Tercera persona.
dieciseis años atrás.
La heredera al trono toma la mano de su padre mientras caminan al campo donde están entrenando muchos hombres y mujeres. El cielo estaba gris con nubes y parecía que iba a llover, pero todos seguían entrenando.
—Tengo una sorpresa para ti, diavolo—dice Niccolo con una sonrisa.
En una mesa hay demasiadas armas brillantes que serán usadas por la pequeña niña, traen a un hombre gordo sudoroso, que traicionó a Niccolo por una simple cantidad de dinero. Le dan un arma a la pequeña niña que antes de tomar las medidas necesarias que ellos creen que es necesario, Niccolo no los deja.
Ella dispara sin que uno de ellos le enseñen a hacerlo, la gala impacta en cuerpo del hombre, la niña mira aquel charco rojo que se formó luego de dos disparos mas, con el corazón acelerado, sus dedos pican por apretar una vez más el gatillo por escuchar los gritos del hombre, pero cuando lo hace, aquel hombre ya no está vivo.
Sus ojos parecen llenarse de sangre al ver como otros hombres matan a pecadores.
Airon bufa.
Disparar le divierte, pero cuando hay una vida en riesgo, sangre no metal, aburrido sigue disparando. En su cabeza repiten escenas muy, demasiado, traumante para un niño, y eso hace que termine disparando a un hombre por el odio que lo ciega en ese momento.
Sangre.
Han dicho que todos nacen con el mal en su interior, pero nadie lo saca a la luz por miedo a ser quienes en verdad son, o que nacen con un demonio oculto, pues Airon es el mismísimo diablo en persona o el hijo de este.
Es un niño que lo educaron como tal, como si fuese un demonio. Al igual que la niña que todos consideran muerta, pero ella es la muerte, reina de los demonios y Airon es un demonio. Y Airon también el Dios de la muerte.
La niña le regala una sonrisa macabra a su padre antes de dejar caer el arma, los disparos siguen y ese sonido es ahora el favorito de Azahara.
Airon escucha los frutos de aquel hombre que acaba de matar y aún así sigue disparando. La sed por sangre y el odio se apoderan de él.
Niccolo toma la mano de su hija para llevarla de nuevo al castillo luego de ver que él tenía razón ella es la única que valía la pena en esa casa.
Cualquier otro niño se hubiera puesto a llorar al ver y escuchar lo que hacen en ese lugar.
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