Habían pasado varios días desde la cena en la mansión Webster... Así era el apellido de esa familia que era italiana, yo aún no me podía quitar de la mente los hermosos ojos de Nathan. Ni había dejado de pensar en él.
Comenzaba a sentir algo que no debería sentir en ese momento, estaba aterrada y complacida a partes iguales, quiero decir; Nathan era bastante guapo y no podía dejar de admirar su rostro que había quedado plasmado en mi memoria, se veía que tenía una piel suave, su mandíbula era definida, nariz fina y ligeramente respingada, labios apetecibles color rosa pálido, cabello perfectamente despeinado... Lo tenía todo para ser el hombre más apuesto que había visto en mi vida.
Después de todo no había visto a tantos hombres así en mis escasos años de vida, tomé un color azul y pinté círculos en mi cuaderno de dibujos, combiné varios colores y crayones tratando de imitar el color zafiro electrizante de ese hombre, pero nada se asemejaba a ese color, era como un nuevo tono de azul, porque incluso un zafiro se veía insípido al lado de sus ojos.
—¿Qué haces? Supongo que ya terminaste con tú rutina de ejercicios. —me sobresalté al escuchar la voz de mamá, me levanté de la cama y la miré.
—No... —murmuré.
—Por Dios Iblin, ya no te queda ningún vestido, te estás poniendo demasiado gorda. —me miró molesta mientras sacaba mi escasa ropa del vestidor, me lanzó varios vestidos y me hizo ponérmelos delante de ella.
Lo que mamá no entendía era que ya no tenía 13 años, hace 3 meses había cumplido 15 años, había crecido bastante, tanto de altura como de... Anchura de cadera y pecho.
—Mete el estómago. —me ordenó jalando la tela de mi cintura para cerrar el cierre que estaba en mi espalda.
—Ya no puedo. —me quejé sin aire.
—Maldita sea. —bufó jalando la tela de mi espalda, lastimó debajo de mis axilas y en mi pecho, volví a quejarme por el dolor de la tela apretada a mi alrededor, volvió a jalar, volví a quejarme antes de que la tela se rasgara—. Es imposible, ya rompiste otro vestido. —me dio un manotazo en la nuca que me dejó el cuero cabelludo ardiendo al igual que mis ojos.
Salió de mi alcoba mientras yo retenía las ganas de llorar, poco después volvió a entrar, me lanzó una faja.
—Póntela. —ordenó, me quité el vestido, la tela elástica color negro apenas me cerraba de los primeros ganchos que estaban a la altura de las costillas.
—No me queda. —hice fuerza para unir los ganchos y sujetar otro par.
—Es tú problema, dentro de 4 semanas debes de enganchar los últimos ganchos sí o sí, ¿entendiste?
—Mamá...
—No mereces que gaste dinero en ti para comprarte más ropa sólo porque ya engordaste. —me miró con desprecio antes de dejarme sola otra vez.
Seguí batallando para ponerme la faja, era casi imposible que me cerrara por completo y era aún más imposible que cerrara los últimos ganchos, eran como 10 centímetros de diferencia. Quizá quitándome costillas podría conseguirlo, pero no con dieta y menos en tan poco tiempo.
Escuché ruidos extraños provenientes del pasillo, me giré, Lottie me miraba burlona mientras hacía ruidos de cerdo.
—Madura. —rodé los ojos.
—Lo siento, no entiendo el lenguaje de los cerdos.
—Parece que sí, porque hace unos segundos hacías como uno.
—Tienes razón, es que hablo con mi hermana que es como un cerdo asqueroso. —comenzó a reír, caminé hacía ella, cerré la puerta en su rostro y me acosté en la cama en donde logré cerrar los ganchos de la faja, sentí que los pulmones se me apretaban.
Recordé los ejercicios de respiración que había visto en internet para poder acostumbrarse a usar fajas o corsé.
No estaba taaaan gorda, es sólo que ya no tenía una buena digestión como antes y que mis caderas comenzaban a tomar forma redondeada al igual que mis pechos.
Eso era lo que me gustaba ya que siendo menor que Lottie tenía más cuerpo que ella, pero eso sí, ella era mucho más delgada y alta que yo, era esbelta y hermosa.
Estuve todo el día con la faja y no podía estar más incómoda, se enrollaba a la altura de mis costillas y en mi vientre cada vez que me sentaba o me movía mucho. Jugar con Nasy fue una tarea agotadora y sofocante.
—¿Por qué usas eso? —preguntó confundida.
—Tengo que usarlo, ya no me quedan muchos vestidos. —volví a acomodar la incómoda tela negra.
