Capitulo 2

Ellos no podían, no iban, a disparar. El Profeta David no lo permitiría. Sabía que mantenía el equilibrio del poder en estos momentos. Pero incluso si lograba liberarme hoy, nunca renunciarían a buscarme, yo era todo lo que ellos creían que tenía que suceder. Miré hacia mi tatuaje en mi muñeca y froté a través de la letra tatuada que había sido forzada sobre mi piel cuando era pequeña. Simplemente, ya no creía más en La Orden. Si esto me hacía una pecadora, entonces estaba contenta de ser una caída.

Haciendo caso omiso de mis manos temblorosas, me agaché, rasgando a lo largo de la parte inferior de mi vestido, rompiendo una larga tira de material del dobladillo. La até alrededor de la herida abierta de mi

pierna, para detener la sangre.

—Salomé. Piénsalo bien. Tu desobediencia causará severos castigos en todas las hijas. ¿Seguramente no quieres hacer eso a tus hermanas? ¿A Delilah y Magdalena? ¿Causarles dolor porque eres débil y te dio la tentación?

El tono tranquilo de Gabriel me heló el corazón. Mis hermanas. Las amaba, las amaba más que a nada... pero tenía que hacerlo. No podía volver atrás, no ahora. Tuve la llamada de atención que finalmente necesitaba para dar el salto, para escapar. Sabía que tenía que haber algo más en la vida que esta existencia... con ellos. Con una última mirada a la única familia que había conocido, me volví, arrastrando la pierna izquierda en mi estela, y hui a la oscura espesura del bosque.

Corre, solo sigue corriendo...

—¡Maldita del infierno! —gritó Gabriel, su voz chillaba con su orden—. Encuéntrenla. Abran las puertas y dispérsense. ¡NO LA PIERDAN!

Ellos estaban en movimiento. Las puertas no estaban muy lejos, pero lo suficiente como para darme un tiempo precioso. Solo necesitaba tiempo.

Arrastrando los pies más profundos en el bosque, me obligué a avanzar más rápido. Me esforcé duro, llevando a mi cuerpo a su punto de ruptura, con mis oraciones acompañándome a cada paso. No gritaba, ni siquiera

Lloraba cuando fui golpeada por las ramas bajas que desgarraban mi cara o cuando cada centímetro de mi cuerpo estaba siendo agitado por arbustos de maleza.

Sabía que estaba sangrando mucho. Me estaba haciendo daño, pero seguí adelante. Aún magullada y maltratada, sabía que mi alternativa en La Orden, era mucho peor.

Pasé árbol tras árbol, en la cerrada oscuridad. Evité serpientes y alimañas mientras pasaban las horas, pero no me detuve. La luna brillaba por encima de mí, mientras la luz del día se desvanecía y me iba debilitando, mi sangre fluía en un arroyo lento pero constante, con el movimiento de mi pierna. Revestí mi herida con material más ensuciado, pero, más que nada,

no fui encontrada por los guardias discípulos. Estaba cansada... pero me seguí presionando.

Entonces, finalmente, cuando había llegado a mi límite físico, con la esperanza casi perdida, me encontré con una carretera. Con renovado vigor, me tropecé en una colina empinada, aterrizando duro en el hormigón de grava del pavimento lleno de baches.

Mi conciencia me felicitó que los discípulos no me hubiesen encontrado... Los discípulos no me encontraron. Pero nunca podía bajar la guardia. No podría ser libre hasta que no estuviese muy, muy lejos.

Estuve cojeando a lo largo de la carretera, en una calle tranquilamente desierta. El canto de los grillos y los gritos de los búhos eran los únicos sonidos en la oscuridad. No sabía mi ubicación. Nunca antes había salido de la Orden.

Estaba completamente perdida.

Mientras trabajaba en mi próximo curso de acción, las luces se encendieron de repente alrededor de una curva cerrada. Ellas me cegaron. Levanté mi mano para proteger mis ojos del resplandor, cuando un vehículo

Enorme apareció a la vista. Un vehículo negro grande, que estaba desacelerando. Un vehículo grande, negro que se detuvo a mi lado. La ventana fue bajada para revelar la cara sorprendida de una mujer mayor.

—¡Infiernos, Cariño! ¿Por qué estás aquí sola? ¿Necesitas ayuda?

Una forastera.

Las enseñanzas del Profeta David bombardeaban mis pensamientos; Nunca hablar con los forasteros. Son gente del diablo. Ellos hacen el trabajo

del diablo. Pero no tenía elección.

—Ayúdame. Por favor —dije con voz ronca. No había tenido nada que beber en mucho tiempo y mi garganta se sentía como si hubiera tragado arena. La forastera se inclinó hacia delante y la enorme puerta se abrió.

—Sube, cariño. Este camino no es lugar para chicas jóvenes como tú, sobre todo en este momento de la noche. Aquí merodea gente peligrosa y no desearías ser encontrada sola por ellos. Cojeé hacia adelante, agarrándome de los largos rieles de plata atados a un lado y subí en el caliente asiento. Me recordé a mí misma estar alerta; para mantener mi guardia.

Los ojos marrones entrecerrados de la dama se ensancharon, su cabello gris un mullido halo alrededor de su cabeza.

—¡Cariño, tu pierna! ¡Necesitas un hospital! ¿Cómo te sucedió esto?

¡Estás hecha un desastre!

