En Río Bueno, un pequeño puerto pesquero de Jamaica, nació Kreisha Goodman, allí se hizo adulta luchando con las situaciones difíciles que le toca afrontar debido a la pobreza extrema en que vive. Comienza a trabajar llevando diariamente a muchas personas a recorrer su pueblo natal que cuenta con muchos sitios turísticos, es allí que conoce a un japonés de nombre Harakumi Nakamura se enamoran perdidamente, viven su romance por un tiempo, pero él tiene que regresar a su país, se marcha prometiendo regresar. Un mes después ella se entera de que está embarazada, aún así sigue esperando al amor de su vida. Dos meses después y viendo que su hombre no regresa, decide marcharse de Jamaica antes que su familia se entere de su estado y así evitarles la vergüenza por su situación.
En este país adónde migró, desempeña trabajos informales y mal remunerados. Transcurre el tiempo y sigue sufriendo por el amor de su vida mientras su embarazo es cada día más notorio, al estar en el sexto mes comienza a presentar problemas con la presión arterial, sin embargo es controlada con los medicamentos apropiados, pero dos días antes del parto fue ingresada de emergencia por presión alta, es normalizada y pudo dar a luz a una niña a quien llamó Mayahín, luego cayó en coma muriendo tres días después. Ni siquiera pudo conocer a su retoño.
De esa mujer valiente, aguerrida y si se quiere sufrida, nací hace veintitres años, heredé de su parte el color de piel oscura, es que soy negra, bueno, para no herir susceptibilidades ahora lo llaman afrodescendientes, sin embargo eso no me preocupa, si soy negra lo soy y me siento muy orgullosa de mis orígenes.
Soy alta, mi cabello es ondulado negro y largo, mis ojos son grandes de un colorcito medio raro, supuestamente ámbar, y su forma es redonda, si, así es, redonda. Mis compañeros se burlan y dicen que se parecen a los de los cómics japoneses «jajaja» Pero lo que no saben es que mi ascendencia paterna proviene precisamente del país del sol naciente.
Cuando mi madre murió y al no tener familia cercana fui llevada a los servicios sociales y de allí al hospicio donde crecí junto a otros niños abandonados o también huérfanos como yo. Así que mi vida transcurrió en ese lugar del cual, y a pesar de todo, guardo los mejores recuerdos de mi niñez. Realmente aparte de que nos atendieron desde bebés, también nos formaron desde preescolar hasta bachillerato.
Las monjas siempre demostraron amor por todos los niños del lugar.
Claro, había momentos en que tenían que aplicar correctivos cuando actuábamos de manera indisciplinada. Aún así en líneas generales, nos trataban bien. Muy bien, diría yo.
Crecimos con muchas carencias materiales de las cuales ni cuenta nos dábamos pues como nada habíamos tenido, pues obviamente nada extrañábamos, no obstante con valores que nos inculcaron como el respeto, la honestidad, sinceridad, responsabilidad y sobre todo humildad.
Desde muy niña me encantaba leer y lo hacía con frecuencia, aunque la biblioteca contaba con libros antiquísimos sin embargo fue allí dónde a los nueve años leí por primera vez El Principito de Antoine de Exupéry que dejó en mi grandes enseñanzas. También y desde que me enteré de mi procedencia, buscaba en los libros todo lo relacionado con Jamaica, y así aprendí a amar la tierra de la mujer que me trajo al mundo.
Aprendí desde pequeña a realizar labores como cocinar, lavar, planchar, coser, bordar y hasta tejer. Sin embargo en honor a la verdad esas labores no me llamaban la atención, lo mío era jugar con los varones, subir a los árboles, hacer volteretas, incluso lucha libre y boxeo, «jajaja» por supuesto eso no tenía nada de malo ya que ni las labores domésticas ni el deporte tienen género. Pero las monjas, ¡ay las monjas! sencillamente no lo entendían así y horrorizadas se persignaban, murmurando algo que me marcó por siempre:
¡Ave María Purísima con esta niña!
