CAPÍTULO 5
IRENE
—Lo sé, de verdad lo siento mucho. —mueve sus pestañas—. ¿Si quieres, puedo decirles que no podrás atenderlas hoy?
Muerdo mis mejillas por dentro para evitar hacer una escena al mandarla a la mierda.
—Está bien. Pásame al siguiente. —doy media vuelta y entro en mi consultorio. Justo cuando me siento y ordeno el historial para el próximo paciente, una mujer mayor de unos 60 años entra con su gatita. Ella me sonríe y la gata maúlla con agresividad en su jaula.
—Hola, buenas tardes. —le sonrío—. Tome asiento por favor y dígame en qué puedo ayudarla el día de hoy.
—Hola, doctora. Es usted bastante joven. —sonrío porque ya es algo que me han dicho anteriormente. Suelen pensar que porque me veo joven no sé cómo cuidar de sus animales.
—Soy mayor de lo que me veo, y muy capacitada.
—Oh cariño, no pongo en duda tus conocimientos médicos. Así que no lo decía por eso. Simplemente quise decir que eres joven y muy guapa.
—Gracias. —mis mejillas se sonrojan.
—Vera, mi Kiki lleva días con una comezón en sus patitas y sé que es algo que le molesta mucho, ya que cuando trato de verla no me deja y suele morderme.
—Muy bien. Déjeme revisarla. Quédese sentadita aquí. —me levanto, agarrando la jaula del gato en el camino para llevarlo a la cama de revisión. Frank, el chico que suele ayudarme, ya está allí para ayudar. El gato nos dio una fantástica pelea y todo para que solo pudiera ver que tiene ácaros; es uno de los parásitos más comunes en los felinos. Por suerte para esta gatita feroz, no está muy avanzada, así que, con tratamiento de permetrina en crema, estará bien.
Seis horas más tarde, por fin he terminado. Resultó que Paola presentó dolores y Richard tuvo que irse de emergencia, por lo que no me ayudó con las demás pacientes. Así que terminé yo sola junto con cuatro operaciones de esterilización. Jenny hacía rato que también se había ido. Frank y Avi se fueron luego de que el último de nuestros pacientes se despertara para asegurarnos de que estaban bien y que sus dueños pudieran llevárselos a casa. Por fin puedo respirar tranquila, agradeciendo que mañana es sábado y solo abrimos medio día.
Agarro mi bolso sin tiempo de cambiarme mi uniforme azul oscuro con estampados de gatitos negros. Me aseguro de que todo esté apagado y la alarma de seguridad activada antes de salir de la clínica. Joder, el frío aire de la noche me golpea cuando comienzo a caminar en dirección a mi nuevo apartamento. Sé que no tengo nada allí, pero esta mañana he dejado mi auto allí para calcular cuánto tiempo me tomaría llegar del apartamento al trabajo, por si alguna vez el carro me falla.
—Genial. Simplemente genial. —Me sentía perfectamente segura en esta ciudad, aún así, sentí miedo al ver que la calle está sola con excepción de unas farolas que se prenden y apagan cada poco tiempo. Cruzo mis brazos sobre mi pecho tratando de mantener el calor al tiempo que camino de prisa. Cruzo la primera cuadra y el callejón oscuro que está a un lado sin mirar mucho, muevo más de prisa mis pies deseando terminar de pasar la segunda cuadra y el callejón lo antes posible y así llegar a la luz de la avenida siguiente, donde está mi edificio.
—¡Ey, princesa! ¿Puedes ayudarme? —La sangre se me hiela en las venas al escuchar la voz de un hombre proveniente del callejón que acabo de dejar detrás de mí. Agradezco cuando llego a un claro donde puedo mirar por encima de mi hombro al hombre que viene detrás de mí.
Cuando giro la cabeza de vuelta al frente, choco contra alguien. Cuando logro orientarme, es demasiado tarde. El tipo me gira mi espalda chocando con su frente. Una mano sale disparada tapándome la boca y la otra me agarra por la cintura.
—Oh, veo que prefieres ir con mi amigo, putita. No importa, siempre podemos compartir, ¿verdad, Jimmy? —vuelve a decir el mismo idiota que me ha distraído.
—Huele tan bien como parece. —Una voz espeluznante habla directamente a mi oído. La calma de su tono es más aterradora que la mano que silencia mi boca—. Nunca me ha importado, y esta se ve que tiene un buen culo. —Mi grito sale amortiguado por su mano en mi boca al tiempo que me arrastra hacia el callejón de atrás. Pataleo, forcejeo, araño su mano, pero no me tendrán sin yo luchar. Con mis ojos adaptados a la oscura calle, me es fácil distinguir dos figuras más en el oscuro y sucio callejón.
¡Mierda! ¡Mierda, mierda! En el mejor de los casos, solo tomarían mi billetera... En el peor, bueno, me violarían y no habría nada que pueda hacer. Cuatro contra uno es una gran desventaja. Puedo defenderme de uno a la vez como me enseñó Apolo, pero si todos atacan al mismo tiempo, no podré.
—Me cuesta creerlo. —Un hombre completamente negro con un sombrero en la cabeza apareció desde la esquina. Tenía cerca de cincuenta años, una barba hirsuta que le caía por la barbilla y parecía un huevo del diablo vagando por las calles a altas horas de la noche. Sostuvo una línea larga en sus manos, lo que me decía que querían algo más que mi bolso.
El que me tiene agarrada me lanza al suelo. Pongo mis manos para amortiguar la caída. El impacto contra el pavimento raspa mis palmas, haciendo que me ardan. Las lágrimas llenan mis ojos. Siento el corazón en la garganta al saber que es una inevitable violación. Como puedo, me giro en medio de los cuatro hombres que se ríen a mi costa. Veo la calle detrás del hombre para ver si veo a alguien, pero nadie pasa. El sonido de una hebilla llama mi atención y giro para ver al tipo a mi lado derecho.
—¿Ansiosa por chuparme la polla, putita?
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