—¿Cómo quieres que te queden los vestidos de hace años? —levantó una ceja—. A mi tampoco me quedan muchos vestidos.
—Es que ya estás creciendo muy rápido. —sonreí un poco.
—También tú.
—¿Por qué no vemos una película? —cambié de tema.
—No.
—¿Segura?
—Segura, quiero dormir. —se frotó sus ojitos.
—¿Te cuento una historia? —propuse.
—No Pampam. —se fue a su cama.
—Bueno, entonces me quedaré aquí y...
—No es necesario, ya no soy una niña pequeña. —negó varias veces, me aclaré la garganta.
—Apenas tienes 10 años. —fruncí el ceño con diversión. Ella me miró seria.
—¿Por qué actúas así?
—¿Cómo?
—Como si no te importara nada de lo que dicen nuestros padres y por dentro te lastima mucho, se te ve en los ojos que siempre quieres llorar. —se acostó en la cama. Sentí que se me iba el aire y no por producto de la faja.
—Es difícil de explicar y anhelo que tú no tengas que pasar por esto. —pasé saliva con dificultad.
—Bueno. —me dio la espalda, la desesperación me golpeaba el pecho con violencia, estaba harta de sentirme así, ella tenía razón, pero yo no podía hacer nada al respecto.
Lo que más me gustaba de la avaricia de mis padres era que pasaban casi todo el día fuera de casa y la mayoría de las veces se llevaban a Lottie con ellos, eso era como un respiro para mí. Volví a mi alcoba en donde seguí pintando varias hojas de colores, casi siempre pintaba dos hojas de un color y dibujaba algo simple en ellas.
Pero en esa ocasión estaba bastante inspirada, miré ambas hojas llenas de los círculos azules, tomé un poco de papel y tallé un poco sobre estas para difuminar las diversas tonalidades de azul que había pintado hace horas, al finalizar se veía como una paleta de acuarelas que fácilmente podría ser un mar o un cielo en primavera.
Tomé un bolígrafo negro de punta fina, pero después lo cambié por un lápiz y comencé a dibujar lo que sería el tallo de una rosa, una rosa que ocupaba casi toda la hoja del cuaderno mediano. Una vez en el parque vi a un chico darle rosas azules a una chica y el tono azulado de ellas casi se asemejaba al color de ojos de Nathan.
Así que decidí reprimir mis sentimientos y emociones en ese dibujo porque odiaba cuando mi mente se ponía a crear falsos escenarios en donde yo ocupaba el lugar de Lottie, eso era prácticamente imposible.
Yo no era ella... Pero anhelaba serlo, por el simple hecho de que Nathan podría estar con ella... ¿Para eso era la cena, no? Para que se conocieran y posiblemente arreglar un matrimonio entre ellos. ¿Los padres de Nathan serían capaces de hacer eso? ¿También les habían arreglado un matrimonio a sus hijos mayores? ¿Qué edad tenía Nathan? Lottie apenas cumpliría 18 años en unos meses, aún era menor de edad.
Estaba casi segura que Nathan ya pasaba de los 20 años, se notaba en la postura que tenía, era imponente al igual que Santiago y sus hermanos mayores.
—Ya basta de pensar tonterías, Pamela. —susurré para mí misma mientras perfeccionaba el dibujo con el bolígrafo negro que iba a utilizar al principio.
No lo terminé porque tenía que ir a hacer mi rutina de ejercicios, el entrenador personal de la familia llegó a la misma hora de siempre, como mis padres no estaban; yo sería la única que haría ejercicio, me gustaba más así porque podía hablar con Johan con mayor libertad.
Me cambié de ropa y bajé, fui al jardín trasero en donde había una especie de circuito armado meticulosamente. El entrenador personal esperaba por mí, era un hombre alto, moreno de cabello negro casi rapado y muy musculoso, tenía un aspecto amenazador, pero era la persona más amigable que jamás había conocido en la vida.
—Hoy haremos piernas y glúteos, ¿lista? —me sonrió con diversión, lo imité.
—Lista. —asentí, amaba ejercitar piernas y glúteos, me dejaban con un dolor delicioso que me hacía olvidar mis problemas.
—¿Llevas puesta una faja? —se colocó unos guantes.
—Sí.
—¿Me dejas verla? —se acercó, levanté mi blusa, hizo una mueca— ¿Problemas otra vez?
—Sí, tengo que cerrarla por completa en menos de un mes.
