Capítulo 5

Samantha sintio como si tuviera hormigas por todo el cuerpo. ¿Jose creía que esa atracción justificaba que se hubiese acostado con ella para sacarla de su casa mientras la registraban? Quiso vomitar. —Siéntate y te traeré un brandy. Sabía que te alteraría enterarte de que estaban espiándote. —Todavía no he empezado a asimilar eso. Estoy furiosa y dolida porque has utilizado el sexo como una herramienta. Confié en ti. —Todavía puedes confiar en mí —replicó él con el ceño fruncido. —No, no puedo. —No te pongas melodramática, Samantha. No ha cambiado nada, solo he tenido que darte una noticia desagradable. —¿Te refieres a que, en teoría, alguien está espiándome? —Sí, claro, y no es en teoría. He encontrado dos dispositivos. Si te han intervenido el bolso, es muy probable que también lo estén otros accesorios. Dana notó que se le revolvían las tripas y salió corriendo al cuarto de baño. Inclinó la cabeza sobre el lavabo, pero intentó no vomitar. Notó un paño frío en la nuca y una mano que le acariciaba la espalda. —No me toques —murmuró ella entre dientes. Él se marchó del cuarto de baño. A ella le alegró y molestó a la vez que se hubiese marchado tan fácilmente, pero se lavó la cara con agua fría e intentó dominar los sentimientos y la reacción de su cuerpo por todo lo que le había contado Jose. ¿Cómo podía haberla utilizado de esa manera? ¿Cómo habían podido llegar a pensar Felipe y él que traicionaría la confianza de su familia? ¿Estaba Franco metido en eso? Los había

considerado como una familia durante más de cinco años, ¿cómo podían pensar que traicionaría a una mujer que era como una hermana? Jamás le haría nada a Paola y esos príncipes arrogantes deberían saberlo. Además, era redactora de moda, no de un periódico sensacionalista. Se dio la vuelta para vestirse y estuvo a punto de chocarse con Jose, que sujetaba una copa con brandy. —Bébelo, te sentará bien. Ella lo rodeó sin tocarlo y fue a buscar su ropa. Estaba repartida por la sala y fue recogiéndola mientras murmuraba que eran unos majaderos arrogantes y desconfiados. —Confiaba en ti y por eso hice que registraran tu casa. Ella se dio la vuelta dominada por la furia. —¿A eso le llamas confianza? Si hubieses confiado en mí, me lo habrías dicho. —Te lo dije. —Cuanto te sorprendí rebuscando en mi bolso. Algo que algunas mujeres consideran una muestra de desconfianza absoluta. —Te pido perdón si te he ofendido —se disculpó él. —¿Estás tomándome el pelo? Primero, la disculpa no puede ser más tonta y, segundo, no me ha ofendido, alteza, ¡me ha hecho daño! —No era mi intención, tienes que saberlo. —No lo sé. Te daban igual mis sentimientos y tus intenciones me importan un comino. —Tenía pensado contártelo todo por la mañana —replicó él con una paciencia exagerada. —Que me hables como si estuviese intentado explicarle algo muy complicado a un niño pequeño no va a sacarte del embrollo en el que te has metido. Samantha lo miró con toda la rabia que pudo, como si quisiera quemarle ese pelo impecable con la mirada. ¿Quién podía tener ese aspecto recién levantado de la cama? Ella, no. Estaba despeinada y había perdido el maquillaje en la ducha y la piscina, pero ¿a quién iba a importarle el aspecto que tuviera delante de ese neandertal?

—No, eso es un insulto a los neandertales —comentó ella en voz alta—. En teoría, eran inteligentes y habilidosos. Tú eres un conde malcriado y desconfiado. —Ser conde no es nada malo. —Eso cree, alteza. —Deja de llamarme alteza, no me gusta. —Me da igual lo que te guste. —Estás muy enfadada. —Y dolida. Samantha no creía que ocultar el dolor le hiciera más fuerte. Si alguien le hacía daño, tenía que saberlo. Si además le gustaba hacerle daño, no podía formar parte de su vida. —Siento de verdad haberte hecho daño. —Al menos, esa es una disculpa más sincera, pero no te perdono porque creías que era lo que tenías que hacer. Sigues creyendo que está bien utilizar el sexo para investigarme. Por no decir nada de que tus hermanos o tú hayáis podido creer que traicionaría a Paola. —Yo no sospecho de ti. —Ahora, cuando has encontrado los dispositivos —ella sacudió la cabeza—. Felipe y tú creísteis que podía traicionar a Paola. ¿Franco también lo creen asi? —Estoy seguro de que no lo cree, pero teníamos que estar seguros. —Dijiste que estabas seguro antes de revisar mi bolso. —Lo estaba, como estoy seguro de que ninguno de mis hermanos creía de verdad que pudieras ser culpable. —Da igual. No quería seguir hablando de algo que no podía cambiarse y que le dolía demasiado para poder asimilarlo en cuestión de minutos. Volvió al dormitorio y cerró la puerta. Se vistió todo lo deprisa que pudo y no se puso joyas, pero tampoco pudo guardarlas en el bolso porque estaba en la caja de seguridad. Buscó algo donde llevarlas y encontró una cartera de cuero. La abrió y vio unos documentos. La mayoría eran claramente de la empresa y se preguntó por qué Jose no usaría un maletín con llave… pero se olvidó de los maletines y las medidas de seguridad cuando vio un informe sobre ella. Tuvo que reconocer que era muy minucioso. Estaba

