Así fue. Mi hermano se vio forzado a contraer matrimonio, no por amor, ni por voluntad propia, sino por mandato directo de la ley. En uno de los pasajes más estrictos de las Leyes Doradas, escritas con la frialdad de la justicia implacable, se puede leer, sin rodeos ni lugar a interpretación:
"Todo aquel que embarace a una mujer, deberá tomarla como esposa."
Un decreto duro, inflexible, que no distingue entre linajes, pasiones ni errores. Algo semejante ocurrió años atrás entre mi padre, Allendis, y mi madre, Roselle. Sin embargo, ellos lograron girar el destino a su favor, como si supieran navegar incluso los ríos más turbulentos del deber y la conveniencia.
La ceremonia fue discreta, casi secreta, carente del esplendor típico de las uniones nobles. No hubo cientos de invitados ni banquetes interminables. Solo estábamos nosotros: los seis hermanos, los padres, los abuelos... y nada más. El templo elegido para aquel evento era uno de los pocos que aún resistía el paso del tiempo, oculto en una colina olvidada por la guerra y la política. Desde fuera parecía una ruina, casi derrumbado, un vestigio de otra era. Pero al cruzar su umbral... el alma del lugar renacía. Las paredes interiores estaban cubiertas por relieves antiguos que contaban mitos de la creación; las columnas, esculpidas en oro puro, reflejaban la tenue luz de lámparas forjadas con diamantes, piedras preciosas que titilaban como estrellas encerradas en cristal.
—Son muy pocos los que conocen este sitio —murmuró mi padre, con voz apacible, mientras caminábamos—. Fuera de los círculos aristocráticos, casi nadie sabe de su existencia. Lo hemos mantenido oculto por generaciones, para que los Zorros no lo destruyan. Nunca aceptaron la religión de la Luna... temen lo que no pueden controlar —le explicó a Roxana con una sonrisa apenas perceptible.
Por un instante, vi algo diferente en él. Un resplandor sereno en su mirada, una paz que rara vez mostraba. Mi padre, tan conocido por su compostura imperturbable, parecía distinto, como si por fin hubiese bajado una de las muchas máscaras que siempre lo ocultaban. Estaba allí, con nosotros, no solo en cuerpo, sino también en alma.
Me acerqué con cautela, sintiendo un impulso extraño, casi infantil, de abrazarlo. Sin embargo, algo en su presencia aún me intimidaba.
—¡Deberías sonreír más! —le dije, intentando romper el momento solemne con un poco de ligereza—. Además… ¿cómo sabías lo que estaba pensando?
—Tu rostro lo grita a kilómetros —respondió con tono burlón, dándome un leve toque en la frente con sus dedos—. Y además, soy tu padre. Te conozco como la palma de mi mano.
Roxana se llevó los dedos a la frente, donde aún sentía el eco del gesto, y frunció los labios inflando las mejillas con un gesto de falso berrinche. Su padre, divertido, no pudo evitar reír. Luego, usando el lenguaje de señas que solo ellos dos compartían, le pidió que guardara silencio y lo acompañara.
Se adentraron en un largo pasillo adornado con majestuosos cuadros enmarcados en plata negra. Allendis caminaba cinco pasos por delante. Roxana, maravillada, se detenía en cada pintura, leyendo los nombres y fechas grabadas en los marcos. Cada retrato mostraba a una pareja real: antiguos Reyes Demonios y sus consortes. Eran figuras imponentes, capturadas en momentos de gloria, batalla o ternura.
La voz de su padre volvió a interrumpir sus pensamientos.
—Ya que nos queda un tramo, déjame contarte una historia... una de esas que tanto te gustan. Hace siglos, mucho antes de que las tres grandes razas se separaran, demonios, humanos y dioses vivían juntos, en aparente armonía. Pero no duró. El ego, la envidia, el deseo de poder... pronto transformaron la coexistencia en un campo de batalla. Hubo sangre, gritos, secuestros, violaciones... un caos que parecía no tener fin. Y así fue, durante generaciones, hasta que ocurrió algo inesperado. Nacieron dos almas: una bajo el sol del día, portadora de paz y equilibrio; y otra en la oscuridad de la noche, destinada a sembrar destrucción y guerra. El destino dictaba que la luz debía acabar con la oscuridad, que el alma diurna debía matar a la nocturna, para que el equilibrio entre el bien y el mal se restaurara entre las razas.