—Por favor, solo lléveme a la ciudad más cercana. No necesito un curandero —le susurré, mi cabeza sintiéndose ligera y mi respiración desacelerándose en mi apretado pecho.

—¿La ciudad más cercana, chica? Eso está a millas de distancia.

¡Necesitas ayuda ahora! ¿Qué te pasó? Te ves como el infierno. —De repente se quedó sin aliento—. Por favor, dime que no has sido atacada.

Dime que ningún hombre te ha forzado. —Sus ojos detectaron en mi cuerpo la sangre que ya corría bajando por mi pierna, y entonces buscó detrás de

Ella, utilizando los grandes espejos conectados a la puerta—. Oh no... Has sido... ¿Tomada en contra de tu voluntad?

No me encontré con sus ojos. Ella me podía controlar; me habían enseñado que cualquiera fuera de la Orden me tentaría. Fui una de las personas elegidas del Profeta David, envidiada por todos los demás. Tenía que evitar su trampa.

—No he sido atacada. Por favor. Solo... llévame a un pueblo —le rogué una vez más.

El vehículo grande tiró en el camino poco iluminado con un estruendo ensordecedor de una bocina. Haciendo una mueca al oír el sonido, miré fijamente por la gran ventana, profundamente en la oración. Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea…

—¿De dónde vienes, cariño? —La voz de la mujer interrumpió suave y atractiva. Sonaba como una canción de cuna. ¿Tenía malas intenciones? ¿O estaba siendo honesta? ¡No lo sabía... solo no lo sabía! Mi cabeza era un remolino de niebla y no podía concentrarme.

Mantuve mi silencio.

—¿Has venido desde ese bosque? Si es así, ¿cómo? ¿Dónde? No hay nada ahí, más que árboles y osos. Nadie en su sano juicio va a ese bosque.

Demasiadas cosas profanas acechan entre esos árboles. Incluso he oído rumores de una instalación de pruebas del gobierno allí o algo así. —No me atreví a mirar en su dirección. Ella siguió hablando, pero me las arreglé para bloquear el sonido.

Viajamos mucho y muchas horas pasaron. No sabía dónde estábamos, pero con cada centímetro de carretera nueva, me permití relajarme. Estaba

cansada, y para mi felicidad, mi pierna ya no me dolía. Estaba completamente entumecida y tenía sueño.

Luché contra mis ojos para que permaneciesen abiertos y cuando supe que no podía mantener la conciencia por mucho tiempo más, era el tiempo de hacer mi movimiento.

—Por favor, pare —insté, presionando las palmas contra el gran panel de cristal de la ventana. Mis ojos buscaron fuera en el área estéril, por un lugar para refugiarme.

Suspiré de alivio cuando vi un edificio cuadrado gris,

Fuera de la carretera principal. Podía refugiarme allí... esconderme allí... Descansar allí, hasta que hubiese recuperado las fuerzas suficientes para continuar con mi viaje.

La mujer frenó el vehículo y negó. —¡Diablos no! ¡No te voy a dejar aquí! El centro de la ciudad todavía está muy lejos. Una chica como tú no tiene cabida en un lugar como este. Es peligroso. Lleno de mala, mala gente. ¿Sabes qué es este lugar?

Mi visión se volvió borrosa y nebulizada, amenazando a negro. —Mi amiga está aquí. Ella me está esperando —le dije, presa del pánico, con el engaño viniendo sorprendentemente fácil de mis labios. El vehículo de repente se tiró sobre la crujiente grava y se detuvo con

una sacudida.

—¿Tienes amigos aquí? —Su voz estaba llena de shock.

—Sí. —Bueno, que me condenen. No te tomé por una de esas chicas. Supongo que el diablo viene en muchas formas. Un poco explica el estado en el que estas. Supongo que decidieron darte una lección, ¿eh? ¿Te

soltaron y abandonaron para que hicieses volvieras sola a casa? Y aquí estás, arrastrándote ensangrentada y magullada de nuevo hacia la guarida del mal.

No entendía lo que quería decir. ¿Quiénes eran estas chicas? Abrí la puerta y me caí al suelo duro sin una palabra más. Tenía que ocultarme. Solo tenía que reunir las fuerzas para dar un par de pasos más.

Con un fuerte silbido, el grande vehículo se arrastró lejos en la distancia mientras me tambaleaba por el largo camino hacia el edificio. Era enorme, imponente, y cercado, pero lo más importante, estaba cerca y la gran

puerta de aspecto pesado estaba abierta lo suficiente para que pudiera pasar.

Mientras lo hacía, mi vista se desvaneció rápidamente. Sabía que ya no podría seguir más. Mis energías estaban agotadas, me acosté en el áspero y duro suelo, detrás de una hilera de contenedores grandes, anchos y me rendí a las incitaciones de mis párpados para el sueño. La última imagen que vi cuando levanté la vista fue a... Satanás... pintado en la pared del edificio de enfrente. Sentado en un gran trono con una mujer de ojos azules a su lado.

Me sobresalté despertándome, temblando en pánico ante la imagen, haciéndome eco de las palabras de la señora que conducía el vehículo grande. ¿Dónde diablos estoy?

Poco después, ya no fui capaz de luchar contra el sueño, con un pensamiento final filtrándose en mi mente mientras me deslizaba en la inconsciencia: No hay nada en el exterior, excepto el engaño, el pecado y

la muerte...

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