toda su familia, hasta su hermano fallecido. Geremik no era un secreto, pero ella tampoco hablaba mucho de él. Esa tarde, con Maria, había sido una excepción. También estaban todos sus compañeros de trabajo, amigos y conocidos, y todos los hombres con los que había salido durante el año y medio pasado con un breve historial. Se enteró, por ejemplo, de que uno de ellos estaba divorciado aunque le había dicho que no se había casado nunca. No le sorprendió la mentira porque ya había intuido que no era sincero… Entonces, ¿por qué no le había avisado la intuición de que Jose podría utilizarla así? Llamaron a la puerta con fuerza. —¿No vas a salir? —preguntó Jose. Se merecía que lo dejara durmiendo en el sofá, pero no era tan miserable ni lo había sido nunca. Abrió la puerta y lo miró con rabia. —He encontrado un informe sobre mí. —¿Has estado fisgando mis cosas? —le preguntó él en tono indignado. Ella se rio, aunque le pareció más hipócrita que gracioso. —¿De verdad vas a salir con esas? —No hacía falta —replicó él—. Podrías habérmelo preguntado, te habría dicho lo que hubieses querido saber. —Podría decir lo mismo, pero no estaba buscando respuestas para preguntas que no he hecho. Necesitaba algo para guardar las cosas de mi bolso. —¿Y decidiste confiscarme la cartera? —¿Por qué no tiene llave? Para ser una familia tan preocupada con la seguridad, la tuya es bastante deficiente. —Parece menos importante si no tiene llave. Además, siempre voy con escoltas y no hace falta que guarde mis papeles con llave. —Hasta que te acuestas con la mujer equivocada. —No eres la mujer equivocada. No harías nada con lo que has encontrado ahí.

—¿Estás seguro? —Sabes que sí. Lo estaba antes de buscar los dispositivos y ahora lo estoy más. —Claro, te creo —replicó ella en un tono que indicaba todo lo contrario. —No llevo a otras mujeres ni a mi casa ni a mi suite personal — Jose frunció el ceño—. Ninguna puede ver información confidencial —¿Debo sentirme especial? —No lo sé. Sentirás lo que quieras, pero te digo que eres especial. Ella resopló con incredulidad. —Samantha, eres de la familia. —Yo también lo creía, pero los integrantes de una familia no se espían los unos a los otros. —No estaba espiándote. —¿Cómo lo llamas? —Estaba intentando averiguar cómo se pasaba información a través de ti. —A mis espaldas. Eso es espiar. Él fue hasta el montón de documentos que Dana había desechado, lo tomó y lo dejó en la cama. —¿Ves esos documentos? —le preguntó él. —Tendría que estar ciega para no verlos. —Normalmente, tu sarcasmo me parece sexy, pero, en este momento, preferiría que te lo ahorraras. —Y yo, para ser sincera, preferiría ahorrarme todo lo que ha pasado esta noche. Samantha lo dijo sin el más mínimo sarcasmo y él captó que lo había dicho muy en serio. —Lo siento. Quizá debería haberte contado lo que había descubierto Felipe. —¿Qué es exactamente? —Te lo contaré dentro de un minuto. Mira esos documentos.

