SOY UN HOMBRE DE PALABRA

La enfermedad de Richard avanzaba a paso veloz, así que la boda se llevó a cabo lo antes posible. Una vez más, Edward esperaba en el altar por una novia que había prometido ser fiel. Fue inevitable recordar aquellos momentos tristes del pasado, cuando tenía la ilusión de ver a Rebecca caminar hacia él con una sonrisa.

Todo era distinto en esa ocasión, no existía la ilusión de casarse ni de formar una familia. Solo el compromiso de una promesa leal y desinteresada. Por supuesto, una vez más la señora Edevane pegó el grito en el cielo porque su exitoso y preciado hijo estaba por casarse con la descendencia de una amistad que jamás aprobó. Sin dejar atrás el qué dirán acerca de un matrimonio con bastantes diferencias. Hasta ese momento, Edward ni siquiera cruzó palabra con Alexa. Todo el relajo de la boda lo dejó en manos de la familia Cass. Taylor y su madre se encargaron de todo.

A Edward se le erizaba la piel, ya que en su mente vivía el recuerdo de una Alexa de ocho años y no podía ni imaginarse cómo lucía diez años después. Para él, aquella chiquilla curiosa que preguntaba por todo seguía siendo una pequeña. Se había olvidado que él había estado en el altar a su misma edad dieciocho años atrás, dispuesto a tomar una responsabilidad que era para adultos. Entonces era inmaduro y la idea del amor eterno lo había embrujado, sin embargo en esos momentos ya era todo un hombre maduro que podía ver lo descabellado que parecía un matrimonio a tan corta edad.

A pesar de los años, las tradiciones seguían siendo las mismas. La música de entrada comenzó en cuanto Richard y la hermosa novia comenzaron a caminar por el pasillo adornado de flores frescas.

El vestido de Alexa era largo, hermosa y elegante, los detalles bordados a mano en la falda y el corset le daban un toque exquisito. El velo cubría el rostro de la jóven ansiosa por volverse mujer.

Edward trató de sonreír cuando Richard le entrego la mano de su hija frente al altar. Todo salió bien, a pesar del corto tiempo que hubo para preparar una boda, ambos novios memorizaron bien sus votos.

Fue una boda bonita y elegante, pero muy privada. Solo los familiares más cercanos acudieron para evitar un escándalo en los medios.

El primer beso es una ilusión con la que muchas mujeres sueñan, y Alexa se sentía emocionada porque su primer beso iba a ser el día de su boda, frente al altar. El beso que sellaría su reciente unión.  Sin embargo, a veces no se obtiene lo que uno sueña y la ilusión de su primer beso no fue exactamente lo que ella esperaba. Edward levantó su velo para darle un pequeño beso sobre la frente.

Casi todos aplaudieron con emoción. Meredith y Stella Edevane se reservaron ese lujo dado a que no estaban de acuerdo con ese matrimonio. No era nada raro, a esas mujeres nada les complacía.

Como cualquier boda normal, después de la fiesta ambos novios salieron del salón de fiestas para dirigirse a su corta luna de miel. Su destino era el hotel Montreal, un hotel de lujo donde celebridades y empresarios se daban un descanso de vez en cuando.

—Me disculpo por no haberte llevado de viaje, en estos momentos el trabajo me lo impide, pero prometo que voy a hacer lo posible para hacerme de unos días para llevarte a donde quieras.

—Este hotel es muy bonito, vengo aquí dos veces al mes con mi madre y mi abuela al spa y a las aguas termales. No te preocupes, entiendo que tienes muchos deberes, sobre todo ahora que tú nuevo producto ha salido al mercado.

—¿Tu padre te contó al respecto?

—No. Yo lo leí en una revista de finanzas.

Arqueó la ceja, sabía que ella era una chica muy inteligente, pero jamás se imaginó que una chica de su edad leyera revistas de finanzas.

—Luces tal cual te recuerdo.

—Tengo diez años más, dudo que me vea como me recuerdas. En cambio tú sí luces diferente, eres toda una señorita.

—Señora, ahora soy una señora —sonrió de manera coqueta mientras le mostraba a Edward sus brillantes anillos—. Soy tu señora.

La emoción que mostraba Alexa por haberse casado le abrumaba un poco, ella lo tomaba como un sueño hecho realidad, mientras que para él era un compromiso un tanto bochornoso.