—Eso no será posible a menos que te rompas las costillas y te quites intestinos, ¿cuándo van a entender qué cada persona tiene una genética diferente? Tú y Lottie no son la misma, no entiendo a tú madre. —negó con frustración.
—Yo tampoco la entiendo. —murmuré.
—Quítate ese trapo, te traje algo que te va a encantar. —se fue por una mochila negra, comencé a quitarme la faja que después de usarla todo el día me había dejado sofocada, respiré con fuerza, vi que me entregaba una nueva faja y unos guantes para pesas color gris oscuro—. Esta sí te queda. —sonrió un poco.
Me la puse y en efecto, me quedaba perfecta, ajustaba lo necesario y se sentía el soporte en la espalda baja.
—Gracias Johan. —le sonreí.
—Esas sonrisitas no harán que tenga piedad de ti. —levantó una ceja.
Encendió el equipo de sonido en donde música workout comenzó a sonar con potencia, hice los calentamientos que él me decía, el jardín era lo suficientemente grande como para trotar alrededor de el varias veces, así que eso hice, corrí durante más de 20 minutos como calentamiento antes de hacer la rutina más... Intensa de pierna que jamás había hecho.
Jamás me habían ardido las piernas como ese día, me dolían los muslos y debajo de los glúteos al igual que las pantorrillas y los cuádriceps.
—¿Ya te cansaste? Aún falta glúteos. —me miró divertido desde arriba, yo estaba tirada en el césped con la respiración agitada, sudando como... Un cerdo y casi escupiendo un pulmón al igual que con el vómito en el esófago.
—¿Hace cuánto no vomitaba durante el entrenamiento? —mi voz agotada y agonizante lo hizo sonreír aún más.
Maldito, él disfrutaba del sufrimiento ajeno.
—Hace 3 semanas vomitaste cuando hiciste flexiones y sentadillas con salto. —me recordó—. Pero sí tienes que vomitar, hazlo.
—No, ya pasó. —me senté lentamente, todo me daba vueltas, me dio una tolla con la cual limpié todo el sudor de mi rostro y cuello, me dio la mano para levantarme y la acepté.
Seguí con el entrenamiento hasta que terminé, me despedí de él y subí a mi alcoba para ducharme y quitarme la faja empapada de sudor, la lavé con mucho cuidado con un jabón suave y la dejé secando en la sombra.
Volví a ponerme la otra faja ajustada, me salté la cena, pero tomé agua y algunos suplementos alimenticios que se habían convertido en mis mejores amigos desde que tenía 12 años.
Estaba tan agotada que apenas me acosté en la cama, me quedé dormida después de quitarme la faja porque no dormía cómoda con ella.
A la mañana siguiente en el desayuno tenía demasiada hambre y para mi mala suerte mis padres estaban en casa, las piernas me dolían muchísimo al igual que los glúteos, todo eso sumando la incomodidad de la faja y mi apetito era demasiado para soportar.
En mi plato había pocos trozos de frutas; papaya, manzana y 3 uvas verdes, había jugo de naranja y... Sólo eso. Me senté y tomé el tenedor.
Miré de reojo el desayuno de Nasy, eran huevos revueltos con tocino y pan tostado con mermelada, mi boca se hizo agua, pero lo disimulé tomando un sorbo del ácido jugo, claramente no era temporada de naranjas y no le iban a poner azúcar a mi bebida.
Lottie comió su desayuno que eran panquecas con demasiada exageración, me hice oídos sordos comiendo los trocitos de fruta.
—¿Ayer hiciste la rutina de ejercicios, Iblin?
—Sí. —respondí.
—Rompió otro vestido. —le contó a papá. Lottie soltó una risita.
—Cómprale otro. —respondió con simpleza.
—No vamos a gastar dinero comprando vestidos sólo porque la señorita está engordando. —me miró con desprecio, me terminé mi jugo de naranja.
—Sí gastas dinero en cosas patéticas no veo porque no puedas gastar dinero en algo que al parecer te pone molesta, para evitar eso simplemente cómprale otros vestidos y ya dejas el drama. —le dijo con fastidio, a papá no le interesaba nada de nuestras necesidades siempre y cuando hubiese la manera de regresarle el favor con más dinero.
A veces sentía que nos miraba como una inversión; invierte dinero en nosotras para casarnos con alguien que tuviese dinero y así obtener más dinero... Como lo ha estado haciendo con Lottie desde los 16 años.
—Sí ella tiene vestidos nuevos, yo también quiero vestidos nuevos. —frunció el ceño.
—A ti te quedan perfectos los vestidos, mi amor. —mamá suavizó la mirada.
—Pero ya no tengo vestidos nuevos.
