Capitulo 1

...Salomé...

...Quince años más tarde......

Corre, corre, solo sigue corriendo...

Intenté que mis piernas cansadas siguieran bombeando. Mis músculos quemaban como si me inyectasen veneno y mis pies descalzos estaban completamente insensibilizados, ya que se estrellaban en el frío y duro suelo del bosque, pero no podía parar... no podía darme por vencida.

Respira, corre, simplemente sigue avanzando...

Mis ojos se movían alrededor de la oscuridad del bosque, en busca de los discípulos. No veía ninguno, pero solo era cuestión de tiempo. Pronto se darían cuenta de que faltaba. Pero no podía quedarme, no podía cumplir con mi deber pre-ordenado por el profeta; no después de lo que pasó esta noche.

Mis pulmones ardían con la severidad de mis jadeos agudos y mi pecho se movía con esfuerzo excesivo.

Empuja a través del dolor. Corre, basta con correr.

Pasando la tercera torre de vigilancia sin ser vista, me dejé sentir una pizca momentánea de alegría, la valla perimetral no estaba demasiado lejos. Me permití la esperanza de que realmente me podría escapar.

Entonces la sirena de emergencia gimió y me estremecí

deteniéndome.

Ellos lo saben. Vienen por mí.

Obligué a mis piernas moverse aún más rápido; espinas y palos afilados se clavaban en las plantas de mis pies. Apretando los dientes, me dije a mí misma, no sientes dolor. No sientes dolor. Piensa en ella.

No me podían encontrar. No podía dejar que me encontrasen. Sabía las reglas. Nunca irse. Nunca intentar salir. Pero estaba huyendo. Estaba decidida a escapar de la maldad de ellos de una vez por todas.

Detecté los altos postes de la valla perimetral, mis brazos bombearon con renovado vigor mientras hacía los pasos finales de mi carrera. Me estrellé contra el rígido metal con un choque, los postes aplastándose en la fuerza de mi colisión.

Frenéticamente buscaba un hueco.

Nada.

¡No! ¡Por favor!

Corrí a lo largo de cada uno de los postes, sin espacios, sin agujeros... sin esperanza.

Presa del pánico, caí al suelo, arañando la tierra seca, haciendo un túnel, cavando en busca de la libertad. Mis dedos arañaron en el duro barro, uñas rompiéndose, piel rasgándose, la sangre fluyendo, pero no me detuve.

No tenía más remedio que encontrar una salida.

La sirena gemía, pareciendo gritar cada vez con más fuerza, como una cuenta atrás para mi recuperación. Si me encontraban, me vigilarían constantemente, siendo tratada peor que nunca, y sería aún más prisionera

de lo que era en estos momentos.

Prefiero morir.

¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Estarán cerca? Pensamientos aterrorizados se arremolinan en mi mente, pero sigo excavando.

Entonces escucho a los perros acercándose; ladridos, gruñidos, furia rabiosa de los perros guardianes de la Orden y mi excavación se hace más frenética.

Los guardias de los discípulos llevan armas; grandes, pistolas semiautomáticas. Ellos defienden esta tierra como leones. Ellos son brutales y siempre consiguen a su presa. Sería capturada y castigada, al igual que ella.

Torturada por mi desobediencia.

Justo. Como. Ella.

Los perros de búsqueda eran ahora más escandalosos, violentos, con pesados jadeos y los nervios crispados ladrando cada vez más cerca. Me tragué el grito que amenazaba con rasgar mi garganta y seguí excavando,

haciendo una madriguera, recogiendo, paleando, para ser libre. Siempre anhelando ser libre...

Finalmente libre.

Me calmé momentáneamente cuando oí un murmullo de voces. Nítidos comandos de voz. Cañones de fusiles cargándose, los ecos de los pestillos de seguridad haciendo clic; pesadas botas pisoteando más y más cerca.

Estaban demasiado cerca.

Casi grité de frustrado terror cuando juzgué que el hueco debajo de la cerca no parecía lo suficientemente grande como para que pasase. Pero tenía que seguir adelante. No tenía otra opción. Tenía que intentarlo. No

podría vivir un día más en este infierno.

De cabeza, con el pecho pastoreando la tierra recién excavada, me colé por el pequeño espacio debajo de la cerca. La carne de mi hombro rallando sobre el metal irregular de la malla de alambre, pero no me

importaba, ¿qué era una cicatriz más?

Usando mis manos como garras, arrastré mi cuerpo hacia adelante. Oí voces claras y el timbre de cristal de los hermanos; sus perros salvajes, consumidos por la sed de sangre, aullaban de hambre deliberadamente inducida.

—Ella va a estar buscando brechas o puntos débiles. Asegura el segundo equipo a lo largo de la puerta norte. Nos dirigiremos hacia el sur, y no importa qué, ¡ENCUÉNTRENLA! ¡El Profeta traerá la ira del Todopoderoso en todos nosotros si se pierde!

Reprimiendo un grito angustiado, empujé y trepé hacia adelante. Arrastrándome a través del barro seco, agitando las piernas por la desesperación. Rasguños profundos cubrían mi piel. Mi vestido blanco se rasgó y se rompió en pedazos con los picos de alambre de púas irregulares, y observaba impotente como mi sangre goteaba sobre el suelo seco.

