NovelToon NovelToon
JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: Terminada
Genre:Brujas / Magia / Mundo de fantasía / Fantasía épica / Completas
Popularitas:4.1k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino residía únicamente en convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar para los hijos que tendría con aquel hombre dispuesto a pagar una gran fortuna de oro por ella. Y, sobre todo, jamás ser como las brujas: mujeres rebeldes, descaradas e indomables, que gozaban desatarse en la impudencia dentro de una sociedad atrancada en sus pensamientos machistas, cuya única ambición era poder controlarlas y, así evitar la imperfección entre su gente.
Pero todo eso cambió cuando esas mujeres marginadas por la sociedad aparecieron delante de ella: brujas que la reclamaron como una de las suyas. Porque Cathanna D'Allessandre no era solo la hija de un importante miembro del consejo del emperador de Valtheria, también era la clave para un retorno que el imperio siempre creyó una simple leyenda.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO SEIS: EL PESO DEL SILENCIO

014 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua

Día del Corazón Roto, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

En cuanto aquella puerta se cerró, comencé a escuchar un silbido en mis oídos. Primero fue lento, como el canto de los pájaros, luego aumentó, volviéndose insoportable. Se sentía como si algo hubiera muerto dentro de mi cabeza, y saliera junto al grito que dejé escapar de mi garganta con tanta fuerza que las ventanas no tardaron en romperse en mil pedazos, esparciéndose por toda la habitación.

Tomé un trapo viejo del rincón de la habitación y empecé a frotar con furia el suelo manchado de eso que había salido de mi cuerpo. Sin embargo, la sangre no quería desaparecer. Solo se esparcía más, como si quisiera quedarse ahí, como si quisiera recordarme una y otra vez lo que acababa de pasar, como si quisiera hacerme sentir culpable por algo que nunca quise. Maldita sangre.

Mis manos temblaron con fuerza, haciéndome caer al suelo, donde quedé por varios segundos, pero me levanté y seguí limpiando con más ganas, hasta que ya no pude soportarlo más y comencé a golpear el suelo con toda la desesperación que sentía ahora, sin soltar el trapo. ¿Por qué tenía la necesidad de correr hacia alguien y abrazarlo con toda la fuerza que me quedaba? No quería estar sola ahora. No importaba que nunca hubiera buscado cariño.

En ese instante, el trapo en mis manos se incendió por completo, lo que me hizo palidecer. El suelo no tardó en prenderse en fuego sin emitir ningún sonido, como si las llamas supieran que no hacía falta ninguno. Me levanté tambaleante, queriendo apagarlas... pero entonces me imaginé a mí misma ardiendo. Y por primera vez, el fuego me pareció más gentil que las manos de los hombres.

Me imaginé a mi abuelo atrapado entre las llamas, suplicando por su asquerosa vida. A mi madre. A mi padre. A todos los que vivían tras estos muros. A todos los que me hacían sentir miserable cada día. Tal vez era cruel imaginarlo, pero ya no me importaba. No me importaba si me veían como una loca solo por querer ser libre.

Me giré hacia la puerta y salí sin mirar atrás, dejando que la habitación ardiera en silencio. Nadie rondaba los pasillos a esa hora, y si alguien me veía con la ropa hecha jirones y las piernas manchadas de sangre, no me importaba. O tal vez sí, pero ya no tenía fuerza para esconderlo. ¿Y de qué servía? ¿Valía la pena seguir con vida después de perder lo único que me hacía valer algo en este mundo?

Al llegar a mi habitación, fui directo al baño. Me deshice de los restos del vestido y me hundí en la tina. Abrí la llave, permitiendo que el agua caliente la llenara. Tomé la esponja y comencé a frotar con fuerza, como si esa acción pudiera arrancar de mi piel el asco, el miedo y la marca de sus manos. Froté hasta que el calor del agua ya no era lo que me quemaba, sino el roce despiadado contra mi propia carne.