—¿Por qué? —Porque confío en ti. —¿Cómo lo demuestra que lea unos documentos de tu empresa? — preguntó ella con curiosidad. —Se refieren a la mayor operación comercial que he hecho para Aguas Unidas. Puedes leerlos de cabo a rabo porque sé que no utilizarás esa información. Una vez más, a pesar de todo, se quedó impresionada. No iba a reconocerlo, pero esa oferta le habría impresionado antes de lo que había pasado esa noche, pero le impresionaba más todavía cuando sabía que alguien estaba filtrando información sobre la familia de Jose. —¿Cómo te enteraste de que alguien estaba filtrando información sobre la familia? —No es solo sobre la familia, también es de Aguas Unidas. Jose pasó a contarle todo lo que había sabido Felipe le había transmitido a él. —¿Por qué no se dirigió directamente a mí? —le preguntó ella. —Le dio miedo que pudieras ofenderte, que te desahogaras con Paola y que la alteraras. —No conviene estresarla en este momento y lo sé perfectamente. No le diría nada a Paola que pudiera alterarla. —Tienes razón. Los dos metimos la pata solo al pensar que podrías haberlo hecho. —¿Y no al pensar que podría ser la que filtraba la información? — preguntó ella con rabia. —Las filtraciones coincidían con visitas tuyas a Paola o con videollamadas. —Hablamos por lo menos dos veces al mes… —Teníamos razón. Alguien está espiándote —comentó él como si eso lo arreglara todo. Ella ya no podía más ni de esa conversación ni de esa noche, solo quería irse a su casa y estar sola. Necesitaba tiempo para meditar todo eso, pero no podía ir a su casa… —¿Has hablado con tu gente?

—Sí. Me llamaron cuando estabas revolviendo mi cuarto para encontrar un sustituto a tu bolso. —Tú sigue dándole vueltas a eso. Nos recordará a los dos la doble vara de medir que tienes. Él suspiró y ella lo miró sin creérselo. No le había oído nunca emitir un sonido tan… humano. —Era una broma, pero he elegido un mal momento. No quiero tener una doble vara de medir. —Pareces muy protocolario para ser un hombre que hace unas horas estaba dentro de mí. —Como has señalado muchas veces, soy un conde. —Pero no un robot. Da igual. Quiero marcharme, pero me gustaría saber si puedo volver a casa. —A mi servicio de seguridad le gustaría intentar seguir el rastro de los dispositivos… —No hace falta. Mi ayudante me encargó el soporte del teléfono y me lo dio. Además, todos los regalos promocionales que me llegan pasan por sus manos, como el bolso de esta noche. —Si es ella, no deberíamos tardar mucho en saberlo, pero no podemos culparla sin más. A Samantha sí le habían culpado sin más, pero no se molestó en recodárselo. —Solo quiero irme a casa. —Si no vas a quedarte conmigo, por favor, permíteme que te consiga una habitación en el hotel. Si me das una lista de lo que necesitas, mi equipo de seguridad puede traértelo. —Muy bien. Te mandaré un mensaje con la lista para que se lo mandes a tu gente. Samantha hizo lo que pudo para pasar por alto la presencia de Jose a su lado mientras iban a su habitación. Él se había empeñado en acompañarla y ella no había querido discutir para acabar cuanto antes con ese asunto. —Me quedaría más tranquilo si durmieras en mi suite —comentó él con una paciencia infinita.

Ella no contestó, no quería seguir discutiendo con ese conde arrogante, y cuando llegaron a la puerta, la abrió con la tarjeta que le había facilitado un empleado del hotel. —Samantha … ¿Vas a limitarte a ignorarme? —Sí —contestó ella mirándolo con rabia. Entró en la habitación y cerró la puerta con pestillo, aunque sabía que los escoltas llegarían enseguida con sus cosas. Miró alrededor y no le sorprendió comprobar que estaba en una suite, aunque mucho menor que la que acababa de dejar. Entonces, le flaquearon las piernas y se dejó caer en el sofá. Alguien había estado espiándola durante al menos un año y estaba casi segura de saber quién era aunque Jose no quisiera sacar conclusiones precipitadas. Habían escuchado sus conversaciones por teléfono, sus reuniones y era posible que la hubiesen escuchado cuando hablaba sola en su casa, como hacía cuando preparaba una presentación. Jose, como era típico de él, solo había visto lo que afectaba a su familia, pero ella se enteraba de muchas ideas de moda antes de que se hicieran públicas. Podrían haber copiado a personas o empresas que habían confiado en ella y no se había enterado. Se acordó de lo que había pasado hacía un año, cuando una marca de ropa muy poco imaginativa había sacado una línea nueva que era casi idéntica a la que le había enseñado una diseñadora nueva con la esperanza de que su revista la publicara cuando la lanzara. La marca la sacó dos semanas antes que la diseñadora y esta la había acusado de haber enseñado sus diseños. No solo le habían robado su idea, sino que la reputación de la diseñadora también se resintió por haberla atacado cuando todo el mundo sabía que era digna de confianza y que tenía una reputación mucho más asentada e incuestionable. Había sido muy desagradable. Entonces, ¿cómo no iba a preguntarse si era la fuente de las filtraciones? El remordimiento le atenazó por dentro. Era espantoso saber que otros podían haber conocido lo que ella había creído que era confidencial y que podría haber perjudicado a otras personas. Se acordó de cómo se sintió Paola cuando se supo que se le había frustrado el embarazo antes del comunicado oficial, y todo porque alguien la espiaba.