¡No! Casi grité de frustración. Los perros podrían oler mi sangre. Fueron entrenados para localizar rastros de sangre.

Con un último esfuerzo, lo atravesé con mi cuerpo, solo quedando mis piernas para pasar. Me arrastré en mi espalda, empujando con los talones, luchando por la libertad.

Un sentimiento, no, un torrente de alegría al darme cuenta de que estaba casi libre, se evaporó rápidamente, a la vista de un perro negro bordeando un arbusto cercano. Centrándome en un árbol fuera de la valla, una meta para avanzar, traté de impulsarme hacia adelante, cuando una sacudida de dolor quemó a través de mi pierna izquierda. Los dientes afilados cortaban mi carne, y cuando miré hacia abajo, un perro guardián muy musculoso sostenía mi pantorrilla izquierda en sus garras; gruñendo y sacudiendo su cabeza, desgarraba la piel frágil y el músculo.

Palideciendo con la severidad del dolor, aguanté una creciente sensación de náuseas. Di palmadas con mis manos en el suelo del bosque, descubriendo una gran piedra. Ahogando un grito que arañaba su camino

hasta mi garganta, arrastré mi pierna mutilada lejos de la cerca hacia mi meta. El perro intentó forzar su gran cabeza debajo de la cerca, apretando su agarre en mi extremidad, sacudiéndola de un lado a otro como si estuviera jugando con un palo.

Con lo último de mi energía, lo ataqué. Arrastré la gran piedra en mis manos y golpeé el cráneo del perro una y otra y otra vez, sus colmillos expuestos goteaban con espuma blanca-rojiza, sus infernales ojos negros

ardían brillantes con ira. Los guardias discípulos tenían a sus perros hambrientos para que fuesen sanguinarios y los obligaban a luchar entre sí para hacerlos permanentemente enfadados. Los guardias discípulos

pensaban que cuanto más hambrientos estaban sus perros, más viciosos estarían cuando cazasen a los desertores.

Inhalé por la nariz, tratando de enfocarme; solo tenía que aflojar el agarre del perro, solo una ínfima liberación para desprender mi pierna izquierda lesionada.

Y entonces sucedió.

Con un crujido final de la piedra, el enfurecido canino se echó hacia atrás, sacudiendo la cabeza magullada. Me arrastré liberándome del hueco poco profundo, respirando ráfagas breves y agudas mientras mi cuerpo

reaccionaba al shock.

Mientras me arrastraba lejos de la valla, un irónico pensamiento corrió por mi mente; en realidad lo había hecho. Soy libre.

El perro, aunque aturdido, se recuperaba con éxito y arremetió contra el hueco. Una vez más mordía con sus grandes mandíbulas y dientes afilados y con ello, salí de mi bruma. Ribeteé hacia delante, llenando rápidamente

el vacío con tanto barro como pude reunir, luego traté de ponerme de pie, pero mi pierna herida no podía soportar el esfuerzo, no podía soportar mi peso. En el interior, lloré, ¡Ahora no! Por favor, Señor, dame la fuerza para

seguir adelante.

—¡Aquí! ¡Ella está aquí!

Un discípulo con uniforme negro surgió del denso follaje, mirándome con furia en mi forma agazapada detrás de la valla. Se quitó el pasamontañas y mi corazón cayó. Reconocería esa larga cicatriz en su

Mejilla, en cualquier lugar. Gabriel, el segundo al mando del Profeta David; su espesa barba marrón ocultaba la mayor parte de su rostro, como era la costumbre con todos los hermanos de la Orden. Sin embargo, Gabriel era el discípulo que mi gente más temía, el hombre responsable de la atrocidad que presencié esta noche... el responsable de que la perdiese a ella...

Chasqueando la lengua y sacudiendo la cabeza, Gabriel avanzó hacia delante, agachándose para mirarme a los ojos.

—Salomé, niña tonta. No creerías que podrías irte ¿verdad?

Una sonrisa se extendió por su rostro y se inclinó aún más cerca de la barrera de metal.

—Vuelve y haz frente a tu castigo. Has pecado... gravemente... —Se rio condescendientemente, los otros discípulos le siguieron. Cada centímetro cuadrado de mi piel se arrastró con horror—. Se debe manejar en la familia.

Traté de ignorar sus burlas. Con una búsqueda sutil, recorrí mi entorno, en busca de una ruta de escape. Gabriel se enderezó de repente y entrecerró los ojos.

—Ni siquiera lo pienses. Te encontraremos si corres. Perteneces aquí, con el Profeta, con tu gente. Él está esperando en el altar, y después de los acontecimientos de hoy, él está dispuesto a proceder con la ceremonia. No hay nada para ti fuera de la valla. Nada más que el engaño, el pecado y la muerte.

Arrastrándome a mi árbol, mi objetivo, usé la áspera corteza gruesa para levantarme del suelo del bosque. Intenté con todas mis fuerzas bloquear sus palabras, pero vacilé en mi pie. Más discípulos rompieron a través de la densa vegetación para verme tropezar; sus grandes cañones apuntándome, con una precisión perfecta, en mi cabeza.

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