Decírselo a mis padres sería firmar mi condena. Me mirarían con desprecio, y me culparían de todo. Porque ellos decían que todas las mujeres nacíamos con el pecado en el vientre, que nos obligaba a ser unas desgraciadas provocadoras del mal, y nada en el mundo cambiaría ese pensamiento tan asqueroso de ellos.

Aunque deseara gritarlo, sabía que no me creerían ni una sola palabra que dijera, porque no tenían el mismo peso que las de mi abuelo, el hombre más respetado de todo el castillo, y por muchas personas en Valtheria. ¿Quién era yo a su lado? Absolutamente nada.

Las mujeres éramos lo peor que había sido creado en el mundo: seres llenos de codicia, pecado, maldad; mientras los hombres siempre eran los inocentes, los que solo seguían los instintos que “la naturaleza” les cedió. Para ellos, cualquier atrocidad cometida por uno de los suyos estaba bien y nunca debía ser cuestionada. Pero nosotras... por cualquier cosa, por la mínima tontería, ya teníamos mil ojos clavados encima, sin darnos la opción de poder defendernos de las calumnias.

Aun así, yo no quería seguir callando para mantenerme con vida. Ya lo había hecho muchas veces, tantas que las palabras de mi propio idioma se perdían en mi mente y me costaba encontrarlas cuando necesitaba decir algo. Pero tampoco sabía cómo hablar sin que el miedo me consumiera por dentro, como hace unos minutos, en el cuarto de arriba, con ese hombre. Con mi abuelo.

Quería correr en este momento junto a mi madre. De verdad la necesitaba como nunca. Pero sabía que no podía ser posible eso por más que lo codiciara. No porque la distancia estuviera interviniendo entre nosotras, sino porque su actitud había abierto un abismo enorme que nada sería capaz de llenar. Y eso me dolía, porque pasara lo que pasara, sabía que ella jamás estaría para mí.

¿Y mi padre? Era aún más gracioso por el simple hecho de que yo a ese hombre también lo amaba, aunque no estuviera presente en mi vida. Lo amaba, aunque no fuera un buen esposo para mi madre. Lo amaba porque era mi padre, pero sabía que, si fuera un hombre cualquiera, sentiría demasiado asco por él. Por todo lo que representaba. Porque era malo. Muy malo con nosotras.

¿Cómo se podía amar a alguien que, en otras circunstancias, odiaría con toda mi alma? Era muy sencillo: la sangre lo volvía posible. No podía rechazarlo porque su linaje corría por mis venas, como una condena imposible de pagar.

Pasé una toalla por mi cuerpo y me senté en el suelo, junto a la puerta. Tenía miedo de que él apareciera para hacerme daño otra vez. Y no quería permitirlo. Ya no quería que ningún hombre en el mundo me viera, me tocara, me hablara. Ni mi padre, ni mis hermanos. Nadie. No podía estar segura de que no me harían nada, solo por ser mi familia. Mi abuelo también era mi familia, y aun así decidió lastimarme. ¿Quién me asegura que ellos no me harían lo mismo?

Mi mirada empezó a nublarse y mi respiración se volvió errática. El aire estaba en toda la habitación, podía sentirlo en mi piel, pero no llegaba a mis pulmones. Era como si algo apretara mi pecho tan fuerte que por un momento pensé que eso bastaría para matarme.

Intenté tragar saliva, pero era imposible; sentía como si tragara vidrio, desgarrándome la garganta. ¿Por qué sentía que algo me estrangulaba desde adentro como si quisiera deshacerse de mi lucidez? Volví a querer tragar, obteniendo el mismo destino.

Mis manos se tornaron heladas antes de que empezaran a sacudirse con violencia. Mi cuerpo las imitó de inmediato. Era ese miedo de que algo malo iba a pasar. De que alguien me observaba desde la oscuridad de la noche, esperando el momento exacto para atacarme. De que no importaba cuánto corriera o gritara, igual sucedería. Que cualquier lugar dejaba de ser refugio para volverse una cárcel para mí.

Me tapé los oídos con fuerza cuando empecé a escuchar demasiadas voces al mismo tiempo: recuerdos, mi nombre dicho con tanto deseo que me dio asco, mi nombre dicho con tanta rabia que quise arrancarme el corazón para no sentir tristeza. Sentía que mi alma ya no soportaba estar ni un segundo más dentro de este cuerpo.

