"Embarazada De Un Magnate"

Interior – Bar Eclipse, Baño Privado

Camila Jiménez retocaba su labial frente al espejo por segunda vez, pero su mente estaba muy lejos de su reflejo. Sonrió para sí misma mientras recordaba la llamada de su patrocinador: un empresario viejo, millonario y corrupto, acostumbrado a pagar por chicas jóvenes que Camila le conseguía.

—Esta vez será perfecto —susurró con malicia.

No era solo dinero. Era venganza. Si lograba que Alana Forbes perdiera su virginidad con ese viejo asqueroso, estaría arruinada. Nick no la querría más, la reputación de Alana caería al suelo y ella se encargaría de inmortalizar el momento con fotos. Fotos que usaría para humillarla en la oficina y destruir cualquier prestigio que le quedara.

Interior – Zona del bar

Camila no pensaba acercarse directamente. Sería estúpido. En su lugar, se acercó a uno de los camareros jóvenes, de los que hacían turnos nocturnos y estaban necesitados de propinas.

—Necesito que lleves este trago a la chica del vestido rojo que está con otra muchacha —dijo, entregándole una copa con una sonrisa seductora.

—¿Y si no lo acepta?

—Lo hará. Dile que es parte de una cortesía del bar.

El camarero asintió, algo inseguro. Camila lo tomó por el brazo con firmeza.

—Recuerda lo que hay en juego. El trago tiene algo especial. No la pierdas de vista. Cuando veas que comienza a actuar raro, la guías a la habitación 7. un hombre mayor ya te está esperando allí. Nadie debe saberlo, ¿entendido?

si, respondió el camarero

Interior – Mesa de Alana y Sofía

—Alana, ¿estás bien? —preguntó Sofía, notando que su amiga se había puesto pálida.

—Sí, creo que… solo es el calor ya sabes que no estoy acostumbrada a tomar mucho o…

Alana intentó sonreír, pero de pronto todo giró a su alrededor. El sudor comenzó a perlar su frente, sus labios se entreabrieron y su respiración se volvió agitada. Sofía se levantó preocupada.

—Voy al baño —murmuró Alana, tomando su bolso.

Antes de que pudiera alejarse, el camarero se acercó.

—Señorita, este trago es cortesía del bar.

Alana dudó, pero con una sonrisa débil lo aceptó. Dio un sorbo… y segundos después, la sensación empeoró. Todo su cuerpo ardía. Sus piernas flaqueaban. Necesitaba aire. O ayuda. O algo.

Salón privado – Dante Salvatore

Dante observaba desde el fondo, con el ceño fruncido. Algo en su interior se revolvía al ver a Alana tambalearse. Había algo raro en la escena. Ella no parecía ebria. No… era distinto. Cuando vio al camarero acercarse por segunda vez e invitarla a seguirlo, algo dentro de él estalló.

—¿Ese imbécil…? —murmuró con los ojos encendidos.

Se levantó de inmediato y se dirigió a uno de sus hombres de seguridad.

—Sigue al camarero. Averigua a dónde la lleva. Y si intenta encerrarla, quiero que se encarguen de él. Pero sin escándalos.

—Entendido, señor.

por el Pasillo – Camino a la habitación privada

El camarero guiaba a Alana, quien apenas podía mantenerse de pie. Dante apareció en el pasillo justo cuando ella se acercaba a la puerta de la habitación 7.

—¡Señorita! —exclamó, y su voz retumbó como un trueno.

Ella se volvió, los ojos vidriosos, la piel sonrojada, y una lágrima apenas contenida en la comisura de sus labios.

—¿Usted…? —murmuró Alana, tambaleante.

Dante se acercó rápidamente y la sujetó por la cintura, notando su temperatura elevada y el temblor de sus piernas.

—¿Qué demonios te dieron? —dijo con furia contenida.

Ella solo murmuró algo incoherente, apoyando su rostro en su pecho. La puerta de la habitación 7 se abrió ligeramente y Dante alcanzó a ver una silueta masculina dentro. Su sangre hirvió.

—Vamos —dijo con tono suave, y se la llevó en brazos, ignorando al camarero que al parecer era nuevo porque no lo reconocía y que intentaba justificar su acción.

En la Oficina privada de Dante, cuarto adyacente

La habitación externa estaba aislada del ruido, con una cama amplia y todo el confort de un hotel cinco estrellas. Dante la colocó con delicadeza sobre la cama.

—¿Señorita? —le habló con suavidad, sentándose junto a ella.

—Señorita… equivocación… —murmuró Alana, con una sonrisa ebria en los labios, recordando su respuesta cuando él le preguntó su nombre por primera vez.

Dante sintió que algo le ardía en el pecho. “Señorita equivocación”. Así la había recordado. Pero ella, entre el delirio, lo recordaba a él. Y eso lo desarmó.

