Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capítulo -7 Quien eres realmente
Madeleine despertó sobresaltada. No supo si había dormido una hora o solo unos minutos, pero se encontraba de nuevo despierta , se levantó de la cama y se encamino hacia el baño su vejiga está a punto de reventar luego de eso se acercó a la cama y se sentó junto a él. La toalla húmeda sobre la frente de Alan estaba caliente otra vez. La cambió en silencio, sin hacer ruido para no despertar a Valentina, que dormía profundamente en la cama contigua.
Suspiró. Sentía su pecho apretado, como si algo invisible le oprimiera el alma. Volvió a mirar al hombre tendido en su cama. Alan… o como su hija había decidido llamarlo.
—¿Quién eres realmente? —susurró sin esperar respuesta.
Lo observó en silencio. La respiración del desconocido era suave, casi imperceptible. Aún tenía fiebre, pero al menos no se veía más grave. La noche se sentía pesada, como si algo más estuviera por suceder. Madeleine se recostó, agotada, con la vista fija en el techo. No recordaba la última vez que había dormido con alguien más en su habitación.
José…
Ese nombre cruzó su mente como un rayo. Involuntario. Inoportuno. Injusto.
Recordó sus caricias, sus gestos, su voz. Y por un segundo, deseó que fuese él quien estuviera ahí. Cerró los ojos.
"No puede ser él", pensó. Pero si era un sueño… no quería despertar. Aunque… esto no se sentía como José. No, no era igual. Era otra presencia.
Sin darse cuenta, una lágrima rodó por su mejilla. Se limpió con rapidez. No podía quebrarse ahora. Valentina la necesitaba fuerte. Pero, ¿cuánto más podría cargar sola?
Terminó de cambiar la toalla de Alan una última vez. Se aseguró de que su cuerpo estuviera cubierto. Se quedó allí un rato más, sentada junto a él, sin decir nada, simplemente observándolo.
La noche se fue deslizando lentamente, envolviendo la habitación en una extraña calma.
Afuera, sobre el tejado, Lucien se mantuvo inmóvil, como una sombra. Nadie notó su presencia. Ni siquiera cuando bajó del techo y caminó sin ruido hacia la habitación.
Dentro de la casa, Madeleine ya dormía, acurrucada junto a el , mientras Alan permanecía inerte, aún atrapado en el letargo o creía .
En la oscura noche, unos ojos rojos brillaron con intensidad, solo para volver a su color natural: un azul tan claro como el agua del mar. Mirar aquellos ojos podría otorgarte una calma celestial... o sellar tu sentencia de muerte. Todo dependía de quién los portaba.
Con manos suaves, acarició la cabellera negra de la joven que dormía profundamente, agotada por el cansancio. En la cama contigua, una niña de sonrisa serena descansaba como si nada pudiera perturbar su inocencia.
—Lucien.
—Sí, amo.
—¿Qué ocurrió? ¿Por qué terminé en esta situación? Aunque deseo levantarme, no puedo. Me siento débil.
—Lo emboscaron. Cuando llegué, encontré demasiada sangre. Por un instante creí que había muerto. Pero seguí el rastro hasta aquí. La chica lo estaba atendiendo y vendando con sumo cuidado. La niña le puso un nombre: Alan. Permanecí en las sombras, ya que no eran peligrosas y moverlo podría haber empeorado su estado. Lo buscaron durante horas, pero debo admitir que la chica tiene carácter... ¡lo escondió dentro de una cama! Nadie pensaría en buscar allí.