Prefiero que me llames Jos. —¿Desde cuándo? Ella empleaba el tratamiento como una barrera entre los dos, como un recordatorio de la diferencia de edad y de su relación familiar con Paola. —Desde que te lo oigo decir en ese tono desdeñoso. Parece más el nombre de un perro que una referencia a mi papel como el menor de mi familia. Ella se quedó pasmada por su sinceridad y se dio cuenta de que había conseguido lo contrario de lo que se había propuesto. —¿Tenéis algo…? —preguntó a Sofia sin disimular la curiosidad. Jos le dirigió una mirada que podría haber congelado el cemento. —¿Trabajas para una revista de moda o para un periodicucho de cotilleos? —Algunas veces son lo mismo —contestó la joven con una sonrisa coqueta. —No en esta revista —intervino Samantha —. No practicamos el cotilleo y no deberías ni insinuarlo. Samantha, que había perdido la esperanza de trabajar algo hasta que hubiese almorzado con Jos, apagó el ordenador y se levantó. —Para tu información, su alteza y yo no estamos saliendo juntos, no nos acostamos y si oigo que alguien dice lo contrario, sabré a quién echarle la bronca. Samantha solía echar la bronca a nadie, pero esperaba que Sofia tomara nota. La joven la miró con incredulidad, pero no atemorizada. —No creo que sea la única que no ha salido a almorzar y que está pensando lo mismo. —¿No tienes instinto de conservación? —le preguntó Jos. —Samantha no es el tipo de jefa que me castigaría con tareas insoportables solo porque la he enojado. A Samantha le importaba constatar que tenía fama de ser ecuánime y pragmática, pero tampoco le gustaba saber que su ayudante de redacción creyera que no podía descargar toda su ira sobre ella porque lo haría.
—Me alegro de saberlo, pero yo soy un hombre que se toma muy en serio su intimidad y no soy tan indulgente —replicó Jose. Samantha sabía que podía confiarle su vida a Jose, pero no le habría gustado ser el objetivo de esa mirada. Era el conde implacable que habían conocido muy pocos, pero quienes sí lo conocían, aunque fuese remotamente, sabían que se ocultaba detrás de su mesurada superficie. No habría podido llevar a cabo las operaciones que había llevado a cabo desde que se hizo cargo de la delegación de Suecia Global en Nueva York si no supiera ser implacable. —No voy a ir difundiendo rumores —se apresuró a aclarar Sofia—. Solo era curiosidad. Jos no se quedó muy convencido y Samantha tampoco. Esa redactora en concreto era famosa por su afición a los cotilleos. Aunque, en ese caso, tragó saliva, sonrió levemente y se marchó. —Creo que la has atemorizado —comentó Samantha mientras tomaba el bolso y una chaqueta. —Soy un conde. Debería haberlo estado desde que me vio. —No sé si lo dices en serio o no. —¿Por qué no iba a decirlo en serio? La realeza impresiona a la mayoría de las personas. —Supongo que ese es el enésimo motivo para que me alegre de que la reina lo sea mi mejor amiga y no yo. —Eres única, Samantha —comentó él con un brillo de satisfacción en los ojos—. Mi familia no te ha impresionado nunca. Todavía me acuerdo de cuando llamabas rey bombón a mi hermano. Samantha se rio. Todavía se lo llamaba algunas veces para tomarle el pelo a Paola, para tomarle el pelo a un rey que se tomaba la vida más en serio a medida que se hacía mayor.
Entraron en un restaurante de cocina fusión con una estrella Orinoco Grill. —He oído maravillas de este sitio —comentó Samantha. —Me alegra saberlo, pero me extraña que no hayas venido antes. Samantha sonrió y sacudió la cabeza. Seguramente, ese almuerzo costaría más que la letra de su carro, por no decir nada de los meses de lista de espera… Entonces, ¿cómo había conseguido sitio para un almuerzo improvisado? —Has tenido que reservar… —comentó ella. —El chef es un viejo amigo y reserva esta mesa para sus invitados. La mesa estaba cerca de la cocina, pero muy bien situada, como todas las mesas. —¿Tienes viejos amigos? —bromeó ella—. Casi no tienes ni treinta años. —¿Eso es como estar casi embarazada? —preguntó él con sorna—. Lo estás o no lo estás. Tengo treinta años y tú estuviste comiendo aquella ridícula tarta que Paola se empeñó en hacer. Paola había organizado una fiesta para el caduco, una fiesta en broma porque cumplir treinta años no era ser caduco y era el menor de los hermanos. —La tarta era amorfa y parecía estiércol —añadió él. Aunque ese desastre clamoroso había sido una de las partes más divertidas de la fiesta. —Sin embargo, estaba muy buena. Él rodeó discretamente y le separó la silla. —No sabía como parecía y creo que debería estar agradecido.
—Ella quería darle una oportunidad a un pastelero nuevo. Samantha sonrió a Jose y se sentó.
