Leónidas amaba el bosque. Cada vez que podía se escapaba a un parque o a un lugar repleto de árboles para apreciar la naturaleza, los pájaros cantar, las ardillas correr de un lado a otro y ver pequeños insectos volando a su alrededor.
Así que, cuando Aries le dijo que Samantha y él lo acompañaran, lo primero que respondió fue: "¿Es que estás loco?".
No pensaba acompañarlo a un lugar donde lo podían matar y sacar sus órganos para venderlos en el mercado negro, pero cuando el chico le dijo que era en medio de un bosque, no lo pensó dos veces y le dijo que sí.
— Tu amor por la naturaleza un día de estos te meterá en problemas — dice Samantha con una sonrisa, mientras pasa por unos árboles y toma algunas fotos con su cámara.
Leónidas solo sonríe y sigue el camino. No le importaba morir en medio del bosque, total, el ciclo de la vida debía seguir, y si podía ayudar al ecosistema con sus restos, estaba más que feliz, o eso creía.
Los tres siguieron caminando hasta que Aries se detuvo en una baldosa gris y sin gracia.
— Qué extraño, según las marcas esta es la baldosa — dice Aries mirando fijamente la piedra gris — ¿Me habré equivocado?
— También puede ser que sí estés loco — murmura Samantha con una sonrisa, para después tomarle una foto a Aries y la baldosa.
— Bueno, lo intentamos y hasta te acompañamos — dice Leónidas mirando al chico de ojos cafés — Creo que solo estabas delirando, que tus padres te quisieron llamar Ariel y el registro oyó mal, así que te pusieron Aries.
— ¡Leo, no seas malo con el niño!
Aries frunce el entrecejo y responde — Mi primer nombre no es Ariel, es Alexander, y no soy un niño, tenemos la misma edad.
El chico suspira y se sienta encima de la baldosa, "que sirva para algo por lo menos". ¿Y ahora? ¿Cómo regresará a su mundo? Extrañaba sus poderes. Por alguna extraña razón, desde que llegó aquí no podía invocar el fuego como antes, ¿será que me estoy apagando?
Aries, un poco desanimado, sigue cuestionando su destino, cuando de la nada escucha un ruido y ramas rompiéndose.
— ¿Qué es ese sonido? — pregunta Leónidas mirando a su alrededor de forma suspicaz, mientras toma su teléfono del bolsillo trasero del pantalón y enciende la linterna. Se sorprende por lo que ve.
— ¿Lobos? ¿Desde cuándo hay lobos en este bosque? ¿Y por qué son tan grandes? — pregunta Samantha un poco nerviosa. No le gustaban los perros, ya que cuando era pequeña tuvo un accidente con uno que la atacó a ella y a uno de sus hermanos.
Leónidas se mueve despacio y suave, hasta colocarse frente a Samantha para tratar de protegerla. Susurra suavemente — No hay [lobos], en la parte sur del continente no existen. Sería más común una cabra o una serpiente.
Aries, que también estaba en guardia, le da a Sam una mirada rápida y le comenta muy serio — Esos al parecer no son simples lobos. Su pelaje es más plateado y puntiagudo. Esos son licántropos.
Leónidas y Samantha se asustaron al escuchar esa palabra. A simple vista no se notaba, pero después de unos segundos sí podían notar cómo la piel de esos lobos brillaba y sus colmillos se veían más afilados que los de unos lobos comunes.
— ¿Y qué hacemos ahora? — murmura Leónidas al pelirrojo.
— ¡Correr!
Los chicos no esperaron otra señal y, como si los lobos también hubieran entendido, comenzaron a perseguirlos para atacarlos.
Los tres comenzaron a correr en medio del bosque, saltando raíces de los árboles y tratando de buscar una salida.
Aries se sentía impotente al ver que no podía usar sus poderes. Leónidas había colocado a Samantha delante de él y le gritaba que no mirara hacia atrás, mientras que él trataba de que los lobos se distrajeran con cualquier cosa, con un palo o una piedra, aunque en el fondo sentía que eso no iba a funcionar. Al fin y al cabo, no eran simples animales.
Leónidas tuvo que luchar para dejar esos pensamientos de lado. Tenía que proteger a su amiga y al otro chico. Ahora no importaban qué criatura eran los licántropos, no cuando ellos los querían atacar, y apostaba que sus mordidas debían doler como los mil demonios.
Él seguía corriendo, pero se queda asombrado al ver cómo los lobos corrían por las ramas de los árboles y también brincaban por los troncos. ¿No conocían la gravedad o la física?
— ¿Qué demonios son? — pregunta Leónidas asustado y asombrado por ese hecho. Era imposible que un lobo común hiciera eso.
Quería observarlo un poco más, pero un grito lo distrajo. Era Samantha y vio con miedo cómo delante de ella había un lobo más grande que los demás. Su pelaje era como azul eléctrico, babeaba mucho y tenía una mirada endemoniada.
Leo, sin pensarlo, corrió hacia su amiga y se lanzó sobre ella para tumbarlos a ambos al suelo antes de que el lobo la atacara. Leónidas se levanta rápido y mira cómo Aries trata de defenderse con una rama gruesa.
Tenían que salir de ahí y rápido, pensaba el rubio con desesperación. Tenía que proteger a sus amigos, debía de algún modo sacarlos de ese apuro.
Sus manos temblaban y su corazón se aceleraba. Necesitaba calmarse; un ataque de ansiedad no era lo mejor en ese momento.
Por alguna extraña razón, escuchó la voz de su mamá, guiándolo como cuando era un niño.
"Cuando sientas miedo o te sientas solo, solamente cierra los ojos e imagínate que estás en otro lugar. Trata de tranquilizar tu respiración y escuchar los latidos de tu corazón, después imagina un lugar en donde quieras estar."
Leónidas cerró los ojos y calmó su respiración. Eso siempre lo ayudaba cuando estaba nervioso o iba a presentar una prueba importante. Respira y trata de buscar una solución, pero solo le vino a la mente un desierto enorme, todo rodeado por montañas de arena y un sol abrazador.
Sintió el latir de su corazón y un calor en su pecho.
Cuando abrió de nuevo los ojos, lo que vio lo dejó sin palabras.
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