Le escocieron los ojos, pero contuvo las lágrimas porque el escolta llegaría enseguida con sus cosas y no quería que la viera llorando. Efectivamente, llamaron a la puerta con firmeza, ella se secó los ojos y fue a abrirla. Extendió una mano para tomar la bolsa. —Gracias, yo… No terminó la frase cuando se dio cuenta de que era Jose, no un escolta, y no llevaba una bolsa. —¿Qué quiere, alteza? —le preguntó ella con el ceño fruncido. —Maldita sea. Has estado llorando. Sabía que no podía dejarte sola. —Vete. —No puedes estar sola en este momento. —¿Lo dices en serio? —ella lo miró fijamente—. ¿No te das cuenta de que eres la última persona del mundo que quiero que me consuele? —Sé sincera. No vas a querer que te consuele nadie. Estás acostumbrada a ser la fuerte. Tenía razón. Era la mayor de los hermanos supervivientes y siempre había creído que tenía que cargar con las cruces emocionales de los demás, no al revés. Aunque no iba a reconocerlo… —Si crees que me conoces tan bien, ¿por qué no supiste que me haría daño que te acostaras conmigo por conveniencia? Él entró en la habitación, cerró la puerta y la miró a los ojos. —No fue por conveniencia, fue por deseo. Aunque quizá no fuera el mejor momento… —¿De verdad? Samantha se sentó en el sofá y dejó la mesa baja entre los dos. —Sí —él tuvo el detalle de parecer aturdido—. Samantha, milaya moy, sé que esto es complicado para ti y no quiero complicarlo más. Ese «cariño» fue la gota que acabó con la paciencia que le quedaba. —Alteza, vuelva a su suite. Estoy cansada y voy a acostarme. —Tus cosas llegaran en cualquier momento. —Perfecto. —Samantha … —Lo digo en serio, conde Jose. Vete.

—Yo no fui el que te espió. —¿No? ¿Cómo le llamas a fisgar en mi bolso e inspeccionar mi casa a mis espaldas? —Protegerte, como intento proteger a mi familia, mi empresa y mi país. —¿Protegerme? —preguntó ella sin disimular la incredulidad. —Me preocupa que te hayan utilizado para conseguir información de mi familia y mi empresa, pero te darás cuenta de que también han conocido otros aspectos de tu vida. —No finjas que te importa. —Me importa, milaya. —Basta de cariñitos en ruso. No es tan encantador como te crees. No podía volver a oír esa palabra sin echarse a llorar y, aunque no sabía por qué, no iba a fingir que dominaba sus emociones mejor de lo que las dominaba. —No intento ser encantador. —A estas alturas, no sé qué intentas ser. Llamaron a la puerta y ella se levantó para abrirla, pero el conde se adelantó y se hizo con la bolsa sin decir nada. —Puedo abrir mi puerta —le reprochó ella. —¿Acaso lo he dudado? —Da igual, Jose. Estoy cansada, ya tengo mis cosas y quiero acostarme. —Sí, claro —sin embargo, él no hizo nada para soltar la bolsa—. No quiero dejarte sola. —Paso casi todas las noches sola. —Esta noche no es como casi todas las noches. Efectivamente, había hecho el amor como nunca antes y luego le habían dado una noticia espantosa. No había sido la peor noticia de su vida, pero le dolía haberse enterado de que Jose se había acostado con ella para conseguir sus objetivos y de que la habían espiado. Quería lamerse las heridas, pero ese hombre creía que necesitaba su compañía.

Él dejó la bolsa en el dormitorio y volvió con una expresión sombría, aunque se enorgullecía de su capacidad para disimular lo que sentía, como todos la realeza. Ella se sentó y esperó a que él se marchara, pero se dio la vuelta antes de llegar a la puerta. —Era inevitable que hiciéramos el amor —comentó él con una expresión firme. —Es posible, pero no tenía que haber sido esta noche. Él inclinó la cabeza como si le diera cierta razón. —Estoy acostumbrado a hacer lo que creo que es lo mejor. —Arrogante. —Seguramente. —Buenas noches, alteza. Él apretó los dientes como cada vez que ella empleaba su título, pero ya intentaría saber el motivo más tarde, cuando hubiera dormido un poco. —Buenas noches, Dana. Nos veremos mañana. —No. —Tenemos que hablar para idear un plan…. —Llámame. Su móvil seguía en la caja de seguridad, pero podía llamar al teléfono de la habitación del hotel o al teléfono del trabajo. Aunque esperaba que le limpiaran pronto el móvil y se lo devolviera… algún escolta. No sabía cuándo estaría dispuesta a volver a ver a alguno de los hermanos, pero no sería al día siguiente.

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