Me levanté de golpe, cerré la ventana con seguro y, aunque siempre temí a la oscuridad por lo que podía encontrar en ella, apagué todas las velas. Me dejé caer al suelo sin cuidado, con los ojos tan apretados que dolían. Intentaba volver a la realidad con respiraciones torpes que no servían de nada. Me raspé los brazos. Me mordí la lengua. Solo quería que todo se detuviera. Que el mundo se callara. Que mi cuerpo se apagara, aunque fuera solo por un rato.

Escuché voces afuera, hablando con urgencia sobre el fuego en aquel piso. ¿El fuego sí fue escuchado, pero... mis gritos de dolor no? Intenté levantarme, pero siempre terminaba de nuevo en el suelo, con esa maldita opresión haciéndose cada vez más fuerte. Lo intenté otra vez, solo para volver a caer como si nada. Lo hice de nuevo... y volví a caer. ¿Acaso mi cuerpo ya estaba muerto? ¿Era este mi fin?

Me arrastré a la cama, dejando que mi mirada quedara clavada en el techo hasta que la luz del día se asomó por la ventana. Me levanté.

Cuando ellas llegaron, yo ya estaba saliendo de la habitación, impecable, como si nada hubiera pasado. Las saludé con una reverencia y, sin responder a sus preguntas, caminé hacia las escaleras que llevaban al comedor. Primero saludé como si nada hubiera pasado, y luego me senté en mi lugar de siempre. No hice ningún intento de hablar, aunque me dirigieran la palabra. Mi madre decía algo, pero sus palabras eran solo ruido vacío.

Levanté la mirada hacia mi abuelo, quien mostraba una sonrisa radiante, como si nada hubiera pasado anoche, como si no hubiera tocado a la hija de su propio hijo. Esa sonrisa me llenó de una rabia tan profunda que casi podía sentirla ardiendo en mi pecho.

Mientras él estaba allí sonriente, yo solo quería arrancarme el corazón. Quería gritarle, lanzarme sobre él y arrancarle esa sonrisa falsa de la cara. Pero lo que me detenía no era el miedo, sino algo mucho peor. Sabía que, si hablaba, si murmuraba la más mínima palabra, todo se derrumbaría en mi contra.

—No logro entender de dónde salió el fuego —continuó hablando mi madre, llevando café humeante a sus labios pintados de un rojo intenso—. Pero, por suerte, se pudo controlar a tiempo. Hubiera sido una tragedia que bajara del octavo piso. Gracias a los dioses no pasó a mayores.

—Los dioses nunca hacen nada por nosotros los humanos. Podemos rezar, suplicar, gritarles desde lo más profundo de nuestra alma, pero nunca bajan. Nunca vienen. Nunca ayudan —dije, con la mirada en alto, tratando de no dejar que las lágrimas me traicionaran—. ¿Por qué agradecerles cuando no hicieron nada?

—¡No hables de esa manera de los dioses! —gritó mi abuelo, poniéndose de pie con tanta brusquedad que la silla donde estaba sentado cayera—. ¡Muestra respeto a los que son más grandes que tú, muchachita insolente! ¿Acaso quieres que te reviente esa boca?

—¿Respeto? ¿A ellos? ¿A los que me dejaron sola cuando más los necesitaba? ¿A los que no aparecieron cuando gritaba por su maldita ayuda? —Una risa sarcástica salió de mis labios—. Quizá sean más grandes que yo. Quizás tengan más poder, pero eso no los hace valientes. No los hace dignos de recibir respeto humano. No los hace justos. No los hace buenos dioses, como ustedes los pintan.

Sentí un golpe tan fuerte en la mejilla que me giró la cabeza hacia un lado. El ardor fue inmediato, y luego vino el sabor metálico de la sangre deslizándose desde mi labio partido. Pero no lloré. No sentí enojo, ni siquiera tristeza. Solo un gran vacío en el estómago que amenazaba con hacerme desmayar en cualquier momento.