—Pues no creo que ese pastelero recibiera muchos encargos después de aquella monstruosidad. —Entonces, eres muy corto de miras —replicó Samantha —. Paola me contó que había recibido un montón de encargos después de que las fotos de la fiesta se vieran por todos lados. —Hay gente para todo. —Qué puedes ser —comentó ella entre risas. —¿Porque no quiero comer algo que parece ya digerido? —No seas desagradable. Me gustaría comer sin tener esa imagen en la cabeza. —Perdóname, no quería quitarte el apetito. —No te preocupes —Samantha rio—, tengo el apetito de un cocodrilo. —A mí no me lo pareces… —replicó él con un brillo malicioso en los ojos. —No me mires así, eres casi como mi hermano. —Otra vez igual. Lo eres o no lo eres —le corrigió él con ironía—. Tú y yo no tenemos ningún vínculo de sangre ni ninguna relación legal. —Eres el cuñado pequeño de mi mejor amiga. Llevaba toda la vida contándose eso para disuadir, pero él volvió a dirigirle una mirada muy adulta. —No tan pequeño… —Vaya, estás lanzado —y estaba dándole resultado porque ya le vibraba todo el cuerpo—, pero ¿por qué? —¿Por qué te miro como si fueras una mujer hermosa? Porque lo eres. ¿Por qué te miro como si te deseara? Porque te deseo. —¿Qué? —ella miró alrededor, pero nadie estaba mirándolos—. No puedes soltar ese tipo de cosas. —¿Por qué? —Porque no.
—Te faltan muchas palabras para ser periodista… —No tendría que decírtelo. ¿No te ha parecido suficiente la reacción de Sofia? Digamos lo que digamos, los rumores de que estamos saliendo ya circularán por todos lados antes de que lleguemos a casa. —¿Y? —¡No estamos saliendo! —Pero podríamos… —¿Qué? ¿Quieres salir conmigo? —No te preocupes, no he dicho que quiera cortejarte aun, sé muy bien cuánto te espanta ser condesa. Podemos salir… —él hizo una pausa mientras la tensión sexual brotaba entre ellos por todos lados— y otras cosas si queremos. Tú no tienes pareja y yo tampoco tengo compromisos de ese tipo. Ninguno de los dos pretende casarse ni tener un compromiso duradero. —¿No? —ella lo preguntó porque él estaba dando muchas cosas por supuesto—. ¿Por qué? ¿Porque no soy noble? —Porque has dejado muy claro una y otra vez que no quieres formar parte de una familia real, por muy cerca que lo estés de la mía. —Eso es verdad. Se acercó el camarero y dejó un plato con los entrantes delante de cada uno. —Espero que no te importe, pero cuando vengo aquí, el chef me elige el menú. —Me gusta la idea, pero me extraña que tú cedas el control. Él hizo un gesto con los labios que no podía llamarse una sonrisa, pero que le iluminó los ojos y Samantha se lo tomó como una victoria. —El control es un espejismo la mayoría de las veces no crees. —No era lo que decías… —Aprendes mucho sobre lo que controlas y lo que no cuando hay vidas en juego. Además, ¿quién iba a elegirme mejor la comida que quien la ha preparado? —Dijiste que era un viejo amigo, confiarás mucho en él. —He tenido que confiarle mi vida. —¿Estuvo contigo en el ejército?
—Estaba en una compañía estadounidense que combatía muy cerca de la nuestra. —Entonces, no es un amigo tan viejo. —Mi último combate fue hace cinco años. —Es no es ni una década —replicó ella en tono burlón. —Puedes morir en un instante y vivir toda una vida en un año. Samantha no pudo rebatirlo. —Tampoco quiero casarme antes —siguió Jose retomando la conversación donde la había dejado cuando llegó el camarero—. Independientemente de los planes que tenga mi padre. —Quieres decir que no te hará firmar un contrato como el que firmó Felipe. —No. —Pareces muy convencido —ella no lo estaba tanto—. El sentido del deber es tan importante para ti como para tus hermanos. —Y cumpliré con mi deber… cuando yo lo decida. —Creía que era imposible —Samantha rio—, pero eres más arrogante que tus hermanos mayores. —Es la ventaja de ser el pequeño —replicó él encogiéndose de hombros. —¿No niegas que seas arrogante? —Yo lo llamaría seguro de mí mismo, pero la arrogancia tampoco me parece tan mala. Se necesita seguridad en uno mismo para alcanzar las metas trazadas en la vida. —Algunas veces, se necesita paciencia. —También tengo mucha cuando la necesito. Si no me crees, pregúntaselo a los hombres que tuve a mis órdenes. Hay que esperar mucho en la guerra. —¿De verdad? —preguntó Samantha, que no sabía casi nada del ejército. —Sí. Sobre todo, en el tipo de misiones que llevaba a cabo mi compañía de élite.
