, esa chica con la que estabas la otra noche en la fiesta... ¿es tu amiga?
—¿Mina? Sí, es mi amiga. —Marie ladeó la cabeza, intrigada por la pregunta.
—Parece que la he visto antes en algún otro lugar. —Tony desvió la mirada un instante antes de volver a concentrarse en ella—. Por cierto, quería preguntarte algo.
—Claro, dime. —Marie sonrió, aunque con cierto nerviosismo.
—¿Quieres ser mi novia? —preguntó él con su voz ronca y esa expresión fría que nunca parecía cambiar.
La pregunta la desarmó. Por un instante, su corazón se aceleró y sus pensamientos se atropellaron unos con otros. Tony, con su voz grave y esa expresión tan fría, parecía completamente ajeno a la magnitud de lo que acababa de decir.
—Oh... ¿de veras?
—Sí, si tú quieres, claro. —Tony inclinó un poco la cabeza, y por primera vez, dejó entrever una sonrisa leve, casi real.
—Sí, quiero. —Marie respondió, todavía incrédula, pero sin poder contener una sonrisa que iluminó su rostro.
La velada terminó poco después, y Tony insistió en llevarla a casa. Cuando llegaron, Mina estaba afuera. Tony fijó su mirada en ella, sin expresión alguna, pero intensa.
—Gracias por traerme hasta aquí —dijo Marie, agradecida pero ligeramente incómoda por el silencio.
—No hay problema. —Sonrió, pero fue esa sonrisa vacía que Marie ya comenzaba a identificar.
Tras despedirse, Tony se fue, y Marie entró a la casa.
—¿Cómo te fue con Tony? —preguntó Mina mientras tomaba un sorbo de agua.
—Muy bien. —Marie se dejó caer en el sillón con una sonrisa que no podía disimular—. Por cierto, me pidió que fuera su novia.
—¿En serio? —Mina sonrió con sorpresa—. Eso es... rápido.
—Lo sé, pero se siente bien. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
—Bien, supongo. Aunque no dejo de pensar en esa chica del orfanato...
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