—Pero aún te quedan los que tienes. —papá se exasperó—. En ese caso dale tus vestidos a Iblin.
—No le quedan porque está gorda. —soltó, fruncí el ceño.
—No quiero tus vestidos, son horrendos. —negué mirando a papá, él a su vez me miró con fastidio—. Por favor. —insistí tratando de mirarlo para convencerlo de que me compré ropa de mi talla.
—Lottie ya gastó su dinero mensual en el tratamiento para el cabello, uñas y demás, Iblin ni Nastya han tenido nada nuevo en mucho tiempo, le diré a la niñera que las lleve a comprar un par de cambios de ropa, sólo eso. —advirtió, evité sonreír.
—Sí papá, gracias. —asentí, mamá siguió reclamando y papá la ignoró al igual que a Lottie que no paraba de quejarse sobre la injusticia de la situación.
Me levanté luego de un rato junto con Nasy, ambas nos arreglamos a la espera de la niñera que llegó minutos después, recibió órdenes de papá sobre 3 cambios de ropa y 3 vestidos elegantes cada una, le dio una tarjeta y la niñera de nombre Clara Barrón. Una mujer que nos cuidaba desde que yo tenía 3 años, ella tenía un hijo llamado Samuel, era un par de años mayor que yo y había días en los cuales pasábamos tiempo con él cuando mis padres viajaban y ella tenía que quedarse en nuestra casa cuidándonos y como es madre soltera; tenía que llevar a Samuel con ella.
Ese día dijo que Samuel estaba en casa de su hermana, así que tendríamos una tarde de compras muy agradable.
Estar con ella se sentía diferente, era como la vida que siempre soñé con tener; cantar y reír en su auto mientras planeábamos los lugares a donde iríamos.
Sólo fuimos a un par de tiendas, una que vendía ropa casual y del diario y otra en donde estaban los vestidos elegantes, aunque también aproveché para gastar un poco de mis ahorros semanales en las ofertas de ropa de segunda mano o bazares.
Por menos de 20 dólares compré más cambios de ropa, incluso le compré algunas blusas a Nasy ya que ella gastaba su dinero en dulces y no la culpaba, yo también quisiera gastar mi dinero en dulces, mi estómago gruñía cada vez que pasaba delante de un puesto de comida y el delicioso olor me hacía salivar.
A Nasy le dieron ganas de ir al baño, así que Clara la llevó mientras que yo me sentaba en una banca con las bolsas a mi lado, no aguantaba el hambre, me dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar debido a la acidez estomacal. Miré el techo del centro comercial para pensar en otra cosa, respiré con fuerza. Bajé un poco la mirada, vi que una mano se movía con mucha energía en el segundo piso.
Un chico estaba casi sobre el barandal saludando energéticamente a alguien que se encontraba en el piso de abajo, el cabello rubio oscuro me parecía familiar, un chico idéntico al primero también se giró y saludó de manera más discreta, dudaba mucho que me saludaran a mí.
Para asegurarme de eso me acomodé en la banca y miré discretamente a mi alrededor, no había nadie que prestara mucha atención a ambos chicos. Volví a mirarlos, ambos me miraban con una extraña mueca, un chico me señaló y volvió a saludar, fruncí el ceño, aún así levanté la mano para saludarlo, ambos sonrieron. A su lado un hombre castaño con lentes de sol hablaba por teléfono. De repente lo vi... Una cabellera negra apareció detrás de los chicos, despeinó sus cabezas y los hizo girarse hacía él, uno de los gemelos me señaló y Nathan me miró, volvió a dedicarme esa ligera sonrisa que me puso la piel de gallina.
Maldita sea...
Nuevamente no supe cómo reaccionar, Nasy me sacó de mi ensoñación cuando se plantó frente a mí y me dio un cono de helado.
—No había de sabor fresa, pero te traje uno de vainilla. —sonrió, tomé el cono pequeño.
—Gracias, nena. —sonreí un poco, ellas se sentaron a mis lados, Nasy comenzó a contarle a Clara sobre una película que había visto, yo miré discretamente hacía arriba, ya no había nadie.
Lamí el helado que comenzaba a derretirse con facilidad debido al clima del lugar.
Volví a imaginar cómo se veía Nathan hace pocos minutos, mirándome desde la altura como si fuese una especie de ser divino y posiblemente lo era.
Porque tanta belleza no era normal, no era legal y era difícil de olvidar.
Yo misma me estaba dañando y dudaba mucho que pudiera olvidarlo una vez que caí en el efecto que provocaba Nathan...
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