SOY UN HOMBRE RESERVADO

Las palabras de Edward daban vueltas en la cabeza de Alexa una y otra vez: "Ningún escote pronunciado ni una falda corta llaman mi atención". ¿Con ella sería igual? Era joven, su piel todavía estaba tersa y firme, capaz de llamar la atención de cualquier hombre que la mirara en falda corta o con un escote pronunciado. Sí, quizás sus dotes no eran tan frondosos como los de Mirella, pero era muy hermosa, y su juventud no la podía Igualar la mujer pelirroja. Entonces, mientras se miraba en el espejo, decidió que ya no podía esperar más. Estaba bien casada y no había necesidad de hacer un tabú de su intimidad. Las pocas noches que había pasado a su lado, solo se había imaginado lo que podía haber debajo de esa camisa de seda que Edward usaba cada noche para dormir. No siquiera lo había visto sin playera, él era muy reservado y muy cuidadoso.

Optó por usar esa noche algo sensual para seducir a su apagado esposo. Entre sus prendas no tenía exactamente lo que buscaba, aunque un short corto y ajustado no estaba mal para el comienzo. Y esa camiseta blanca transparentaba bien lo que había debajo. Salió del baño después de darse una ducha, ya con el atuendo puesto para la ocasión.

Como cada noche, Edward se encontraba leyendo sentado sobre su sillón reclinable, bajo la luz de una lámpara especial para la lectura.

—Lo siento, es que dejé aquí mi celular —dijo ella casi tirándose encima de él.

Ya lo había planeado todo, dejar el celular sobre el librero detrás del sillón.

—Pudiste pedirme que te lo pasara, no me gusta que invadas de esa manera mi espacio personal.

Él ni siquiera se percató de la ropa o del trasero de Alexa que tenía casi sobre su rostro.

—No lo alcanzo —aseguró para presionar su cuerpo todavía más sobre el regazo de Edward.

—Quítate de encima, yo te paso el teléfono.

Al ver que sus esfuerzos fueron inútiles, se quitó de encima con una gran decepción en su rostro.

—¿Cuál es el problema? ¿Te molesta que quiera ser atento contigo?

—¡Vaya que estás ciego? O eres torpe, o quizás eres...

—¿Soy qué?

—¿Eres gay? ¡Oh, por Dios! Ahora lo entiendo todo, accediste a casarte conmigo para ocultar tus verdaderos gustos. No te atreves a decirlo frente a las cámaras, ¿verdad?

Edward la miró desconcertado y sorprendido. ¿De dónde habrá sacado semejante barbaridad? A pesar de que Alexa mostraba ser madura en varios aspectos, Edward no hacía a un lado es hecho de que era joven y podía equivocarse en cualquier cosa.

—A ver, niña, ¿de dónde sacaste esa increíble deducción?

—Dijiste que no te gustaban las mujeres, y no te das cuenta de nada.

—Yo no dije que no me gustaran las mujeres, dije que no me importaban.

—¿No es lo mismo?

—¿Cuántas novelas has visto? No siempre el empresario adinerado es un don Juan que tiene a muchas mujeres para divertirse. Soy un hombre reservado, no gusto de tener una y otra amante. Eso no me hace gay.

—¿Qué clase de mujer llama tu atención entonces?

—La verdad, no me he puesto a pensar en eso desde la universidad. Ya te lo dije, ahora estoy centrado en mi trabajo y en la empresa.

—¿Entonces eres virgen? ¿Nunca saliste con nadie? ¿Nunca te has acostado con nadie? ¿Por eso temes hacerlo conmigo? ¿Crees que me voy a decepcionar? Pues te equivocas, yo también soy virgen y no tengo ninguna experiencia en el asunto, así que lo que pase entre nosotros estará bien. Ambos podemos ir aprendiendo juntos.

Edward arqueó una ceja, estaba anonadado con la lluvia de preguntas que ella misma se respondía, haciendo deducciones erróneas acerca de sus gustos y asuntos personales.

—¿Te sientes bien? Voy a pasar por alto este teatro sin sentido, compórtate como la mujer madura que dices ser.

Alexa puso los ojos en blanco, se dió la vuelta y entró a la cama.

El comportamiento de Alexa no era extraño, de hecho, su actitud le recordó su juventud, cuando él también suponía cosas que no eran y hacía berrinches sin sentido.

Al poco rato ella se quedó dormida. La vista de Edward comenzó a nublarse, ya era suficiente de lectura por una noche. Apagó la lámpara y se fue a recostar.

Alexa dormía con una almohada entre sus piernas, eso le ayudaba a la postura de su espalda.

Claro que Edward tenía definidos sus gustos, además de que también era hombre y un ser humano. Así que antes de apagar la luz de la recámara, por fin notó lo que Alexa pretendía mostrarle con todo ese teatro. Posó su mirada en aquellas piernas largas, blancas y torneadas. Tragó saliva cuando sintió de nuevo en su interior aquellas ganas de querer sentir a una mujer entre sus brazos.

Sacudió su cabeza hasta que el deseó cedió. Apagó la luz y se recostó junto a ella. La luz de la luna que entraba por la ventana le permitía ver con claridad aquel escote de su camiseta. Su clavícula marcada lo invitaba a querer poner sus labios sobre ella, su piel lo invitaba a pecar, a querer saciar esa pasión que reprimió durante tantos años.

Por un instante se dejó llevar, cegado de lujuria. Pasó su dedo por el brazo de Alexa. Se le erizó la piel al sentir la suavidad de su carne. Acarició suavemente su cuello, su rostro y sus labios.

—¿Qué rayos estoy haciendo? —susurró mientras le echaba la cobija encima.

Se dió la vuelta y se colocó los audífonos para escuchar un mantra que oía todas las noches antes de dormir.

Alexa logró lo que quería después de todo. Despertó a aquel hombre que dormía dentro de Edward. Aquel deseo carnal que se había consumido entre cables y programas computacionales.

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