Camino A La Venganza

Tan pronto como se fue la modista, se puso a trabajar. Encontró a uno de los mejores técnicos en informática, claro, en la red oscura, donde con dinero todo se puede conseguir. Por una fuerte suma, obtuvo esa misma noche lo que necesitaba. Al ver las grabaciones, estalló en ira y tristeza: su querida amiga había muerto por culpa de Estela.

—Juro que pagará por lo que hizo —murmuró, mientras observaba nuevamente las imágenes. Temblaba y maldecía.

Imprimió algunas fotografías con momentos clave. Quiso asegurar la evidencia, así que hizo varias copias para no perder el contenido del archivo. Ahora comprendía por qué se empeñaron en alejarla de Alicia: la querían fuera del camino para poder martirizarla sin que nadie pudiera defenderla o brindarle apoyo.

…

—Señor, al parecer su sobrino tuvo hoy un enfrentamiento con la señora Carrasco —informó José, el secretario de Manuel.

—¿Los escoltas te lo informaron?

—Así es, señor. Al parecer, estaba molesto porque la señora contrató a la exasistente de su difunta esposa.

Manuel sintió una punzada de intriga sobre los intereses de su esposa. Durante el funeral de Alicia notó la mirada llena de resentimiento que ella le dirigía a su sobrino.

—Señor, disculpe la indiscreción, pero tengo entendido que la señora y la esposa de su sobrino no tenían relación alguna.

Manuel se quedó pensativo. Todo eso le parecía sospechoso, pero por ahora solo tenía dudas. Su esposa había mostrado actitudes que no aparecían en el informe que él mismo obtuvo antes del compromiso.

Esa tarde, Eylin pasaba por una tienda de ropa muy costosa y exclusiva, en busca del vestido recién llegado de uno de los mejores diseñadores del país. Al verla entrar, fue tratada como una señorita de familia de clase media.

—Señorita Eylin, ¿hoy no viene con la señorita Tobón? —preguntó una de las empleadas que la atendía siempre.

La razón por la que la trataban con deferencia era Regina, quien solía acompañarla. Al notar que era por ella que recibía ese trato, más odio se acumuló en su corazón.

—¿Insinúas que sin Regina no puedo estar aquí? —preguntó con una sonrisa amenazante.

La empleada tembló al ver su actitud. Cambió rápidamente a un tono más amable, casi sumiso.

—Quiero que traigas el vestido Diamante del señor Marco —ordenó.

La empleada se puso pálida. Apenas había salido de un apuro con ella y ya estaba entrando en otro.

—Lo siento, señorita. Ese vestido es exclusivo. Solo hay uno, y ya ha sido comprado.

—¿Cómo que ya lo vendieron, si llegó hoy?

—Así es… pero quien lo compró es alguien muy importante. No pudimos negarnos.

Eylin estaba furiosa. No le quedó más remedio que buscar otro vestido diferente al que deseaba, mientras maldecía en silencio a quien lo había comprado.

…

Manuel ordenó a su asistente que preparara el regalo que había mandado a comprar para su esposa. Además, debía averiguar qué planeaba ella y hablarle sobre el evento de mañana.

Regina tomaba un poco de café mientras veía las noticias en la televisión. Escuchó que el timbre sonó. Presionó el botón que abría el gran portón de la propiedad y desbloqueó la puerta principal para permitir la entrada.

—¿Mariela, encontraste las imágenes de la casa de Óscar? —preguntó sin voltear.

—Soy Manuel —respondió el hombre.

La visita de Manuel era inesperada. Ella esperaba a otra persona. En ese momento, no había nadie en la villa de sus padres. Su madre, reconocida por ser la mano derecha de su padre, viajaba constantemente, y él pasaba la mayor parte del tiempo en la oficina.

—Manuel… ¿qué haces aquí? —preguntó con cautela.

Él, ya molesto al escuchar que investigaba a su sobrino y notando su actitud nerviosa, percibió que su presencia no era deseada.

—Vengo a traerle un obsequio a mi esposa —dijo, haciendo una señal para que José entregara una caja de regalo—. Mañana hay un banquete importante. Vienes conmigo como mi prometida —agregó, sin pedir opinión ni dejar espacio para negarse.

Regina se congeló por un momento, con el regalo entre las manos.

—¿Estará toda tu familia ahí?

Al escuchar la pregunta, él apretó los puños. Su mujer estaba interesada en ver a alguien más.

—Si tu interés es saber si Óscar estará presente, la respuesta es sí. Ahí estará —respondió, serio.

—Muy bien, ahí estaré —sonrió, sin notar la mirada penetrante de su esposo.

José, que estaba presente, sintió cómo el frío invadía el lugar y la atmósfera se volvía opresiva. Se preguntaba si su señora era capaz de percibir ese ambiente. Era normal mostrar curiosidad por la familia del esposo, pero no por un miembro en particular… y menos si ese hombre era joven, viudo y libre. Cada segundo que pasaba, José comprendía que su día se volvería un tormento lleno de silencios, tensión y trabajo extra.

—¿Tú de verdad no le tienes miedo a la muerte?

Con esa amenaza, Regina notó que su esposo estaba realmente molesto. Retrocedió unos pasos, pero al chocar con el sillón cayó sentada. Manuel aprovechó para acorralarla con sus brazos.

—No es lo que piensas… —rogó ella, temblando. Recordó cuántas veces había estado en esa posición antes, y cómo Óscar solía responder con una bofetada. Cerró los ojos, esperando el golpe.

Pero el golpe nunca llegó. En cambio, sintió unos labios, fríos pero suaves, sobre los suyos. Abrió los ojos por la sorpresa.

El beso no duró más de un segundo. Luego, la voz ronca de Manuel rompió el silencio.

—Recuerda de quién eres esposa. Lo mío no lo comparto con nadie.