Se detuvo de golpe frente a dos pinturas. En una, una mujer sentada en una silla mostraba un avanzado embarazo. En la otra, una pareja tomada de la mano reflejaba una ternura extraña para un retrato real.
—Pero si te soy sincera, esa historia me parece solo un mito —respondió Roxana con serenidad—. Ya han pasado dos generaciones de supuestas almas de noche, y el mundo sigue girando igual. Si alguna guerra llega... no será por ellas.
Sus ojos se fijaron en las figuras retratadas. En un cuadro estaban sus abuelos, radiantes, elegantes, alegres... tal como se mostraban en el presente. En el otro, su padre aparecía junto a una mujer de sonrisa cálida y expresión llena de vida, tomando su mano con cariño.
Un carraspeo los sacó del momento. Era el abuelo.
—Los papeles del matrimonio ya están firmados. Podemos marcharnos.
Antes de irse, Roxana se acercó al retrato de su madre. Era la primera vez que la veía plasmada en una pintura. Era hermosa, sin duda, pero algo en su rostro no encajaba del todo. Todos hablaban maravillas de ella, pero Roxana sintió un escalofrío, una incomodidad que no supo explicar.
—Abuelito… como sigas así, me pondrás los estándares imposibles para encontrar a mi media naranja. Ya lo veía difícil por culpa de mi padre y mi hermano mayor —bromeó, con una sonrisa triste, mientras salía del pasillo.
Ezarel, el abuelo, lanzó una mirada inquisitiva a Allendis, preguntándole sin palabras qué le había dicho a su hija. Pero al oír la historia del cuadro, soltó una carcajada.
Poco después, estábamos ya en los carruajes. Horas más tarde, regresábamos al castillo. Apenas cruzamos el umbral, un secretario de Allendis se acercó apresurado, sudando y temblando ligeramente.
—Señor… ha llegado una carta del templo. Han organizado un baile de emparejamiento para el nuevo Rey Demonio. Sus dos hijas son candidatas. No podemos rechazarlo, han amenazado con congelar los nuevos proyectos comerciales si no cooperamos.
Allendis suspiró con pesadez y se marchó en silencio, sin pronunciar palabra. Sin embargo, el eco de gritos de alegría resonó en el aire segundos después. Provenían de su esposa y de Liliath, su hija mayor.
—¡Vamos de compras! ¡Liliath será la próxima Reina Demonio! —celebraban entre risas.
Liliath era hija de su segunda esposa. Nació días antes de que Allendis se casara con Roselle. Dos meses después, nací yo. Era perfecta. Cabello largo y rosado, adornado con delicadas perlas. Parecía un ángel. Todo en ella era impecable: ayudaba a los pobres, donaba joyas, vestía como campesina por decisión propia.
—Madre, por favor. No confirmemos nada aún… el Rey puede elegir a otra dama —respondía con su típica cortesía, mientras bordaba con una sonrisa serena.
—¡Tonterías! Tienes a todos los hombres a tus pies. Él no será la excepción —replicó su madre, orgullosa.
La cena fue tranquila. Pero esa noche, en su habitación, Roxana no podía dejar de pensar en la conversación con su padre. En el templo. En las almas del día y de la noche. ¿Y si era más que un cuento? ¿Y si venía una guerra? ¿Y si su padre, al fin, había mostrado emoción… porque sabía lo que se avecinaba?
Se durmió con mil preguntas sin respuesta. Pero pronto, el destino llegaría. Y todo cambiaría.
Los días previos al baile transcurrieron en un mar de preparativos y tensiones. La esposa de mi padre y su hija mayor, Liliath, se entregaban a compras interminables: vestidos caros, joyas deslumbrantes, accesorios que parecían sacados de cuentos de hadas. Para ellas, todo era un juego de apariencias, un ritual indispensable para asegurar la corona y el poder. Yo, por otro lado, apenas sabía qué esperar. Había trajes para los varones de la familia, y para mí, un vestido sencillo —sin joyas ni adornos— que más parecía un gesto de falsa generosidad que un regalo sincero.