—Aprende a respetar, Cathanna —dijo mi abuelo, como si deseara golpearme nuevamente—. No eres nada en este mundo. No estarías viva si no fuera por ellos. Dales el respeto que se merecen. Ponte de rodillas ahora y pídeles perdón, muchacha sinvergüenza.

—Entonces mátame —dije, sin moverme—. Si tan poca cosa soy, hazlo. Pero no voy a arrodillarme por decir lo que pienso. No le pediré perdón a ningún dios, y mucho menos a ti. Y si eso me convierte en una mala persona... entonces mátame. Devuélveles mi vida a tus dioses que tanto veneras. Hazlo, abuelo. Mátame ya.

No quería ver a nadie. Aun así, mi cabeza me traicionó, llevándome directamente hacia mi madre, quien tenía el rostro lleno de asombro; luego a mi hermano menor, que me miraba sin entender nada; y, por último, a Calen, que solo me observaba como si no supiera si abrazarme o amarrarme la boca.

—No te quedes como una estatua, abuelo. —Lo reté, sintiendo mis labios temblar—. Mátame, porque te juro que prefiero eso a tener que soportarlos a ustedes. Prefiero estar bajo tierra, donde no tenga que escuchar sus malditas bocas. ¡Mátame de una vez!

—¡Basta! —exclamó mi madre—. ¿Qué es lo que sucede contigo, Cathanna? ¿¡Estás loca o qué!? Mantén esa maldita boca cerrada y pídele perdón a tu abuelo ahora mismo. —Caminó directo hacia mí y me tomó del brazo con fuerza, alejándome de la mesa sin miramientos.

No solté ni un quejido, hasta que mis rodillas golpearon el suelo con fuerza. Apreté los puños, clavándome las uñas en las palmas.

—No lo haré, madre —dije, con la mirada baja.

—¡Te ordeno que lo hagas! —Empujó mi cabeza, pero no caí al suelo de cara como ella quería—. ¡Rápido, Cathanna, hazlo!

—Déjala, madre… —Escuché decir a Calen—. Están haciendo un escándalo frente a toda esta servidumbre.

Me levanté de manera lenta, dándole una última mirada a todos esos rostros que evitaban el mío, y simplemente decidí irme, respirando pesadamente. Estaba muy cansada. Necesitaba meterme debajo de la cama rápidamente y perderme en mis sueños.

—Cathanna...

—No quiero hablar ahora —dije, con un tono de agotamiento, sin voltear—. Solo déjame sola.

Pensé que lo haría. Que se daría la vuelta y me dejaría sola, como se lo pedí. Pero no. Sentí sus brazos temblorosos envolverme con fuerza, como si también él tuviera miedo de que me rompiera en pedazos. Y a pesar del orgullo, del miedo, de los pensamientos que me gritaban que no debía ceder... lo dejé abrazarme.

—¿Qué sucedió para que reaccionaras de esa manera?

¿Cómo decirle lo que me hizo nuestro abuelo? ¿Cómo explicarle la desesperación, el miedo, el asco que sentí en ese momento? Y lo peor... ¿Cómo confesarle que no pude hacer nada para impedirlo? ¿Cómo decirle que nuestro abuelo se aprovechó de mí, sin recibir su desprecio, sin sentirme juzgada por algo que no fue mi culpa? ¿Cómo decirle que desde anoche solo quiero desaparecer, con tal de no sentirme así para siempre?

—Cathanna... ¿Qué pasó? No te quedes callada.

—No sucedió nada, Calen —dije, obligando a mis labios a dibujar una sonrisa. Puse mis manos en sus hombros y, aunque intenté mostrar seguridad, el temblor me delató—. Cosa de mujeres. No tienes que preocuparte por nada. Te aseguro que no pasó nada malo.

—Tú no sueles llamarme por mi nombre...

—No pienses tanto en eso. No sucede nada. Créeme.

