Cap 4

La mirada del conde se puso en ella, como si sintiera su escrutinio, como si

su alma la saludara después de varias horas de olvido. La miró como si

siguiera desnuda, como si saboreara sus hombros, como si volvieran a estar

solos ante la luna.

El conde sonrió juguetón y Violetta se escondió en el pasillo sintiendo cómo

se le aceleraba el corazón. El temblor de sus piernas aumentó y un nudo se

le incrustó en el estómago.

¿Qué era esa sensación en su pecho?

―He escuchado que lady Violetta será presentada esta temporada.

La joven se paralizó tras ser llamada por la voz gruesa del hombre.

En otros momentos hubiera asomado la cabeza para delinear la reacción de

sus padres, pero definitivamente no lo haría ahora, no sabiendo que el conde

estaba esperando atento para cazar sus ojos.

―En efecto, milord. La baronesa y yo daremos un baile dentro de un par de

semanas en nuestra residencia de Londres.

―La temporada nos tiene muy emocionados―corroboró su madre.

Casi se pudo imaginar al hombre sonriendo como si en el gesto guardara

mil secretos.

―¿Doy por hecho que me llegará la invitación?

Durante un par de segundos se hizo el silencio.

Violetta palideció sintiendo que su corazón se detenía.

―Será el primero en la lista, señor―respondió el barón y la pobre dama

solo atinó a salir corriendo.

Sus padres llevaban mucho tiempo queriendo casarla, buscaban deshacerse

de ella, formar un negocio creciente con algún noble rico y respetado.

Planearon colgarle una dote tentadora y confeccionarle vestidos que, para

Muchos, llegaban a ser demasiado provocativos.

No era una cuestión de lanzar la moneda esperando que caiga sello. El

barón no era de los que se detenía a esperar la suerte, él prefería meter la

mano en el aire para asegurarse de que el resultado fuera prometedor. Y con

Violetta sería lo mismo. No descansaría hasta que la viera atada al mejor

postor.

Y Matthew, totalmente desconocía que todas las miras de caza estaban

puesta sobre su pecho.La baronesa se quedó en una esquina de la habitación mirando como una

criada levantaba una vara y le daba en la espalda a su hija.

Lady Violetta solo atinó a sentir el golpe que la hizo temblar cada fibra de

su ser. Le ardió, como ondas que se expandieron por su carne.

―Te he dicho que no quiero que me desobedezcas―anunció el barón

parado junto a ella, con la voz dura y el rostro descompuesto―. La

desobediencia se paga con dolor, lo sabes bien.

La criada levantó de nuevo la vara y la dejó caer sobre la piel de la joven.

Tan solo estaba cubierta por la fina tela de la camisola, y era tan delgada,

que sentía que le pegaban justo en la carne viva que ya comenzaba a

sangrar. Cada golpe le retumbaba en las entrañas.

―No me gusta que me desafíes―siguió diciendo su padre.

Violetta pudo observar a su madre en la esquina de la habitación, mirando

en silencio la tortura. Aquella mujer era tan pasiva, que nada la perturbaba.

Estaba acostumbrada a mantener la boca callada, porque la desobediencia

se paga con dolor.

Ojalá parara aquello. Ojalá abogara a su favor.

Otro golpe la sacó de sus pensamientos.

«No debes gritar. No debes gritar». Se repitió internamente mientras

apretaba los dientes.

No había servido de nada su escabullida durante la cena, ni dio resultado

que el conde se volviera misericordioso y no mencionara nada de su

travesura, porque tal parecía que, aquella noche que lo conoció, una criada

La miró escapando de la mansión y presenció en carne propia la escena en el

lago. Admiró cada detalle, y después de cambiarle un par de cosas, corrió

con el barón para contarle el chisme.

Lord Belmont respondió dándole una vara a la criada y le ordenó que fuera

ella misma, la presenciadora del delito, quien castigara a su hija. 

Otro golpe hizo que le escocieran las heridas que cada vez sentía más

profundas.

―No le lastime los brazos, solo la espalda, y asegúrese de que las marcas

no se traspasen al colocarle los vestidos―habló el hombre mientras

admiraba a Violetta en el suelo de la habitación, sudorosa, con la camisola

pegándosele a la sangre que le comenzaba a escurrir por la espalda―.

Tienes suerte de que no sea yo quien lo haga.

Le dijo mientras le golpeaba el brazo con la bota que calzaba, para que

supiera que las palabras iban dirigidas a ella.

―No quiero que se vuelva a repetir, Violetta―habló remarcando cada

palabra que decía―. Dale gracias a Dios que tengo tantos planes para el

conde, que no puedo arruinar la jugada yendo a reclamarle tu chiste.

La joven respiró profundamente sintiendo cómo el cuerpo le dolía al

moverse. 

Movió un poco los ojos, mareada, sabiendo que si no estuviera en el suelo,

ya habría perdido la fuerza para seguir en pie.

―¿Qué planes?

Logró preguntar entre su delirio.

El barón sonrió como si en su rostro se pintara la misma mueca que

esbozar el demonio.

―Es un conde, querida, si logras casarte con él por las buenas, nos dará

mucha influencia y parte de su cuantiosa fortuna. Además, ya te vio

desnuda. No será difícil atraparlo.Tras decir aquello le hizo una seña a la criada para que le diera otro azote.

Esta vez sí gritó, la tomó por sorpresa el ardor que le invadió todo el cuerpo

y que le hizo cerrar los ojos mientras el rostro se le desfiguraba con una

mueca. La sangre se le comenzó a ir a los pies, la vista se le tornó borrosa y

la energía que poseía, poco a poco se le comenzó a marchar del cuerpo.

―Dale otro.

Y la orden siguió saliendo, hasta que la joven quedó desmayada.

Aquella noche, lady Violetta quedó en su habitación recostada boca abajo

 para evitar sentir el ardor que le recorría la espalda.

Eva pasaba un paño húmedo por las heridas, ya teniendo practicada la

técnica de curarlas.

―Esto es totalmente injusto.

Musitó la dama con la voz ahogada por la almohada que cubría su rostro.

Soltó un gemido de dolor cuando, después de limpiarle las heridas, su

doncella comenzó a colocar hierbas tibias sobre la carne viva.

―Quizá haya una forma de pararlo—Habló la mujer, con un toque de

esperanza, mientras lentamente apreciaba las cortadas que le cubrían toda la

espalda. Ella misma había estado en la familia cuando el barón contrajo

matrimonio, y le había tocado curarle las heridas a su esposa. Le dolía tanto

estar allí, haciendo lo mismo con su hija, que tenía que apretar los dientes y

contenerse para no ir tras el hombre y acabarlo.

Todos en la casa le temían porque sabían el destino que les esperaba si se

revelaran.

―No hay solución, Eva―musito Violetta, totalmente rendida.

Pronto, el dolor devastador que la cubría, fue menguando por las hierbas

que comenzaron a acariciar su espalda.

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Comments

Judith Yoyce Sarmiento Berrospi

Judith Yoyce Sarmiento Berrospi

Como puede castigar de esa forma a su hiija que ce......es el baro 😡😡

2023-11-10

4

Dulce Cira

Dulce Cira

uhi no q padre tan miserable todo por preservar un título y fortuna pensar q aún haré familias q parecen de esos males 😬😠🤞🏻😃

2023-11-07

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