—¿No sabes cuánto me encanta que te acuerdes de mi, pequeña desconocida —susurró—. No sabía tu nombre… pero ahora ya no me importa.

Ella lo miró con los ojos llenos de deseo, empapados por el efecto de la droga que la hacía vulnerable, sensible… y sincera.

—Ayúdame… por favor… —jadeó Alana, arqueando su cuerpo, buscando contacto.

—Estás ardiendo —dijo él, tocando su frente—. No debería…

-Te Daré un poco de agua.

Pero su autocontrol se quebraba. Había algo en ella que lo trastornaba, sus ojos marrones como lo miraba y lo llamaba. No era solo lujuria, era necesidad. Ansia. Deseo reprimido durante demasiado tiempo.

Se inclinó hacia ella, sus labios rozando apenas su cuello. Alana suspiró, su espalda se arqueó más.

—No puedo resistirme… —murmuró ella, y esas palabras fueron la perdición de Dante.

+18 Escena Subida de Tono

Dante la besó con suavidad, como si temiera romperla. Alana le devolvió el beso con una mezcla de urgencia y dulzura.

Él comenzó a desvestirla despacio, maravillado por la suavidad de su piel. Pero entonces, en medio del calor, de la pasión, notó algo.

—¿Eres virgen? —preguntó en voz baja, con asombro.

Alana asintió apenas, perdida en el torbellino de sensaciones.

Dante la miró como si acabara de encontrar un tesoro escondido. Su expresión cambió. Se volvió más delicado, más tierno. La acarició como si tuviera miedo de lastimarla.

—No haré nada que tú no quieras —susurró, mientras ella lo envolvía con sus brazos.

—Quiero… Calmar está calentura me quemo, quiero que seas tú —dijo Alana, con una lágrima deslizándose por su mejilla.

La unión fue lenta, intensa, y cargada de emociones reprimidas. Dante se movía con cuidado, leyendo cada reacción de ella. Alana gemía su nombre, incluso sin saberlo del todo. Y cuando el clímax llegó, fue como una ola de fuego y ternura mezclada.

Toda la noche se entregaron a la pasión

Alana en medio de la confusión y la perdición creyó verle un tatuaje en forma de luna pero al estar tan perdida y esaltada no le dio importancia.

Después, él la sostuvo contra su pecho, acariciando su cabello, mientras ella se dormía.

—Mi señorita equivocación… —susurró—. No sé quién eres… pero ya no podré sacarte de mí.

Por otro lado

Sofía miraba su reloj por tercera vez en menos de diez minutos. Alana no respondía sus mensajes y eso la tenía inquieta. Caminó hacia la barra buscando algo de claridad, con la esperanza de verla por allí. En ese momento, un camarero joven y de rostro amable —el mismo que Camila había pagado— se le acercó con una sonrisa profesional.

—¿Disculpa? —preguntó Sofía— ¿Has visto a mi amiga? Estaba vestida con un conjunto negro de dos piezas, cabello largo… estaba aquí hace poco.

El camarero asintió con una ligera inclinación de cabeza, como si ya esperara esa pregunta. Pensó que debía cumplir con el trabajo que le dieron, ya que la guío a la habitación aunque otro hombre terminó llevándosela al final cumplió con lo que le pidieron.

—Ah, sí. ¿La señorita de ojos grandes? Me pidió que le dijera a su amiga… —dijo, sacando su celular y mostrando una nota en pantalla— “Dile a Sofía que me sentía rara, como con fiebre o mareada. Me voy a casa a descansar, dile que después le explico. No te preocupes.” —leyó textualmente.

Sofía frunció el ceño, claramente preocupada.

—¿Y por qué no me lo mandó a mí?

—Quiso hacerlo, pero dijo que no quería que te preocuparas demasiado… Me pidió que te lo dijera de manera tranquila, que solo necesitaba descansar. Incluso me mostró su aplicación para pedir el coche. —mintió con naturalidad.

La joven tragó saliva, aún dudosa, pero la expresión serena del camarero parecía convincente.

—¿Y estaba bien? —insistió.

—Se veía un poco mareada, pero caminaba sola. Yo solo la acompañé hasta la salida. El chofer ya la estaba esperando.

Sofía asintió despacio, suspirando con inquietud.

—Gracias… —dijo finalmente.

El camarero se retiró, ocultando una sonrisa nerviosa. Sabía que había cumplido su parte, y se alejó antes de que la conversación se prolongara y su mentira pudiera flaquear.

Sofía, aún con un mal presentimiento, regresó con los demás, tratando de convencerse de que Alana solo necesitaba descansar. No sabía que, mientras tanto, su mejor amiga estaba encerrada en una habitación, con los efectos de la droga nublando su conciencia… pero no lo suficiente como para olvidar el nombre de quien ahora estaba con ella.