Mientras las aguas humeaban y la pareja fingía normalidad, Rita emprendió su pequeña expedición nocturna hacia el palacio de la emperatriz. No voy a mentir: Rita no iba a pasear; iba a sembrar un rumor con la misma delicadeza con que una víbora deja su veneno.
La recibió el mayordomo, y poco después estaba ante su señora.
—Majestad, vengo con mi informe.
—¿Qué pasó? —preguntó Irma con esa mezcla de curiosidad y rencor que tanto la favorece—. ¿El tonto príncipe ya está lamentando su mala elección?
Rita vaciló. Mentir era peligroso; decir la verdad era aún peor. Pero el palacio no está hecho para las medias verdades: o traes noticias jugosas o te tragas la vergüenza. Y Rita eligió hablar.
—¡No! —explotó la emperatriz cuando supo—. No era así como planeamos. Él debía caer en la depresión; debíamos empujarlo a la autodestrucción. Pero todo salió mal, y mi hijo quedó como el hermano que robó a la prometida del tercer príncipe.
Los cortesanos llaman a Marcus “el pequeño tercer príncipe” cuando les da nostalgia por la infancia; fuera, lo adoran por su sonrisa. Dentro del palacio, sin embargo, cada sonrisa de Marcus era una provocación que la emperatriz castigaba con saña. El emperador tardó en enterarse, y cuando lo hizo, el drama ya olía a pólvora.
—Señora —dijo Rita con tono conspirador—, tengo un plan. Es arriesgado, pero podría funcionar.
La emperatriz lo escuchó, la miró como quien evalúa la trayectoria de una apuesta y dijo: “hazlo”. Después añadió, con voz de reina que promete tormenta: “Si falla, yo te cubriré”.
Y Rita volvió a las sombras a medianoche, tan sigilosa como quien trae rumores para convertirlos en armas. No entró con linterna ni con decoro; se coló como se meten los secretos en ese palacio: por la puerta equivocada, con intención.
—Te dije que esa mucama es la espía principal —susurró alguien.
—No dije que no te creía —respondió otro, divertido—. Vamos a ver su función. Esto será entretenido, esposo.
Nuestros esposos curiosos no se contentan con mirar: siguieron a Rita como quienes siguen una pista de pólvora. Ella, por su parte, no había preparado un baño para ellos; había tejido una trampa con agua helada y miradas fingidas.
—¡Mierda! El agua está helada —protestó uno, saltando como si hubiera pisado hielo.
—¿Qué esperabas? Llevamos rato siguiendo a esa mucama —respondió el otro con paciencia encantadora.
Hay quien nace con fijaciones; Marcus nació con una: la limpieza. En su vida pasada, esa necesidad cruzaba la delgada línea entre orden y obsesión. En este cuerpo la urgencia no es tan invasiva; quizá porque el tiempo cambió o porque el mundo presente huele distinto. Sea lo que sea, celebró. Limpiar es un consuelo en un palacio hecho de mentiras.
A la mañana siguiente, Rita sirvió el desayuno con una dulzura que olía a trampa bien sazonada. Actuaba como quien coquetea con la guadaña; Santiago se puso rígido, Marcus se divertía, y yo, que veo estos teatros desde una butaca cómoda, aplaudí mentalmente.
—No aguanto más —se quejó Santiago, casi pálido—. Es nauseabundo estar cerca de esa mujer.
—Aguanta un par de días —le dijo Marcus con esa sonrisa que prometía travesuras—. Disfruta la función.
Fuera de los muros, la ciudad ya masticaba el rumor: “Mayra Danatti huyó con el hijo de los emperadores”. Los Duques Danatti, decía la gente, no se oponían. Y como todo rumor bien condimentado, se transformó en cuento heroico: el príncipe plantado que al final consigue… un marido misterioso y cicatrizado. Las jóvenes suspiraban; otras, fruncían el ceño. La corte, como siempre, pasó del escándalo a la fascinación en un par de bocanadas de aire.
El emperador, al recibir la noticia, montó en cólera. No porque su hijo hubiera errado, sino porque el escándalo manchaba las piezas que él tanto quería mover. En el palacio se discutía la sucesión con tonos de casa en ruinas.
—Esto es tu culpa —le dijo a Irma con la voz oxidada por la ira—. ¿No pudiste mantener a Camilo bajo vigilancia?
—Majestad —se defendió ella con dignidad agresiva—, ellos se amaron de niños. Fue usted quien impuso el compromiso.
Las palabras cayeron como piedras. El emperador, que había previsto la corona para otro, se enzarzó en una discusión de poder y afecto: “Camilo no es apto”, “Camilo sí merece luchar”, “Saul será la alternativa”. La emperatriz salió con los puños apretados, con la mirada de quien ya planea venganzas sin ruido.
Porque en ese palacio el odio es elegante: no grita, conspira. Y mientras los grandes discutían la corona, otros dos nombres —Saul y Marcus— ya empezaban a oler a pólvora.
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Comments
Estrella Guadalupe Martinez Vera
si no se valla a romper la uña de su delicado hijito 😡
2025-08-25
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Haku Luth
"no sé dió cuenta hasta que la descubrió"
no me digas :)
un poco y el rey ni idea ni de que estaba casado
2025-09-12
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karina ochoa
Pobre Saúl espero y no te maten!
2025-08-17
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