Edward estaba cansado y medio ebrio cuando llegó al hotel. Lo único que quería era ponerse cómodo para dormir. Se quitó la corbata y el saco para acomodarse en el sillón reclinable que estaba junto a la ventana.

—Alexa, por qué no te sientas y charlamos un poco.

—Por supuesto —se acomodó en el sillón gemelo que estaba frente a Edward.

—¿Te puedo preguntar algo?

Ella asintió curiosa.

—¿Por qué aceptaste casarte conmigo?

—Porque mis padres siempre hablan maravillas de ti, mamá dice que eres un hombre noble y dulce.

—¿Si sabes que tengo la misma edad de tus padres?

—Lo sé.

—¿Eso no te molesta? Eres una chica muy hermosa, apuesto a que hay muchísimos hombres jóvenes que desean estar a tu lado.

—Eso es cierto, ya he recibido varias propuestas de matrimonio por parte de los hijos de amigas de mamá. Sin embargo, quiero decir que la mentalidad de los chicos de mi edad es muy... muy inmadura. Solo hablan de moda, viajes y fiestas. Mi personalidad es más seria, no me gustan mucho las fiestas ni soy adicta a las modas o las redes sociales.

—¿Segura? Tienes cara de que me estás mintiendo. Eres joven, es natural que te gusten las fiestas, la moda y las redes sociales. No tienes que fingir nada conmigo. Quiero que seamos buenos amigos, un equipo.

—¿Por qué crees que miento? ¿Soy rara por no gustar de ese tipo de trivialidades?

—A tu edad me gustaban las fiestas, las modas y otras cosas. Ya qué no había Facebook ni Instagram cuando tenía tu edad.

—Está bien, te entiendo. Con el tiempo nos iremos conociendo bien, sin máscaras.

—¡Por supuesto!

—¿Qué hacemos ahora?

—Si no te molesta, me gustaría ir a dormir. Estoy muy cansado y siento que me quiere dar resaca.

Alexa se sonrojó, imaginando todo lo que un hombre mayor le podría hacer a la hora de consumar su matrimonio. Había escuchado de un par de amigas lo que significa la experiencia de la primera vez con un chico de su edad. "No era recomendable para nada", decían con fastidio.

—¿A dónde vas? —preguntó con nervios.

—Me voy a cambiar al baño.

—¿Por qué? Bueno, no sé mucho al respecto, ya que sigo siendo virgen, pero ¿no es común que la novia despoje al novio de su traje de bodas y viceversa?

Edward se sonrojó, pensando que Alexa había entendido cuando dijo que fueran un equipo de buenos amigos. Desde que Rebecca lo dejó, jamás volvió a tener intimidad con ninguna otra mujer. La idea de la pasión carnal se había desvanecido de sus deseos de hombre.

—Yo... yo no pienso tener sexo contigo. Pensé que lo habías entendido.

—¿P-p-por qué? Estamos casados y es nuestra noche de bodas. ¿Por qué te casaste conmigo?

—Porque tu padre me lo pidió. Porque hicimos una promesa hace años, antes de que tú nacieras. Soy un hombre de palabra.

—¿Qué clase de promesa hicieron?

—Eso es secreto de hermanos. No te lo puedo decir.

—¿Qué voy a ser para ti entonces?

—Un equipo, una buena amiga.

Alexa suelta el llanto.

—No llores, por favor. No me gusta ver llorar a una mujer.

—¿No te gusto ni siquiera un poco?

—Podrías ser mi hija. No soy un pervertido. Te puedo prometer que nada te hará falta, ahí estaré para ti cuando me necesites, puedes contarme lo que sea o pedirme lo que sea, menos esto. Lo siento.

Aquella ilusión de formar una familia a lado de un hombre que parecía ser un dios ante los ojos de sus padres se esfumó de golpe. ¿Entonces su madre mentía cuando decía que Edward Edevane era un caballero amoroso y dulce? Eso no era precisamente lo que imaginó cuando aceptó casarse con el mejor amigo de su padre.

Era verdad que a ella le fastidiaba la inmadurez de los chicos de su edad. Tantas charlas con las amigas acerca de experiencias con hombres mayores le habían dejado claro que siempre resultaba ser mejor estar con un hombre mayor y no con un muchacho precoz e inmaduro. Más nunca pensó que un hombre mayor tenía otras metas y prioridades antes de querer acostarse con una jóven menor. No todos los hombres estaban hechos de lo mismo, no todos eran como los amantes furtivos de sus amigas que dormían con profesores, casados, divorciados o pervertidos.

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