Solo quería alejarme de él. De sus ojos, esos que parecían querer descifrar lo que escondía mi mente. De sus manos, que no sabían si volver a abrazarme o no. Porque, aunque no tenía la culpa, seguía siendo un hombre. Sé que estaba mal pensar así de mi hermano, que se supone que nunca debería hacerme daño... pero ¿y si lo hacía? ¿Cómo me defendería de él? Sabía que no encontraría la manera.

—No te preocupes. —Sonreí—. En serio.

—Confío en ti, Cathanna.

—Es lo único que necesito, Calen.

No esperé que me respondiera. Comencé a caminar hacia mi habitación. Solo quería estar en silencio. Entré y me senté en la cama, con la mirada puesta en la ventana, donde había varios pájaros.

Bajé la mirada a mis manos, las cuales tenían heridas pequeñas, debido a las piedras por donde mi abuelo me arrastró la noche anterior. Me acerqué a mi closet y saqué unos guantes. Hacía mucho tiempo no los usaba, pero esta vez no podía resistirlo. No podía ver esas heridas. No lo soportaba. No quería volver a recordarlo.

Me dejé caer al pie del closet, escondiendo mi cabeza entre mis piernas cubiertas por el vestido, dejando que las lágrimas mojaran la tela. Estaba tratando de que no fuera así, pero no podía evitar sentir tanto asco de mí. De mi cuerpo. De todo lo que alguna vez fue mío.

Mi piel me dolía demasiado, tanto por dentro como por fuera. Sentía esa sensación de que estaba sucia y que no importara cuanto la lavara, esa suciedad nunca me abandonaría, haciéndome sentir culpable de todo. Respiré hondo, cerrando los ojos con intensidad, y tratando de impedir el temblor de mis manos. Ya no quería llorar más, pero no sabía cómo detenerme. Las lágrimas seguían cayendo por su cuenta, y mi mente estaba encerrada en una desesperación que volvía imposible respirar con normalidad, como anoche.

Me odiaba por ser tan inútil, por no haber hecho nada para defenderme, como cualquiera más fuerte que yo lo hubiera hecho. Por no haber usado mis poderes cuando sabía, con cada fibra de mi cuerpo, que estaban dentro de mí. Era una maldita Elementista de aire. Bastaba una simple ráfaga de viento, por muy pequeña que fuera, y lo habría alejado de mí. Pero no lo hice. Me quedé congelada como idiota.

Y aunque entendía que fue el miedo el que provocó que mi cuerpo me traicionara, seguía sintiéndome como una completa estúpida, y más aún, como una cobarde.

Me repetía una y otra vez que, si no hubiera ido con Katrione a ese maldito lugar, nada de esto habría pasado. Y no es que quisiera culparla a ella... pero debí decirle que no desde que empezó a insistir, sabiendo que me sentía incómoda con la idea de poner un pie ahí. Ni siquiera debí haber salido del castillo. Debí haber evitado todo esto quedándome en casa. Pero ahora, estaba aquí, en el suelo, llorando a mares por lo que ya estaba hecho.

Me apreté más fuerte contra mí misma, ahogando mi llanto contra mis piernas. Quería tantas cosas en ese momento: quería desaparecer. Quería ser cualquier otra persona que no fuera yo. Quería que todo fuera una horrible pesadilla de la que despertaría pronto. Sin embargo, no lo era.

En ese instante, la puerta sonó varias veces, sacándome de mis pensamientos. Alcé la mirada, antes de ponerme de pie. La abrí, dejando un pequeño espacio, y a través de él vi a Azlieh, quien sostenía una bandeja con comida. Me hice a un lado para dejarla pasar.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté, cerrando la puerta detrás de mí.

—Su madre me indicó que le trajera de comer —dijo, poniéndolo en mi cama—. Será mejor que lo coma antes de que se vuelva frío, señorita Cathanna.

—Llévate eso Azlieh. —Me dirigí a la ventana—. No quiero comer en este momento. Dile a mi madre que no necesito su preocupación ahora, cuando en el comedor quiso obligarme a pedir perdón por estupideces.

—¿Puedo preguntarle algo?

Despegué la mirada de la ventana y la miré.