Cuando llegó la noche del baile, la luna brillaba con un resplandor excepcional, bañando el mundo con una luz blanca y tranquila que parecía prometer protección. Dos carruajes esperaban en la entrada del castillo: en uno viajaban el jefe de familia, el abuelo, y mi hermano mayor —quien, por cierto, no podía faltar—; en el otro, estaba yo, entre risas nerviosas, mientras la abuela corregía con paciencia los últimos detalles de mi vestido.
—Roxana, hija mía, ¿cómo pudiste hacer algo así? —me reprochaba mi abuela mientras cosía la tela desgarrada.
La verdad era simple. El vestido que me habían impuesto era largo, grisáceo con tintes blanquecinos, tan aburrido y monótono que apenas reflejaba quién era yo. Así que, usando mis débiles poderes demoníacos, apliqué un degradado rojizo en la parte inferior y rompí los lazos y cintas que hacían del vestido algo propio de una viuda o una señora sin alma. Mi intención era darle vida, un toque de rebeldía y libertad.
—¿Sabes lo horrible que era? Con esos retoques está mucho mejor —defendí con una sonrisa, mientras mi abuela fruncía el ceño.
—Eso no justifica tu comportamiento, Roxana. Te comportas como una niña malcriada y egocéntrica —interrumpió mi abuelo con voz firme, lo que me hizo apretar los puños con impotencia.
Pero en cuanto comprendí el descontento que había causado, murmuré una disculpa. La tensión se disipó rápidamente, y no tardaron en surgir risas entre los pasajeros.
Mi padre y mi hermano mayor decidieron no dejarme así. Juntos diseñaron un bordado dorado para todo el vestido, inspirados en las plantas y flores que simbolizan la libertad, mi mayor anhelo.
Al ver el resultado, salté de alegría y abracé a ambos, que ya estaban acostumbrados a mis arranques repentinos.
No mucho después, llegamos al palacio donde se celebraría el baile. Sabía, aunque aún no lo entendía completamente, que aquella noche cambiaría mi vida para siempre. Que allí comenzaría la historia que definiría mi destino, y que ciertos secretos, ocultos en las sombras, serían la cruel llave que encerraría poco a poco mi libertad.
Nunca olvides quién eres...
Con el corazón latiendo a mil por hora, el miedo y la vergüenza me invadían a medida que cruzábamos las imponentes puertas del palacio. Pero la ansiedad se desvaneció al sentir la caricia suave y tranquilizadora de mi hermano en una mejilla.
—¿Me concederás el primer baile, bola de pelo nerviosa? —bromeó, empujándome con cariño hacia el interior.
El salón era un espectáculo digno de reyes y dioses. Luces brillaban en arañas colgantes hechas de cristal de la más pura calidad. Las paredes estaban adornadas con tapices bordados en oro y piedras preciosas, y el aire estaba impregnado con el aroma sutil de flores nocturnas.
Demonios, humanos y dioses se mezclaban sin distinción, bailando en el centro del salón o conversando en las terrazas y balcones, disfrutando de la música y el banquete.
—Los Lords y Ladies de las Tierras de los Zorros, junto con su descendencia —anunció un hombre de mediana edad, su voz resonando en el salón mientras todos los ojos se giraban hacia nosotros.
Descendimos las escaleras con elegancia, el murmullo de los invitados susurrando comentarios sobre nuestra llegada. Pero lo que más llamó mi atención fue una mirada fija que parecía atravesarme sin apartar la vista.
Al bajar del último escalón, me encontré frente a aquellos ojos. Eran del color del rubí más puro, intensos y penetrantes. Sin pensarlo, mi mano se extendió, casi como un acto reflejo, invitando a esa persona a bailar.
Un leve brillo apareció en su sonrisa al aceptar, y así comenzó un baile que cambiaría no solo la noche, sino toda mi existencia.
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Updated 32 Episodes
Comments
Antonio Salmeron Fernandez
la imaginación y la creatividad de esta autora nueva es maravillosa, a recreado una obra que en cada capítulo te engancha mas
2024-07-26
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