¿Dónde se ha visto? — Es que definitivamente esa niña parece que es «de un mundo raro», comentaban asombradas cuando me veían en esas actividades, sobre todo cuando cual tarzán, me colgaba de una cuerda y saltaba de un árbol a otro, entonces me llevaban arrastrada por una oreja hasta la habitación que compartía con otras niñas más. No me importaba nada, pero de lo que estaba segura de que oficios no haré.
Sor Teresa siempre decía que yo era una machorra, en aquellos momentos yo no entendía lo que quería decir, y seguía en lo que me gustaba que era andar detrás de todos los chicos, y el que se metía conmigo le daba un puñetazo así después me castigaran y tuviera que dormir sin cenar, eso me tenía sin cuidado, pero me daba a respetar.
Aunque todos esos conflictos eran momentáneos, después todo volvía a ser como siempre, paz y armonía.
Así fue transcurriendo el tiempo, cuando tenía casi quince años, conocí a un chico, era el hijo de don Alfredo quién nos proveía con frutas, hortalizas y verduras de su propia granja. Cuando llevaba toda su mercadería al hospicio su hijo solía ayudarlo. Su nombre era Alfonso, de cabello dorado como el sol, de piel muy blanca y mirada azul cielo, de hecho, recuerdo que cuando lo vi por primera vez me quedé impactada ya que siempre había visto ojos negros, marrones, bueno y los mios, pero ese color, jamás. Desde ese momento quedé cautivada con este chico tan hermoso. Cada vez que llegaba con su padre a llevarnos los alimentos que necesitábamos, lo espiaba desde un sitio estratégico de manera que no se diera cuenta, y así lo estuve haciendo por mucho tiempo hasta que ya no volvió más, solo iba su padre. No supe qué le pasó, lo que si sabía que algo dentro de mí que no sabía que era había despertado, y que con solo recordarlo me era suficiente para sentirme feliz.
Así pasó casi tres años. Un día, la madre superiora citó en su despacho a varios compañeros y a mi para decirnos que como ya estábamos próximos a cumplir dieciocho años, había llegado la hora que debíamos abandonar el hospicio y tratar de abrirnos paso lejos del cuidado y protección de las monjas. Sin embargo, no es que iremos a parar a la calle solos y desprotegidos a la intemperie, no señor, el estado proporciona a los bachilleres del hospicio viviendas estudiantiles cerca de la universidad dónde estén cursando carrera y una beca mensual que pueda cubrir un poco sus necesidades. Obviamente la condición es estar estudiando y mantener buen promedio de notas.
Sentí cómo si la tierra se abriera a mis pies.
¿Qué va a ser de mi sin todos ellos qué son mi familia, mi abrigo y mi protección?. —Por primera vez lloré con tristeza y desesperación, no quería irme de allí, traté de negociar con la madre superiora, que me dejara quedar y yo desempeñaría todos los quehaceres, y hasta cocinaría para todo el hospicio. Pero su respuesta fue un NO rotundo. Dijo que no debía quedarme allí, que tenía un futuro prometedor y debía ir en su búsqueda. Aún así yo no quería nada fuera de allí, y entonces, le propuse que me haría monja.
Sonrió tomando mis manos y mirando mis ojos me comenta:
—Gracias por querer quedarte aquí, eso demuestra que después de todo, durante este tiempo te hemos hecho feliz, la verdad que es muy satisfactorio saberlo. Sin embargo mi niña, mi negra hermosa, este no es el mundo que mereces ni el que yo quiero para ti, este es un mundo de enclaustramiento qué se acoge a una serie de reglas entre las cuales está el aislamiento total de la vida civil, y a ti no te ubico dentro de estas características, eres una mujer con mucha fuerza, con mucho coraje, con mucha valentía y energía. Así que olvídate que tu vida va a estar consagrada dentro de una orden religiosa, no te veo en una vida monástica.
Lloré y abracé a esta santa mujer qué por dieciocho años cuidó de mí, además sin saberlo me ha preparado para cuando tenga que continuar sola mi camino.