—¿Por qué de pronto ha decidido enfrentar a su familia? —Su rostro se arrugó, acercándose a mí.

—¿Quién te crees que eres para preguntar eso? —solté, intentando que mi voz sonara firme, pero se quebró al instante, como las ventanas de la habitación anoche—. Recuerda tu lugar… eres una simple sirvienta. —Tragué saliva, apartando la mirada—. Lárgate de aquí. ¡Ya! —Le chasqueé los dedos—. ¡Rápido, maldita sirvienta!

—Sí, señorita Cathanna. —Hizo una reverencia—. No era mi intención incomodarla. Disculpe mi existencia. Espero que disfrute los alimentos. Le harán mucho bien. Con permiso.

Ella salió rápido, cerrando la puerta, y yo me acerqué a la comida en la cama. La agarré y la tiré en la basura que se encontraba al lado de la puerta del baño. Lo último que quería en ese momento era comer algo. Me senté en el filo de la cama, con la vista en el suelo.

—Solo finge que todo está bien.

Los días fueron pasando de manera lenta, y yo simplemente no podía sentirme como antes. Estaba demasiado incómoda, asqueada y sin ganas de abandonar mi habitación. Tampoco quería hacerlo si eso significaba tener que ver y fingir normalidad con mi abuelo. Los recuerdos de aquella noche seguían muy frescos en mi cabeza, mezclándose con los sueños donde aparecía esa loca mujer, y juntos se convertían en un martirio diario que nadie sería capaz de entender jamás en la vida.

Katrione había venido varias veces al castillo a escondidas de mis padres, con Calen. No hacía falta pensar demasiado para saber a qué venía. Pero no quise hablar con ella cuando tocó mi puerta, ni cuando Calen me pidió que lo hiciera. No quería verla a la cara, como si en el fondo la culpara por lo que pasó, aunque sabía perfectamente que ella no podía haber anticipado que mi abuelo estaría ahí justo esa noche. Y, aun así, me sentía una idiota por pensar de esa manera. ¿Qué podía hacer para cambiar lo que sentía? Nada. Totalmente nada.

—¿Por qué ignoras a tu amiga?

—No es asunto tuyo, Calen —dije, sin abrirle la puerta—. Solo déjame sola. Por favor. Estoy cansada y necesito dormir.

—Deja de comportarte como una niña —habló con un tono tosco, que me hizo mirar a la puerta, con los ojos aguados—. Ya no tienes cinco años para que ignores a las personas. Sal de ahí.

—¡Tú no entiendes nada! ¡Déjame en paz!

—Definitivamente te estás volviendo una loca.

—¡Siempre seré la maldita loca para ustedes!

Lo que vino después fue el silencio absoluto por parte de Calen. Apoyé mi espalda contra la puerta, respirando con dificultad y cerrando los ojos con fuerza. ¿Qué podía saber él de lo que me estaba pasando si nunca se lo había contado? Aun así, no tenía derecho a llamarme infantil ni, mucho menos, loca por no querer hablar con nadie. Solo yo sabía lo que me ocurría. Solo yo entendía por qué prefería callar y apartarme del mundo. Él debía respetar eso, aunque no lo compartiera, porque no se trataba de él. Se trataba únicamente de mí.

—Siempre voy a ser una loca —susurré, dejándome caer al suelo de golpe—. Siempre. Siempre. Siempre.

1
Rubí Jane
aqui hay amooie😫
Rubí Jane
vea a este animal 🦍
Rubí Jane
pero cathanna
Rubí Jane
no es tú culpa
Rubí Jane
perro desgraciado
Rubí Jane
no lo eres. nunca 😭
Rubí Jane
hijo de tú madre 😫
Rubí Jane
😫😫😫😫 te entiendo mana
Rubí Jane
las mujeres no nacimos para parir 😭
Rubí Jane
eso mami, calla a esas mujeres
Rubí Jane
anne cállate mil años
Rubí Jane
exactamente reina👏
Rubí Jane
me encantan las protagonistas altas 🤭
Rubí Jane
amooi
Rubí Jane
ojala te caiga fuego en la cabeza, desgraciada
Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play