Siempre me ha extrañado que entraras en combate. Ninguno de tus hermanos lo hizo. —Era mi deber al ser el pequeño. La idea le espantaba, pero Samantha hizo un esfuerzo para que no se le notara. Las familias reales hacían las cosas de otra manera. —No lo entiendo. ¿Por qué era tu deber? —Mis hermanos no podían correr el riego de acudir a una zona de guerra, pero habría sido una cobardía que ningún integrante de mi familia participara cuando se lo pedíamos a los demás. —¿Qué habría pasado si solo hubieseis sido dos hermanos? —Felipe habría esperado a hacer el servicio militar hasta que Franco hubiese tenido un hijo. —¿Felipe habría entrado en combate? —Sí. —Ser de la realeza conlleva muchas eventualidades y tareas. —Sobre todo, para un familia real en el trono. —¿Te das cuenta de que es medieval poder gobernar solo por las circunstancias de tu nacimiento? —También es del siglo veintiuno —replicó él con cierta indulgencia—. No somos la única familia real en el trono. —Aun así, no entiendo por qué tu hermano, que parece progresista, no ha instaurado una monarquía constitucional. —A lo mejor te sorprende saber que mi padre sí se lo planteó. —Caray… Jose, como si lo hubiese previsto, dejó de hablar y el camarero les retiró los platos. Otro camarero les dejó el plato principal y desapareció sin decir ni una palabra. —Está muy bueno —comentó Jose después de haber probado los pasta con verduras. —Es una mezcla de sabores italianos y chinos —confirmó Samantha asintiendo con la cabeza. Comieron un momento en silencio, hasta que Samantha le preguntó por esa asombrosa revelación.
—Fue antes de que yo naciera y no tuve nada que ver. Aunque se había comentado después, o Jose no lo habría sabido. —Aunque su alteza te lo contó. —¿Te das cuenta de que a mi padre solo le tratas por su título? —Creo que él lo prefiere. —Es posible —Jose dio un sorbo de vino—. En respuesta a tu pregunta, sí mi padre nos lo contó a mis hermanos y a mí. —¿Por qué no lo hizo? No se lo habría planteado si no le pareciese una buena idea… —Tienes razón, pero mi padre y sus asesores creyeron que el riesgo era muy grande. —Qué raro. Samantha dijo con ironía, pero había conocido a muchas personas que se resistían a ceder el poder que habían acumulado. —Lo dices en un tono despectivo, pero te aseguro que él, y mi hermano más tarde, lo estudiaron muy detenidamente. —Pero era más fácil retener el poder. —Retener el poder, como tú dices, estuvo a punto de costarle la vida a mi padre, y fue el motivo principal para que el primer matrimonio de mi hermano mayor fuese infeliz. Mi familia ha pagado un precio alto por mantener la monarquía reinante, pero, en definitiva, lo que importa es el bien de España. —El bien como tú lo defines. —Sí. Una de las cosas que le gustaban de Jose era que no se disculpaba por lo que creía. Era una buena persona, pero también arrogante. —Yo no podría tomar decisiones por otras personas sin pedirles su opinión. —España no es una dictadura. Mi hermano atiende a las preocupaciones de los ciudadanos durante un día todas las semanas. Además, al contrario que en una dictadura, nuestros ciudadanos pueden emigrar a donde quieran. —Pero eso no es una democracia.
—¿Dónde los oligarcas toman la mayoría de las decisiones entre operaciones económicas que no se conocen nunca? —preguntó él con sarcasmo. —No siempre es así. —Tu optimismo es conmovedor. —Y tú estás siendo arrogante otra vez. —No sabía que hubiese dejado de serlo… Ella sacudió la cabeza como si le hubiese concedido ese punto. —Cena esta noche conmigo. La expresión de Jose dejaba muy claro cómo quería que acabara la noche, y parecía ávido. A ella, le gustaba, pero no iba a ceder tan fácilmente y menos con un hombre que estaba acostumbrado a conseguir lo que quería y cuando quería, como todos los nobles de la familia Motta. Eran ricos, guapos y carismáticos, una combinación fatal para ser humildes. —Todavía no hemos terminado el almuerzo —replicó ella. —No estaba pensando en la comida. —No voy meterme en tu cama, Jose. Aunque su cuerpo estuviera deseándolo. —Pero lo deseas… —¿Siempre eres tan directo? —No. —¿Por qué yo…? —¿Por qué te deseo? —No. ¿Por qué eres tan directo conmigo? —Te gusta la sinceridad. —Es verdad —reconoció ella dándose cuenta de que él la escuchaba. —¿Entonces? —le preguntó él arqueando una de sus sexys cejas. —Eres sincero hasta el descaro. —¿Preferirías que fuese más sutil o mentiroso? —le preguntó él como si le importara la respuesta. —No… prefiero el descaro.
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Comments
Angela Cortes
sumamente directo el condenado jajajajajajajsja 😘😘😘😘😘
2022-11-04
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