Con voz entrecortada solo atiné a decirle que sentía que mi luz era ella y todo este hermoso lugar, y que en adelante estaría en oscuridad y tenía miedo a lo que me esperaba fuera de allí.
Entonces con su tierna y dulce voz me dice:
—"No temas a nada, no olvides que solo nuestros miedos nos detienen" —Así que avanza con hidalguía.
Tanta nobleza hay en su alma. Yo sé que ella también está muy apesadumbrada por mí inminente partida, pero sé que no puede hacer nada. El estado obliga a los hospicios qué los adolescentes deben salir de allí a los dieciocho años para emprender nuevos rumbos, y además dejar espacio para otros niños sin padres y sin hogar.
Mima, que es como he llamado desde niña a la madre superiora, debido a que era la forma de avisar a mis compañeros cuando subían a los árboles o hacían algo indebido, entonces les gritaba:
¡¡Mima, Mima!!— y ellos entendían que mi madre superiora estaba muy cerca, y así se quedó eternamente... MIMA.
Pues bueno, ella siempre me ha querido de una manera muy especial. Un día le pregunté por qué ése amor desmedido conmigo, qué a veces pensaba que mi propia madre había reencarnado en ella.
En ése momento sonrió, pero una sonrisa muy triste, y me dijo algo que me conmovió.
Me contó que cuando era una joven de apenas dieciséis años, accidentalmente conoció a un hombre del cual se enamoró a primera vista, en aquellos tiempos las damas de la alta sociedad no debían ni podían tener amistades masculinas y menos salir solas, debían hacerlo siempre en compañía de sus nanas. Sin embargo, desobedeció y se arriesgó a verse con este hombre y así lo hizo durante un año, todas las tardes sentados en la banca de un parque y agarrados de la mano disfrutaba junto al hombre que había robado su corazón jurándose amor eterno.
Cuando sus padres se enteraron, se escandalizaron, pero lo que les causó asco y repulsión era que el hombre del que se había enamorado su hija, era negro, era Jamaiquino. Sin pensarlo dos veces de inmediato la enviaron al convento donde su tía era monja, nunca más vio a aquel hombre, aún así siempre la acompañó aquella tierna mirada y el calor que le proporcionaba el tibio contacto de su mano entrelazada con la suya.
Así transcurrieron los años, e irremediablemente se acostumbró a esta vida de lucha, de carencias y sobre todo de entrega para dar cariño, ternura y amor a tantos niños huérfanos y sin hogar. Cuando fue informada qué de los servicios sociales traerían al hospicio una bebé de tres meses, cuya madre oriunda de Jamaica había fallecido días después de dar a luz, sintió muchos sentimientos encontrados, y recordó con pesar al hombre que nunca en la vida había olvidado.
Me contó que el día que yo llegué, vio mi rostro negrito, e imagino que podría haber sido la hija de su amor prohibido. Por eso siempre ha sido tan especial conmigo, ya que dice que por mis venas corre la sangre jamaiquina como la de aquel hombre al que nunca olvidó.
En aquel momento y tras la confesión de ese secreto tan bello y hermoso que la madre superiora guardaba en su alma y en su corazón, la abracé, la besé y le agradecí por la confianza tan grande que había depositado en mi al hacerme partícipe y compartir conmigo sus tristes recuerdos.
Sentí tanta rabia y dolor por ella, y odio por esos padres de mal corazón que seguramente por su ideología racista le habían cambiado y torcido el camino y su destino sin importarles sus sentimientos.
¡Qué gente tan malvada, no entendieron que aunque la piel sea roja, blanca negra, amarilla o verde, ante los ojos de Dios todos somos iguales!
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Updated 36 Episodes
Comments
C Matacruz
hay que gente que está mal de la cabeza 😠😡😞🙂😆🤔😊😝😯😁😁😦😜🤨😐😐😉😛😀😵💫😏🤪😄😕😃
2024-10-22
1
Ana María Paci
toda mi vida deseé tener una amiga de ese color , no se me hizo. va mi cariño
2024-05-19
3
ECRA
que sé puede hacer si hay tanta gente moralista racista y de doble moral en el mundo
2023-06-15
3